HISPANIA NOVA                 NÚMERO 2 (2001-2002)

ROBERTO G. FANDIÑO, Universidad de La Rioja. Logroño
Logroño, 1936. La quema de conventos, mitos y realidades de un suceso anticlerical

1. Introducción. Directrices para abordar el estudio del fenómeno anticlerical

El anticlericalismo contemporáneo ha sido tratado en numerosos estudios y artículos cuyo punto de partida suele ser el de señalar la tremenda complejidad del fenómeno a estudiar, así como la aseveración de que éste constituye en la España de los siglos XIX y XX la herencia de una larga tradición que se remontaba a la Edad Media[1]. Efectivamente, los testimonios que señalaban a los curas, frailes y monjas como portadores de los peores vicios entre los que destacaban fundamentalmente la avaricia, la lujuria y la glotonería se habían venido repitiendo con el paso de los siglos hasta quedar firmemente entroncados en el acervo popular[2].

Lo que de novedoso aportaba el anticlericalismo contemporáneo era que con él se pasaba de las palabras, los chistes y las sátiras a los hechos, es decir, que en sus manifestaciones fue acompañado de una violencia que además era expresión de todo un credo político y de un repertorio y acción movilizadora de la que había carecido en períodos históricos precedentes[3].

Desde los inicios del siglo XIX los liberales habían sabido unir la causa del progreso modernizador a la de la secularización de la sociedad española encontrando en el anticlericalismo un excelente elemento movilizador, transformándolo en una especie de subcultura política, una forma de entender la sociedad y contemplar la vida surgida de la interacción y la influencia recíproca entre la cultura popular y las elaboraciones de los intelectuales anticlericales[4].

Fig. 1. Ilustración en el anticlerical Quijote que muestra los vicios del clero, enemigo acérrimo de la libertad

Es importante destacar, no obstante, que desde sus comienzos esta nueva mentalidad que embestía animosamente contra el clero haciéndole responsable, entre otras cosas, de frenar los avances del país sumiéndole en las tinieblas del atraso y el oscurantismo tuvo su correlación con el surgimiento de otra que, en paralelo, defendía a capa y espada las virtudes del clericalismo y su preponderancia en la sociedad española[5].

Este enfrentamiento se intensificó durante las primeras décadas del siglo XX alcanzando su clímax durante la crisis de los años treinta y, sobre todo, con el intento secularizador que representaban las reformas impulsadas por la Segunda República. Éstas fueron el detonante de una batalla en la que se aprecia con claridad como ambas tendencias habían encontrado una plataforma desde la que difundir sus ideas, mitos y creencias en una prensa dispuesta a airear los conflictos sociales y políticos en clave clerical y anticlerical, si bien es cierto que la prensa católica de derechas gozaba para ello de una red de diarios con ramificaciones en todas las provincias respaldada por la alta burguesía y las elites locales, dotada de mejores infraestructuras para propalar su visión apocalíptica sobre la desintegración social que había de producirse en el país si éste sucumbía ante el empuje de la modernización. Semejante discurso quedó patente con la presentación de las elecciones del 12 de abril de 1931 como una dicotomía entre monarquía y comunismo[6]. Esta cuestión ha quedado algo oscurecida por la vehemencia y el encono furibundo que mostró la denominada prensa anticlerical en sus caricaturas, sátiras y burlas que apelaban a lo popular representando al clero como fuente de todo tipo de corrupciones y en íntima unión con la monarquía y el ejército[7].

Lo cierto, es que apenas había transcurrido un mes desde que se proclamó la República cuando se declararon los primeros sucesos anticlericales. Fue en Madrid, el 6 de mayo de 1931, donde se prendió la mecha de la pira anticlerical que se extendió por Levante y el Sur de la Península hasta el día 12 del mismo mes arrasando tras de sí iglesias y conventos, círculos monárquicos, asociaciones católicas de obreros y edificios de la prensa de derechas[8]. A pesar de que la responsabilidad de los incendios no ha quedado clara, lo que parece evidente es que comenzaron con una manifiesta provocación monárquica, aunque hay quien los ha interpretado como una explosión del descontento popular debido a la frustración que había producido entre las masas la lentitud de los revolucionarios cambios esperados del gobierno republicano, que en el imaginario popular no significaban otra cosa que la erradicación del clericalismo[9]. Dejando a un lado la cuestión de quienes estuvieran detrás del lanzamiento de las primeras antorchas, los sucesos acaecidos en 1931 acababan de ensanchar una de las grandes fisuras que el país arrastraba desde el siglo XIX radicalizando las posturas y precipitándolo hacia el abismo de la guerra civil.

No obstante, a pesar de la violencia desatada contra los edificios y los bienes católicos durante los incidentes, estos finalizaron sin que hubiese que lamentar desgracias personales, pues la ira popular no arremetió contra la integridad física de los sacerdotes. Un cambio decisivo en el repertorio de la acción colectiva anticlerical se produjo en la revolución asturiana de 1934, cuando la persona de los clérigos sustituyó a sus posesiones como objetivo primordial de aquellos que abogaban por el nacimiento de una nueva sociedad que debía arrumbar con cualquier vestigio que recordara al pasado. Pero ¿qué fue lo que convirtió a curas y frailes en el más odiado de los enemigos frente a quienes tradicionalmente habían ejecutado la represión contra las protestas populares como la aborrecida Guardia Civil?

Para encarar esta cuestión sería necesario hacer un inciso en esta exposición y retrotraernos a las explicaciones ofrecidas por los historiadores en torno a dos acontecimientos clave de marcado signo anticlerical que tuvieron lugar antes de 1934: la Semana Trágica de Barcelona y los sucesos de 1931. Para Joan Conelly Ulmann, cuya obra sobre la Semana Trágica se ha convertido en un verdadero clásico, el anticlericalismo tuvo durante el desarrollo de esta una clara función política[10]. La historiadora norteamericana defiende la tesis de que los radicales de Lerroux aprovecharon la circunstancia de que en aquel momento eran el único movimiento político capaz de movilizar a las masas atrayéndolas con la demagógica promesa de la realización de la revolución social, mientras que se aplicaban a frenar un auténtico y espontáneo movimiento revolucionario salvaguardando así los verdaderos pilares del régimen. No obstante, la profesora Ullmann reconocía que esta manipulación sólo fue posible porque el anticlericalismo ya existía como fuerza motriz y señalaba una serie de acontecimientos acaecidos durante el Gobierno de Francisco Silvela como los continuos levantamientos carlistas, el dramático juicio de Adelaida Ubao o los sucesos que rodearon el estreno de la obra Electra[11] de Benito Perez Galdós, que escenificaba los mismos elementos contenidos en el caso Ubao.

La explicación que esta brillante obra nos ofrece en torno a la Semana Trágica se queda corta, sin embargo, a la hora de explicar aspectos tan importantes de la movilización como la exhumación de cadáveres que la autora achacaba a la curiosidad malsana y a la creencia, muy extendida por ciertas obras de teatro de gran popularidad, de que tras las paredes de los conventos se albergaban fabulosos tesoros[12]. Lo que se le puede objetar a la impecable argumentación de Ulmann es que en ningún momento parezca preguntarse por qué este tipo de obras habían calado tan hondo en el imaginario popular y adquirido tal credibilidad entre las gentes que en 1909 se sumaron a la profanación de tumbas y sepulcros de los conventos.

Empero, debe quedar claro aquí que esta matización no invalida en absoluto las excelentes argumentaciones que la hispanista norteamericana nos ofrece para intentar comprender las razones que impelieron a los obreros a atacar los establecimientos religiosos, que en su mayor parte aluden a una motivación sociopolítica. De esta forma, los trabajadores atacaron las escuelas religiosas porque éstas impedían la gestación de una eficiente escuela nacional y por tanto su educación, los centros asistenciales y de beneficencia porque les privaban de puestos de trabajo en un doble sentido: eliminaban a los seglares de un trabajo remunerado y, además, los internos producían manufacturas a bajo precio que hacían la competencia a las pequeñas empresas. Por último, los círculos de obreros católicos se hacían objeto de la animadversión popular por considerarlos un refugio de esquiroles[13].

Esta serie de cuestiones tuvieron sin duda un importante peso en la movilización colectiva de quienes provocaron los incendios, pero no bastan para entender en toda su complejidad el problema del anticlericalismo. De mucho menos interés han resultado las interpretaciones que han querido explicar los motines anticlericales aludiendo solamente a la responsabilidad de anarquistas y lerrouxistas o a la idea de que habían sido promovidos exclusivamente por la derecha monárquica con el fin de reforzar su influencia sobre las masas católicas. Todas estas argumentaciones no sólo son insuficientes, sino que suelen mostrarse incapaces de escapar de un partidismo tendente a presentar problemáticas tan complejas como la del anticlericalismo desde un cierto maniqueísmo que, lejos de aportar alguna luz con la que enriquecer nuestro conocimiento del tema, lo ensombrece insertándolo en debates estériles[14].

Sin embargo, aunque las interpretaciones aportadas por Ullman tienen un gran calado y resultan de considerable validez para entender el fenómeno del anticlericalismo contemporáneo, pues muestran con una gran perspicacia como los cambios producidos en España desde la crisis finisecular confirieron a esta corriente ideológica un carácter marcadamente político fusionado con una monumental capacidad para movilizar a las masas, dejaban abiertos algunos interrogantes sobre el peso de determinadas motivaciones de índole cultural que hoy parece que tuvieron mayor importancia que la que tradicionalmente se les ha concedido.

De ahí que se pueda considerar que la aparición de estos nuevos rasgos propios del anticlericalismo contemporáneo no impida que éste encuentre en una larga tradición no sólo los motivos para hallar en los sacerdotes y frailes el centro de la ira popular, sino también los modelos adecuados con los que diseñar todas sus acciones de protesta. Por tanto, aunque no podamos remontar a la noche de los tiempos la existencia de una serie de conductas violentas y sacrofóbicas contra la religión, si que estamos en condiciones de afirmar que el peso de todo un acervo cultural basado en el desprestigio del clero tuvo una importante repercusión en la forma en que éste se manifestó en nuestra edad contemporánea[15].

No resulta extraño que, como muy bien ha sabido ver Julio de la Cueva Merino, se puede afirmar que diversas tradiciones culturales y la violencia anticlerical estuvieron claramente relacionadas, pues las primeras proporcionaron moldes donde verter el contenido de las segundas confiriéndoles un claro carácter ritual, como queda demostrado en casos como los de la matanza del cerdo o las corridas de toros[16]. En muchas ocasiones este marco ceremonial se tomaba prestado de la propia religión, como era en el caso de las parodias litúrgicas o en el de la befa de algunos de los elementos de culto más característicos del rito católico. Todo ello tendería a reforzar la idea, apuntada por Gerald Brenan para el caso de los anarquistas, de que muchos de quienes promovían y protagonizaban los sucesos anticlericales lo hacían movidos por un intenso sentido religioso mezclado con un amargo sentimiento de decepción y abandono por parte de la Iglesia oficial[17].

Fig. 2. Milicianos realizando una parodia litúrgica. Fuente: The General Cause (Causa general) The red domination in Spain, Madrid, 1946

No obstante, algunos de los componentes de estos repertorios de protesta contra la religión y la institución eclesiástica es necesario explicarlos bajo un nuevo esquema interpretativo. Este es, por ejemplo, el caso de la iconoclastia que no iría destinada a destruir el poder del icono, ya que los iconoclastas no creen en él, sino a la demostración práctica de la impotencia de éste al tiempo que se intenta demostrar una superioridad moral e intelectual sobre los iconolátras[18].

Dicha supremacía moral que se atribuían quienes dirigían el centro de su ira contra la Iglesia y los clérigos resulta clave para explicar otro de los elementos integradores del anticlericalismo contemporáneo que no es otro que su alto contenido moral de fuerte influencia cristiana. Así, una de las acusaciones que se repiten ininterrumpidamente contra clérigos y órdenes religiosas es la de fariseismo y traición al evangelio, pues se afirma que mientras dicen hablar en nombre de los pobres siguiendo las enseñanzas de Cristo, viven rodeados de riqueza y ambicionan el poder, al tiempo que bajo el discurso preconizador de las ventajas de la castidad y la pureza se esconde la más abyecta de las lujurias[19].

Estas acusaciones, que ya se encontraban en la dilatada tradición anticlerical española, adquieren gran fuerza en el siglo XX cuando se constata la imposibilidad de hacer política sin contar con las masas y se descubre en el rancio discurso anticlerical un argumento de alta rentabilidad populista[20]. Por otro lado, es necesario tener en cuenta como la Iglesia católica española fracasó en el intento de atraer para su causa a las clases trabajadoras pasando de ser una religión de status quo, que secularmente había difundido una teoría beneficiosa para los intereses de la clase dirigente a cambio de la protección y los beneficios económicos que ésta le otorgaba, a ser una religión abiertamente contrarrevolucionaria que pretendía la reinstauración en el poder de la vieja clase dominante[21]. Este papel quedó evidenciado de forma palmaria en la educación que la mayor parte de los jóvenes burgueses afiliados a la sección juvenil de la Confederación Española de Derechas Autónomas (JAP), las JONS o Falange recibieron en las escuelas religiosas de los Jesuitas o en las Congregaciones Marianas. Una función que se acentuó especialmente en las ciudades de provincias donde el peso de esta serie de valores se incrementó por los vínculos de proximidad propiciados por las Asociaciones Católicas de jóvenes, los boletines y las hojas parroquiales que garantizaban la presencia activa de toda una serie de normas de comportamiento y conducta en la vida cotidiana de los alumnos. Entre estos preceptos destacaban notablemente un militarismo basado en la disciplina, el estoicismo y la abnegación, una visión profundamente jerarquizada del cuerpo social y una persistente insistencia en la idea de diferenciar claramente los papeles que los individuos han de jugar en la sociedad atendiendo a su género[22].

Partir de esta premisa nos llevará a rebatir desde un principio una vieja idea difundida por la historiografía franquista y por la derecha católica, sobre todo desde los inicios de la dictadura, que insiste en afirmar que el apoyo de la Iglesia a la reacción antidemocrática encabezada por los militares golpistas se inició tras los acontecimientos anticlericales, pues como se ha podido ver ésta había comenzado mucho tiempo atrás[23].

