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HISPANIA NOVA Revista de Historia Contemporánea
Fundada por Ángel Martínez de Velasco Farinós
ISSN: 1138-7319 DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998 |
NÚMERO 4 (2004)
ARTÍCULOS
AUTOR: Santiago VEGA SOMBRÍA TÍTULO: LA REPRESIÓN EN LA
PROVINCIA DE SEGOVIA EN LOS ORÍGENES DEL RÉGIMEN DE FRANCO
RESUMEN: Este artículo constituye la presentación de una tesis doctoral en la que se ha estudiado la utilización de todas las variantes de la violencia puestas en marcha para conseguir la implantación del franquismo en la provincia de Segovia. El régimen de Franco se impuso con una violencia en muchos casos innecesaria y desmesurada lo que prueba la pretensión de los sublevados de eliminar y exterminar al oponente. En la provincia de Segovia se ha corroborado que nada había ocurrido antes de la guerra que pudiera justificar la dura represión con que se castigó a los adversarios de esta provincia. El objetivo era sancionar, reprimir y castigar por cualquier hecho o comentario, por insignificante que fuera y al mayor número de personas posible. Se analiza la represión física, en sus dos vertientes: las ejecuciones sin procesamiento ni procedimiento judicial previo y la violencia legal o legalizada, fruto de la aplicación de la legislación militar a través de los consejos de guerra, que condenaban a prisión o a muerte. De igual modo se estudia la represión económica, en sus dos fases de responsabilidad civil y responsabilidades políticas; la depuración administrativa y, por último, la represión formal o violencia simbólica. |
PALABRAS CLAVE: Represión franquista, paralización por el terror, represaliados, recuperación de la memoria. |
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ABSTRACT: This article presents a doctoral thesis which studies the various forms of violence employed to implant Francoism in the province of Segovia. Franco's regime prevailed with a violence which was largely unnecessary and exaggerated and which demonstrated the insurrectionists' desire to eliminate and destroy their opponents. It has been proved that nothing had occurred in the province of Segovia before the war to justify the merciless represion to which adversaries were subjected. The aim was to sanction, repress and punish them for any act or comment, irrespective of importance or numbers. The article analyses physical repression in its two manifestations: executions without trial or previous judicial procedure, together with legal or legalized violence as a result of military legislation by war councils which issued prison or death sentences. The article also studies economic repression, in terms of civil and political responsibility; cleansing of administrative bodies and, finally, formalized or symbolic violence. |
KEY WORDS: Francoist repression, paralysis through terror, those who suffered reprisals, recovering the past. |
Santiago
Vega Sombría En los albores del siglo XXI,
la investigación histórica sobre los orígenes y la implantación
efectiva de lo que fue el régimen del general
Franco sigue mostrando su completa vigencia, a través de una abundancia
notable de trabajos y el interés que el asunto despierta. Gran parte de
tales estudios insiste, como no podía ser de otra manera, en el
componente represivo que esos orígenes, implantación y desarrollo del régimen
mantuvieron siempre, represión ejercida no sólo sobre los adversarios
políticos -los vencidos en la Guerra Civil- sino sobre la totalidad de la
población. En la actualidad vivimos un florecimiento del interés general
por la “recuperación de la memoria”, a través de distintas
asociaciones y foros, encaminada principalmente a la reivindicación de
los represaliados del franquismo por medio de homenajes, exposiciones o
exhumaciones de las víctimas. Estas iniciativas han recibido un impulso
con la resolución parlamentaria de 20 de noviembre de 2002 sobre el
reconocimiento moral a las víctimas del franquismo, que, no olvidemos,
eran los defensores de la libertad y la democracia representada por la II
República, contra la que se sublevaron Franco y otros militares,
instaurando tras su victoria en la guerra una dictadura de cuatro largas décadas.
La
imposición del régimen de Franco se llevó a cabo a través del terror
en todas las provincias españolas, tanto en las que hubo resistencia como
en las que se adhirieron desde los primeros momentos de la propia
sublevación militar. Por ello, el estudio del régimen de Franco es
inseparable del estudio de la violencia, en palabras de Francisco Moreno: “la
represión fue de tal envergadura que constituyó la base misma del régimen,
y éste en tanto subsistió en cuanto mantuvo afiladas las armas
represivas. Nos hallamos pues ante la gran página negra del franquismo,
ante su elemento definitorio de primer orden y, si apuramos un poco, ante
uno de los principios fundamentales del movimiento”[2]. La investigación de la represión
franquista
La
represión franquista durante la Guerra Civil continúa siendo objeto de
estudio importante por parte de los historiadores, fundamentalmente porque
es un tema que no se ha esclarecido en su totalidad. Aunque existe ya
una abundante bibliografía sobre algunos temas específicos como las
ejecuciones, otros -como el control de los comportamientos, la depuración
o la incautación de bienes- aún no han sido estudiados en su totalidad.
Al mapa de la represión franquista todavía le restan varias provincias
por investigar y realizar el censo de represaliados durante la guerra.
