ROBLEDO,
Ricardo (Ed.), Esta salvaje pesadilla. Salamanca en la guerra
civil española, Barcelona, Crítica, 2007, por Fernando
Sánchez Marroyo
(Universidad de Extremadura).
El estudio de la Guerra Civil de 1936-39 se ha convertido,
cuando estamos acercándonos al 75 aniversario de su inicio, en
uno de los campos de trabajo privilegiados por la Administración
y los investigadores. Desde que hace 30 años comenzaron a
aparecer en España solventes obras sobre la cuestión, el interés
no solo no ha decaído, sino que se acrecienta cada día, con el
riesgo de situarse en límites cercanos a la saturación. Pocos
son los historiadores que no se han sentido atraídos por este
ámbito de estudio, en el que han terminado desembarcando desde
simples aficionados a ilustres miembros del mundo académico.
Esta diversidad de autores conlleva variedad de enfoques que,
con frecuencia, han convertido este terreno en manifestación de
una forma de militancia política, en la que no ha estado ausente
la lucha ideológica. Para algunos, incluso, se trataría de un
verdadero ajuste de cuentas con un pasado que, desde luego,
habría que calificar de terrible.
La monografía provincial ha sido la vía escogida desde hace
más de veinte años, una vez la desaparición del Dictador
posibilitó el trabajo en libertad, para llevar a cabo un estudio
en profundidad del desarrollo de la Guerra Civil. Sobre todo de
los aspectos más desconocidos y obviados hasta tiempos
recientes, los que se refieren a la persecución de todos
aquellos que simpatizaban o se identificaban claramente con el
ideario republicano. Efectivamente, este enfoque zonal es el
único que permite no solo un detallado análisis del
levantamiento militar contra la legalidad republicana, de su
conversión en guerra civil sino también del proceso que hay que
considerar, sin duda alguna, su manifestación más sangrienta, la
represión sobre todos aquellos considerados enemigos potenciales
o reales de la nueva situación política que se iniciaba. La gran
laguna que había que colmatar, tanto en sus aspectos
cuantitativos como cualitativos, era precisamente la que
afectaba al destino de aquellos que no comulgaban con las ideas
que sustentaban el golpe militar. Porque si bien tras la quiebra
de la legalidad republicana se desató una represión generalizada
que afectó, según zonas, a todos los sectores sociales, los
vencedores enseguida glorificaron a sus perseguidos,
considerando incluso a los muertos como mártires. Para los otros
el olvido. De este desequilibrado trato se han derivado algunas
consecuencias perniciosas para la investigación. La recuperación
de la memoria del sufrimiento, tarea social y políticamente
obligada, tiene el riesgo de generar un exceso de emotividad, un
tono doliente que derive en la idealización de un pasado
totalmente descontextualizado. De esta forma la memoria
democrática quedaría en simple memoria roja, tan ahistórica como
la azul. No significa esto que se postule la equidistancia en el
análisis, porque la defensa de los valores éticos universales y
del derecho no admiten ni componendas ni términos medios. Pero
también es preciso admitir que no todos los que hablaban en
nombre de la República defendían principios que hoy
consideraríamos consubstanciales a la democracia.
Las circunstancias de quiebra del Estado, con la consiguiente
atomización del poder, hicieron, sobre todo en los primeros
momentos, que España se fragmentase en cantones semiautónomos,
en los que la decisión de cada responsable local resultaba
determinante. Incluso en el ámbito militar, donde los principios
de jerarquía y disciplina aparecían como esenciales, el peso
decisorio de cada jefe era fundamental. El conocimiento de estas
situaciones requiere disponer de un acervo documental adecuado,
máxime cuando por las ideologización del proceso han predominado
interpretaciones con frecuencia escasamente fundamentadas. En un
campo de estudio en el que abundan atrevidas incursiones de
publicistas de tan escaso rigor histórico como importante éxito
de público, siempre es de agradecer la aparición de impecables
trabajos académicos como éste, fruto de años sólidas
investigaciones. La obra presenta una peculiaridad formal, es un
libro colectivo editado, lo que no es frecuente, por un reputado
experto en Historia de la Economía, Ricardo Robledo, autor,
además, de varios de los capítulos, todos ellos de contenido muy
diferente. Economista es también uno de los autores del análisis
global del proceso represivo. Este se ha convertido en el motivo
central de buena parte de las preocupaciones investigadoras, por
lo problemático que resultó siempre su abordaje. Las
dificultades de acceso a las fuentes conocen diverso origen. Por
un lado está el hecho innegable de que algunos episodios o no
dejaron restos o resultan de escasa entidad. Pero otros sí
generaron abundantes vestigios documentales y sin embargo, por
diversos motivos, no siempre ha sido posible acceder a su
consulta. Sobre todo han quedado pocas fuentes sólidas acerca
del desarrollo del aspecto más sangriento de la actividad
represiva, la eliminación física de los adversarios. En los
terribles meses del verano del 36 fueron asesinados millares de
ciudadanos, de cuya arbitraria desaparición en muchos casos no
quedó constancia documental. Solo en ocasiones una anotación
registral daba cuenta de aquellas muertes. Otras muchas, cuyo
porcentaje sobre el total depende de las características que
tomó el desarrollo de la sublevación en cada zona, se produjeron
como consecuencia de la actuación de los tribunales militares.