Tener este factor en cuenta nos capacitará además para comprender mejor porqué el pueblo español vio en la Iglesia uno de los mayores frenos en el proceso de construcción de la nueva sociedad que esperaban surgiera con el advenimiento de la República. Para muchos españoles el siglo XX iniciaba su andadura preñado con la simiente de una humanidad que se desarrollaría en condiciones de plena igualdad. Era por tanto necesario favorecer el parto aplastando cualquier vestigio del viejo orden para precipitar la llegada del hombre moderno alumbrado por una nueva moral contra la que nada podrían las arcaicas fuerzas del oscurantismo.

Precisamente en este punto es donde cobran toda su importancia las críticas de carácter ético que se dirigirán al clero a quien se identifica con el pasado oponiéndole todo un universo de representación que simbolizaba lo novedoso. Frente a la vieja religión se antepone otra nueva en la que la virgen es sustituida por la joven república representada con los atributos de belleza y pureza que anteriormente se atribuían a la primera, sobre las cenizas de las Iglesias que encarnaban las penumbras de la ignorancia se edificarían escuelas, modernos templos del saber, en un intento por desacralizar el territorio que afectaría a todos los signos evocadores de la antigua tiranía como las campanas, pues como se afirmaba en una revista comarcal de orientación libertaria tras el sangriento verano de 1936:

"Si salís a las afueras echad un vistazo a la ciudad y enseguida notaréis una tan grande transformación que os parecerá imposible. Como por arte de encantamiento han desaparecido aquellas campanadas que, durante siglos y más siglos, habían sido la llamada matinal... De pronto los campanarios han enmudecido. ¿Qué ha pasado? Ha pasado que el pueblo, el verdadero, levantando el puño ha hecho saltar la venda que cegaba los espíritus apagados, y les ha dicho: ¡Campanas, no! ¡Sirenas! Y este pueblo inflamado por un sentimiento de progreso ha escalado decidido y entusiasta los treinta y pico campanarios y de un empujón ha tirado las campanas de arriba abajo; bajaban por el espacio dando repiques, hasta que su pesado cuerpo sordo y amortiguado apagaba su clamor para siempre, aquel clamor que, hasta ayer, lo mismo servía para tocar a fiesta que a duelo"[24].

Todo parecía preparado para un nuevo inicio en el que lo pasado apenas sirviera como material para el recuerdo, pero había algo que permanecía bien arraigado en la cultura tradicional y la vida cotidiana española y que resistía como una pesada herencia al empuje de los nuevos tiempos. Este rasgo no era otro que el tradicional machismo de la sociedad hispana que se hizo especialmente explícito en la obsesiva insistencia de argumentos anticlericales centrados en el tema de la sexualidad de los curas[25].

Esta reiteración y persistencia en las denuncias del comportamiento sexual de los religiosos sólo pueden entenderse si tenemos en cuenta que en una sociedad tradicionalmente machista el sacerdote era el único que tenía acceso a todas las mujeres en aspectos que, además, estaban vetados para el resto de los hombres gracias al sacramento de la confesión. Por otro lado, también se acusaba al confesor de aprovechar esta privilegiada posición para intentar influir y dirigir la conducta de las feligresas en asuntos que tenían más que ver con la política y la sociedad que con la religión. Así lo denunciaba Margarita Nelken en los años veinte cuando afirmaba que era indudable que:

" (...) de intervenir nuestras mujeres en la vida política, ésta se inclinaría enseguida muy sensiblemente hacia el espíritu reaccionario, ya que aquí la mujer, en su inmensa mayoría, es, antes que cristiana, y hasta antes que religiosa, discípula sumisa de su confesor, que es, no lo olvidemos, su director"[26].

Pertenecer al sacerdocio implicaba también poder disfrutar de lo que se había convertido en el objeto de deseo erótico por excelencia y que tan sólo parecía accesible para el cura: la novicia. No olvidemos que Alejandro Lerroux había invitado a sus seguidores con su retórica inflamada y deslenguada a alzar "el velo a las novicias y elevadlas a la categoría de madres para virilizar la especie"[27].

La obcecación con la lujuria secreta del clero motivó en muchos de los casos algunos de los episodios más feroces del fenómeno anticlerical como pudo ser el de las exhumaciones revolucionarias, pues muchos de quienes desenterraban los cadáveres buscaban, en no pocas ocasiones, las pruebas que delataran el proceder licencioso del clero, así como diferentes objetos eróticos o momias de monjas sepultadas con fetos probando de esta manera la naturaleza pecaminosa y antinatural de la vida en la comunidad monástica. Además, los desenterramientos pretendían mostrar a las claras la ausencia de santidad que se hacía explícita en los efectos de la corrupción sobre los cuerpos enseñando como, a pesar de haberse recubierto de un halo de santidad, los miembros de la Iglesia quedaban sometidos a la misma suerte que el resto de los mortales condenados a la muerte y la putrefacción[28].

Fig. 3. El espectáculo terrible de las exhumaciones revolucionarias en Barcelona. Fuente: The General Cause (Causa general) The red domination in Spain, Madrid, 1946

Fig. 4. Momias en las calles de Barcelona. Fuente: The General Cause (Causa general) The red domination in Spain, Madrid, 1946

En definitiva, la acción colectiva emprendida contra los religiosos y sus propiedades en el marco de nuestra historia contemporánea encontró uno de sus principales acicates y argumentos en reproches de tipo ético aunque, como hemos visto para el caso de los confesores, no creo que se pueda separar tajantemente en el universo de la representación mental la ética y la acción política, pues para las clases populares la segunda queda ligada a la primera y se desprende de ésta[29]. De hecho, la conclusión con la puede cerrarse esta propuesta del tema que a continuación va a desarrollarse, es que los motines anticlericales suponen un excelente ejemplo de cómo es imposible construir cualquier exposición histórica atendiendo a explicaciones unicausales o rechazando de plano cualquier vía de estudio. En el anticlericalismo español contemporáneo se funden de manera ejemplar motivaciones políticas, sociales y económicas con otras de tipo cultural o mental sin que pueda prescindirse de unas o de otras para arrojar alguna luz sobre tan peculiar fenómeno. El presente ensayo analizará un episodio de historia local que tuvo lugar en la pequeña ciudad de Logroño y su provincia. Con ello no se persigue la utópica finalidad de acercarse a la idealizada Historia total pues, como afirmaba Marc Bloch, a veces la unidad de lugar no es más que mero desorden, sino la de aclarar en lo posible uno de los capítulos más oscuros de la historia de esta ciudad tomando como eje unificador del estudio un problema central como es el del anticlericalismo[30].

 

2. Motines anticlericales en la Provincia de La Rioja y quema de conventos en Logroño el 14 de marzo de 1936

Anteriormente se han intentado mostrar algunas de las causas que contribuyen a hacer del fenómeno anticlerical uno de los más complejos y apasionantes de la historia contemporánea española haciendo especial hincapié en la idea de como el discurso programático e ideológico en el que descansa la movilización contra la institución eclesiástica y sus representantes estaba integrado por diferentes elementos, que amalgamaban de forma ejemplar factores de índole social, económica y política con otros más cercanos al universo cultural, el imaginario colectivo y las representaciones mentales[31].

Ahora bien, para que se abriera la puerta al estallido de sucesos en los que se pudiera verter toda esta tradición era necesario que se encontrasen el momento y las experiencias oportunas para que aquella se expresara[32]. La España de los años treinta atravesaba la coyuntura propicia para que las revueltas sociales se tiñesen con ígneos tintes anticlericales. Paradójicamente, el estallido de este tipo de situaciones fue servido en bandeja por aquellos que decían hablar en nombre del orden social y la estabilidad. Así fue en el caso de la revolución asturiana de 1934, que no constituyó sino una prueba del descontento obrero por el firme retroceso impuesto desde el gobierno radical-cedista a la política de tímidas reformas sociales practicada en el período comprendido entre 1931-1933. No resultaba extraño que los mineros asturianos vieran en el nexo existente entre la derecha católica y la Iglesia a la encarnación del oscurantismo propio del pasado frente a los nuevos tiempos que debían alumbrarse con su revolución proletaria.

En los inicios de la guerra civil, y especialmente en el sangriento verano de 1936, fueron de nuevo quienes se sublevaron para contener el caos y la tan temida revolución quienes acabaron provocándola al fracasar el golpe de Estado con el cual pretendieron arrumbar la Constitución que antaño habían jurado defender. La violencia revolucionaria que siguió al inicio del levantamiento militar contra la República encontró además allanado el camino en el vacío de poder y la desorientación con la que las autoridades republicanas enfrentaron los primeros momentos de la contienda civil[33]. No tardaron las ansias justicieras de quienes se aprestaban a encender la mecha de la revolución en servirse de iglesias y conventos como el primer combustible y en convertir a sus inquilinos en víctimas preferentes del terror caliente que caracterizó a los primeros meses de la guerra civil. Para quienes se veían a sí mismos como la vanguardia del nuevo mundo que estaba por nacer, los sacerdotes simbolizaban uno de los grandes males sociales que era necesario eliminar en bien de la salud pública[34].

Lo que parece quedar claro con lo dicho hasta ahora es que tanto los momentos de agitación revolucionaria, como aquellos de vacío de poder o crisis institucional eran especialmente propicios para que el viejo discurso anticlerical aflorase en las movilizaciones colectivas. En eso, la ciudad de Logroño no constituyó excepción alguna en fecha tan temprana como el 14 de marzo de 1936[35]. Antes de pasar a la narración y valoración que de los hechos podemos hacer atendiendo a las escasas fuentes disponibles, es necesario constatar que estos acontecimientos tienen un gran valor para la historia de nuestra ciudad, ya que, como muy bien supo ver Cristina Rivero, fueron decisivos para mostrar quienes estaban dispuestos a respetar la legalidad republicana y quienes se aprestaban a vulnerarla ansiando integrarse en la conspiración para derribarla[36]. Por otro lado, también es necesario destacar la importancia que estos sucesos tienen al anticipar cuál iba a ser una de las formas más características de movilización en el caso de que la tensión social que acompañó a los últimos años de la República estallara definitivamente. Los sucesos anticlericales ocurridos en marzo del 36 en la ciudad de Logroño constituyen así un claro ejemplo de lo que iba a ocurrir meses después en toda la provincia y en el resto de España.

El 15 de marzo de 1936 el diario La Rioja publicaba una relación de los hechos ofrecida por el Gobernador Civil de la provincia, el Sr. Fernández Shaw, que de forma escueta explicaba lo que había sucedido el día anterior narrando como:

"En la noche del viernes, por confidencia que tuvo la policía, fue sorprendida una reunión clandestina de elementos fascistas. Se les detuvo y en la mañana de ayer fueron conducidos al juzgado de instrucción, a disposición del juez y para que éste los examinara.

Con este motivo, en la plaza de San Agustín, frente al juzgado, se formaron algunos grupos que comentaban la detención. En las cercanías del juzgado había un automóvil que conducía un joven, a quien se le atribuyó significación fascista y que ocupaba con otros dos. Parece que uno de los grupos se acercó al vehículo, lo registró, encontró algún arma e incendió el coche. Este incendio determinó excitación en los ánimos y un grupo se dirigió al Centro de Falange Española, penetrando en él, destrozando los pocos muebles que allí había y quemándolos después. Luego, los mismos autores del hecho anterior realizaron otros análogos en el Círculo Carlista, el Tradicionalista y el de la Ceda (sic). Actuó la fuerza pública y se dice que sonaron dos disparos, sin saber a quien pueden atribuirse. Esto y el que en el Círculo Tradicionalista, la persona que salió a abrir, lo hiciera con una pistola en la mano, y el que en la hoguera que se formó con los enseres de otros de los Círculos citados se produjeran explosiones como de cartuchos y que también se hubieran encontrado algunas armas contribuyó a aumentar la excitación.

Los dos disparos a que anteriormente se alude fueron motivo de que una manifestación se dirigiera en protesta al Gobierno Civil, próximo al cual se encuentra el cuartel de Artillería. Disuelta esta manifestación se registró un leve incidente con unos oficiales que, según dicen, llevaban en la mano las pistolas. Más tarde cuando estos oficiales, acompañados del General Comandante militar, del Alcalde y del Coronel del Regimiento, aparte de otras personas se dirigían al cuartel, protegidos por elementos del Frente Popular, que trataban de impedir que se les acercasen los pequeños grupos que les seguían, para reintegrarse al mismo, la guardia hizo unos disparos de los que resultaron un muerto, dos o tres heridos graves y otros dos o tres de menor importancia.

Después de este suceso, la irritación de los grupos los condujo a incendiar algunos conventos.

El muerto fue el oficial de las oficinas centrales del Ayuntamiento don Vidal Castellet, que acompañaba al alcalde.

A las seis de la tarde (...) salieron a patrullar fuerzas de Infantería y la tranquilidad quedó totalmente restablecida"[37].

Si se ha citado casi en toda su integridad la nota publicada por este diario es porque de ella se desprenden algunas cuestiones que resulta de gran interés comentar. La primera de ellas es que la versión de los hechos que se ofrece en este artículo es la que más se parece a la valoración de los mismos que posteriormente han hecho los profesionales de la Historia con algún que otro matiz. Cristina Rivero coincide en lo fundamental del relato incidiendo en el hecho importante de que el momento en el que los falangistas detenidos habían sido llamados a declarar fue simultáneo a la salida de los obreros que trabajaban en la cercana tabacalera, siendo estos provocados por los primeros mediante el saludo brazo en alto, lo que motivó el enfrentamiento agudizado con la sospecha de que en el coche de los falangistas había armas[38]. Por otro lado, el testimonio ofrecido por el Gobernador Civil, debido a su inmediatez, no nos informa más que de una muerte ocasionada como consecuencia de los acontecimientos descritos. Un día después de que se publicara esa crónica se producía la segunda muerte de uno de los heridos graves en la persona de Julio Vivanco, chofer mecánico, fallecido como consecuencia de una fractura y hundimiento del parietal derecho producida en los choques entre manifestantes y fuerzas del orden que tuvieron lugar a la altura de la calle Miguel Villanueva[39].