El
panorama bibliográfico acerca de los distintos ámbitos de la represión
arroja una gran diversidad de estudios y distinta profundidad en función
del campo. Por ejemplo, en cuanto a represión física -el censo de
represaliados-, como comprobamos en el trabajo coordinado por Santos Juliá,
Víctimas de la Guerra Civil[3],
se han realizado estudios en torno a la mitad de España, destacando las
carencias de éstos en Castilla y León, donde únicamente están
investigadas Soria, Valladolid, Salamanca[4],
a los que recientemente añadimos una tesis doctoral sobre León y la que
ahora presentamos de Segovia. Galicia también acusa esta carencia, pues
únicamente ha sido publicado el relativo a la provincia de Lugo[5].
Con
referencia a lo publicado, es de justicia reconocer la labor pionera de
los estudios de Solé y Vilarroya sobre la represión en Cataluña y
Francisco Moreno sobre Córdoba[6].
Tras ellos han llegado otros trabajos importantes entre los que destacamos
el coordinado por Julián Casanova sobre Aragón, Miguel Ors (Alicante) y
Manuel Ortiz (Albacete)
[7].
En
el terreno de la represión económica no existe todavía una extensa
bibliografía. Fue pionero en la investigación de las responsabilidades
políticas Glicerio Sánchez con su estudio sobre el partido judicial de
Monóvar (Alicante), le siguió Conxita Mir con un trabajo sobre la
provincia de Lleida y Álvaro Dueñas con su tesis doctoral sobre Madrid[8].
A estas obras hay que añadir algunos artículos de revista realizados
sobre Granada, Soria y la Generalitat de Catalunya y una tesina sobre la
comarca zamorana de Sanabria[9].
En cuanto a la depuración, los estudios más numerosos y exhaustivos se han realizado sobre los maestros, en concreto sobre las provincias de Burgos, Valladolid, León y País Vasco (un trabajo sobre Segovia está a punto de salir), además del estudio comparativo de 11 provincias elaborado por Morente Valero[10]. Otros trabajos se han hecho sobre grupos profesionales más concretos, como diplomáticos, catedráticos de Universidad o el Canal de Isabel II de Madrid[11].
Con
respecto a los distintos mecanismos de control social, son
interesantes los estudios de Conxita Mir[12]. Por otra parte, las últimas tendencias historiográficas
sobre la represión franquista se centran principalmente en el mundo
penitenciario como se constató en el Congreso de Barcelona de octubre de
2002[13]
y los abundantes trabajos aparecidos recientemente Irredentas,
Esclavos de Franco, Una inmensa prisión[14].
A los que se añade una interesante obra más genérica coordinada por Julián Casanova, Morir, matar, sobrevivir
[15]
y un trabajo de Espinosa sobre la represión en Badajoz[16].
A
este panorama científico de los estudios acerca de la represión
franquista creemos contribuir con este artículo, porque en él se aporta
una investigación exhaustiva centrada en una provincia completa, que
engloba la utilización de todas las variantes de la violencia puestas en
marcha para conseguir la implantación del franquismo en Segovia. En esta
provincia se produjo de forma paralela la destrucción de la democracia
republicana y la instauración del nuevo régimen. Ambos procesos se
iniciaron con la sublevación de la guarnición de la capital, en la mañana
del domingo 19 de julio de 1936 y se desarrollaron de una forma violenta.
Transcurridos más de veinticinco años desde la muerte de Franco y
desaparecido su régimen político, todavía los investigadores chocamos
con trabas en algunas instituciones. Aún quedan archivos cuya
accesibilidad depende de las personas que los dirigen. Estos hechos dan
idea de hasta qué punto se sigue considerando la Guerra Civil como un capítulo
no cerrado de nuestra historia a pesar de haber transcurrido más de
sesenta años desde que concluyó y de la citada resolución del 20 de
noviembre.
Todavía
no se pueden abordar abiertamente ciertos temas relacionados con la
represión franquista durante nuestra contienda. Se utiliza siempre la
manida excusa de no “abrir viejas heridas”, lo que quiere decir que
“las viejas heridas” no han sido curadas, ni cerradas, simplemente se
han cubierto por el silencio y el olvido, y siguen estando ahí. Como se
demuestra con las negativas de algunos ayuntamientos a la colocación de
placas de homenaje a los represaliados, o las trabas a las exhumaciones de
cadáveres de las víctimas de la represión.
En lo que a esta
investigación se refiere, las mayores dificultades fueron interpuestas
por algunos funcionarios en puestos clave, como la secretaria de la
Audiencia Provincial de Segovia, secundada por el director del Archivo
Provincial, que impidieron sistemáticamente la consulta de la documentación
relativa a los procesos de responsabilidad civil y responsabilidades políticas.
Fue necesario el recurso ante el Consejo General del Poder Judicial para
que amparase el derecho del investigador a la consulta de los fondos
solicitados.