En estos casos, la burocracia judicial castrense ha dejado
abundantes restos, no siempre de fácil acceso. Desde luego la
documentación militar de carácter penal, muy pormenorizada como
toda la de origen procesal, resulta de un valor incalculable.
Aunque es información de parte, en un momento en el que además
no solo las garantías procesales no preocupaban especialmente,
sino que también había un convencimiento claro de la perversidad
y consiguiente culpabilidad del adversario, aporta valiosos
datos. Estos ilustran tanto sobre los comportamientos públicos
de las víctimas como acerca de la mentalidad de los verdugos. A
falta de la pieza procesal, destruida en muchos casos, los
expedientes carcelarios incluyen una copia de la sentencia. Los
resultandos, la relación de hechos que cada tribunal consideraba
probados, ofrecen amplias posibilidades de conocer las
circunstancias que llevaron a los reos a aquella difícil
situación. De manera claramente aleatoria, solo en ciertos
archivos militares (Madrid, Sevilla, Ferrol) se ha conservado
una amplia muestra de los procesos incoados a millares de
republicanos. Los que hemos podido acceder a estos fondos
sabemos de sus potencialidades heurísticas.
Casi todos los libros de este tipo los han publicado
tradicionalmente las editoriales institucionales, que no tienen
como objetivo el lucro. El hecho, que no deja de llamar la
atención, de que en nuestros días una editorial privada de
carácter nacional, cuya funcionalidad no debe ser la benéfica,
se ocupe de publicar este tipo de obras, en principio con un
mercado muy restringido, muestra que hay una demanda social que
convierte la empresa en rentable económicamente. Recientemente,
en la reseña de las memorias de Schiffrin, aparecida en un
conocido periódico de circulación nacional, se incluía una
reflexión del autor: "Las grandes editoriales dejan de publicar
libros de ciencias sociales porque no los estiman rentables”. El
hecho de que en España se den las situaciones que comentamos,
muestra que la buena aceptación por el público de estos trabajos
está determinada por factores ajenos a la simple curiosidad
histórica. En su lectura convergen otras preocupaciones que
tienen mucho que ver con la recuperación de la Memoria y la
necesidad de rescatar del olvido las terribles situaciones
personales que se vivieron en aquellos años. Pocas son las
provincias españolas que no tienen ya su correspondiente
monografía. Ahora aparece la de Salamanca, un territorio de
tradicional dominio de los partidos de derechas. Esta hegemonía
durante los años republicanos queda confirmada por los
resultados electorales, con una presencia masiva de la CEDA, que
copó buena parte de las actas en juego. Reflejo de que, como se
decía en aquellos días, Salamanca era la vanguardia del
derechismo español. En ella el aspecto represivo, la gran
aportación de este tipo de trabajos y lo que interesa
clarificar, no alcanzó los niveles cuantitativos que se
conocieron en la España del Sur. Salamanca, como las demás de la
Meseta Norte fue una provincia cuyo control no ofreció a los
sublevados especiales dificultades. Esto tuvo como consecuencia
que el comportamiento represivo, desde el punto de vista
numérico, fuese menos sangriento que los que se conocieron más
al Sur. Pero no se trata solo de contar muertos. La intolerancia
y la falta de respeto a la libertad no es cuestión de números y
de ello da buena cuenta este libro. Como viene siendo habitual
en este tipo de obras, el título se mueve en la senda ya
conocida, de sustantivos rotundos, que caracterizan con
precisión un contenido previsible, y adjetivación a tono para
relatar tanto horror. Aunque las posibilidades del diccionario
son ilimitadas, el agotamiento de los repertorios parece
cercano. Razones comerciales obligan a utilizar en los títulos
estos términos de contenido doliente, por lo demás
suficientemente justificados, con tal profusión, que terminará
resultando difícil encontrar expresiones originales. El eje de
este sólido estudio multifocal, que cuenta con más de cien
páginas de notas, es la ciudad de Salamanca, capital del nuevo
estado durante un tiempo y residencia del Caudillo, lugar, por
tanto de gran simbolismo en el régimen que nacía. Pero hay que
dejar claro que no es un simple trabajo local. El contenido de
algunos de sus capítulos trasciende el mero particularismo
provinciano y convierten al libro en valiosa guía para
orientarse en las complejas circunstancias que caracterizaron a
aquellos procelosos años. Se incardina así en la nómina de
aquellos grandes estudios que resultan, en atinada expresión
clásica, de conveniente y provechosa lectura.