En segundo lugar, el artículo muestra como la Falange también tuvo una importante responsabilidad en los hechos acaecidos en la jornada del 14 de marzo de 1936, revelando sus excelentes dotes como matones cualificados para la lucha callejera y cumpliendo con sobradas creces la función desestabilizadora que los monárquicos habían sabido ver en ella, una vez abandonada la vía legalista para llegar al poder[40]. Este papel jugado por Falange Española era el que le interesaba destacar al periódico Izquierda Republicana que en un comentario dedicado a lo sucedido denunciaba en un tono exaltado cómo todo lo ocurrido formaba parte de una estratagema destinada al fin de desprestigiar y dañar al gobierno del Frente Popular, afirmando que:

"(...) El Fascio asustado por nuestra victoria, que significa su muerte a corto plazo, se ha lanzado a una lucha tenaz y desesperada, con la desesperación de saber que en ella le va la vida, para torpedear nuestro triunfo y hacer que nuestra victoria electoral sea estéril, y sea el Frente Popular desplazado del poder, antes que éste consiga yugular al fascismo.

Para ello ha iniciado en toda España una criminal maniobra de provocación a las fuerzas y organizaciones del Frente Popular, al objeto de conseguir la justa irritación de nuestras masas, para que estas desbordadas y alejadas del control de sus dirigentes, se cobren la justicia con su mano, con desmanes que por un momento puedan hacer verosímil la imputación que en la campaña preelectoral nos hacía la reacción, llamándonos revolucionarios de la peor calaña (...)

Respondiendo a este plan de conjunto, el Fascio ha realizado en esta provincia varios y repetidos actos de provocación al Frente Popular, buscando los fines de desgaste gubernamental a que antes nos referíamos y entre todos ellos descuellan por haber sido cometidos en esta capital, la reunión clandestina de fascistas sorprendida por la policía, y sus consecuencias inmediatas de irritabilidad por parte de las masas del Frente Popular, que hiperestesiada por la insólita agresión de parte de la oficialidad y de la guardia del Regimiento de Artillería, produciéndonos hasta este momento un muerto y cinco heridos graves, entre ellos una mujer, fueron causas que posibilitaron los hechos ocurridos en la noche del 14 del actual.

Estos hechos, que somos los primeros en lamentar y condenar, pero cuya paternidad ni directa, ni indirectamente nos corresponde, porque los autores de los mismos no fueron gentes controladas por ninguno de los Partidos y Organizaciones afectas y simpatizantes al Frente Popular, son los que pretendían conseguir, los fascistas con sus criminales maniobras"[41].

Aunque el relato ofrecido por el diario ofrece un punto de vista claramente sesgado y partidista su información no deja de ser valiosa, pues confirma una percepción que ya quedaba esbozada en las explicaciones que ofrecía el Gobernador Civil en el artículo de La Rioja al que nos hemos referido anteriormente. Esta idea no era otra que la existencia de la sospecha de que en las sedes de los partidos políticos de la derecha se guardaban armas que iban a utilizarse para atentar contra la legalidad vigente, haciendo buena la percepción de que en ellos se conspiraba contra el gobierno del Frente Popular. A esta creencia se unía otra que hacía de las iglesias y parroquias lugares no sólo apropiados para dar cobijo a este tipo de conjuras contra las instituciones republicanas, sino también para ocultar las armas que habían de ser utilizadas contra ella[42]. Este recelo era de nuevo expresado gráficamente en Izquierda republicana, cuando en un editorial firmado por Juan García Morales titulado "Mano de Hierro" se afirmaba:

"No sólo hay que limpiar las covachas de enemigos del régimen, que solapadamente viven y medran a costa de la República; hay que hacer una poda en el ejército y en las instituciones armadas (...) Nos perdió antaño el empacho de legalidad; que no vaya a suceder ahora lo mismo (...) Ahí están los periódicos derechistas, católicos, apostólicos, romanos, que han propagado la calumnia, la difamación y la injuria sin que la conciencia les remordiera; periódicos derechistas, con censura eclesiástica, bendecidos por los obispos, que se han dedicado a sembrar el odio y a predicar la guerra civil (...)

No queremos quemas de conventos ni de iglesias pero protestamos enérgicamente de que las sacristías se hayan convertido en guaridas de conspiradores"[43].

Este punto de vista parecía confirmarse un día después de que el editorial citado se publicara con lo ocurrido en la iglesia de Lardero, localidad cercana a Logroño, que también fue objeto de las iras incendiarias de la población, episodio que se zanjó con una supuesta declaración de la Guardia civil en la que se afirmaba que se habían encontrado escondidas en el altar de la iglesia varias bombas de las que nos es imposible conocer sus características[44].

De todo ello pueden extraerse dos conclusiones: La primera es que la prensa católica fue responsabilizada de publicar discursos que propiciaban el clima de tensión favorecedor de la guerra civil apoyando los puntos de vista reaccionarios de la derecha, cosa que era a esas alturas innegable[45]. La segunda es que aunque los sucesos que tuvieron lugar estallaran de forma espontánea no pueden ser calificados de indiscriminados, como a menudo se ha hecho con este tipo de motines, pues sus objetivos fueron rigurosamente elegidos entre aquellos que eran considerados como los enemigos más viscerales de las instituciones republicanas, los partidos de derechas que habían incrementado su discurso apocalíptico desde el triunfo del Frente Popular, la prensa católica y, por último, las iglesias y conventos. Entre estos últimos fueron pasto de las llamas, según la Junta de Cultura Histórica del Tesoro Artístico, el Convento de las Adoratrices, el de las Agustinas, la Iglesia de la Enseñanza, la sede de los Carmelitas y el Convento de Madre de Dios[46]. Una minuta elaborada por el arquitecto jefe del cuerpo de bomberos de la ciudad fechada el 18 de marzo de 1936 añadía a esta lista la Iglesia Parroquial de Santiago y el edificio de las Escuelas Pías, además de los talleres de El Diario de La Rioja[47]. A todo ello habría que sumar las sedes de los partidos políticos que fueron atacados antes de que los descontentos la emprendieran con iglesias y conventos (ver tabla. 1). Los hechos eran descritos en el órgano oficial de Acción Riojana, partido adscrito a la CEDA, el semanario Rioja Agraria con una gran dosis de ironía al calificar un paseo por los lugares incendiados como un verdadero "Vía-Crucis (sic) Cuaresmal", en el que a los ataques a los edificios religiosos se unían los realizados en los locales de las fuerzas políticas de derechas como Falange Española, los Círculos Tradicionalistas, el Círculo Nacional Agrario y la propia Acción Riojana, aunque sin señalar en ningún momento de que índole eran los daños sufridos por estos últimos, a pesar de que páginas más adelante no dudaba en señalar que lo sucedido era "consecuencia lógica de la preparación que a la cosa se le había dado"[48].

 Edificios Dañados por el fuego en la ciudad de Logroño  Descripción de los Daños
 Edificio de las Escuelas Pías  Desperfectos en el altar mayor de la Iglesia.
Carpintería de puertas y ventanas
 Edificio y Talleres de El Diario de La Rioja  Totalmente destruido excepto muros exteriores
 Edificio de las Religiosas de la Enseñanza  Totalmente destruida la Iglesia y todo el cuerpo de edificación antigua
 Edificios de las Religiosas de Madre de Dios  Totalmente destruida la Iglesia y la parte antigua de la residencia de religiosas.
Daños considerables en el edificio destinado a viviendas de Capellanes
 Edificio de las religiosas Agustinas en la carretera de Burgos  Iglesia totalmente destruida.
Desperfectos graves en las alas destinadas a residencia de las monjas
 Edificio de los Religiosos Carmelitas del Paseo Gonzalo de Berceo  Grandes desperfectos en el interior de la Iglesia.
Hundimientos en una de las alas destinada a residencia
 Edificio de las Religiosas Adoratrices  Totalmente destruida la iglesia y la nave de la planta baja situada a oeste de aquella
 Iglesia Parroquial de Santiago  Puertas de entrada, una pequeña parte del entarimado y algunos bancos

Tabla 1. Elaboración propia a partir de las fuentes citadas.

De esta forma, se insinuaba claramente que lo acaecido no había sido debido a una reacción espontánea de las masas motivada por la provocación de los jóvenes falangistas ante la cual el orden público se había visto desbordado, como parecía desprenderse de la explicación ofrecida por le Gobernador Civil. En opinión del semanario Rioja Agraria esta aclaración no era válida y desde sus columnas se hacían preguntas como las que pueden seguirse a continuación:

"(...) ¿Qué masas son esas? ¿Por qué se ha perdido el control de ellas? En el fondo de toda cuestión de esta índole, existe la solución, pero no la solución caprichosa ni de tópico, sino solución lógica (...) para que esa masas arrolladora se produzca en tales formas (y esto es lo absurdo de la respuesta por los "apóstoles" puesta) es que "ellos mismos" vayan a la cabeza de las masas como ha sucedido. Perder el control, las masas nos arrollan, etc., etc., no puede disculpar lo ocurrido. Sabemos que quien esto nos decía como disculpa "empujó" personalmente en nuestra capital a las masas, y esto es lo censurable y lo que no puede admitirse"[49].

Por lo tanto, para el periódico de Acción Riojana los únicos responsables de que la violencia anticlerical se adueñase de las calles logroñesas el 14 de marzo de 1936 no eran otras que las autoridades republicanas que, incapaces de mantener el orden, habían respaldado e insuflado el espíritu de rebelión entre sus correligionarios. Páginas después, el periódico mostraba su indignación por la intención de las autoridades republicanas de sustituir las monjas de San Vicente de Paul, que prestaban sus servicios en el Hospital Provincial, por enfermeras laicas lo cual evidenciaba a ojos del semanario:

"(...) que en tanto los políticos de izquierda defienden sus intereses maltratando y ofendiendo a la Religión y a las Religiosas, los católicos olvidan los ataques de los mismos a quienes socorren se aprestan en todo momento a seguir evitando la miseria que les corroe"[50].

Lo interesante de este pequeño artículo no es sólo que se denuncie la política laica de la república como un ataque directo a la religión, sino también que el discurso de la derecha se centre para ello en una de las polémicas que los anticlericales habían utilizado hasta la saciedad para explicar el odio de las clases populares contra la Iglesia. Esta se ponía de relieve en el problema de la función benéfico asistencial de la institución eclesiástica a la que se acusaba de acaparar puestos de trabajo, que bien podían ser ocupados por ciudadanos. Además, como ya se ha visto anteriormente, se le inculpaba también de que en sus centros benéficos se realizaban a bajo precio servicios como el lavado y el cosido, privando así de algunos ingresos a las familias obreras. De esta forma, una de las explicaciones que tradicionalmente se han empleado para explicar la reacción popular contra la Iglesia se convertía, en la retórica antirrepublicana de un periódico de la derecha católica, en un argumento con el que denunciar los ataques a la religión sufridos bajo el Gobierno republicano. Esta transformación se producía además lanzando contra los políticos republicanos reproches de tipo ético y moral. En el texto del artículo se presenta a los líderes de izquierda como "grandes capitalistas" que a pesar de sus críticas a las instituciones benéficas:

"(...) nada hacen por sustituirlas dando de su bolsillo lo necesario para dar de comer a tantos hermanos nuestros.

Los laicos se conforman con censurar el sistema de atender al menesteroso pero no dan solución a costa de su cartera.

Si los que participan de los beneficios de esas Instituciones antes citadas repasaran las listas de donantes, verían como de ellas están ausentes la mayoría de los IZQUIERDISTAS (sic) de fobia y si figuran por casualidad lo son con cantidades ínfimas si se comparan sus saneados ingresos..."[51].

El artículo acusaba a los líderes de la izquierda de engañar a los menesterosos con utópicas promesas de igualdad mientras ellos se enriquecían sin intentar nada por mejorar la situación de los más humildes, todo lo contrario, impidiendo a los católicos la prosecución de su labor de aminoración de las lacras sociales mediante la asistencia benéfica.

Este tipo de reproches muestran claramente como el proceso de construcción del anticlericalismo contemporáneo se vio acompañado paralelamente por una corriente de pensamiento opuesta que utilizaba las mismas armas que aquel en su defensa de la religión, incluyendo las críticas morales que veían al sistema parlamentario en plena descomposición y la nación en manos de políticos parlanchines e ineficaces preocupados tan sólo por su propio bienestar. Este discurso sustituyó la figura del fraile o del cura por la del político republicano como chivo expiatorio sobre el que debían recaer todas las consecuencias derivadas de la inestabilidad social y política. Así quedaba puesto de manifiesto de nuevo en Rioja Agraria, donde el artículo dedicado a las monjas del hospital iba acompañado por un irónico texto enmarcado en el que se podía leer:

"¿Un buen logroñés? Amós Salvador

¿Un buen gobernador? Carlos Fernández Shaw

¿Un buen alcalde? Basilio Gurrea

¿Unos buenos ciudadanos? Ramos, Ulecia, Iscar, Gregorio García

¿Un buen secretario de Ayuntamiento? Federico Sabrás.

¿Buenos concejales? Los actuales con los de nombramiento gubernativo inclusive...

Y basta de preguntas amigo"[52].

Este tipo de argumentación se hará habitual, como más tarde veremos, en el dibujo de la sociedad española bajo la República a través de la propaganda franquista, adquiriendo especial virulencia cuando se dirigía a quienes se consideraba enemigos de la religión. Por el momento basta con subrayar aquí que esta dialéctica había adquirido su punto más álgido en 1935 cuando la CEDA hacía su último esfuerzo para intentar imponer su modelo de Estado Corporativo utilizando los medios democráticos. El fracaso de esta estrategia quedó evidenciado por la victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936, a pesar de que la derecha no echó en saco roto ningún recurso en su campaña electoral, incluida la compra de votos y las amenazas y agresiones a las organizaciones de izquierda para impedirlo. Fue precisamente el triunfo del Frente Popular lo que impelió a la derecha a abandonar la vía legal para tratar de imponer su proyecto político reaccionario preocupándose más de derrumbar a la República que de recuperar su dirección[53].