Para la confección de este trabajo se han utilizado
fundamentalmente fuentes documentales: libros de defunciones de los
registros civiles, libros de enterramientos de los cementerios,
sentencias de consejos de guerra y un variado elenco de expedientes
personales: de desaparición o de fallecimiento, de depuración de
personal funcionario, de incautación de bienes, de responsabilidades
políticas y expedientes penitenciarios.
Pero,
para completar debidamente un estudio de estas características, es
fundamental el trabajo de campo con entrevistas a los afectados directos
de la represión o a familiares, amigos, compañeros y vecinos de los
represaliados que nos han ayudado a recomponer los hechos y las vivencias
de aquella época. La
represión franquista en la provincia de Segovia
El
régimen de Franco empleó distintas variantes de la violencia para
imponerse a los adversarios y posteriormente consolidarse en el poder. En
primer lugar la represión física, en sus dos ámbitos: las ejecuciones
sin procesamiento ni procedimiento judicial previo y la violencia legal o
legalizada, fruto de la aplicación de la legislación militar a través
de los consejos de guerra, que condenaban a prisión o a muerte. Pero no
son de menor importancia la represión económica, en sus dos fases de responsabilidad
civil –Decreto 10 de enero de 1937- y responsabilidades políticas
–Ley de 9 de febrero de 1939-; la depuración administrativa y la
represión formal o violencia simbólica. La eliminación de los adversarios
Bajo
este epígrafe incluimos tanto los fusilamientos “ilegales” o “en
caliente” (no utilizo el término “incontrolada” porque en todo
momento la autoridad militar dominaba y controlaba toda la provincia),
como las ejecuciones fruto de sentencia de consejo de guerra.
El
procedimiento habitual de los primeros era la detención -por parte de
escuadras falangistas en su mayoría y, sólo en algunos casos, por la
Guardia Civil- de la víctima en su trabajo o en su domicilio y, tras un
corto viaje en coche o camioneta, se producía la ejecución en algún
descampado, en el pinar, en una cuneta, etc., sin que la víctima llegara
a estar detenida en ninguna prisión. Otras veces la víctima era llevada
al cuartel de Falange de la localidad, donde -con el pretexto del
interrogatorio- el detenido sufría palizas, torturas físicas y psíquicas.
Las sacas de presos de las cárceles también fueron frecuentes en la
capital y en la provincia; estaban “justificadas legalmente” como
traslados de detenidos de una prisión a otra y llevaban la firma del
comandante España, gobernador civil designado por los sublevados, siendo
los verdugos los falangistas que efectuaban la conducción. En ocasiones
servían como venganza ante un bombardeo previo de la aviación
republicana, como ocurrió el 14 y 30 de agosto de 1936, en la capital.
La
práctica totalidad de las ejecuciones “ilegales” se produjeron en el
verano de 1936, siendo especialmente trágico el mes de agosto, con la
mayoría de las ejecuciones, 135 sobre un total de 211, es decir, el 64%;
desciende ostensiblemente en el mes de septiembre (30), y aún más en
octubre (5), para llegar prácticamente sin ejecuciones “ilegales”
hasta el final de la guerra. Desde estas fechas, meses de septiembre y
octubre de 1936, se comenzó a aplicar más exhaustivamente la justicia
militar implantándose los fusilamientos originados por sentencias de
consejos de guerra. Si bien, de forma paralela hubo ejecuciones judiciales
desde el 24 de julio, alcanzando un total de 35 fusilados, hasta el 30 de
septiembre de 1936.
La
venganza de los sublevados hizo que el terror subiera de tono en los
lugares que habían permanecido en poder de los republicanos durante algún
tiempo. En varias localidades de la provincia de Segovia los comités del
Frente Popular mantuvieron la legalidad democrática todavía algunos días
después de la sublevación de los militares de la capital. A pesar de que
en este periodo de dominio republicano no hubo incidentes ni detenciones
de elementos derechistas, cuando los falangistas y guardias civiles
dominaron estos lugares comenzó la dura represión de los que habían
sido líderes de la defensa de la legalidad republicana, o incluso de los
que se habían limitado a participar en los actos de oposición a la
sublevación. Así ocurrió en Cuéllar, Bernardos, Nava de la Asunción,
El Espinar, San Ildefonso, Coca, etc.
Si
bien el objetivo prioritario de la represión fueron los dirigentes políticos:
el delegado del Ministerio de Trabajo, Juan Marco Elorriaga; además de
alcaldes y concejales, presidentes y líderes de las Casas del Pueblo,
abundaron las víctimas anónimas, simplemente trabajadores comprometidos
en la defensa de sus intereses de clase, que eran ejecutados con fines
ejemplarizantes, para infundir terror.
La
práctica totalidad de los fusilados eran adversarios políticos,
republicanos e izquierdistas, pero además de la ideológica, algunos de
ellos tenían alguna enemistad particular con los personajes que los
delataron o ejecutaron (desquite por motivos económicos, personales,
pasionales, etc.), o se trataba de una venganza por no haber podido
eliminar al hijo o al padre que había pasado al bando republicano.