La equilibrada estructura de este libro colectivo, en el que
intervienen una docena de especialistas la mayoría de la
Universidad de Salamanca, permite atender a aspectos muy
diversos. Es de resaltar la amplitud de miras en el enfoque que
deja en un lugar secundario a los aspectos estrictamente
bélicos. A diferencia de otros trabajos similares, centrados de
manera monográfica en el plano político, aquí el carácter
colectivo de la obra hace posible poner a punto un amplio
enmarque, con los fundamentos económicos, sociológicos e
ideológicos, a cargo de diferentes especialistas. Parece la
concreción de aquel veterano paradigma, considerado en tiempos
de certidumbres escolásticas aspiración suprema, de la Historia
Total.
La obra, que cuenta con un prólogo de otro conocido
historiador de la economía, Josep Fontana, habitual en los
últimos tiempos en este tipo de obras, está dividida en dos
partes, cada una de ellas subdividida a su vez en varios
capítulos. La primera parte recoge diferentes trabajos, de
enfoque muy diverso, que van desde el análisis de la
problemática del mundo rural salmantino, a la detallada
descripción de la actuación represiva. La segunda tiene un
carácter personal, conlleva un contenido biográfico, está
constituida por cinco capítulos que analizan las peripecias
vitales e ideológicas de distintos personajes ligados a la
ciudad y de especial protagonismo en aquellos años. Desde el
imprescindible Unamuno, referente intelectual y humano del
desgarro personal que ocasionó la tragedia bélica, hasta el
canónigo Castro Albarrán, ideólogo y teorizador de la idea de
Cruzada, pasando por destacados personajes del republicanismo
salmantino y de la reacción conservadora. Se trata de pues de
breves monografías sobre las peripecias de personajes notables
por su simbolismo no solo en el ámbito de la izquierda (Casto
Prieto), sino también de otros ámbitos ideológicos más templados
(Filiberto Villalobos) o claramente posicionados en contra de la
República (el canónigo Castro Albarrán). Como no podría ser de
otra forma, por lo ya dicho, el libro se abre con un amplio
capítulo, de autoría colectiva (Ricardo Robledo y Luis Enrique
Espinoza), exhaustivamente anotado, en el que se analizan las
tensiones en el mundo rural y el papel de la reforma agraria
republicana. El hambre de tierras aparece como elemento motor de
la dinámica sociopolítica de aquellos años. La cuestión social
del campo resultaba fundamental en una provincia como Salamanca
que, aun localizada al Norte del Sistema Central, quedó incluida
en el grupo de aquéllas del Mediodía en las que el problema del
latifundio, o lo que es lo mismo la concentración de la
propiedad, representaba un duro reto a resolver por las
autoridades republicanas. Propietarios y modestos campesinos y
asalariados, encuadrados en sus respectivas organizaciones
(Bloque Agrario, Unión de Agricultores, Federación Obrera) con
la Guardia Civil como imposible árbitro, se enzarzaron en una
permanente disputa cada día más violenta y con menores
posibilidades de avenencia. El intento de modificar la
distribución de la renta en un sentido favorable a los más
modestos no podía ser bien visto por las oligarquía
tradicionales. Con el triunfo de la sublevación, aquéllos que se
habían destacado en esta verdadera lucha de clases en defensa de
los intereses de los campesinos pobres, serían las víctimas
naturales de la persecución.
La actividad pública en el ámbito educativo de dos ilustres
salmantinos, José María Gil Robles y Filiberto Villalobos, da
pie a Santos Juliá para poner de manifiesto, en un breve
trabajo, las muy enfrentadas concepciones de estos personajes,
los dos católicos, acerca de una cuestión tan trascendental. Se
trataba de resolver un viejo enfrentamiento que venía del siglo
XIX, determinar a quien correspondía la suprema dirección en la
formación educativa, en suma bajo qué principios debía
orientarse la enseñanza.
