HISPANIA NOVA

Revista de Historia Contemporánea

Fundada por Ángel Martínez de Velasco Farinós

ISSN: 1138-7319    DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998

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RECENSIONES

(2006)

          Esta sección, coordinada por Mariano ESTEBAN, está dedicada a reseñar brevemente en cada uno de sus números anuales algunas de las novedades bibliográficas más relevantes aparecidas durante el año en curso y el anterior. Aunque la selección de las obras corre a cargo del Consejo de Redacción de la revista, la sección se encuentra abierta a las sugerencias y aportaciones de los lectores.

 Álvaro SOTO CARMONA, ¿Atado y bien atado? Institucionalización y crisis del franquismo, Madrid, Ed. Biblioteca Nueva, 2005, 316 pp., por Ana Domínguez Rama (Universidad Complutense de Madrid)

Desde hace ya algún tiempo viene cuestionándose, en ámbitos académicos y científicos, y más importante, en la sociedad misma, el origen y naturaleza de nuestra actual democracia parlamentaria. Álvaro Soto Carmona, ahondando en una de sus líneas de investigación -el de las transiciones a la democracia-, actúa en consonancia con este debate y trata de clarificar si el nuevo sistema político que habría de suceder a la dictadura quedó previsto y determinado por la clase política del Régimen anterior . Esto es, si a la muerte de Franco todo estuvo verdaderamente “atado y bien atado”. 

A través de los archivos que custodian la documentación oficial emanada durante la dictadura (Archivo General de la Administración, Archivo del Congreso de Diputados, Archivo del Consejo Económico y Social, Archivo del Senado) y los de la oposición democrática al franquismo (Archivo del Comité Central del Partido Comunista de España, Fundación Pablo Iglesias, Fundación 1º de Mayo), así como de la prensa, considerada por algunos como “el parlamento de papel” ya en esta fase final de la dictadura, el autor trata de explicar el proceso de institucionalización del Régimen y la crisis del franquismo. Su conclusión es que, durante la fase comprendida entre 1957 y 1975,  los conflictos internos en el seno del poder tuvieron como consecuencia una débil institucionalización (materializada en la aprobación de la Ley Orgánica del Estado y la decisión personal de Franco de que su sucesión recayese en la figura de Juan Carlos de Borbón), desechando así la idea de que el personal político franquista tuviese un proyecto político cerrado para continuar en el poder a la muerte del “Caudillo”. 

En palabras del autor, no es cierto que el franquismo previera la transición, pero sí es cierto que sus conflictos internos facilitaron enormemente la forma y el fondo de cómo ésta se llevó a cabo. Lo mismo sucedió con la oposición, la cual al no poder imponer sus objetivos rupturistas tuvo que reducir sus pretensiones y consensuar un marco de convivencia democrática, aceptando parte del legado del pasado (p. 17). Según esta afirmación no estaríamos, por tanto, ante una transición modélica, ya que este proceso careció de diseño político y tuvo que ser construida a base de fuertes dosis de improvisación, conducida por el sector “aperturista” de la clase política que conformó la dictadura.

 La estructura de la obra consta de cinco capítulos. En el primero de ellos, “La institucionalización del régimen (1957-1969)”, Soto Carmona defiende como punto de partida el debate que se abre en 1957 con la propuesta de José Luis Arrese, Secretario General del Movimiento, advirtiendo de la ausencia de un “orden político”, es decir, de un marco institucional que garantizase el sistema creado por Franco. La idea era que el Régimen, surgido de una guerra, solo estaba salvaguardado por la vida del dictador, y esto hacía necesario prever un ordenamiento que impidiese a un futuro sucesor del “Caudillo” desviarse de los principios inspiradores del “Alzamiento Nacional”. Del poder individualizado de Franco había que alcanzar un poder institucionalizado. Para ello, Arrese pretendía que se concediese una mayor autonomía al Movimiento, hasta convertirlo en un instrumento clave de poder político, destinado a sobrevivir al dictador y velar por su obra.

 Aunque esta propuesta fue rechazada, supuso el comienzo de lo que se denominó “desarrollo político”. Constituyó una crisis de gobierno que, en la historia del Régimen, significó un punto de inflexión en cuanto a su naturaleza: a partir de 1957 la composición del gobierno ya no estaría guiada por principios de procedencia ideológica (familias) sino por su posicionamiento político respecto a la institucionalización. En este sentido, los tecnócratas fueron ocupando paulatinamente distintas áreas de gobierno, hasta obtener el control mayoritario del mismo, a raíz del escándalo Matesa en 1969. Esto quiere decir que si 1957 había supuesto un punto de inflexión, 1969 habría de ser el punto de ruptura definitivo de la unidad de la clase dirigente que, a partir de entonces, solo conservaría un acuerdo común: la convicción de que la solución de garantía de permanencia del sistema debía hallarse dentro del Régimen.