El tratamiento ofrecido por la prensa local de los sucesos acaecidos en Logroño en marzo de 1936 no hacía otra cosa que ratificar la tensión y la progresiva fractura que se estaba abriendo entre las clases sociales escenificándola en las páginas de los diarios y semanarios[54]. Un inestabilidad en la que mucho tendrían que ver los jóvenes militantes de los partidos que desdeñaban las tácticas tradicionales como obsoletas haciendo cada vez más hincapié en aquellas otras que recurrían a la acción directa como elemento esencial y a la conquista de la calle como escenario de la lucha[55].

La primera conclusión que podemos extraer es que los sucesos que tuvieron lugar en Logroño el 14 de marzo de 1936 fueron el resultado de ese clima de profunda crisis con la que se enfrentaba la democracia liberal desde los inicios de la década de los treinta y pueden insertarse dentro de la serie de acontecimientos que supusieron el proemio de la guerra civil española, en lo que se ha venido llamando primavera trágica de 1936. Una crisis que también se escenificaba en una pequeña ciudad de provincias como antesala de lo que iba a ser la guerra civil española que, a su vez, no dejaba de ser el prólogo de la última gran conflagración mundial.

La prensa local resulta de gran interés para seguir esta progresiva erosión del clima social de la ciudad logroñesa y como sus distintos actores enfrentaron sus posturas a través de los medios de comunicación, minimizando y maximizando de tal modo los hechos que si unos acusaban a los otros de favorecer el caos y el desorden, los otros replicaban haciendo hincapié en que aquello que distinguía a los partidos políticos de izquierda era su disciplina y respeto por el orden establecido[56]. Si por el contrario, unos hablaban de la provocación de la derecha, los otros contestaban airadamente esgrimiendo su indignación por causa de los ataques a la religión y responsabilizando a las autoridades republicanas de que estos se produjeran.

Todo ello invita a pensar que en los acontecimientos acaecidos en la ciudad de Logroño se sumaron diversos factores que explicaban muy bien el cariz anticlerical al que derivaron, aunque muchos de ellos tuvieran una raigambre más de tipo social y económica, como he mostrado con el caso sobre las monjas del hospital. En este sentido, también es importante señalar algunos de los objetivos de los incendiarios entre los que priman los edificios religiosos dedicados a la enseñanza. El anticlericalismo justificaba los ataques a este tipo de centros con una doble argumentación. Por un lado, impedían la creación de la nueva escuela laica que erradicaría de una vez por todas el fanatismo alumbrando a sus alumnos con las luces del progreso, por otra, desde sus centros religiosos la Iglesia difundía impunemente el dogma y el oscurantismo pregonando una doctrina de resignación y conformismo que sólo interesaba a las clases dirigentes del momento.

El estallido de ese tipo de motines, que precedieron al inició de la guerra civil, también tuvo lugar en algunos pueblos de la provincia, donde resulta más palpable la raíz profundamente cultural que podemos encontrar en el anticlericalismo contemporáneo en episodios de iconoclastia y de parodias litúrgicas.

 

 Pueblos con incidencias anticlericales
 Mínimas  Cuantiosas  Graves
 Agoncillo  Torrecilla  Cervera del río Alhama
 Albelda  Villamediana  Mansilla
 Ausejo    
 Nalda    
 Quel    
 San Asensio    
 San Millán    
 Tudelilla    
 Zarratón    
Tabla nº 2. Para su elaboración se ha evitado citar todos aquellos lugares donde no ocurrieron sucesos de estas características con el fin de ahorrar la relación tediosa de una serie de nombres de pueblos de la provincia.

 

Gráfico nº 1. Puede observarse en el gráfico la escasa importancia de este tipo de sucesos en la provincia de La Rioja

 

 

Como sucedió en Villamediana de Iregua durante la noche del 14 y el día 15 de marzo de 1936 cuando se sacaron los santos de la Iglesia a la plaza pública para entregarlos al fuego purificador mientras el edificio ardía perdiendo gran parte de su techumbre[57]. Parece claro que el pequeño pueblo riojano no escapó a la furia anticlerical de la cercana capital, aunque también resulta innegable que episodios como el acontecido en Villamediana de Iregua evidencian la influencia y el peso de la tradición anticlerical sobre la mentalidad popular, así como el fuerte carácter religioso con el que se iba a recubrir la contienda civil española.

Así, por ejemplo a una anciana del pueblo, que intenta relatar el por qué de esta forma de proceder, le resulta chocante que quienes lo llevaron a cabo actuaron:

"No sé porque, pero lo hicieron como una fiesta grande, les parecía que al quitar la Iglesia les iba a venir no sé, la lotería, parecía que les iba a tocar algo (...) yo desde luego no estaba allá pero parece que decían: "Ahora la putita de Santa Eufemia" que es la patrona de aquí, "Ahora el S. José no sé que y haciendo burla... haciendo burla. Ahí había gente y lo hicieron como aquel que hace una cosa grande, como una fiesta grande lo hicieron"[58].

Parece claro escuchando esta descripción que quienes arrojaban con inusitado fervor las imágenes y los objetos de culto a la hoguera, lo hacían convencidos de que ese acto constituía el principio de algo que merecía la pena celebrar, convertir en espectáculo, en un especie de liturgia invertida y de ahí que para ello se escogiera la plaza del pueblo. Para algunos autores, que han intentado explicar el anticlericalismo contemporáneo español centrando el grueso de sus explicaciones en fenómenos de índole antropológica, estas furibundas acciones iconoclastas se nutrían del concepto de fetichismo heredado de la tradición ilustrada francesa. Según esta visión la adoración de fetiches suponía un claro ejemplo de la ignorancia propia de pueblos atrasados, aislados de las luces del progreso.

Ahora bien, también se afirma con frecuencia que en estas destrucciones masivas de iconos se escondía el concepto de idolatría. Según esta creencia el ídolo supone una desviación de la verdadera religión aprovechada por el demonio para atraer a los incautos a la adoración de las imágenes tras las que se oculta una fuerza que nada tiene de divina. En este sentido, podría hablarse más de martirio a las imágenes que de iconoclastia, lo que explicaría el hecho de que muchas esculturas sean arrastradas por los pueblos antes de ser quemadas, flageladas, desmembradas, etc. Además, esta creencia en el ídolo también podría aclarar las numerosas historias que subrayan el poder de las imágenes refiriendo la venganza que éstas ejercen sobre quienes las profanaron, como en la narración que describe la muerte de un miliciano ametrallado en sus partes poco después de que éste hubiera cometido actos obscenos con un crucifijo antes de destruirlo[59].

Estos dos factores explicarían las actitudes de quienes defendían la religión y de quienes la atacaban. Para los primeros, la destrucción de las imágenes serviría fundamentalmente para demostrar lo absurdo que suponía creer en su poder protector, además de para atribuirse cierta superioridad moral sobre los iconolátras, como anteriormente se ha comentado haciendo referencia al excelente artículo de Bruce Lincoln. Para los segundos, este poder de las imágenes quedaría intacto más allá de la existencia corpórea de las mismas. De ahí, que en muchos casos los fragmentos o restos de esculturas o pinturas que fueron objeto de la ira iconoclasta se convirtieran en reliquias dotadas de un poder propio de la autoridad que representaban.

En todo caso, tampoco resulta de recibo excluir en la explicación de este tipo de sucesos, la terrible influencia que en su desarrollo tuvo el peso de un pensamiento que denunciaba constantemente la tradicional convivencia de la Iglesia católica con las clases dirigentes del país, haciéndose patente la creencia de que la Iglesia católica constituía uno de los elementos aliados a la reacción, como puede verse en la versión que otra vecina de Villamediana de Iregua nos ofrece al intentar explicarse el por qué de los ataques contra la Iglesia:

"Pues no lo sé, eso yo no sé en que cabeza se les metió que la Iglesia era el fascismo o...por lo demás nadie sabe porqué. Además la quemaron ¿verdad? Y después cogieron santos y en medio de la plaza hicieron un montón con los santos y los quemaron. Eso me acuerdo de ser una cría, fíjate tenía once años, que los sacaban y los quemaban ahí. Los sacaban por la noche para ver quien los sacaba, yo no sé, habría alguien que estaría o supiera algo y estaría allí porque no los vio nadie sacarlos a la plaza. Los quemaron en medio de la plaza, hicieron una hoguera grande y ahí los quemaron"[60].

Por último, también subyacieron a los intentos purificadores de los iconoclastas las viejas acusaciones de carácter ético que hacían mención al comportamiento sexual del cura, típicas en una sociedad tradicionalmente machista, como se pone de relieve en el testimonio de Isabel Santolaya cuando afirma:

"(...) el cura que había, estaba en una casa pupilo y decían que, fíjate tú cosas de jóvenes, que si era amante de la que estaba con él, que aunque estaba casada decían y... le cantaron canciones y cosas (...) Aquel hombre denunció a mucha gente, pero vaya mucha culpa también la tuvo la ama que tenía, que antes se decían amas de cura, tenía marido pero no tenían hijos ni nada, el marido era un pelele, el que mandaba era el cura, que vivía en casa, que vivía con ellos"[61].

Como puede apreciarse de nuevo, los motines anticlericales que precedieron en La Rioja, y en otras muchas provincias al estallido de la guerra civil fueron el preámbulo de ese verano terrible de 1936 que tuvo en la persecución de tipo religioso un elemento integrante de la revolución que el fracasado golpe militar había desatado. En su configuración tomaron parte numerosos factores y elementos que resulta muy difícil desglosar, puesto que todos se fundieron en el marco de la experiencia proporcionada por la acción colectiva de unas masas que fusionaban sus ansias de reforma social con una profunda creencia igualitaria y notablemente milenarista de que con ellos se inauguraba la utópica sociedad futura.

En cuanto a los responsables de estas acciones poco puede sacarse en claro del cruce de acusaciones que se intercambiaron a través de sus órganos de expresión las diferentes fuerzas políticas que en aquél momento pugnaban por imponer en España su modelo de sociedad. Para la izquierda, la quema de conventos no suponía más que la culminación de una serie de provocaciones[62] surgidas desde la derecha que cumplirían la función de exacerbar los ánimos populares, al tiempo que desacreditaban a las autoridades republicanas y a las fuerzas de izquierda como incapaces de mantener el orden. Para las derechas, este tipo de incidentes mostraban la decadencia de la democracia liberal, cada vez más cuestionada, y por tanto evidenciaba la necesidad de imponer un gobierno fuerte, capaz de garantizar la estabilidad y la paz social.

Aún con las escasas fuentes de que disponemos podemos aventurar la hipótesis de que los protagonistas de esta serie de sucesos eran en su gran mayoría jóvenes militantes de izquierda que, al igual que sus iguales de derecha, fueron progresivamente mostrando un mayor encono por el sistema parlamentario y por la forma tradicional de hacer política que representaban los partidos y, en su mayor parte, no arriesgaban mucho más que su propia integridad personal[63]. Esta propuesta interpretativa parece reforzada por algunos de los testimonios que aseguran que:

"Hubo gente que se llevó a sus casas santos. Uno que además era de los peores, de los que más decían que eran de izquierdas, que eran de esto y de lo otro y luego en el mismo día se cambió y fue el que denunció a muchos de los otros. Ya sabes, todas esas cosas de jóvenes, pues ahora vamos a ir y vamos a quemar la iglesia y ahora... que no tenían un líder ni nada más que cosas así y de los que eso sacao ese que le digo, que fue el único que se llevó santos a su casa pero para hacer leña ¿eh? No para guardarlos, si devolvió alguno no lo sé, pero ese es el único que se salvó de los que quemaron la Iglesia o estuvieron no quemando pero sacando santos. Eran la mayoría jóvenes, que mi padre no estuvo pero también lo mataron, había jóvenes, muchos jóvenes que los sacaban y los echaban a la calle, que era de día y los veíamos todos los que estaban"[64].

Este interesante relato pone de relieve varios aspectos importantes que subrayan como un cierto clima de violencia protagonizada por jóvenes se había enquistado en el tejido social de la provincia, pues se reconoce como si fuesen habituales en aquellos este tipo de acciones. Por otro lado, se vuelve a remarcar el signo espontáneo de tales arrebatos de justicia popular y, por último, se subraya la conexión que los testimonios ofrecen entre los acontecimientos y su represión. La memoria de quienes evocan esa convulsa etapa de la historia de nuestra provincia unifica en el mismo relato unos acontecimientos que tuvieron lugar en marzo de 1936 con la posterior represión desatada tras el triunfo del levantamiento militar que en la Rioja se dio el mismo julio de 1936. De hecho en este solapamiento de tiempos quedaba también meridianamente expresada la participación que, a partir de ese momento, la Iglesia católica iba a jugar en el entramado represivo franquista, cuestión que se tratará en la última parte del trabajo y que queda de nuevo puesta de relieve en el siguiente testimonio:

" Había un cura muy malo, había un cura que aquel mato a mucha gente (...) cuando pasó eso vino, nosotros lo vimos. Estaban las cenizas de lo que habían quemado, vino porque yo recuerdo haberlo visto y se arrodilló, se echó al suelo y lo beso donde habían quemado los... donde estaban los restos, que había cenizas. Aquel hombre denunció a mucha gente"[65].

 

3. Los hechos bajo la propaganda franquista, venganza, sacrificio y redención

El Diario de La Rioja, reaparecía el 20 de agosto de 1936, cuando la sublevación ya había triunfado en la provincia apenas sin pegar un tiro. En el primer número de su reaparición este periódico hacia un dramático llamamiento dirigido a todos los católicos riojanos:

"Hoy, gracias a Dios, reanudamos la publicación del DIARIO DE LA RIOJA, después de las vicisitudes sufridas durante la que podríamos llamar época de la persecución ígnea de este viejo soldado católico que sale nuevamente a la palestra. Sus enemigos amparados por el prostituido poder público desaparecido, lo condenaron a morir en la hoguera, con fría y cobarde rabia masónico-judía, en el Ministerio de la Gobernación de Madrid, ocupado entonces por Amos Salvador, indigno de tal cargo y de tal nombre, y ejecutaron la sentencia un gobernador degenerado, una camarilla criminal y una turba de incendiarios inconscientes (...)