El
predominio de trabajadores, principalmente jornaleros, entre las víctimas
revela una marcada represión de clase, como castigo al pujante movimiento
obrero que había puesto en peligro la dominación de la oligarquía
tradicional. Entre los funcionarios, destaca la persecución específica a
los maestros progresistas que educaban en libertad, poniendo en cuestión
los cimientos de la sociedad tradicional. Su importante papel en la
transformación de España les ocasionó la enemistad de los sectores
conservadores segovianos, especialmente del clero. Fueron fusilados un
total de 17 maestros en la provincia de Segovia, lo que representa casi un
10% del total de las víctimas. Gráfico
nº 1: Profesiones
La provincia de Segovia por su situación de límite, por
el sur y el este, a lo largo de las sierras de Guadarrama y Somosierra,
con las provincias de Madrid y Guadalajara, fue frente de guerra durante
todo el conflicto, si bien la actividad bélica se limitó al verano de 1936 y a la ofensiva republicana de mayo/junio de
1937 por el sector de La Granja. La labor de limpieza fue exhaustiva en
toda la franja de la sierra que era línea de frente, y desde Villacastín
hasta Ayllón, prácticamente todos los pueblos serranos fueron afectados.
En esta zona hubo un total de 91 fusilados, como vemos en el mapa
que sigue. Domicilio
de las víctimas de la represión ilegal En
cuanto a la justicia castrense, los militares sublevados se valieron
fundamentalmente de los procedimientos penales ya existentes para reprimir
a los oponentes políticos: utilizaron el Código de Justicia Militar
hasta la saciedad. Pero, la aplicación a personal civil de la legislación
castrense vino originada por la ilegalidad que supuso la sublevación
contra el Estado de derecho, iniciada la tarde del 17 de julio en las
guarniciones del norte de África. En esta fundamentación de la persecución
de los defensores de la legalidad acusados de rebelión, se apoya lo que
se ha venido a denominar la “justicia
al revés”; en expresión de Serrano Súñer.
El
mayor número de sumarios de la plaza de Segovia se formaron en 1936 (un
total de 133, que agrupaban a 680 procesados), en 1937 ya descendieron a
101 sumarios y “sólo” 225 procesados, y en 1938, 42 causas sobre 116
inculpados. Por otro lado, la mayoría de las causas del periodo 1939-1944
afectaron a segovianos que habían franqueado la sierra para alistarse con
el Ejército republicano, algunos detenidos en Madrid o en otros frentes
al finalizar la guerra; pero la gran mayoría serían apresados al
regresar a sus localidades de origen una vez terminada la contienda.
A la
hora de aplicar la calificación de los delitos, la arbitrariedad de los
tribunales militares fue tan habitual que se hizo norma común, por lo que
las generalizaciones son muy difíciles de formular en el presente
estudio. No obstante, y con las debidas precauciones, podemos hablar de
unos criterios generales aplicados en la provincia de Segovia:
Por último,
no se pueden adscribir a ninguna de las anteriores calificaciones los
procesados por manifestaciones verbales contrarias al alzamiento militar,
puesto que hubo distintas catalogaciones que impiden la generalización.
La
arbitrariedad en la calificación de los delitos tenía su continuidad en
las penas impuestas. Predominaron las condenas de larga duración (el 26%
a 30 años, 22% a 20 años) y aunque la pena de muerte representa un
porcentaje menor: 13%, hay que recordar que, salvo en los frentes de
batalla de la sierra, en Segovia no se había producido enfrentamiento
armado ni víctimas entre los sublevados provocadas por los republicanos,
que pudieran justificar ejecuciones judiciales.
La
represión económica y administrativa
La
represión económica fue aplicada, por el Decreto 108 de 1936, a “los
responsables de daños o perjuicios causados a España” (es decir,
cualquier persona que por sus comportamientos político-sociales fuera
declarada responsable de dichos daños por el criterio arbitrario de la
Comisión Provincial de Incautación de Bienes de Segovia) y a todas
aquellas personas condenadas en consejo de guerra por “actos
y omisiones contra el Movimiento Nacional”[17].
Antes
de la finalización de la contienda, el Gobierno de Burgos dictó la Ley
de Responsabilidades Políticas de 9 de febrero de 1939, que pretendía
extender la represión –económica, política y contra la libertad de
residencia- a todos los adversarios durante la guerra, a los que se añadían
también los que hubieran dirigido, militado o apoyado a cualquier partido
del Frente Popular. Con ello se consolidaba la vulneración de la
irretroactividad penal, puesto que se sancionaban ideas, actitudes o
acciones anteriores a la sublevación militar –es decir, perfectamente
legales cuando se realizaron-. Esta ley pretendía sancionar a todos los
adversarios, fueran dirigentes o militantes de base, alcaldes o jueces de
paz, diputados o simplemente apoderados en las elecciones de febrero de
1936, que hubieran desarrollado su labor política en la capital o en la
localidad más pequeña de la provincia.
