HISPANIA NOVA

Revista de Historia Contemporánea

Fundada por Ángel Martínez de Velasco Farinós

ISSN: 1138-7319    DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998

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RECENSIONES

(2006)

          Esta sección, coordinada por Mariano ESTEBAN, está dedicada a reseñar brevemente en cada uno de sus números anuales algunas de las novedades bibliográficas más relevantes aparecidas durante el año en curso y el anterior. Aunque la selección de las obras corre a cargo del Consejo de Redacción de la revista, la sección se encuentra abierta a las sugerencias y aportaciones de los lectores.

 Rafael CRUZ, En el nombre del pueblo. República, rebelión y guerra en la España de 1936,  Madrid, Siglo XXI, 2006, por Jorge Marco (Universidad Complutense de Madrid)

            Al calor de la efeméride las librerías y centros comerciales presentan decenas de novedades y reediciones en torno al acontecimiento traumático más importante de la historia de España en el siglo XX. Los últimos meses no han sido muy alentadores, salvo algunas excepciones, pero desde las editoriales se anuncia una nueva hornada de mayor interés. Este, sin duda, es el primero en hacerlo, y estamos seguros que su publicación no es coyuntural y que provocará más de un debate en el ámbito científico y social. Decir esto a la altura del año 2006 sobre un título referente al ámbito historiográfico más visitado por los historiadores no puede ser entendido más que como un elogio. Se podrá compartir parcial o globalmente las hipótesis del autor, pero lo que es evidente es que el presente volumen es un trabajo serio, arriesgado y una apuesta fuerte por buscar nuevos enfoques a la interpretación del proceso republicano, la rebelión militar y la guerra civil.

            En primer lugar, cabría destacar el esfuerzo teórico y de conceptualización en torno a las corrientes relativas a los movimientos sociales, la acción colectiva, los ciclos de protesta y la búsqueda de un análisis cultural de la acción colectiva, es decir, su construcción social a través de los códigos culturales, identidades colectivas, discursos políticos, etc. A partir de estos instrumentos Rafael Cruz desarrolla un discurso sustentado en una hipótesis principal; la construcción social de dos identidades colectivas enfrentadas –identidad católica versus identidad popular- sujetas, eso si, a diferentes coyunturas internas y externas –marcadas a su vez por los mecanismos de exclusión y una fuerte competencia política- de polarización, fragmentación y convergencia. Antes de entrar de lleno en este asunto, y abrir el debate en torno a la cuestión de las identidades, quisiéramos resaltar algunos aspectos de interés, aun siendo conscientes de la imposibilidad de abordar todo su conjunto.

            La guerra no era inevitable. Esta es una de las ideas más repetidas a lo largo del libro, y para ello, el recurso del análisis comparativo con otras experiencias contemporáneas ha demostrado ser muy útil, permitiendo no sólo rechazar la vieja idea de la excepcionalidad española, sino también como los enfrentamientos anticlericales y una intensa conflictividad social no tienen porque desembocar en una guerra civil (caso francés) o como una rebelión militar no se vincula inevitablemente a una alta conflictividad social (caso portugués). El proceso democratizador de la II República, con su extensión de derechos y libertades -lo que denomina como conversión del pueblo en ciudadano-, pero también con sus restricciones en nombre de la defensa de la República y el orden público, es un proceso en constante construcción improvisada, en la que sus protagonistas no sabían que acabarían enfrentándose en una guerra civil. Este principio, a primera vista tan elemental –analizar la República sin la presencia y la perspectiva de la guerra- no siempre se ha llevado a cabo y es importante que se repita.

Guerra civil, por cierto, subraya el autor, que cambia de naturaleza en las primeras semanas de agosto, pasando de una guerra provinciana, y por lo tanto, corta y predecible, a una guerra cosmopolita, es decir, prolongada e incierta. El factor que cambia la naturaleza de la guerra es la intervención extranjera con el envío de material de guerra y apoyo logístico que permite a los rebeldes superar el bloqueo inicial y romper el equilibrio.

