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       HISPANIA NOVA Revista de Historia Contemporánea Fundada por Ángel Martínez de Velasco 
      Farinós 
       ISSN: 
      1138-7319    DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998 
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RECENSIONES
(2006)
 
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       Esta sección, coordinada por Mariano ESTEBAN, está dedicada a reseñar brevemente en cada uno de sus números anuales algunas de las novedades bibliográficas más relevantes aparecidas durante el año en curso y el anterior. Aunque la selección de las obras corre a cargo del Consejo de Redacción de la revista, la sección se encuentra abierta a las sugerencias y aportaciones de los lectores.  | 
 
 
                    
        Al calor de la efeméride las librerías y centros comerciales presentan 
        decenas de novedades y reediciones en torno al acontecimiento traumático 
        más importante de la historia de España en el siglo XX. Los últimos 
        meses no han sido muy alentadores, salvo algunas excepciones, pero desde 
        las editoriales se anuncia una nueva hornada de mayor interés. Este, sin 
        duda, es el primero en hacerlo, y estamos seguros que su publicación no 
        es coyuntural y que provocará más de un debate en el ámbito científico y 
        social. Decir esto a la altura del año 2006 sobre un título referente al 
        ámbito historiográfico más visitado por los historiadores no 
        puede ser entendido más que como un elogio. Se podrá compartir parcial o 
        globalmente las hipótesis del autor, pero lo que es evidente es que el 
        presente volumen es un trabajo serio, arriesgado y una apuesta fuerte 
        por buscar nuevos enfoques a la interpretación del proceso republicano, 
        la rebelión militar y la guerra civil. 
                    En primer 
        lugar, cabría destacar el esfuerzo teórico y de conceptualización en 
        torno a las corrientes relativas a los movimientos sociales, la acción 
        colectiva, los ciclos de protesta y la búsqueda de un análisis cultural 
        de la acción colectiva, es decir, su construcción social a través de los 
        códigos culturales, identidades colectivas, discursos políticos, etc. A 
        partir de estos instrumentos Rafael Cruz desarrolla un discurso 
        sustentado en una hipótesis principal; la construcción social de dos 
        identidades colectivas enfrentadas –identidad católica versus identidad 
        popular- sujetas, eso si, a diferentes coyunturas internas y externas 
        –marcadas a su vez por los mecanismos de exclusión y una fuerte 
        competencia política- de polarización, fragmentación y convergencia. 
        Antes de entrar de lleno en este asunto, y abrir el debate en torno a la 
        cuestión de las identidades, quisiéramos resaltar algunos aspectos de 
        interés, aun siendo conscientes de la imposibilidad de abordar todo su 
        conjunto. 
                    La guerra no 
        era inevitable. Esta es una de las ideas más repetidas a lo largo del 
        libro, y para ello, el recurso del análisis comparativo con otras 
        experiencias contemporáneas ha demostrado ser muy útil, permitiendo no 
        sólo rechazar la vieja idea de la excepcionalidad española, sino también 
        como los enfrentamientos anticlericales y una intensa conflictividad 
        social no tienen porque desembocar en una guerra civil (caso francés) o 
        como una rebelión militar no se vincula inevitablemente a una alta 
        conflictividad social (caso portugués). El proceso democratizador de la 
        II República, con su extensión de derechos y libertades -lo que denomina 
        como conversión del pueblo en ciudadano-, pero también con sus 
        restricciones en nombre de la defensa de la República y el orden 
        público, es un proceso en constante construcción improvisada, en la que 
        sus protagonistas no sabían que acabarían enfrentándose en una guerra 
        civil. Este principio, a primera vista tan elemental –analizar la 
        República sin la presencia y la perspectiva de la guerra- no siempre se 
        ha llevado a cabo y es importante que se repita.  
        Guerra civil, por 
        cierto, subraya el autor, que cambia de naturaleza en las primeras 
        semanas de agosto, pasando de una guerra provinciana, y por lo tanto, 