 “La cuestión monárquica y la designación del sucesor” da título al segundo capítulo. En él, el autor expone cómo desde que Franco procedió a la instauración de España como Reino en 1947, los monárquicos fueron asumiendo los ritmos e iniciativas del dictador, priorizando siempre la defensa de la Corona frente a cualquier otra empresa, indiferentemente de su contenido político.

 La pretensión de ocupar el trono por parte de Juan de Borbón habría sido una constante, adoptando diversas posturas políticas a lo largo de la dictadura, haciendo gala de una posición claudicante que le haría colaborar con el Régimen mediante la presencia de su hijo junto a Franco, con el objetivo de mantener las opciones de hacerse con el poder. Juan Carlos de Borbón, el objeto de la negociación, sería finalmente elegido sucesor del dictador en 1969.

 Solo fue a partir de esta fecha cuando Juan de Borbón perdió sus posibilidades de conservar la línea dinástica. Con todo, no renunciaría a sus legítimos derechos hasta 1977, manteniéndose como “recambio” ante la probabilidad de que su hijo fuera desplazado del poder. Juan Carlos I, que carecía de un proyecto de transición política como el que luego se desarrolló, priorizó por encima de todo la necesidad de salvar y consolidar la monarquía, relegando a un segundo plano la cuestión de su naturaleza política. Uno de los argumentos que se está defendiendo es que la transición se hizo en gran parte para consolidar la monarquía (p. 132).

 El capítulo tercero, “Carrero Blanco, el eje del Régimen (1969-1973)”, se abre con el llamado “gobierno monocolor” salido de la crisis de 1969, que rompió la fórmula tradicional de los “gobiernos de concentración”.

 A pesar de la designación de Juan Carlos de Borbón, que clarificaba en parte el porvenir político, continuaba la búsqueda de una solución de futuro, condicionada por un fuerte conflicto de poder que habría de ir descomponiendo al Régimen en su interior.

 Para el autor, la comprensión de la crisis de la dictadura viene determinada por el enfrentamiento y la fragmentación de la clase política, aunque ya durante los años sesenta y setenta las consecuencias del desarrollo socioeconómico y el incremento de la conflictividad fueran condicionantes decisivos. Esa división de la clase dirigente muestra como el poder franquista alcanzó el tramo final del Régimen sin un programa común y también sin la legitimidad social para ponerlo en práctica.

 En este contexto, el asesinato de Carrero Blanco, que no abrió la transición, obligó a ciertos sectores políticos a vislumbrar un fin no muy lejano de la dictadura y a intentar, sin éxito, una cierta “apertura” (“aperturismo” definido como liberalización del sistema desde dentro, nunca como democratización). Por tanto, en la primera mitad de los años setenta no podría hablarse todavía de la existencia de “reformadores” dispuestos a variar el ordenamiento jurídico-político franquista.

 El cuarto capítulo lleva por título “El gobierno de Arias Navarro (1974-1975). La crisis”, y es visiblemente el capítulo más amplio de la obra, a pesar de la estrechez cronológica que abarca.

 Soto Carmona defiende que el gobierno de Arias estuvo caracterizado por una fuerte indefinición en su actuación, fluctuando entre la vía “aperturista” y el endurecimiento de la represión (ejecuciones de Puig Antich y Heinz Chez; caso Añoveros; estado de excepción; fusilamientos del 27 de septiembre de 1975…) y el cada vez mayor aislamiento internacional.

 Ciertamente fue un gobierno con grandes dosis de continuidad, aunque su elemento más significativo fuera la salida del gobierno de los “tecnócratas” cercanos al Opus Dei y protagonistas de la vida política desde 1957.

 La promesa de “apertura” del Régimen se concretó a través de un Estatuto de Asociaciones Políticas que pretendía la transformación de la “forma de adhesión” a Franco en una “forma de participación” dentro del sistema. Pero, en palabras del autor, se trataba de un espejismo político, ya que el programa carecía de una verdadera voluntad transformadora, y además fue arruinada por el búnker y también por sus propias contradicciones (las propias de un proyecto con pretensión de “reformar” sin provocar  “ningún cambio sustancial” en el sistema).

Con todo, el profesor Soto considera esta etapa como una fase necesaria del proceso político en marcha, al crear un punto de no retorno respecto al convencimiento de una parte de la clase política de la necesidad de una apertura, aunque no acarrease como meta final la democracia. De hecho, el mérito más destacable de la transición posfranquista habría sido la capacidad de variar de opinión por parte de los protagonistas políticos, cambios moldeados por las presiones de la sociedad civil, que habría apostado por una fórmula reformista que garantizase algunas de las ventajas obtenidas durante la dictadura, compatibilizándolas con la pretensión democrática. Todo, por supuesto, dentro de un marco de “orden” y de “seguridad”. Por ello, la opción “rupturista” habría quedado ampliamente marginada, pues no pudiendo implicar la improvisación que suponía esa alteración de la opinión pública, sus defensores habrían quedado aislados del proceso.