EL DIARIO DE LA RIOJA fue quemado; con el ardieron las iglesias y casas religiosas; los autores de tan vandálicos sucesos, aún siendo conocidos, se gozaron en la impunidad, y ni una voz salió en defensa de la justicia.

Recuérdese la sesión del Excelentísimo Ayuntamiento, posterior e inmediata a los sucesos[66], léase lo que dijo la Prensa (sic) en aquella triste ocasión y se comprenderá nuestra indefensión y la razón de nuestra queja. Claro es que todos lo sabemos: el Frente Popular mandaba y las iras de Moscou (sic) obedecían robando e incendiando (...)

A la vez, y con el diario, desapareció en el incendio la digna y abnegada Empresa (sic) que lo controlaba y dirigía hasta aquel día infausto, teniendo que liquidar con grandes perdidas; pero los católicos no podíamos seguir ni un momento más en el silencio; la Patria y la Religión (sic) nos necesitan, y una mano fraternal, curtida en lides de abstinencias y sacrificios, y animada por un espíritu optimista, se ha puesto de acuerdo con hombres generosos y abnegados, obreros y redactores del DIARIO DE LA RIOJA y estrechándose las manos cordialmente han determinado formar todos juntos una guerrilla patriótica de voluntarios de las cajas y las plumas y, sin dinero, con maquinaria vieja y casi inservible han prometido vivir a pan y agua el tiempo que sea preciso para defender en este frente de batalla las ideas de la fe de España, su grandeza y su independencia hasta que los católicos riojanos, con su apoyo y generosidad nos den medios para mejorar el periódico y ponerlo a la altura de los mejores (...)

DIARIO DE LA RIOJA vuelve a la vida independiente totalmente de la política y de los políticos, sin hipotecar su pensamiento ante partido alguno, aunque siempre que sea preciso opinará con cristiana libertad y discutirá en el orden de las ideas abstractas los grandes problemas, que se presenten en la vida española, respetando profundamente la dignidad y honor de nuestros conciudadanos.

Además DIARIO DE LA RIOJA es periódico de la Buena Prensa, porque pertenece a esta asociación, y es el único diario católico de la provincia, porque prescindiendo de intenciones y buenas palabras, es el único que tiene censura eclesiástica y, finalmente, es español con todas sus consecuencias, sin distingos ni concomitancias con los enemigos de España y colaborará lealmente con el ejército español, salvador de la Patria, hasta la próxima victoria y después hasta la máxima exaltación y grandeza de la hispanidad (...)"[67].

Como puede apreciarse el órgano católico, ya en fecha tan temprana, esgrimía con verdadera fluidez toda una serie de argumentos acuñados por la propaganda franquista para legitimar su levantamiento contra el gobierno legitimo republicano. El primero de ellos es la presentación de los poderes republicanos como entregados al yugo masónico-judío[68] y en flagrante contubernio con Moscú. Esto dejaba mucho que desear en cuanto a originalidad, ya que no era más que el recurso de la conspiración universal descubierto anteriormente por el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán como la panacea que les permitía integrar en una amalgama indeterminada a todos aquellos que consideraban como sus enemigos y que, salvo en el racismo más extremo y espantoso del antisemitismo eliminador, solía sobre todo comprender a la fuerza obrera organizada[69]. Este tipo de pensamiento sirvió también a los militares sublevados para construir una de las mayores teorías de la conspiración hoy conocidas para intentar justificar su golpe de Estado contra la democracia en España. Esta interpretación cuasi mitológica de la contienda civil española consistía en el absurdo de presentar el levantamiento militar como la reacción contra una supuesta sublevación comunista que se proponía, siempre según la historiografía franquista, derrocar al Gobierno republicano. Baste de momento explicar aquí que esta construcción de la conspiración contó con el apoyo decidido de los exegetas católicos, que contribuyeron a su difusión y aceptación hasta bien entrados los años sesenta nutriéndola con un desorbitado número de necedades[70].

Para gentes tan aficionadas a las ficciones conspiradoras los acontecimientos incendiarios del 14 de marzo tenían poco de espontáneo y como no podía ser de otra manera habían sido previamente preparados destacando que los asaltos de círculos católicos se llevaron a cabo por "cuatro mozalbetes sinvergüenzas", algún empleado, que quería así halagar a sus dueños políticos para afirmarse en su puesto y "una docena de mujeres que si alguna vez poseyeron feminidad estaba bien perdida"[71]. Por otro lado, se deja bien claro que los incidentes ocurridos en los partidos y Círculos políticos no suponían en realidad casi nada, ya que a la postre estos no eran más que:

"(...) una variación política de los Círculos Izquierdistas y ni contra estos ni contra aquellos iba a extremar sus rigores la masonería, el judaísmo y el comunismo ruso que fueron los verdaderos directores de la jornada (...) Dios y nosotros sabíamos de donde emanaban las órdenes para las masas, y por tanto no nos sorprendió el grito lanzado por alguien ¡a quemar el DIARIO DE LA RIOJA! Sabíamos que este grito se lanzaría; que el diario sería destruido desde sus cimientos y que, quemado el periódico católico, se continuaría con las iglesias, porque esto era lo que se perseguía, esto era lo que la masonería exigía y esto es lo que Moscú necesita como justificante del dinero que semana tras semana llegaba a Logroño y se repartían con toda liberalidad los dirigentes (...)"[72].

De aquí se desprende la consecuencia de que los responsables directos de los incendios eran las autoridades republicanas a sueldo de Moscú y sus agentes, que ya se paseaban por Logroño con maletines cargados de dinero para financiar los desafueros gubernamentales contra la religión. De esta forma, si el anticlericalismo había encontrado su chivo expiatorio en el sacerdote, la derecha católica lo encuentra en el político de izquierdas, a quien ya se ha descrito como inmerso en un sistema corrupto y decadente. Así, se hace hincapié con verdadero fanatismo propio de iluminados en la culpabilidad de Amos Salvador del que se llega a afirmar páginas más adelante:

"Durante los treinta años que de vida cuenta EL DIARIO DE LA RIOJA hemos tenido muchas veces que forzar la pluma para que no escribiera el nombre del responsable de los desafueros cometidos en Logroño contra la Religión (sic) pero hoy ya no tiene objeto callarlo pues que todos, chicos, grandes y medianos SABEN y lo dicen sin recato alguno que el responsable principal de la triste jornada fue el entonces ministro de la gobernación, don Amos Salvador y Carreras.

Este señor, árbitro de la situación, consintió (si no es que lo ordenó) que se quemaran las iglesias (...)"[73].

Todo ello no hacía más que confirmar el rumbo que, tras el estallido del conflicto, iba a tomar la Iglesia católica, así como sus intelectuales y propagandistas quienes describieron y calificaron a los líderes republicanos como auténticos monstruos carentes de todo tipo de escrúpulos.

Por otro lado, desde el inicio de la contienda civil la Iglesia católica española se convirtió en uno de los fulcros sobre el que iba a descansar la legitimación de la causa defendida por los golpistas impregnando su discurso de constantes apelaciones a la necesidad de la guerra y de la violencia exterminadora como recurso para acabar de una vez por todas con lo que se entendían como enfermedades del alma española. De este modo la Iglesia, que hubiera debido desempeñar un papel conciliatorio, pasó a ser una de las principales instituciones instigadoras de la violencia fratricida, el odio y la sed de venganza promoviendo la idea de que el país debía lavarse con sangre, como puede apreciarse en el llamamiento que Francisco Armas hacía en su artículo "El grito salvador", publicado en la revista de carácter religioso Ecos de Valvanera meses después de que comenzará la guerra y en el que podía leerse:

"Triste es que la sangre tenga que ser el baño purificador, el arrebol de la esperanza, la luz en la noche, el laurel en la victoria; pero si ese es el remedio único que venga sangre, que ¡viva la muerte!"[74].

Según esta lectura de la contienda civil, comunistas, anarquistas y republicanos pasaran a ser los hijos de Caín y el conflicto se convirtió en la expresión de "un pueblo partido en dos tendencias"[75], en un choque de principios y no en una guerra de clases, como parecía afirmarse en la Carta colectiva de los obispos españoles editada en agosto de 1936[76]. Desde este momento el papel de la institución eclesiástica será el de convertir la conflagración en una cruzada contra el infiel que transformaba en mártires redentores a los caídos por la causa nacional, al tiempo que concedía la extremaunción a quienes se le oponían momentos antes de que cayesen fulminados por el tiro de gracia. Todo ello era acompañado por la puesta en marcha de un culto religioso de tipo barroco[77] que acompañaba las victorias franquistas de masivos actos de fe como peregrinaciones, vía crucis multitudinarios o masivas muestras de piedad y fervor cuyo destino era la recuperación simbólica y espacial de lugares que la horda marxista le había arrebatado durante los primeros momentos de entusiasmo revolucionario.

Especial relieve tuvieron en este sentido la reposición de los crucifijos en las escuelas[78], pues con ellos la Iglesia recuperaba todas las prerrogativas que sobre la educación española había ostentado secularmente. Todo ello no era más que el colofón de una batalla librada desde finales del siglo XIX por el control de la educación y que adquirirá especial virulencia en los inicios de los años treinta debido, en gran parte, a la aparición de una nueva pedagogía laica de corte europeo que en España fue encarnada por la Institución Libre de Enseñanza. El encono de la Iglesia católica y de las autoridades franquistas por todo aquello que representaba la I.L.E. condujo a la formación de una agrupación que plagiaba el proyecto de la primera pero invirtiendo sus objetivos, como fue el Opus Dei[79].

Fig. 5. Entrada de los nacionales en un pueblo andaluz en 1937. Fuente: Archivo Serrano Hemeroteca Municipal de Sevilla. Foto: José Serrano

Cuando la vorágine bélica tocó a su fin, la victoria de Franco implicó también un completo triunfo para la Iglesia, que no sólo recobró todos sus privilegios, sino que se erigió en un importante grupo detentador del poder ideológico y propagandístico de la dictadura[80], llegando incluso a ostentar papeles parapoliciales en virtud de la Ley de Responsabilidades Políticas dictada el 9 de febrero de 1939, que dejaba en manos de los párrocos la redacción de informes sobre el comportamiento de sus convecinos en la guerra. Estos expedientes debían incluir detalles sobre sus actividades socioeconómicas y sobre los bienes que poseían[81].

Desde esta posición privilegiada la Iglesia dictó las normas de conducta que debían enmarcar la vida y las relaciones sociales de la nueva España franquista arrogándose un importante papel en el diseño de la ideología de la autarquía en el que serán fundamentales conceptos como el de sacrificio y regeneración, asociados al gran principio rector de la época: el de reconstrucción.

La base de este corpus ideológico reside en la consideración de la sociedad española como una comunidad enferma a la que es preciso aislar, poner en cuarentena no sólo para erradicar de ella todo vestigio del virus liberal que la arrastró a su decadencia, sino también para aislarla en prevención de cualquier posible contagio[82]. Así, quienes se habían visto afectados por la influencia de esta letal enfermedad debían someterse a un abnegado programa de sacrificio cuyo destino final debía ser la regeneración mediante el trabajo. Para ello se crearon campos y batallones de trabajo nutridos básicamente por presos republicanos que quedaban reducidos a la condición de esclavos que debían redimir su pena a base de horas de penosa faena, según el programa diseñado por el reverendo José Antonio Pérez del Pulgar, autor del inefable manual La solución que España da al problema de sus presos políticos[83]. Precisamente fueron presos vinculados a este sistema quienes iniciaron la reconstrucción y edificación de los edificios religiosos quemados en 1936 durante los sucesos del 14 de marzo, ya que a las supuestas ventajas de orden regenerador y espiritual que el sistema acarreaba había que añadirle otras de eminente cariz práctico como bien explica un proyecto para la reconstrucción de los conventos destruidos, ésta resultaría mucho más barata si se empleaba la mano de obra reclusa[84].

Esta visión de la sociedad española se enmarcaba también en un amplio programa dirigido a la recatolización[85] de la clase obrera española con el fin de colocarle de nuevo bajo la protección de lo que venía a considerarse como eje central del concepto de españolidad y de raza hispana intentando conciliar, al menos hasta 1942, catolicismo y fascismo[86].

Fig. 7. Autoridades saludando brazo en alto en un acto oficial. Fuente: Institut d'Estudis Fotográfics de Catalunya. Foto: Alejandro Merletti.

De esta forma se erigía la Iglesia española de posguerra en íntima comunión con el régimen surgido de la guerra civil, como bien puede verse en el editorial del primer número de la revista Acies, en el que se reafirmaba la firme voluntad de servir:

"(...) a la legendaria bandera roja y gualda e identificados con su genial abanderado, nuestro generalísimo Franco, complaciéndonos en declarar que sus leyes son nuestras leyes, su voluntad nuestra norma y que sus disposiciones serán acatadas sin discusión, ni segundas intenciones, porque sabemos que es el hombre, profundamente cristiano, suscitado por Dios, para que con mano vigorosa, dirija la mano del Estado (...)"[87].

No cabe duda de que la manipulación y magnificación de los motines anticlericales sirvió como un excelente elemento de propaganda cuya función primordial fue la legitimación del orden vigente mediante la constante utilización del recuerdo de los acontecimientos de 1936, repetida hasta la saciedad como muestra del caos, el desorden y los ataques continuos a la religión que representaron los años republicanos, como puede verse en la consigna de prensa que, en fecha tan tardía como 1945, Nueva Rioja dedicó a este episodio de la historia de nuestra ciudad, en la que se interpelaba al lector del modo siguiente:

"¿Representaban la libertad y la democracia las fuerzas políticas que el 14 de marzo de 1936 sometieron a Logroño a la siniestra orgía del incendio de iglesias y conventos"[88].

 

4. Conclusiones

Es necesario remarcar antes de cerrar el trabajo que los motines anticlericales deben ser enmarcados en un contexto de movilización política sin precedentes en España. Esta novedosa situación es precisamente la que concede su especificidad al anticlericalismo contemporáneo. No obstante, esta capacidad que reunió el discurso anticlerical descansó, en gran parte, en la existencia de una tradición cultural bien arraigada en el imaginario popular. Por otro lado, la efectividad del elemento anticlerical para impulsar a la acción a las masas refuerza la idea de que el conflicto civil en España se nutrió de un fuerte componente religioso que convertía a unos en mártires de una nueva cruzada, mientras que empujaba a otros a ver en la religión a uno de los principales aliados del orden establecido y el principal obstáculo para la realización de la futura sociedad revolucionaria definida por su igualitarismo.

