Recensiones de la revista Hispania Nova

 

               

HISPANIA NOVA

Revista de Historia Contemporánea

Fundada por Ángel Martínez de Velasco Farinós

ISSN: 1138-7319    DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998

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RECENSIONES

(2007)

          Esta sección, coordinada por Mariano ESTEBAN, está dedicada a reseñar brevemente en cada uno de sus números anuales algunas de las novedades bibliográficas más relevantes aparecidas durante el año en curso y el anterior. Aunque la selección de las obras corre a cargo del Consejo de Redacción de la revista, la sección se encuentra abierta a las sugerencias y aportaciones de los lectores.

 Jesús IZQUIERDO MARTÍN y Pablo SÁNCHEZ LEÓN, La guerra que nos han contado. 1936 y nosotros, Alianza Editorial, Madrid, 2006, 320 pp., por Magdalena González.

             Nos encontramos ante una infrecuente y provechosa reflexión teórica que puede resultar sugerente y de interés para el lector preocupado por la historia del tiempo presente. Incluso a pesar de que, de una manera un tanto artificiosa, insistan los autores en que escriben a partir de su categoría de ciudadanos conscientes y no como historiadores profesionales.

     El hecho generacional del grupo de los llamados “nietos”, al que pertenecen Izquierdo Martín y Sánchez León, está establecido por la posición temporal que éstos ocupan respecto al  acontecimiento traumático de la guerra  y conformado por los recorridos que han heredado de la memoria reconstruida del mismo. En el libro, la  identidad del grupo, activo y en vías de ser dominante en la totalidad del espacio público de nuestro país, se entiende “forjada en la recuperación del rasgo silenciado durante la dictadura” y no explicitado en el tiempo escolar o académico de la transición, que es el que, principalmente, sirve de referencia personal a los de la tercera generación. Éstos reclaman un conocimiento histórico renovado que pueda ser la base de una auténtica conciencia cívica para profundizar en los cauces democráticos de una sociedad que tiene que garantizar la convivencia entre las distintas comunidades de memoria generadas por el conflicto, a pesar  de la tendencia de la memoria colectiva a querer convertirse en historia.

    El libro se divide en dos partes, Relatos heredados y Esbozos de otros recuentos, ordenando así un esquema sencillo en el que la segunda parte se presenta más como sugerencia y  punto de partida para la renovación historiográfica que como certeza académica, de la que estos autores insisten en querer distanciarse reivindicando la imprescindible reflexión sobre los paradigmas del método interpretativo. El de la naturalización y el de la alteridad serían los dos “estilos” correspondientes de aproximación al pasado, pero sólo el último guardaría según ellos una posibilidad renovadora en el propio campo de la explicación y la interpretación.

    Otra de las principales propuestas anticipadas en este primer bloque es la oportunidad de “suspender el juicio” sobre el pasado, asumir el tiempo lejano como un hecho extraño y no condicionarlo según los valores instituidos como democráticos por la transición, pero sobre los que, en realidad, se puede certificar su origen en la propia dictadura. El compromiso ético viene a presentarse como una reclamación de la libertad del historiador y del ciudadano. Aparte de otras consideraciones, entienden que el discurso de la imparcialidad y de la objetividad tampoco ha permitido hasta ahora la superación de la memoria doliente, que sigue reclamando acciones de justicia y reparación. En consonancia con esto (constituyéndose en una de sus más interesantes propuestas y reconociendo de antemano el magisterio de Southworth), defienden que el historiador debe desmitificar sin dejar de tomar partido. Es decir, garantizar la libertad propia,  asumiendo la de quienes vivieron el tiempo pasado.

      El primer encuentro, y a veces el único, de los de esta generación con la guerra, se ha producido en la mayoría de los casos en el espacio familiar. En esta primera parte del libro se hace el análisis de esta memoria cercana, basada en el recuerdo y en la imaginación de los hechos reelaborados a través del tiempo y dotados de distintos significados, y se repara en la vinculación moral que el devenir del relato ha ido generando entre quienes participan de los lazos del reconocimiento. Ahora bien, esta generación también ha socializado su “desconocimiento” del pasado a través de un  sistema educativo que eludía  “enseñar” el tema de la guerra civil española, a pesar de que lo incluía en los temarios de la asignatura de Historia.