En el último capítulo, “La oposición: debilidad y división”, se aprecian tres etapas en la historia de los opositores a la dictadura franquista. Así, desde el final de la guerra civil y hasta comienzos de los años cincuenta, la oposición habría estado condicionada por la experiencia republicana y sus disensiones internas. El núcleo más activo se encontraría en el exterior, mientras en el interior se mantenía la opción de la guerrilla. Sin embargo, durante la década de los cincuenta, la oposición exterior se iría haciendo cada vez más testimonial y alejada de la realidad del país, mientras que la del interior se haría más activa y militante, adoptando como objetivo la “ruptura”, a través del derribo del Régimen. En la década posterior, la conflictividad se extendería y, sobre todo, se haría permanente; optando la dictadura por intensificar la que fue su respuesta clásica ante ella: la represión.

Además del pulso político producido a la muerte de Franco, entre quienes pretendían reformar el sistema desde dentro y los que abogaban por su eliminación y la edificación de un nuevo, la oposición albergó en su seno un segundo combate: su propia lucha interna, provocadora de una división y de una debilidad que solo dejaba espacio para la pretensión de convertirse en una alternativa posible al Régimen, a la espera de una caída natural de la dictadura.

Aunque el libro se ajusta fielmente al propósito de su autor, es posible que en diferentes aspectos su planteamiento resulte en cierto modo determinista, al presentar a una clase política franquista dividida -pero indudablemente hegemónica en su enfrentamiento por el poder frente a la oposición- como conductora del proceso de transición, en consonancia ocasionalmente con las aspiraciones de la sociedad civil. Sin embargo, en relación a esta idea, el texto presenta algunas ausencias importantes.

 Por un lado, nada se explicita sobre esa influyente actuación de la opinión pública en el proceso. Necesariamente habría que referirse al cambio socioeconómico y a la evolución de la cultura política española durante las décadas de los años sesenta y setenta, producto también de la plena integración en el sistema capitalista mundial. Evidentemente, esta nueva situación constituyó en sí una fuerte demanda de un cambio de régimen.

 Por otro, el factor internacional, condicionante de la política interior española ya desde la década de los años cincuenta (1953 fue una fecha clave en el respaldo exterior que recibió la dictadura, mediante los pactos con EEUU y el Concordato con la Santa Sede), y que, en otros aspectos, hacía visible constantemente que la naturaleza del Régimen era el freno de un posible avance en las relaciones internacionales españolas, fundamentalmente en el proceso de integración europea.

 Ambas son variables que confluyen en esa red de poder, durante la dictadura de Franco y tras su desaparición, junto a la relación dialéctica entre la clase política del Régimen y la oposición democrática organizada. No puede entenderse un juego tan amplio y de tal envergadura si no se ponen sobre la mesa todas las cartas.

 Por otra parte, si se defiende que todo se hizo desde dentro del sistema franquista, admitiendo que fuese de una forma más o menos improvisada, no puede afirmarse –porque se entraría en una contradicción- que en ese trayecto la sociedad española de a pie condicionó algunos de los caminos a seguir. Salvo que con ello quiera darse a entender que los objetivos entre los sectores “aperturistas” del Régimen y los de la opinión pública fueran coincidentes (cosa que no parece poder avalarse porque ciertamente una gran parte de la población, especialmente las generaciones jóvenes, no compartía la pretensión franquista de continuismo del sistema). Y, en ese caso, esta obra no haría sino confirmar, una vez más, dentro del importante grueso historiográfico ya existente, el sentido “modélico” de nuestra transición, no en su vertiente conceptual (el significado de “modélico” como proceso político planificado), pero sí en cuanto a su eficacia “objetivos-posibilidades-resultados”. La novedad más destacable del libro resultaría ser entonces una cuestión de enfoque: la investigación de la historia final de la dictadura a partir del análisis de la clase dirigente (y no la lectura de las pretensiones democráticas de la oposición), una visión que comienza a abrirse paso en los últimos años ante las nuevas posibilidades de acceso a la documentación oficial.

 Sin embargo, hay que insistir en el hecho de que en los últimos momentos del franquismo emergían con fuerza diferentes factores, que posteriormente serían claves durante el proceso de transición posfranquista: efectivamente, y como detalla de una forma acertada el autor, la creciente disgregación de los sectores políticos del Régimen y sus disensiones con la Iglesia y el Ejército (hasta entonces pilares tradicionales de la dictadura), pero también el fortalecimiento de la oposición en todos sus ámbitos (parte de ella con un apoyo exterior decisivo en el futuro), así como el marco internacional de crisis económica y de una crítica cada vez más mordaz y frecuente. Es decir, el Régimen no era sustentable. Pero el cambio liderado por los “aperturistas” (posteriormente “pseudo-reformistas” y finalmente “reformistas”) tuvo la necesidad, sencillamente por una cuestión de legitimidad, de un consenso con la oposición, que diluyó precisamente con este acuerdo gran parte de su estrategia política: movilización social, gobierno provisional, amnistía y libertades democráticas, elecciones constituyentes, asamblea constituyente y consulta popular sobre la forma definitiva del Estado.

Ana Domínguez Rama

Universidad Complutense de Madrid