            Sería interesante, por otro lado, destacar su propuesta sobre un análisis dinámico de la violencia colectiva. La primera condición se refiere a la inclusión de la violencia dentro del amplio repertorio de acciones colectivas, de tal modo que podamos observar tanto su dimensión cómo sus dinámicas en relación con otras formas de movilización, “el aprovechamiento de oportunidades y en respuesta a la percepción de amenazas” (pp. 164). Este enfoque le permite comprobar cómo las acciones violentas fueron minoritarias en el amplio repertorio de acciones colectivas, aunque su repercusión mediática tuviera mayores impactos sociales. La respuesta gubernamental ante las demandas colectivas -tanto en el gobierno de Azaña como en el de Casares Quiroga- fue el desarrollo de una política del control policial, limitando el ejercicio de derechos y de movilización en el espacio público. El análisis cuantitativo de las acciones violentas muestran, además, como en el periodo de mayor conflictividad, la oleada huelguística de la primavera de 1936, el autor de casi la mitad de las víctimas mortales fueron los distintos grupos policiales (destacando la Guardia Civil), siendo la izquierda obrerista la víctima principal.

            No de menor importancia es el capítulo de Nuestros muertos, sobre todo en lo que se refiere a la importancia de las “invenciones” de Octubre y su repercusión en las elecciones de febrero de 1936. Mayores problemas plantea, en cambio, la interpretación de la violencia política en las respectivas retaguardias, pero debido a nuestro interés por centrarnos en la cuestión de las identidades, será oportuno posponerlo para otra ocasión.

            La hipótesis central del libro, a modo de síntesis, defiende que es la identidad popular –el pueblo- la que vértebra los discursos y las acciones, y por lo tanto, el cambio político en la 2ª República. La idea de comunidad popular no se limitaría a recoger al pueblo republicano, sino que incluiría a las comunidades urbanas, al pueblo revolucionario y al pueblo trabajador, es decir, “el pueblo no era una clase, sino la reunión orgánica de todas las clases” (pp. 29). La clase, sostiene el autor, sólo se hace visible como identidad en el Octubre de 1934 y en el frenesí huelguístico de la primavera de 1936.

            Compartimos con el autor que la cuestión de las identidades colectivas es una herramienta de análisis de gran utilidad, pero su aplicación en enfoques unívocos y parciales tan sólo le restan eficacia. En el presente trabajo, la cuestión de las identidades viene a trasladar esa falsa dicotomía entre las dos Españas. Bien es cierto que la perspectiva del autor no es esencialista, sino que presta atención a la construcción social de las identidades, pero hay ciertos olvidos que no nos pueden pasar desapercibidos.

            Cuando analizamos los instrumentos de movilización en la 2ª República no podemos manejar una mirada retrospectiva, porque entonces situamos a los agentes sociales en dimensiones que nunca tuvieron. Los partidos políticos en la 2ª República, ya fueran los republicanos o el socialista, a los que Rafael Cruz presta excesiva atención tanto en el amplio periodo republicano como más concretamente en los procesos de polarización, fragmentación y convergencia de 1936, tenían una escasa capacidad de movilización y contaban con unas marginales bases sociales. En realidad, fueron los sindicatos obreros, la socialista UGT y la anarquista CNT, los verdades instrumentos de movilización, y es en el espacio de conflictividad laboral donde con mayor vigor se configuraron, a través de la experiencia, las identidades colectivas.

De igual modo, abordar, al fin y al cabo, la 2º República, sin traer a un primer plano la cuestión de la tierra y la conflictividad agraria, es un error importante. La sociedad de la 2ª República, a pesar de los flujos migratorios entre 1910 y 1930, sigue siendo una sociedad eminentemente rural, con escasos aunque importantes focos industriales.  El análisis de Rafael Cruz tiene una perspectiva urbana, quedando el ámbito rural marginado a unas escasas referencias, lo cual plantea varios problemas.