Esta percepción, sostenida sobre todo por los anticlericales vinculados a la izquierda española, subraya el hecho evidente de que la Iglesia española defendió desde mucho antes del estallido de los motines un modelo de sociedad completamente reaccionario, favorecedor de la elite tradicionalmente en el poder y opuesto a todo intento modernizador de los usos, hábitos y costumbres que supusieran un desafío para su preeminencia en el diseño y la elaboración de los códigos de conducta que debían seguir los ciudadanos. Los años treinta debidamente enmarcados en su contexto general de crisis profunda no sólo económica, sino también social, política e ideológica suponen el escenario apropiado para que estallen las tensiones existentes entre el modelo de sociedad defendido por la Iglesia y sus detractores. Tensiones que, por otro lado, se habían alimentado en la experiencia de la peculiar transición al liberalismo que el país había venido experimentando a lo largo del siglo XIX y que no sólo alimentó al anticlericalismo contemporáneo, sino también a su fuerza oponente, que se desarrolló a la par que el primero crecía y se radicalizaba.

La fuerte presencia del anticlericalismo que acompañó a la Segunda República desde sus comienzos, unida a la desconfianza y a la manipulación de tipo apocalíptico que sectores de la Iglesia y de la derecha católica hicieron de las medidas secularizadoras republicanas, catalogándolas de ataques a la religión y a la propia esencia nacional, contribuyeron a que el problema se plantease cada vez más entre los progresistas y las fuerzas de izquierda como una rémora para el desarrollo de las reformas impulsadas desde los gobiernos republicanos. Este aumento paulatino de la tensión llevó a considerar que la cuestión religiosa sólo podría zanjarse mediante el uso de la violencia, consideración que se vio reforzada por la aparición de una importante militancia política entre los jóvenes españoles que, al tiempo que desacreditaban a los partidos tradicionales y sus métodos parlamentarios, se veían a sí mismos como una nueva generación preparada suficientemente para erigirse en vehículo del cambio social[89].

Parece demostrado que la actuación de estos grupos de jóvenes fue determinante en este tipo de acciones anticlericales y en muchos de los sucesos acaecidos en nuestra provincia en la primavera de 1936. Los que acaecieron en la ciudad de Logroño el 14 de marzo tuvieron un fuerte componente sociopolítico, ya que evidencian claramente los temores y recelos que las clases populares manifestaban ante el incremento de la acción conspiradora de la derecha desde su fracasó en las elecciones de febrero. No obstante, el hecho de que una revuelta espontánea iniciada con el asalto a las sedes de los partidos políticos de la derecha terminara con el incendio de Iglesias y conventos nos impele a añadir a los argumentos sociopolíticos otros que pertenecen al ámbito de la cultura y la ideología como factores cruciales de movilización. El peso de estos últimos ingredientes se aprecia especialmente en el mundo rural a través de los testimonios que nos ofrecen aquellas personas que, de una forma u otra, los vivieron. Así, la afirmación que se ha intentado mostrar es que el eco que va a encontrar el anticlericalismo entre las masas es debido a la síntesis de estos dos grandes elementos que se encuentran fundidos en él.

Por otro lado, es importante dejar bien claro que este tipo de acciones marcadas por convertir a la Iglesia y a sus representantes en objetivos preferentes perjudicaron gravemente a la Segunda República en un doble sentido. Primero constituyeron uno de los argumentos que más simpatías despertó por los sublevados en el ámbito europeo[90] y, más tarde, se convirtió en uno de los elementos fundamentales utilizados por la propaganda franquista para legitimarse en el poder y justificar su conquista mediante un fracasado golpe de Estado y la posterior guerra civil[91]. Al mismo tiempo, el problema de la persecución religiosa fue utilizado hasta la saciedad para construir una imagen deformadora y sesgada del país durante el período republicano al que se asocia constantemente con el desgobierno incapaz de mantener el orden, la estabilidad social y la libertad de todos sus ciudadanos. En última instancia se hacía responsables de los desórdenes religiosos a los líderes republicanos que quedaron convertidos en verdaderos chivos expiatorios por obra y gracia de la propaganda franquista, cuestión que se aprecia diáfanamente en el tratamiento que la prensa riojana hizo de los acontecimientos de 1936, una vez que la rebelión militar hubo triunfado en la región. La magnificación de estos sucesos resulta aún más evidente si tenemos en cuenta que los episodios que tuvieron lugar en nuestra provincia rara vez tuvieron víctimas mortales y que cuando esto ocurrió, como en el caso de la capital, éstas no pertenecieron al estamento religioso.

Para terminar, resulta imprescindible mostrar aquí como la Iglesia se erigió en uno de los aliados más próximos de los militares sublevados, bendiciendo las ejecuciones que se producían en las ciudades y pueblos españoles caídos en manos de los rebeldes y respaldando su causa con un encendido discurso que convertía la guerra civil en una nueva cruzada contra el infiel. De esta forma, lejos de promover la reconciliación, incitaba al odio y a la venganza[92]. Este apoyo fue más tarde recompensado por la dictadura de Franco devolviendo a la Iglesia todos sus privilegios y otorgándole el control prácticamente total de la educación, así como una absoluta preeminencia para dictar las normas de conducta que debían regir en la nueva España nacional.

 

Notas

[1] Toda esta evolución histórica puede seguirse en la breve pero excelente obra de CARO BAROJA, J., Introducción a una historia contemporánea del anticlericalismo español, Madrid, 1980.

[2] La literatura española es de una abrumadora riqueza en testimonios que relatan los pecados, deslices y malos modos con los que proceden eclesiásticos de todo pelaje. Dar testimonio de todos ellos en una nota al pie de página resulta de todo modo imposible. No obstante, y sin animo alguno de ser exhaustivo, pueden recordarse aquí los divertidos milagros que Gonzalo de Berceo dedica al clérigo embriagado y a la abadesa preñada en BERCEO, Gonzalo de., Milagros de nuestra señora, Madrid, pp. 88-92 y 93-102 respectivamente o las amonestaciones del Arcipreste de Hita en torno al amor de los clérigos por el dinero en su Libro de buen Amor, Madrid, 1987, p. 97. Ya en el siglo XV, y entroncando con la tradición misógina medieval, podemos encontrar la impronta de esta tradición en MARTÍNEZ DE TOLEDO, A., Arcipreste de Talavera o Corbacho, Madrid, 1987, por ejemplo en pp. 85-86. El listado podría continuar durante el renacimiento con ilustres ejemplos hasta llegar al siglo de oro donde podemos encontrar abundantes testimonios de clérigos licenciosos en la excelente obra de ALZIEU, P., JAMMES, R. y LISSORGUES, Y., Poesía erótica del siglo de oro, Barcelona, 2000 en pp. 106-109. Para una interesante relación de obras sobre esta tradición puede verse MIRET MAGDALENA, E., "Anticlericalismo en nuestra historia" en Triunfo, nº 671, 9 de agosto de 1975, pp. 18-21.

[3] La aparición de la violencia como novedad en el anticlericalismo español puede verse en el brillante trabajo de DE LA CUEVA MERINO, J., "Si los curas y frailes supieran... la violencia anticlerical" en JULIÁ, S. (Coord.), Violencia política en la España del siglo XX, Madrid, 2000, pp. 191-223. La división de la sociedad entre clericales y anticlericales ha sido retratada por CARANDELL, L., "Beatos y Comecuras" en JULIÁ, S. (Coord.), Memoria del 98. De la guerra de Cuba a la Semana Trágica, Madrid, 1997, p.372.

[4] Así lo ha descrito con acierto CASTRO ALFÍN, D., "Cultura, política y cultura política en la violencia anticlerical" en CRUZ, R. y PÉREZ LEDESMA, M. (Eds.), Cultura y movilización en la España contemporánea, Madrid, 1997, pp. 69-87.

[5] DE LA CUEVA MERINO, J., "Movilización política e identidad anticlerical, 1898-1910" en CRUZ, R., (Ed.), Ayer nº 27 "El anticlericalismo", Madrid, 1997, pp. 101-125.

[6] CRUZ, R., "¡Luzbel vuelve al mundo! Las imágenes de la Rusia Soviética y la acción colectiva en España" en CRUZ, R. y PÉREZ LEDESMA, M. (Eds.), Cultura y movilización en la España contemporánea..., pp. 273-303. La alusión concreta a esta dicotomía en p. 292.

[7] Esta representación del clero en revistas como La Traca o Fray Lazo puede verse en DE LA CUEVA MERINO, J., "El anticlericalismo en la Segunda República" en LA PARRA, E. y SUÁREZ CORTINA, M. (Eds.), El anticlericalismo español contemporáneo, Madrid, 1998, pp. 211-301. Estas publicaciones no hacían sino continuar una línea que ya había sido explorada a principios de siglo por otras como El Motín o Las Dominicales del Libre Pensamiento.

[8] Para un relato sucinto de los acontecimientos puede verse TUÑÓN DE LARA, M., La España del siglo XX, vol II. De la Segunda República a la guerra civil (1931-1936), Madrid, 2000, pp. 305-311.

[9] DE LA CUEVA MERINO, J., "El anticlericalismo en la Segunda República" en LA PARRA, E. y SUÁREZ CORTINA, M. (Eds.), El anticlericalismo español contemporáneo... p. 220.

[10] ULLMAN, J.C., La Semana Trágica, Barcelona, 1973, pp. 584-613. Un análisis del repertorio de protesta anticlerical desde finales del siglo XIX puede verse en DE LA CUEVA MERINO, J., "Movilización política e identidad anticlerical, 1898-1910"... en el que el autor describe como las protestas anticlericales no se alejaron del repertorio de acción colectiva empleado por otros grupos en el mismo período y centrado fundamentalmente en reuniones, manifestaciones, boicots y motines, p. 111.

[11] Un testimonio sobre el eco que despertó en la sociedad española la citada obra puede verse en ORTIZ ARMENGOL, P., "El estreno de Electra" en JULIÁ, S. (Coord.), Memoria del 98..., pp. 322-323. El efecto fulminante que Electra despertó entre la opinión pública española de la época descansaba también en la creencia muy extendida de que la entrada en el convento de las jóvenes resultaba antinatural porque suponía la renuncia de éstas al sexo y a la maternidad, lo que alimentaba las sospechas de que se produjera bajo coacción, como se argumenta en LANNON, F., "Los cuerpos de las mujeres y el cuerpo político católico: Autoridades e identidades en conflicto en España durante las décadas de 1920 y 1930" en Historia Social, nº 35, Valencia, 1999, pp. 65-80. La alusión a Electra en p. 73.

[12] ULLMAN, J.C., "Arde Barcelona" en Historia 16, año IV, nº 39, Madrid, julio de 1979, pp. 85-94.

[13] Ibidem, pp. 91-93.

[14] La falta de validez de este tipo de explicaciones para comprender el fenómeno de la quema de conventos y los motines anticlericales ha quedado puesto de relieve en CARO CANCELA, D., "Una aproximación al anticlericalismo contemporáneo: la quema de conventos gaditanos en mayo de 1931" en Gades, nº 13, Cádiz, pp. 241-252. El hecho de responsabilizar exclusivamente a los anarquistas por este tipo de sucesos no deja de ser un tópico, ya que se ha demostrado que también se dieron en zonas dominadas por otras fuerzas políticas, como bien afirma CASANOVA, J., La Iglesia de Franco, Madrid, 2001, p. 194. El partidismo del que son prisioneros este tipo de análisis en TUÑÓN DE LARA, M., La España del siglo XX, vol II. De la Segunda República a la guerra civil (1931-1936)..., p. 307.

[15] El rechazo excluyente de este tipo de explicaciones aludiendo a que la violencia anticlerical revestida de tintes políticos y movilizadora de masas es un fenómeno exclusivamente contemporáneo puede verse en CASTRO ALFÍN, D., "Cultura, política y cultura política en la violencia anticlerical"..., pp. 89-93. De esta forma se minusvaloran importantes elementos de estudio que pueden aportarse desde el punto de vista de la antropología para ahondar en el conocimiento del anticlericalismo. El peso de una determinada tradición cultural sobre fenómenos claramente contemporáneos ha quedado sobradamente demostrado en obras que han generado debates historiográficos tan apasionantes y enriquecedores como el provocado en los últimos años con respecto a la importancia de la secular cultura antisemita en la Alemania nazi puesta de manifiesto en GOLDHAGEN, D.J., Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el holocausto, Madrid, 1997.

[16] DE LA CUEVA MERINO, J., "Si los curas y frailes supieran..., p. 209. También la obra de RUIZ DELGADO, M., La ira sagrada. Anticlericalismo, iconoclastia y antirritualismo en la España contemporánea, Barcelona, 1992.

[17] BRENAN, G., El laberinto español. Antecedentes sociales y políticos de la guerra civil, Barcelona, 1996, p. 243.

[18] Este interesante punto de vista en el excelente trabajo de LINCOLN, B., "Exhumaciones revolucionarias en España, julio 1936" en Historia Social, nº 35, Valencia, 1999, pp. 101-118. La alusión concreta a la iconoclastia en p. 113.

[19] ALVAREZ JUNCO, J., "El anticlericalismo en el movimiento obrero" en JACKSON, G., (Coord.), Octubre 1934. 50 años para la reflexión, Madrid, pp. 283-300. Alvarez Junco señala en el mismo trabajo como estas críticas de tipo moral fueron repetidas hasta la saciedad en las publicaciones anticlericales, p. 294. El papel de esta crítica de tipo moral en el pensamiento anarquista puede seguirse en ALVAREZ JUNCO, J., La ideología política del anarquismo español (1865-1910), Madrid, 1976, pp. 197-215.

[20] Así queda puesto de manifiesto en el magistral estudio sobre la retórica populista de ALVAREZ JUNCO, J., El emperador del paralelo. Lerroux y la demagogia populista, Madrid, 1990. Especialmente en pp. 401-410.