A
lo largo de la prolongada posguerra la mayoría de los sancionados por
ambos procedimientos de responsabilidad civil y de responsabilidades políticas
fueron indultados o sobreseídos sus casos: de los 1063 expedientes
incoados en la provincia de Segovia y que conocemos su resolución
definitiva, tuvieron dictamen favorable 808, lo que supone el 76%.
Estas
medidas originaron que fueran devueltos la mayor parte de los bienes
intervenidos y el dinero en metálico (aunque en este caso, la devolución
se hacía con el valor de las
fechas de incautación, lo que suponía una devaluación considerable[18]).
En vista de lo cual, podríamos aventurar que, gracias a este
procedimiento, el régimen de Franco obtuvo un préstamo sin intereses
efectuado por los adversarios políticos para cimentar la construcción
del Nuevo Estado. A este fin económico hay que añadir la contribución,
de una manera eficiente junto con el resto de estrategias represivas
(penales y administrativas), a paralizar a los adversarios por medio del
embargo de sus bienes o el miedo a la sanción.
La
depuración de los empleados públicos era una aplicación más de lo que
venimos denominando “justicia al revés”. Los españoles que se habían
sublevado contra la legalidad vigente, llevaban a los tribunales,
acusaban, encarcelaban y fusilaban a aquellos españoles que habían
permanecido fieles a la democracia republicana. Se pretendía sancionar a
todos los empleados de todas las escalas, independientemente de la
importancia del puesto.
En
los tres ámbitos investigados (Magisterio, Diputación Provincial y
Ayuntamiento de Segovia) comprobamos que los hechos que motivaban la sanción
coincidían, generalmente, con los del resto de procedimientos represivos:
militancias políticas o sindicales republicanas o de izquierda previas a
la guerra. Así como las sanciones eran impuestas con gran arbitrariedad,
de igual manera se otorgaban los indultos o las revisiones.
El
proceso depurador afectó a todos los maestros y maestras destinados en la
provincia de Segovia, 702. De ellos fueron sancionados 184, lo que
representaba un 26,2% del total de maestros. Este moderado porcentaje no
puede restar importancia al proceso represor, pues fueron sancionados aquéllos
que constituían la vanguardia del Magisterio, los maestros que tenían
inquietudes por llevar las innovaciones pedagógicas a las escuelas.
Muchos de ellos escribían en revistas especializadas como Magisterio
Segoviano, que dirigía Ángel Gracia (fusilado en agosto de 1936),
colaboraban en la prensa de información general, Segovia
Republicana, Heraldo Segoviano,
El Adelantado de Segovia o daban conferencias por toda la provincia.
Los líderes sindicales de los maestros fueron fusilados: Jesús Gilmartín,
secretario provincial de Trabajadores de la Enseñanza (adscrita a UGT),
Lorenzo Fernández de la Confederación de Maestros y Julio González y
Pedro Natalías de la Asociación Provincial del Magisterio. Hay que
destacar, además, el importante papel de muchos maestros en la organización
de las Casas del Pueblo de la provincia.
Control
de los comportamientos sociales
El
control social, en estrecha relación con la represión física, fue uno
de los elementos más importantes para conseguir la paralización por el
terror. Incluía el amedrentamiento, la intimidación y la humillación de
la población. Estaba a la orden del día y se desarrollaba en cualquier
lugar de las ciudades o de los pueblos, comprendía desde la denominación
de las calles con los nombres de los vencedores, las placas de los caídos
nacionales, los sellos de correos; a la compra diaria o el abuso de poder
de las nuevas autoridades. Las coacciones y amenazas eran una práctica
constante en cualquier ámbito de la vida cotidiana y tenía múltiples
formas de expresión, pero todos ellos con la doble finalidad de
atemorizar y humillar a los oponentes políticos. En casi todas las
localidades se produjeron cortes de pelo a las mujeres o madres de
“rojos”. Los hombres eran sacados de madrugada de sus casas para
obligarles a ingerir aceite de ricino y pasear sus consecuencias por las
calles o por los bares de la localidad. Además eran obligados a cantar
brazo en alto el “Cara al sol” u otros himnos nacionales.
Los informes favorables sobre conducta político-social, tan necesarios para desarrollar cualquier tipo de actividad, se convirtieron en un medio fundamental de coerción. Eran precisos los avales para la obtención del carnet de conducir, para participar en una oposición de acceso a la administración, como maestro, guardia civil, policía, etc.; o conseguir cualquier empleo, por humilde que éste fuera. Pero también lo eran para superar los procedimientos represivos: expedientes de depuración o de responsabilidades políticas, o la obtención de la libertad condicional. Estos informes los realizaban las nuevas autoridades: el gobernador civil, los alcaldes, los comandantes de los puestos de la Guardia Civil, los jefes locales de FET y los párrocos.