            En primer lugar, no es posible comprender, desde la perspectiva predominante de la identidad popular, la conflictividad agraria que marcó uno de los escenarios principales de la 2ª República. La Reforma agraria, y más en particular la aplicación de una nueva legislación laboral, propiciaron una agudización de los enfrentamientos en el ámbito rural. ¿Esto quiere decir que es la identidad de clase la que vértebra el espacio de las relaciones sociales?. De ningún modo, y para ello deberíamos atender a la cuestión de los repertorios de acción colectiva e individual: desde los incendios, la caza furtiva o los robos a los motines o la huelga. Esta perspectiva nos permite señalar la existencia de repertorios polimórficos dentro de campesinado heterogéneo y en proceso de transformación, lo cual pone de manifiesto al menos dos vertientes de conflictividad: una conflictividad más marcada por su identidad de clase, vinculada fundamentalmente al sector jornalero, con reivindicaciones en torno a los salarios, las condiciones laborales, y el número de jornadas, marcado, además, por una fuerte competencia política entre la FNTT, de signo socialista, y la CNT; y una conflictividad de carácter más comunitario en torno a la cuestión de los recursos y la organización de las relaciones sociales. Pero incluso esta diferenciación de vertientes no es más que una construcción ficticia que elaboramos para comprender los procesos, dado que en la realidad los repertorios de acción colectiva no sólo coexistieron sino que fueron intercambiables.

            Podríamos, incluso, ir más allá. Las transformaciones en la estructura social  campesina y en las relaciones de producción a lo largo del siglo XX en Andalucía, por poner un ejemplo, y mas en particular durante la 2ª República, condicionaron no sólo los marcos y las estrategias de conflictividad, sino que provocaron una segmentación del campesinado que no nos permiten establecer el conflicto en dos bloques antagónicos. Por poner un ejemplo, la nueva legislación laboral de la República no afectó tanto a los grandes propietarios o arrendatarios como a los pequeños y medianos cultivadores directos, sobre todo en torno a la cuestión de los salarios y al cumplimiento de las bases del trabajo, en el contexto de una agricultura escasamente mecanizada donde el factor del trabajo es determinante. Esta situación provocó una alta conflictividad y la constitución de alianzas entre los grandes propietarios y arrendatarios y una parte de los pequeños y medianos cultivadores directos en torno al agrarismo y el sindicalismo católico.

            Este tipo de análisis, que se podría llevar también al ámbito urbano con sus propias características, nos permite no sólo cuestionar que la identidad popular fuera el eje vertebrador en la 2ª República, sino también que la identidad católica –establecida por el autor como la otra identidad aglutinante-, y su respuesta anticlerical, no se construyó ajena a los conflictos laborales y a la identidad de clase. A partir de este análisis podríamos recurrir a los discursos o a los códigos culturales, y reforzar la idea de que la identidad popular pudo jugar un papel en todo este periodo, pero no como eje vertebrador. La cuestión de las identidades colectivas resulta mucho más compleja (identidades de clase, nacionales, campesinas, etc) y ajustada a cada una de las coyunturas. En cierta forma, las identidades colectivas no dejan de ser una construcción analítica que nos permiten conocer como los grupos se autodefinen, configuran un Nosotros frente a los Otros, pero su naturaleza, con distintas intensidades, no deja de ser provisional y de enorme plasticidad.  

            El proyecto republicano no fue uno sino múltiple, y además, contó con importantes enemigos. Durante cinco años se desarrollaron distintos impulsos democratizadores y obstáculos al mismo, en plena sintonía respecto a la crisis abierta en el resto de Europa. La excepcionalidad española, por lo tanto, no se sitúa en la naturaleza del conflicto sino en la solución adoptada. El 18 de julio un sector del ejército intervino en el espacio público con una rebelión para acabar con la primera experiencia democrática en la historia de España. Rafael Cruz, en este trabajo, realiza un importante esfuerzo por aportarnos una nueva mirada a estos acontecimientos. A partir de este momento se abre el debate sobre un libro sugerente, arriesgado y polémico. Lo cual, en los tiempos que corren, es de agradecer. Gracias por ello.