        corta y predecible, a una guerra cosmopolita, es decir, prolongada e 
        incierta. El factor que cambia la naturaleza de la guerra es la 
        intervención extranjera con el envío de material de guerra y apoyo 
        logístico que permite a los rebeldes superar el bloqueo inicial y romper 
        el equilibrio. 
                    Sería 
        interesante, por otro lado, destacar su propuesta sobre un análisis 
        dinámico de la violencia colectiva. La primera condición se refiere a la 
        inclusión de la violencia dentro del amplio repertorio de acciones 
        colectivas, de tal modo que podamos observar tanto su dimensión cómo sus 
        dinámicas en relación con otras formas de movilización, “el 
        aprovechamiento de oportunidades y en respuesta a la percepción de 
        amenazas” (pp. 164). Este enfoque le permite comprobar cómo las 
        acciones violentas fueron minoritarias en el amplio repertorio de 
        acciones colectivas, aunque su repercusión mediática tuviera mayores 
        impactos sociales. La respuesta gubernamental ante las demandas 
        colectivas -tanto en el gobierno de Azaña como en el de Casares Quiroga- 
        fue el desarrollo de una política del control policial, limitando el 
        ejercicio de derechos y de movilización en el espacio público. El 
        análisis cuantitativo de las acciones violentas muestran, además, como 
        en el periodo de mayor conflictividad, la oleada huelguística de 
        la primavera de 1936, el autor de casi la mitad de las víctimas mortales 
        fueron los distintos grupos policiales (destacando la Guardia Civil), 
        siendo la izquierda obrerista la víctima principal. 
                    No de menor 
        importancia es el capítulo de Nuestros muertos, sobre todo en lo 
        que se refiere a la importancia de las “invenciones” de Octubre y su 
        repercusión en las elecciones de febrero de 1936. Mayores problemas 
        plantea, en cambio, la interpretación de la violencia política en las 
        respectivas retaguardias, pero debido a nuestro interés por centrarnos 
        en la cuestión de las identidades, será oportuno posponerlo para otra 
        ocasión. 
                    La hipótesis 
        central del libro, a modo de síntesis, defiende que es la identidad 
        popular –el pueblo- la que vértebra los discursos y las acciones, y 
        por lo tanto, el cambio político en la 2ª República. La idea de 
        comunidad popular no se limitaría a recoger al pueblo republicano, 
        sino que incluiría a las comunidades urbanas, al pueblo revolucionario y 
        al pueblo trabajador, es decir, “el pueblo no era una clase, sino la 
        reunión orgánica de todas las clases” (pp. 29). La clase, sostiene 
        el autor, sólo se hace visible como identidad en el Octubre de 1934 y en 
        el frenesí huelguístico de la primavera de 1936. 
                    Compartimos 
        con el autor que la cuestión de las identidades colectivas es una 
        herramienta de análisis de gran utilidad, pero su aplicación en enfoques 
        unívocos y parciales tan sólo le restan eficacia. En el presente 
        trabajo, la cuestión de las identidades viene a trasladar esa falsa 
        dicotomía entre las dos Españas. Bien es cierto que la perspectiva del 
        autor no es esencialista, sino que presta atención a la construcción 
        social de las identidades, pero hay ciertos olvidos que no nos pueden 
        pasar desapercibidos.  
                    Cuando 
        analizamos los instrumentos de movilización en la 2ª República no 
        podemos manejar una mirada retrospectiva, porque entonces situamos a los 
        agentes sociales en dimensiones que nunca tuvieron. Los partidos 
        políticos en la 2ª República, ya fueran los republicanos o el 
        socialista, a los que Rafael Cruz presta excesiva atención tanto en el 
        amplio periodo republicano como más concretamente en los procesos de 
        polarización, fragmentación y convergencia de 1936, tenían una escasa 
        capacidad de movilización y contaban con unas marginales bases sociales. 
        En realidad, fueron los sindicatos obreros, la socialista UGT y la 
        anarquista CNT, los verdades instrumentos de movilización, y es en el 
        espacio de conflictividad laboral donde con mayor vigor se configuraron, 
        a través de la experiencia, las identidades colectivas. 
         