La
coerción religiosa representó un factor determinante de control social,
pues la Iglesia Católica fue la institución que en mayor medida
contribuyó a la socialización del régimen franquista. Desde el 19 de
julio de 1936 en Segovia volvió a ser oficial -y casi obligatoria- la
religión católica, retornaron las manifestaciones públicas
multitudinarias de religiosidad a las que se vieron forzados a acudir los
no practicantes, para evitar ser perseguidos o señalados como desafectos. Conclusiones
En
primer lugar, las responsabilidades en la represión, desde el 18 de
julio, recaen de manera total y absoluta sobre los militares sublevados,
puesto que la primera medida tomada por los insurgentes fue la declaración
del estado de guerra mediante el cual cada jefe militar se hacía con
todos los poderes dentro de la jurisdicción correspondiente. De esta
manera, los poderes judicial, militar, político y económico eran
asumidos por el sector del Ejército que se había levantado contra la
legalidad. Ni el gobernador militar, coronel Tenorio, ni el gobernador
civil, comandante España, hicieron nada por frenar o impedir la represión,
al menos hasta septiembre de 1936. De hecho las órdenes de traslado de
presos, que originaban las sacas estaban firmadas por España.
La
responsabilidad del Ejército como institución en las labores represivas
no se limitaba a las ejecuciones sumarias, ya que además integraban los
tribunales de los consejos de guerra que firmaban las penas de muerte,
imponían las sanciones en los procedimientos de responsabilidad civil,
formaban parte de los tribunales de Responsabilidades Políticas y
controlaban las jurisdicciones especiales: Ley de Represión de la Masonería
y el Comunismo.
A los alcaldes se les hizo partícipes
de la represión sobre los oponentes desde los inicios de la contienda. El
Gobierno de Burgos descargó sobre las autoridades locales gran parte de
la responsabilidad represora en todos los ámbitos. Eran los delegados de
las autoridades militares y los encargados de llevar el régimen a todas
las localidades de España. Al ser la violencia el método empleado por
las autoridades nacionales para llevar a cabo la consolidación del régimen,
los alcaldes tenían que seguir los mismos caminos. No todos colaboraron
de buen grado, muestra de ello fueron las continuas amenazas de los
gobernadores civiles y las numerosas multas impuestas a ediles de
distintas localidades por su poco celo en hacer cumplir las normas.
Es indudable que un sector
importante de los españoles participó y colaboró con el régimen en las
labores represivas, pero hay que tener muy en cuenta la magnitud de la
represión llevada a cabo con extrema violencia que consiguió el objetivo
de la paralización por el terror, lo que contribuyó enormemente a la
consecución de ese “consenso”.
El
papel de la Iglesia fue determinante en su apoyo a los sublevados y como
garante y legitimador del nuevo régimen, otorgando su
legitimidad, aunque otros autores hablan de justificación y no de
legitimación. Como afirma Cifuentes “Su
postura resultó ser decisiva no sólo para dar cobertura y justificación
a los procesos violentos desencadenados, sino para legitimar el triunfo
posterior”[19].
La implicación de la Iglesia en la represión se plasmó a través de los
sacerdotes presentes en las ejecuciones y en las cárceles que no trataban
de aminorar los castigos corporales o el sufrimiento físico: la excesiva
preocupación del clero por la “otra vida” les hacía olvidar las
arbitrariedades de la justicia franquista. Por otro lado, los informes de
los párrocos eran determinantes en el procedimiento de responsabilidades
políticas, de depuración de los maestros o para la concesión de la
libertad condicional. Uno de los primeros jerarcas de la Iglesia en hacer
pública su postura de adhesión al movimiento militar fue el obispo de
Segovia, Luciano Pérez Platero, antirrepublicano militante.
Con
la ejecución, el encarcelamiento, la incautación de bienes o la depuración
de los adversarios no se cerraba el proceso represivo; es más, suponía
el desencadenamiento de una serie de repercusiones que se podrían agrupar
en cuatro categorías: económicas, sociales, políticas y psicológicas.
Las
consecuencias económicas eran evidentes: una vez desaparecido el
propietario, se procedía a una apropiación de los bienes de los
infortunados. Estas incautaciones en principio eran ilegales, pues aún no
se había desarrollado legislación al respecto. Las autoridades locales,
Ayuntamiento y Falange, los nuevos gobernantes o sus valedores, las
fuerzas vivas o caciques que ejercían el poder en la sombra se apoderaban
de dichos bienes, sin ningún escrúpulo, dejando a viudas e hijos en la más
absoluta indefensión y sin medios de vida, lo que les obligaba a trabajar
en cualquier oficio y en unas condiciones, casi siempre, desfavorables.
Las
familias de las víctimas quedaban arruinadas, sin percibir ningún tipo
de pensión o ayuda económica, ni tan siquiera los familiares de los
empleados de la administración que oficialmente tenían derecho a ella;
porque, si no se reconocía oficialmente el fallecimiento, no había ocasión
de alcanzar la asignación. Pero, como la mayoría de las víctimas eran
obreros que vivían exclusivamente de su trabajo sin ningún tipo de
seguro, fallecido el cabeza de familia, los ingresos económicos desaparecían.