[21] La idea del paso de la religión católica de su representación del status quo a religión contrarrevolucionaria en LINCOLN, B., "Exhumaciones revolucionarias en España..., pp. 104-105. Una buena síntesis del papel social y político jugado por la Iglesia española desde el final del siglo XIX puede verse en LANNON, F., Privilegio, persecución y profecía. La Iglesia católica en España 1875-1975, Madrid, 1990, pp. 17-22. La derecha católica española también fracasó rotundamente en el intento por atraerse a las masas obreras en un contexto de aguda guerra de clases, como muy bien ha hecho notar PRESTON, P., La política de la venganza. El fascismo y el militarismo en la España del siglo XX, Barcelona, 1997, p. 47.

[22] VINCENT, M., "The Martyrs and the Saints: Masculinity and the construction of the Francoist crusade" en History Workshop Journal, nº 47, 1999, pp. 69-98. Para la formación en escuelas religiosas de los jóvenes españoles que engrosarían las filas del fascismo pueden verse especialmente las páginas 79-82.

[23] Por ejemplo en LANNON, F., "La cruzada de la Iglesia contra la república" en PRESTON, P., Revolución y guerra en España 1931-1939, Madrid, 1986, pp. 41-58. El fuerte carácter antidemocrático de la derecha católica española durante la segunda república puede verse en PRESTON, P., Las derechas españolas en el siglo XX: Autoritarismo, fascismo y golpismo, Madrid, 1986, pp. 111-1126.

[24] Citado en DELGADO RUIZ, M., "Anticlericalismo, espacio y poder. La destrucción de los rituales católicos, 1931-1939" en CRUZ, R., (Ed.), Ayer, nº 27 "El anticlericalismo", Madrid, 1997, pp. 149-180. El texto en p.174. La cursiva es mía.

[25] El discurso de género marcó especialmente el período de revolución y guerra en España. El peso de una sociedad tradicionalmente machista se dejó sentir en un país que era incapaz de superar ese lastre, aunque la ley brindase alguno de los elementos para ello. Esto puede apreciarse especialmente bien en el caso de las mujeres republicanas y su paso de milicianas combatientes a esforzadas resistentes de la retaguardia perfectamente ilustrado en los discursos de los líderes revolucionarios y en la propaganda de la época, especialmente en los carteles de guerra. El caso de las mujeres republicanas ha sido brillantemente documentado en NASH, M., Rojas. Las mujeres republicanas en la guerra civil, Madrid, 1999, pp.85-104. Para los carteles de guerra puede verse GREENE, P.V., "Testimonio visual: iconografía femenina en los carteles de la guerra civil" en Letras Peninsulares. Voces y textos de la guerra civil española/Voices and texts of the Spanish Civil War, Spring, Michigan, 1998, pp. 119-143. Para las mujeres del bando franquista esto resultó aún mucho más evidente pues las fuerzas reaccionarias que integraron la sublevación contra la República habían hecho de la división social por sexos una de sus divisas ideológicas. Algo que, por otro lado, fue común y compartido por el resto de los fascismos europeos. De hecho, la victoria franquista en la guerra civil supuso un confinamiento de las mujeres en la esfera doméstica y su sometimiento a las normas de conducta y moral dictadas por la Iglesia católica. He intentado describir como se fue gestando la construcción del modelo femenino franquista dentro del marco de una ciudad de provincias en mi trabajo "La conformación del modelo de mujer en el primer franquismo desde los medios de comunicación y su plasmación en una ciudad de provincias" en NAVAJAS ZUBELDIA, C. (Coord.) Ensayos sobre el papel de la mujer en la Historia Contemporánea de la ciudad de Logroño, Logroño, 2001, en prensa.

[26] Citado en MANGINI, SH., Recuerdos de la resistencia. La voz de las mujeres en la guerra civil española, Barcelona, 1997, pp. 34-35. La cursiva en el original.

[27] Citado en ALVAREZ JUNCO, J., El emperador del paralelo. Lerroux y la demagogia populista, Madrid, 1990, p. 201.

[28] Esto es lo que Bruce Lincoln ha llamado profanofanía en su excelente "Exhumaciones revolucionarias en España..., p. 116.

[29] Considero que ésta es una de las pocas matizaciones que se puede hacer al excelente trabajo de ALVAREZ JUNCO, J., "El anticlericalismo en el movimiento obrero" citado anteriormente en el que el autor separa claramente esas dos esferas en p. 292.

[30] "Il n'est jamais possible ni souhaitable de chercher à retenir tous les phénomenes qui s'inscribent à l'interieur de frontières régionales donnés. L'unité de lieu n'est que désordre. Seule l'unité de probléme fait centre" en BLOCH, M., "Un étude régionale: géographie ou histoire?", Annales d'Histoire Économique et Sociale, nº 25, París, 1934, p. 25.

[31] De hecho en el presente artículo se apuntará la tesis de que el éxito movilizador del anticlericalismo se deberá en gran parte a esa especial fusión de elementos.

[32] DE LA CUEVA MERINO, J., "Movilización política e identidad anticlerical, 1898-1910"..., en el que el autor analiza la movilización política anticlerical siguiendo las claves ofrecidas por algunos teóricos de la acción colectiva. Una de los conceptos en el que más se incide a lo largo del artículo es el de oportunidad política en pp. 103-106.

[33] Esta desorientación y confusión en que quedó sumida la República tras el golpe fue puesta de manifiesto por ejemplo en alguno de los discursos de Manuel Azaña como el pronunciado en la Universidad de Valencia el 18 de julio de 1937, un año después del alzamiento militar, en el que el presidente de la República calificaba como de milagrosa la formación del ejército después de un comienzo de conflicto en el que "(...) no teníamos soldados, ni armas, ni disciplina" en AZAÑA, M., Los españoles en guerra, Barcelona, 1999, p. 69.

[34] Para las víctimas de la violencia anticlerical puede verse JULIÁ, S. (Coord.), Víctimas de la guerra civil, Madrid, 1999, pp. 117-157 donde se aprecia claramente que si existió un terror caliente, ese fue el que se aplicó al clero como lo demuestra la cifra de asesinatos que rebasa los 6.800. Para quienes sostuvieron las teas del fuego purificador puede verse CASANOVA, J., La Iglesia de Franco..., pp. 147-202.

[35] Una reconstrucción de los hechos muy acertada puede encontrarse en RIVERO, C., "La rebelión militar de 1936 en La Rioja" en Berceo, nº 127, Logroño, pp. 31-58. Para una explicación extraída de la prensa consultar PRADAS MARTÍNEZ, E., 1936: Holocausto en La Rioja, Logroño, 1982, pp. 46-47.

[36] RIVERO, C., op. cit., pp 35 y 39 respectivamente.

[37] "El Gobernador civil nos refiere los sucesos ocurridos ayer en Logroño" en La Rioja, 15 de marzo de 1936, nº 15.071. Es necesario hacer notar que hubó dos ediciones del mismo número del diario, uno recoge esta información y otro no. La explicación de este suceso se encuentra probablemente en que la nota del Gobernador fue entregada tarde cuando la primera edición ya estaba concluida y lista para salir a la calle por lo que, probablemente, ésta fue más difundida que la segunda. El diario puede consultarse en la Hemeroteca del diario La Rioja o en la Hemeroteca del Instituto de Estudios Riojanos en microficha para el artículo aquí citado y en papel para el correspondiente a la primera edición. Por último debo agradecer la amabilidad de Luis Saénz Gamarra, documentalista del diario La Rioja, por la amabilidad con la que atendió mi consulta sobre este número.

[38] RIVERO, C., "La rebelión militar de 1936 en La Rioja"..., p. 35. El trabajo de Cristina Rivero aporta una muy ajustada reconstrucción de los hechos basada en las fuentes que la autora ha trabajado en los Archivos de Justicia de los Gobiernos Militares de Navarra y La Rioja. Otro relato más sucinto de los sucesos, aunque elabora una tabla donde pueden verse el número de heridos en los mismos así como sus diagnósticos médicos, es el que nos ofrece BERMEJO, F., La Segunda República en Logroño. Elecciones y contexto político, Logroño, 1984, pp. 409-411. Es necesario hacer notar que el tratamiento de los sucesos ofrecido por Francisco Bermejo no difiere sustancialmente del artículo de La Rioja presentado anteriormente y al que este autor no hace referencia alguna.

[39] Información sobre el fallecimiento y entierro de esta nueva víctima en "Ayer fue enterrada otra víctima de los sucesos del pasado sábado" en La Rioja, 18 de marzo de 1936, nº 15.072.

[40] PRESTON, P., La política de la venganza..., p. 50.

[41] Izquierda Republicana, 16 de marzo de 1936, nº 68. Los subrayados son míos. Empero, el periódico se mostraba muy parco a la hora de denunciar los actos vandálicos protagonizados por las masas calificándolos como justa y explicable pasión y limitándose a afirmar que "sobre los hechos actúa un juez especial y que, por lo tanto, en su día una determinación judicial hará luz sobre la génesis, motivación, desarrollo y calificación de tales hechos" añadiendo que se abstenían de prejuzgarlos y calificarlos en Izquierda Republicana, 23 de marzo de 1936, nº 69.

[42] La imagen del cura armado y disparando desde los tejados en apoyo a las fuerzas de la reacción en la lucha armada fue muy difundida y era el resultado de una herencia iconográfica decimonónica. Ésta no era otra que la del cura trabucaire cuyo origen debe rastrearse en las guerra carlistas, como bien ha explicado DE LA CUEVA MERINO, J., "Si los curas y frailes supieran..., p. 213. No obstante también es necesario afirmar aquí que hubo también sacerdotes dispuestos a empuñar el fusil contra la República, aunque éstos no fuesen mayoría como bien ha documentado para los primeros momentos de la guerra civil CASANOVA, J., La Iglesia de Franco, pp. 54-55. Más testimonios de curas disparando ametralladoras desde los tejados en BULLÓN DE MENDOZA, A. y DE DIEGO, A., Historias orales de la guerra civil, Barcelona, 2000, pp. 203-229. Esta imagen tan extendida también puede apreciarse en el cine en películas como Libertarias (1996) de Vicente Aranda.

[43] Izquierda Republicana, 16 de marzo de 1936, nº 68. El subrayado es mío.

[44] A(rchivo) H(istórico) P(rovincial) de Logroño. Libro de Registro General 1-12-36 a 11-03-40 G(obierno) C(ivil) 58. En este libro hay constancia de que llegaron al Gobernador tres documentos: El primero un escrito del párroco de San Marcial haciendo constar que un gran incendio había destruido la Iglesia de Lardero, p. 573, el segundo es un comunicado de la Guardia civil explicando porque no se formó atestado en el incendio ocurrido en Lardero, p. 574 y por último otro comunicado de la Guardia civil en el que se participa haber encontrado armas en el altar de la iglesia de S. Marcial de Lardero, p. 580. A pesar de que los tres aparecen registrados en el libro de entrada de correspondencia del Gobierno Civil ha sido totalmente imposible encontrarlos en dicho fondo del A.H.P.L.

[45] Desde 1935 la prensa de Acción Católica había venido multiplicando sus ataques contra judíos y masones y el propio Gil Robles había atacado el "espíritu revolucionario" del que se habían nutrido "muchas generaciones de maestros" como recoge JACKSON, G., La república española y la guerra civil, Barcelona, 1999, p.166. En otros casos se magnificaba cualquier problema de orden público para mostrar la debilidad de la República y reclamar un gobierno autoritario como ha mostrado GONZÁLEZ CALLEJA, E., "La violencia política y la crisis de la democracia republicana" en ARÓSTEGUI, J. y MARTÍNEZ DE VELASCO, A., (Eds.) Hispania Nova. Revista de Historia Contemporánea, http:// hispanianova.rediris.es/ 99103. Htm. 22 p. Más lejos que la prensa católica en los ataques a las instituciones republicanas fueron las publicaciones vinculadas a la ultraderecha como el periódico dirigido por el fundador de las JONS, Onésimo Redondo, que se hizo acreedor de numerosas sanciones por su desprecio del parlamentarismo y su acérrimo respaldo a la fallida intentona golpista de Sanjurjo en 1932, como bien puede verse en MARTÍN DE LA GUARDIA, R.M., Información y propaganda en la prensa del Movimiento. "Libertad" de Valladolid, 1931-1979, Valladolid, 1994, pp. 27-41.

[46] A.H.P.L. Fondo de Secretaría. Carpeta de la Junta de Cultura Histórica del Tesoro Artístico. Quiero agradecer a la investigadora del Instituto de Estudios Riojanos, Mari Cruz Navarro su amabilidad y consideración al facilitarme esta referencia.

[47] A(rchivo) H(istórico) M(unicipal) de L(ogroño). Documento Suelto Sin Clasificar del 18 de marzo de 1936.

[48] "Un paseo ciudadano" en Rioja Agraria, 3 de abril de 1936, nº 196.

[49] "Las masas nos arrollan" en Rioja Agraria, 3 de abril de 1936, nº 196.

[50] "Un acuerdo sectario. Suprimen las monjas del Hospital" en Rioja Agraria, 3 de abril de 1936, nº 196.

[51] Ibidem.

[52] Rioja Agraria, 3 de abril de 1936, nº 196.

[53] PRESTON, P., La destrucción de la democracia en España, Madrid, 1987, pp. 205-235. La alusión a la naturaleza de la campaña propagandística de la CEDA en p. 229. Preston también afirma que la prensa de la derecha católica era en provincias tan truculenta como la de los monárquicos y los carlistas, p. 230.

[54] Una buena muestra de cómo este clima se plasmará posteriormente en el franquismo en DELGADO IDARRETA, J.M., "Alguna prensa riojana durante el primer franquismo. Las repercusiones de la Ley Suñer en provincias" en DELGADO IDARRETA, J.M. (Coord.), Franquismo y democracia. Introducción a la Historia Actual de La Rioja, Logroño, 2000, pp. 117-163.