        De igual modo, abordar, 
        al fin y al cabo, la 2º República, sin traer a un primer plano la 
        cuestión de la tierra y la conflictividad agraria, es un error 
        importante. La sociedad de la 2ª República, a pesar de los flujos 
        migratorios entre 1910 y 1930, sigue siendo una sociedad eminentemente 
        rural, con escasos aunque importantes focos industriales.  El análisis 
        de Rafael Cruz tiene una perspectiva urbana, quedando el ámbito rural 
        marginado a unas escasas referencias, lo cual plantea varios problemas.
         
                    En primer 
        lugar, no es posible comprender, desde la perspectiva predominante de la 
        identidad popular, la conflictividad agraria que marcó uno de los 
        escenarios principales de la 2ª República. La Reforma agraria, y más en 
        particular la aplicación de una nueva legislación laboral, 
        propiciaron una agudización de los 
        enfrentamientos en el ámbito rural. ¿Esto quiere decir que es la 
        identidad de clase la que vértebra el espacio de las relaciones 
        sociales?. De ningún modo, y para ello deberíamos atender a la cuestión 
        de los repertorios de acción colectiva e individual: desde los 
        incendios, la caza furtiva o los robos a los motines o la huelga. Esta 
        perspectiva nos permite señalar la existencia de repertorios 
        polimórficos dentro de campesinado heterogéneo y en proceso de 
        transformación, lo cual pone de manifiesto al menos dos vertientes de 
        conflictividad: una conflictividad más marcada por su identidad de 
        clase, vinculada fundamentalmente al sector jornalero, con 
        reivindicaciones en torno a los salarios, las condiciones laborales, y 
        el número de jornadas, marcado, además, por una fuerte competencia 
        política entre la FNTT, de signo socialista, y la CNT; y una 
        conflictividad de carácter más comunitario en torno a la cuestión de los 
        recursos y la organización de las relaciones sociales. Pero incluso esta 
        diferenciación de vertientes no es más que una construcción ficticia que 
        elaboramos para comprender los procesos, dado que en la realidad los 
        repertorios de acción colectiva no sólo coexistieron sino que fueron 
        intercambiables. 
        
                    Podríamos, incluso, ir más allá. Las transformaciones en la 
        estructura social  campesina y en las relaciones de producción a lo 
        largo del siglo XX en Andalucía, por poner un ejemplo, y mas en 
        particular durante la 2ª República, condicionaron no sólo los marcos y 
        las estrategias de conflictividad, sino que provocaron una segmentación 
        del campesinado que no nos permiten establecer el conflicto en dos 
        bloques antagónicos. Por poner un ejemplo, la nueva legislación laboral 
        de la República no afectó tanto a los grandes propietarios o 
        arrendatarios como a los pequeños y medianos cultivadores directos, 
        sobre todo en torno a la cuestión de los salarios y al cumplimiento de 
        las bases del trabajo, en el contexto de una agricultura escasamente 
        mecanizada donde el factor del trabajo es determinante. Esta situación 
        provocó una alta conflictividad y la constitución de alianzas entre los 
        grandes propietarios y arrendatarios y una parte de los pequeños y 
        medianos cultivadores directos en torno al agrarismo y el sindicalismo 
        católico. 
        
                    Este tipo de análisis, que se podría llevar también al 
        ámbito urbano con sus propias características, nos permite no sólo 
        cuestionar que la identidad popular fuera el eje vertebrador en la 2ª 
        República, sino también que la identidad católica –establecida por el 
        autor como la otra identidad aglutinante-, y su respuesta anticlerical, 
        no se construyó ajena a los conflictos laborales y a la identidad de 
        clase. A partir de este análisis podríamos recurrir a los discursos o a 
        los códigos culturales, y reforzar la idea de que la identidad popular 
        pudo jugar un papel en todo este periodo, pero no como eje vertebrador. 
        La cuestión de las identidades colectivas resulta mucho más compleja 
        (identidades de clase, nacionales, campesinas, etc) y ajustada a cada 
        una de las coyunturas. En cierta forma, las identidades colectivas no 
        dejan de ser una construcción analítica que nos permiten conocer como 
        los grupos se autodefinen, configuran un Nosotros frente a los 
        Otros, pero su naturaleza, con distintas intensidades, no deja de 
        ser provisional y de enorme plasticidad.   
                    El proyecto 
        republicano no fue uno sino múltiple, y además, contó con importantes 
        enemigos. Durante cinco años se desarrollaron distintos impulsos 
        democratizadores y obstáculos al mismo, en plena sintonía respecto a la 
        crisis abierta en el resto de Europa. La excepcionalidad española, por 
        lo tanto, no se sitúa en la naturaleza del conflicto sino en la solución 
        adoptada. El 18 de julio un sector del ejército intervino en el espacio 
        público con una rebelión para acabar con la primera experiencia 
        democrática en la historia de España. Rafael Cruz, en este trabajo, 
        realiza un importante esfuerzo por aportarnos una nueva mirada a estos 
        acontecimientos. A partir de este momento se abre el debate sobre un 
        libro sugerente, arriesgado y polémico. Lo cual, en los tiempos que 
        corren, es de agradecer. Gracias por ello.
  
  
     
  
       
  Rafael CRUZ, En el nombre 
      del pueblo. República, rebelión y guerra en la España de 1936,  Madrid, 
      Siglo XXI, 2006, por 
      Jorge Marco (Universidad Complutense de 
      Madrid)
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