Las mismas dificultades padecían los represaliados y sus familiares
cuando eran encarcelados, despojados de sus puestos de trabajo o
incautados sus bienes en cualquiera de los procedimientos sancionadores de
responsabilidades civiles o políticas.
La
represión cumplió su función ejemplarizante de lo que ocurría a los
adversarios políticos: la muerte, la prisión, la incautación de bienes,
la pérdida del puesto de trabajo. Pero, además servía a su objetivo de
paralizar a la sociedad, adormecer a la población por la estrategia del
terror. Para ello se utilizaban los castigos ejemplares, el fusilamiento,
la prisión, el destierro, las humillaciones, las amenazas y coacciones.
La
represión se dirigía principalmente contra los oponentes, pero también
contra las personas que no manifestaban adhesión entusiasta al nuevo régimen,
o se mostraban blandos en su trato con el “enemigo”. Para ello se
utilizó la calificación de “desafecto”, que se podía incluir en la
partida de defunción del fusilado, para diferenciar nítidamente a los
vencidos de los denominados “afectos al Glorioso Movimiento Nacional”[20].
Esta “marca” negativa producía discriminaciones en todos los campos
de la vida social, desde el servicio militar a la “cola” de la compra,
pasando por las cartillas de racionamiento, las oposiciones a cualquier
puesto de trabajo, etc.
En
cuanto a las consecuencias psicológicas, el terror, el miedo, el odio, el
rencor, la venganza o la resignación son sentimientos que la represión
despertó en muchos de los familiares de las víctimas. Primeramente, hay
que señalar que a la mayoría de familiares de las víctimas, que eran
católicos practicantes, les creó problemas de conciencia y de fe, pues
veían con asombro cómo sus deudos eran ejecutados en defensa de un orden
y unos valores apoyados por la Iglesia. La misma Iglesia que hablaba de
amor al prójimo negaba ayuda a los condenados, no intercedía para
conseguir los indultos, o se limitaba a ofrecerles la confesión y comunión
antes de la ejecución. Muchos familiares dieron la espalda a esa Iglesia,
que no trató de conciliar los bandos enfrentados en la Guerra Civil entre
españoles.
El miedo y el terror afectaba a todos, fueran sospechosos o no por
su pasado o presente, no adherido al movimiento. Familias de víctimas que
desconocían dónde habían sido enterrados sus muertos, preguntaron
tiempo después a los enterradores, pero éstos no decían nada, o no sabían
o no podían, pues estaban aterrorizados también. Algunos familiares
tuvieron que sortear innumerables dificultades para encontrar testigos que
declararan en los expedientes para oficializar los fallecimientos por
ejecuciones sumarias.
Aún
hoy continúa el miedo de muchas personas, algunos sueñan todavía con
aquellos sucesos. Tan es así que en nuestros días es muy complicado
hablar de estos temas. Bastantes familiares se han negado a mantener una
entrevista con este investigador por no querer oír mencionar sucesos que
ni han olvidado, ni superado, ni perdonado. Se podría decir que muchos
familiares se han impuesto una especie de autorrepresión, un autocontrol
para dejar aletargado ese recuerdo que se niegan a rememorar. Quieren
olvidar a toda costa o no volver a hablar nunca de unos hechos que les han
dejado heridas muy profundas para toda la vida.
La
rabia es un sentimiento generalizado entre los familiares de las víctimas.
En muchos casos han permanecido viviendo en la misma localidad verdugos y
viudas, hermanos o hijos de ejecutados, lo que ha agravado el sufrimiento
y el odio de éstos. Han
tenido que coincidir en el bar, en la iglesia, en la tienda o en el
Ayuntamiento. A lo largo de los años que han pasado desde la guerra se
han sucedido miradas, insultos, incluso alguna pelea entre víctimas y
verdugos.
El
fusilamiento, la eliminación física del oponente, el peso de la
propaganda y la educación dirigida durante cuatro décadas, han creado
otro sentimiento en algunos familiares, el de avergonzarse de sus padres o
abuelos, que fueron ejecutados por estar “confundidos”, por “no ser
buenos españoles”. No era culpable el régimen que castigaba
injustamente por pensar de manera diferente, el culpable era el militante,
porque por sus ideas lo habían fusilado, encarcelado o despojado de los
bienes.
Estas
consecuencias psicológicas de la represión no se han superado porque
tras el silencio obligado de la dictadura, vino la frustración por el
silencio obligado por los artífices de la transición. Desde las
instituciones no se hizo nada por restaurar el recuerdo de las víctimas,
de modo que los familiares se vieron otra vez represaliados, no pudieron
dar salida a esos sentimientos durante tanto tiempo reprimidos.