[55] El protagonismo de estas juventudes de los partidos y su propensión a formar grupos armados o milicias puede verse en JACKSON, G., La república española y la guerra civil... p. 168. La utilización de los medios violentos por los jóvenes de ultraderecha en refriegas callejeras queda descrita con acierto en MARTÍN DE LA GUARDIA, R.M., Información y propaganda en la prensa del Movimiento. "Libertad" de Valladolid, 1931-1979, ... p. 33, nota 24. El perfil de este joven militante como elemento protagonista de los motines de signo libertario puede verse en CASANOVA, J., De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1939), Barcelona, 1997, pp. 125-127. Para una acertada descripción de este alto grado de movilización política y de cómo afectó a los jóvenes confundiendo activismo y vida privada puede verse GONZÁLEZ CALLEJA, E., "La violencia política y la crisis de la democracia republicana" en ARÓSTEGUI, J. y MARTÍNEZ DE VELASCO, A., (Eds.) Hispania Nova. Revista de Historia Contemporánea...

[56] Las referencias a la disciplina, al orden público y al comportamiento cívico de las organizaciones obreras son constantes en los artículos dedicados a los entierros de los muertos en los sucesos de 1936 como puede verse en "El entierro de una de las víctimas de los sucesos del sábado último" y "Ayer fue enterrada otra víctima de los sucesos del pasado sábado" en La Rioja, 17 y 18 de marzo de 1936, nº 1.571 y 1.572 respectivamente.

[57] Una descripción de la indiscriminada quema de tallas religiosas y del retablo de la ermita de Santa Eufemia puede verse en A.H.P.L. Fondo de Secretaría. Carpeta de la Junta de Cultura Histórica del Tesoro Artístico.

[58] Entrevista personal realizada con María Ascensión Ilarraza el 5 de mayo de 2001.

[59] La interpretación del anticlericalismo iconoclasta contemporáneo de masas como una peculiar fusión de los conceptos de idolatría y fetichismo puede verse en DELGADO RUIZ, M., Luces iconoclastas. Anticlericalismo, espacio y ritual en la España contemporánea, Barcelona, 2001, pp. 110-113. Algunos relatos de la venganza justiciera sobre los iconoclastas en pp. 125-126 y también muy abundantes en BULLÓN DE MENDOZA, A. y DE DIEGO, A., Historias orales de la guerra civil, ... p. 205.

[60] Entrevista personal realizada con Isabel Santolaya el 5 de mayo de 2001. El subrayado es mío.

[61] Ibidem.

[62] No podemos olvidar que lo sucedido con el Diario de La Rioja no ha sido totalmente aclarado por los historiadores y frecuentemente se expresa la duda de que quienes le prendieron fuego fueron sus propios dueños. Así parece entenderse en DELGADO IDARRETA, J.M., "Introducción al estudio de un diario político del siglo XIX: La Rioja" en Cuadernos de Investigación Histórica, Tomo III, nº 1-2, Logroño, 1977, p. 137, nota nº 3.

[63] CASANOVA, J., De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1939), ... pp. 125-127.

[64] Entrevista personal realizada con Isabel Santolaya el 5 de mayo de 2001. El subrayado es mío. Otra de las entrevistadas opinaba sin embargo que los protagonistas de la quema eran "Jóvenes y no tan jóvenes también había, hombres casados". La interpretación que se ofrece en el artículo no pretende desacreditar estas estimaciones sino mostrar que si realmente había hombres casados éstos debían de ser los menos, pues no era normal que éstos antepusieran la participación en este tipo de motines a la seguridad de su familia de la que se sentían responsables.

[65] Entrevista personal realizada con Isabel Santolaya el 5 de mayo de 2001.

[66] Para esta sesión del Ayuntamiento puede verse "La sesión de ayer en el Ayuntamiento" en La Rioja, nº 15.076" y también A.H.M.L., Actas del Ayuntamiento Pleno, vol. 66 (19 de diciembre de 1935-17 de junio de 1936), fv. 187-fv. 188.

[67] "A los católicos riojanos" en Diario de La Rioja, 30 de agosto de 1936, nº 9.483. El subrayado es mío.

[68] Para la importancia del antisemitismo desde la crisis de 1931 y su relevancia, más intensa de lo que se ha dado a entender, puede verse ALVÁREZ CHILLIDA, G., "El mito antisemita en la crisis española del siglo XX" en Hispania. Revista española de Historia, nº 194, Madrid, 1996, pp. 1037-1070. El antisemitismo del franquismo como pasivo y no como activo, es decir como la expresión refleja de un prejuicio cultural fundado en una tradición religiosa en BARRACHINA, M-A., Propagande et culture dans l'Espagne franquiste 1936-1945, Grenoble, 1998, p. 29. Para entender la gestación y arraigo de este tipo de argumentaciones conspiradoras con gran protagonismo judío puede verse FERRER BENIMELI, J.A., El contubernio judeo-masónico-comunista, Madrid, 1982.

[69] Sobre este elemento de la propaganda totalitaria y sin ánimo de ser exhaustivo puede verse PIZARROSO QUINTERO, A., Historia de la propaganda. Notas para un estudio de la propaganda política y de guerra, Madrid, 1993, especialmente pp. 307-330 y 331-355 respectivamente. También en HUICI MÓDENES, A., Estrategias de la persuasión. Mito y propaganda política, Sevilla, 1996. Para comprobar como este tipo de argumentos se utilizan a fin de reforzar el sentimiento de pertenencia e identidad a un grupo determinado denominado con el nombre de grupalón puede verse en PRATKANIS, A. y ARONSON, E., La era de la propaganda. Uso y abuso de la persuasión, Barcelona, 1994, pp. 225-226.

[70] El estudio definitivo que desmonta la llamada conspiración comunista mostrando a todas luces la falsedad de los documentos en los que ésta se apoya y como su contenido resultaba del todo absurdo, tanto en el contexto internacional de los años treinta, en el que la propia URSS promovía la creación de gobiernos de Frente Popular movida por sus pretensiones de frenar el avance de Hitler, como en el interior español es el del norteamericano SOUTHWORTH, H.R., El lavado de cerebro de Francisco Franco, Barcelona, 2000. Para las necedades difundidas en nombre de la religión en apoyo de la causa franquista puede verse p. 279, nota nº 90.

[71] "La vergonzosa jornada del día 14 de marzo" en Diario de La Rioja, 30 de agosto de 1936, nº 9.483. Al parecer para la derecha católica bien pensante la feminidad de la mujer solamente se expresaba en los modelos de sumisión al hombre dictados por ellos mismos, por lo que desde un principio la miliciana, la mujer combatiente y política se convirtió en el negativo del modelo de mujer preconizado por los franquistas.

[72] Ibidem. El subrayado es mío.

[73] Ibidem. El subrayado es mío.

[74] Ecos de Valvanera, septiembre de 1936, nº 101, p. 10.

[75] Carta Colectiva de los Obispos Españoles. Citado en ARBELOA, V.M., "Los obispos españoles y la guerra" en VVAA., La guerra civil española, vol. 13, "La iglesia durante la guerra", Barcelona, 1997, pp. 79-91. La alusión textual citada en p. 81.

[76] Algunos documentos y textos en los que se muestra este papel de la Iglesia en la guerra civil española en PALACIOS, J., La España totalitaria. Las raíces del franquismo 1934-1946, Barcelona, 1999, pp. 118-124.

[77] Quien mejor ha estudiado hasta el momento este renacer del culto barroco que aunaba religión y patriotismo ha sido Giuliana di Febo en obras tan sugerentes como DI FEBO, G., La santa de la raza. Un culto barroco en la España franquista, Barcelona, 1988 y "Franco, la ceremonia de Santa Barbara y la representación del nacionalcatolicismo" en QUINZÁ LLEÓ, X. y ALEMANY, J.J. (Eds.), Ciudad de los hombres, ciudad de Dios. Homenaje a Alfonso Alvarez Bolado, Madrid, 1999, pp. 461-474.

[78] "La restitución del santo crucifijo en nuestras escuelas" en El Diario de La Rioja, 2 de septiembre de 1936, nº 9.485.

[79] ESTRUCH, J., Santos y pillos. El Opus Dei y sus paradojas, Barcelona, 1994, p. 133.

[80] La marcada impronta de la Iglesia española sobre el diseño y los contenidos ideológicos de la propaganda franquista puede verse en BARRACHINA, M-A., Propagande et culture dans l'Espagne franquiste 1936-1945..., p. 16. También en ALTED, A., "Notas para la configuración y el análisis de la política cultural del franquismo en sus comienzos: la labor del Ministerio de Educación Nacional durante la guerra" en FONTANA, J., España bajo el franquismo, Barcelona, 2000, pp. 215-229.

[81] MIR CURCÓ, C., "La funció politica dels capellans en un context rural de postguerra" en L'Avenç. Historia, cultura i pensament, nº 246, Barcelona, 2000, pp. 18-23.

[82] Para el proyecto ideológico de la autarquía y el papel que éste jugó en la represión franquista puede verse la excelente obra de RICHARDS, M., Un tiempo de silencio. La guerra civil y la cultura de la represión en la España de Franco, 1936-1943, Barcelona, 1999. En algunos casos este programa de desinfección también se valió del aislamiento y destierro para forzar al individuo a regenerarse mediante la recapacitación y el propósito de enmendar su errada vida anterior, como en el caso de una muchacha de Nájera que a los dos años de verse desterrada en Logroño escribe una carta al Gobernador Civil declarando que: "(...) si alguna falta cometí no fue debido sino a mis pocos años (pues contaba sólo 15); haber sido una de tantos engañados por las predicaciones de la canalla marxista a la que cada día que pasa y a medida que en mí va entrando la razón (han transcurrido dos años) odio más y con toda mi alma" en A.H.P.L., Sección de Gobierno Civil, Paquete 88, Correspondencia Tomo 8, Subcarpeta "Destierros". La carta también describe la precaria situación por la que pasa la familia de la muchacha agravada por el hecho de tener que mantenerla fuera del núcleo familiar. Todo ello muestra como este tipo de medidas se valieron del ahogo económico para someter a la población, cuestión que hace difícil separar abiertamente el proyecto económico autárquico de la ideología franquista y de la cultura de la represión que ésta impuso.

[83] Este asunto que en países como Alemania ha culminado con la indemnización a aquellos que suministraron mano de obra esclava a las industrias del III Reich por parte de las mismas empresas que se habían beneficiado de su trabajo; en España apenas ha sido mencionado y tratado en profundidad en nombre del proceso de ablación de la memoria histórica sobre el que se edificó la idílica transición a la democracia liberal que ha quedado registrada en los manuales oficiales. Para las condiciones de trabajo de los presos republicanos puede verse SUEIRO, D., La verdadera historia del Valle de los Caídos, Madrid, 1976 y más recientemente TORRES, R., Los esclavos de Franco, Madrid, 2000.

[84] A.H.M.L., I(ndice) G(eneral) de E(xpedientes), Policía Urbana, 57/1938 "Del Excelentísimo Gobernador Civil interesando del Ayuntamiento examine el presupuesto de reconstrucción de conventos destruidos". La discusión del referido informe por parte de la Comisión Municipal Permanente en A.H.M.L., Actas de la Comisión Municipal Permanente, vol. 175 (2 de septiembre de 1937-2 de marzo de 1939), fv.102-f.103. Otros documentos en los que podemos encontrar referencias a la reedificación de los conventos siniestrados en 1936 y a las peticiones de estos en cuanto a la exención de arbitrios o a otras cuestiones de tipo municipal en A.H.M.L., I.G.E. 362/38 "Instancia de las Reverendas madres Concepcionistas de Madre de Dios, solicitando se les autorice para la reconstrucción de las naves incendiadas", 104/38 "Instancia de la Abadesa del Convento de Madre de Dios solicitando modifiquen la dirección de la Avenida de Artillería en la parte que corresponde al convento de Madre de Dios", 344/38 "Instancia presentada por la Abadesa del convento de Madre de Dios, solicitando le sean condonados los derechos de reconstrucción de una pequeña parte del convento", 122/36 "Solicitud de las religiosas Adoratrices de la exención de derechos por reparación de los tejados del convento" y 115/36 "De solicitud sobrepago de derechos por la obra de reparación de los tejados del convento de Carmelitas".

[85] ALFONSÍ, A., "La recatolización de los obreros en Málaga, 1937-1966. El nacional-catolicismo de los obispos Santos Olivera y Herrera Oria" en Historia Social, nº 35, Valencia, 1999, pp. 119-134.

[86] LAZO, A., La Iglesia, la Falange y el fascismo, Sevilla, 1998, pp. 125-136.

[87] "Nuestros propósitos" en Acies, nº 1, 24 de septiembre de 1939. El subrayado es mío.

[88] Nueva Rioja, 8 de agosto de 1945, nº 2.118. Para este tipo de consignas puede verse FANDIÑO PÉREZ, R.G., "Los años cuarenta bajo el franquismo: Instrucciones de uso. La consigna de prensa en Nueva Rioja en DELGADO IDARRETA, J.M. (Coord.), Franquismo y democracia. Introducción a la Historia Actual de La Rioja..., pp. 75-115.

[89] SOUTO KUSTRÍN, S., "Juventud, violencia política y la "unidad obrera" en la Segunda República española" en ARÓSTEGUI, J. y MARTÍNEZ DE VELASCO, A., (Eds.) Hispania Nova. Revista de Historia Contemporánea, http:// hispanianova.rediris.es/0302.htm, 10 p.

[90] CASANOVA, J., "Guerra civil, ¿lucha de clases? El difícil ejercicio de reconstruir el pasado" en Historia Social, nº 20, Valencia, 1994, p. 136.

[91] La utilización de este tipo de episodios como legitimadores de la intervención militar puede verse claramente en The General Cause (Causa General). The red domination in Spain. Perliminary information drawn up by the public prosecutor's office, Madrid, 1946, pp. 173-197.

[92] Respecto a la responsabilidad de la Iglesia en la represión franquista puede verse el estudio recientemente publicado de RAGUER, H., La pólvora y el incienso. La Iglesia y la guerra civil española, Barcelona, 2001. La misma afirmación en una entrevista concedida por el historiador y monje de Monserrat en el número 492 del suplemento cultural "Babelia" en El País, 28 de abril de 2001, nº 8.740.