El intento de restar protagonismo a la Iglesia Católica fue
un destacado factor de desgaste del régimen. El papel de la
institución eclesiástica salmantina es otro de los capítulos
debido al editor Ricardo Robledo. Muestra como desde el primer
momento el naciente régimen se encontró con una cerrada
oposición por parte de la jerarquía y el clero de las dos
diócesis de la provincia (Ciudad Rodrigo y Salamanca). Si esta
actitud de rechazo era anterior a la instauración de la
República, se fue intensificando a medida que el régimen
desplegaba su actividad legislativa. En esta tarea de desgaste
desempeñarían un notable papel grupos de laicos. Iniciada la
guerra, la tarea deslegitimadora de la democracia republicana
alcanzó altas cotas de violencia y no solo verbal. Además,
convertida Salamanca en centro de poder de la naciente España,
había que colaborar en la tarea de mostrar a los católicos del
mundo la verdad de la nueva situación. Esta obra de propaganda
tendría su eje fundamental en una peculiar experiencia, el
Centro Católico de Información Internacional.
Santiago López y Severiano Delgado son los autores del que
podría considerarse, por su contenido, uno de los capítulos
centrales de la obra, la represión en Salamanca durante la
guerra civil. Sus 90 páginas de texto a las que deben unirse las
que ocupan las numerosas notas, suponen más de la cuarta parte
de la obra. Entre ellas se incluye un valioso anexo, fundamental
aportación de este tipo de trabajos, constituido por una
relación nominal de víctimas de la represión. Además de lo que
supone de reparación histórica de una casi secular injusticia,
tiene una doble funcionalidad, una académica y otra comercial.
Por un lado permite trascender el marco local al posibilitar los
estudios comparativos con otros ámbitos territoriales. Por otro,
ese contenido personal se convierte en un factor clave para
atraer a nuevos lectores, interesados por conocer las peripecias
vitales de parientes y vecinos. Con ayuda de fuentes de diverso
tipo, las usuales en estos casos, incluyendo las procedentes de
archivos militares, se analiza el desarrollo del golpe militar y
la violenta desactivación de los contados focos de resistencia.
La financiación del esfuerzo bélico en la provincia mediante
expedientes excepcionales es tratado por Mª Luz de Prado que se
basa en los resultados de su reciente tesis doctoral sobre la
cuestión. Cierra esta primera parte un estudio de Jaime Claret,
autor de un conocido libro sobre la destrucción de la
universidad española por el nuevo régimen, que analiza el papel
de la Universidad de Salamanca en esta siniestra tarea. Sería
una modalidad de laboratorio que daría la base experimental
necesaria para la radical transformación de todo el sistema de
la enseñanza superior, erradicando la tradición liberal que
había protagonizado el esplendor cultural del primer tercio de
siglo.
Los enfoques personales, con un contenido biográfico
variable, incluyen como se ha apuntado un trabajo de Luciano G.
Egido sobre la difícil situación de Unamuno en los últimos meses
de su vida, cuando pasó a convertirse en un hombre fuera del
tiempo y cabría decir también del espacio. Javier Infante
realiza un apunte biográfico de un peculiar personaje afín a los
sublevados, Diego Martín Veloz, que, como indica el subtítulo,
pasó de matón de casino a caudillo rural. Muestra como en
aquellos tiempos de brutal arbitrariedad no faltaron los gestos
de caprichosa humanidad de algunos personajes. Los últimos días
de Casto Prieto Carrasco, alcalde Salamanca, son analizados por
Ricardo Robledo a partir de su correspondencia carcelaria.
Josefina Cuesta y Manuel Redero estudian las peripecias de
Filiberto Villalobos tras el triunfo de la sublevación, que le
sorprendió en la ciudad de Salamanca. Su caso es el de un
centrista reformista superado por los extremos, al que la nueva
situación política ocasionó graves problemas personales y
notable quebranto económico. No eran tiempos para los tibios. El
canónigo magistral Castro Albarrán aparece en el trabajo que
cierra el libro, también de Ricardo Robledo, como el creador de
un discurso ideológico de extrema derecha, legitimador de la
intervención militar en la vida pública. Como ocurre con
aquellas personas que alcanzan gran longevidad y mantienen su
coherencia inasequibles al desaliento, llegaría a vivir muy
contradictorias experiencias. Radical enemigo de cuanto
representaba la II República, conocería su momento de gloria con
el triunfo de la Cruzada que teorizó y justificó, para terminar
al final viendo reaparecer victoriosos los principios contra los
que había luchado durante su vida.
En definitiva, valiosa aportación historiográfica a una tema de
tanto interés social y académico como es el de la Guerra Civil,
que se beneficia de la variedad de enfoques y autores, cuyo
contenido trasciende lo meramente local. El libro se cierra con
un índice onomástico que ayuda, además, a manejarse con
comodidad en este inmenso bosque pleno de datos y de sugerentes
análisis.
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