      En un ejercicio de metamemoria  los autores vienen a confirmar el silencio y la ausencia en su ámbito escolar de una explicación auténticamente alternativa a la iniciada en época predemocrática. La interpretación que hacen es que en el terreno de la historia el mito de la guerra como cruzada fue sustituido por el más útil de la guerra fratricida que facilitaba el consenso para la convivencia a partir de un determinado momento. Frente a la falsificación alentada por la dictadura, se presentó la utilización de documentos y el rigor científico como garantías de imparcialidad. La memoria de la guerra y el valor que ésta podría haber tenido en su reconocimiento fueron rechazados en el momento de la sustitución de un mito por otro, lo que ha terminado incidiendo no sólo sobre la calidad de nuestro sistema democrático actual, sino también en el agotamiento de un modelo explicativo cuando aún queda mucho por saber y entender.

      Esta primera parte del libro concluye haciendo un recorrido por la manera en la que los autores conocen la historia presente, aunque ahora en la categoría de críticos historiadores o analistas. Fundamentalmente vienen a certificar dos cosas: la crisis de la historia social, diagnosticada en “fase degenerativa”, y el que la “renovación de los relatos no depende de la aportación de nuevos datos”, sino de encontrar claves interpretativas que hagan avanzar el conocimiento a través de la vuelta a los textos originales  y a la función significativa del lenguaje. Y aunque la argumentación acierta en algunos aspectos, la opción final (volviendo a citar a Charles Tilly o Sydney Tarrow) termina por resultar un tanto decepcionante, especialmente cuando el recorrido que han realizado por los autores de la guerra civil ha ido apartando o ignorando, excepto en el caso de Sandra Souto, el trabajo de los historiadores de la guerra civil y de la violencia política más renovadores y jóvenes a quienes no se podría relacionar con  la mayor parte de sus afirmaciones ¿A quién puede seguir interesando la crítica y denuncia del academicismo conservador precisamente en estos tiempos de renovación generacional?

     El segundo bloque temático se abre fundamentalmente en dos caminos alternativos: el estudio del lenguaje y el de la propia imaginación histórica  como puntos de partida para la formulación de nuevas preguntas. Así en las palabras (de poder, de guerra, de ciudadanos, de crisis...) entendidas como comunidades de significado, y en la complejidad de su uso para llegar a la comprensión la realidad histórica del tiempo presente, se encuentra una de las claves más atrayentes para los autores. El lenguaje es uno de los marcos referenciales de la memoria  colectiva y es el conocimiento de su valor social lo que puede permitir la reformulación de hipótesis. Después de un recorrido por términos y campos semánticos significativos en el periodo de los años treinta, la guerra  de 1936, que no es aceptada por los autores como “guerra de clases”, sí podría entenderse sin embargo como guerra social, puesto que en ella se dan conflictos y problemas de esa naturaleza y de una manera mucho más variada y amplia que la que identifica el concepto clave de la historia social. La identidad es siempre un proceso de reinvención que atiende al marco de lo social y desde cada una de las posibles identidades se vivió y ahora reinventamos, reelaboramos,  la realidad de 1936-39. Es en este esquema donde radica la posibilidad de liberarse de los mitos.

       Palabra e imaginación se unen  en la construcción de la metáfora que es el valor simbólico del lenguaje. Agotando su línea argumentativa, Izquierdo Martín y Sánchez León hacen la propuesta de establecer un diálogo con los muertos a través del método de la identificación que siguen algunos actores para la puesta en escena de sus personajes. Se trata de la posibilidad de un reconocimiento mutuo: “el proceso por el cual nos convertimos  en otras personas, más sensibles a la variedad  de las formas de comportamiento humano, a la variedad de soluciones a los problemas del mundo,  a las  contingentes formas del pasado”.

    En relación con el debate actual sobre la llamada memoria histórica al que asistimos cada día,  vuelve a aparecer otro de los rasgos diferenciadores de carácter generacional que puede tener valor como propuesta para la convivencia. Reclaman los autores la suerte que tuvieron “al no tener que memorizar un relato  sobre la guerra del 36 en las aulas”, puesto que de ese “no conocimiento” ha nacido su libertad para  revisar o construir el pasado de sus abuelos, aunque en realidad  éste sólo les pueda pertenecer a ellos y nos llegue a nosotros a través de una multiplicidad de relatos, que es lo que podemos realmente conocer a partir de un yo en permanente proceso de reinterpretación de la realidad social. La historia no es maestra de la vida, pero sí confiere una capacidad de reflexión para la acción ciudadana al margen de las propuestas viciadas de las instituciones.