Por
último, las consecuencias políticas también fueron importantes puesto
que, con el triunfo de la sublevación militar en Segovia, se produjo el
desalojo del poder de republicanos y socialistas, gobernantes en
Ayuntamientos, Diputación y Gobierno Civil. Se impuso así un sistema político
autoritario sobre la base de una represión extremadamente dura, cuyo
primer objetivo había sido la expulsión del poder de los representantes
elegidos por el pueblo en las elecciones de febrero de 1936.
Las
nuevas autoridades que nombraron los sublevados fueron generalmente
representantes de la oligarquía tradicional. Se produjo una
homogeneización conservadora/reaccionaria en el poder local y provincial.
A partir de la unificación que estableció el partido único en la España
franquista, la adscripción política de todos los cargos era falangista,
pero el conglomerado de FET aglutinaba a distintas y dispares familias:
fascistas, reaccionarios, tradicionalistas, monárquicos, católicos; y no
fueron precisamente los fascistas los que gobernaron en la provincia de
Segovia. El bloque conservador tradicional encabezado por Rufino Cano de
Rueda y Juan de Contreras mantuvo todo su poder e influencia sobre la política
segoviana.
La
oposición política quedó descabezada de sus líderes locales y de
muchos de sus militantes, hasta quedar paralizada totalmente. La mayoría
de dirigentes desapareció, unos pasaron al otro bando, otros fueron
presos, y el resto fueron fusilados. Valoración
final
Como
aportación más relevante al panorama bibliográfico creemos que en este
trabajo se ofrece un estudio completo, exhaustivo y pormenorizado de todas
las variantes de la represión franquista en una provincia en su conjunto,
explicando todos los procesos e identificando a la totalidad de los
represaliados. Se ha completado la relación de represaliados por los
distintos procedimientos represivos: los empleados depurados y los
segovianos sujetos a procedimiento de responsabilidad civil o política;
los fusilados sin proceso y los ejecutados en aplicación de sentencia de
consejo de guerra (apuntando lo averiguado de cada caso particular, además
de un análisis socioeconómico de las víctimas).
Como
ya han destacado otros investigadores -en contra del criterio de Salas
Larrazábal, quien aseguraba que todas las muertes producidas por la
represión en la “España Nacionalista” se habían inscrito en los
registros civiles-, hemos comprobado que existe un porcentaje elevado de
ejecuciones ilegales no inscritas. De las 211 víctimas contrastadas en
esta investigación, se registraron 138, lo que representa un 65,40% de
inscripciones. Por tanto el 34,60% de fusilamientos ilegales no fueron
reconocidos oficialmente. En cuanto a los términos numéricos, quedan muy
superadas las 147 víctimas aportadas por Salas[21]
para esta provincia, con las 211 que ofrecemos aquí, a las que se deben
sumar las 145 personas fusiladas por la aplicación del Código de
Justicia Militar, que nos da como resultado total 356 víctimas de la
represión franquista en la provincia de Segovia.
Otra
documentación oficial cuyos datos estamos en condiciones de refutar es la
Causa General[22],
que en su apartado de Segovia incluye un total de 31 segovianos
presuntamente víctimas de la represión republicana: entre ellos cuatro
fallecidos en el frente de batalla, una mujer muerta al estallar una bomba
y sólo acredita el fusilamiento de siete, pero no en la provincia de
Segovia. Del resto, no aporta más información sino que desaparecieron,
pero sin especificar si fue en combate o por represión en retaguardia. En
lo que nos atañe al presente estudio, hay dos claras equivocaciones que
se corresponden con sendas ejecuciones realizadas por los falangistas en
esta provincia que eran atribuidas a los republicanos.
Por
otra parte, a las pérdidas demográficas como consecuencia directa de la
represión, hay que añadir que los familiares no tuvieron el apoyo
institucional a través de pensiones, becas, ayudas para conseguir
viviendas, etc. que tuvieron los afectados del bando vencedor; sino que
además, sufrieron el rechazo de sus propios vecinos, que los señalaban y
trataban como si fueran delincuentes. Este tratamiento padecieron también
los 2.282 presos segovianos y sus familias, los 520 depurados y los 1.063
afectados por los procedimientos de responsabilidades civiles y políticas.
Con
respecto a otras provincias, sólo se pueden comparar los resultados numéricos
que aportamos en dos aspectos concretos: las ejecuciones y la depuración
del Magisterio. Con otros datos de la represión, como cifras de presos,
depurados o incautados, no hay lugar a comparaciones ya que no existen
trabajos de este tipo donde se recojan tales cuantificaciones. Cuadro
nº 1: Valoración comparativa de la represión franquista[23]
Se
han abordado las múltiples manifestaciones de la violencia ejercidas,
primero para vencer la oposición al alzamiento militar que pretendía
acabar con la experiencia democrática que representaba la II República
y, después, para derrotar la resistencia y borrar cualquier tipo de
discrepancia. En el haber del régimen de Franco, para la provincia de
Segovia hay que consignar, al menos, 356 ejecuciones, 2.282 presos, de los
que 47 fallecieron en prisión, 520 depurados y 1.063 segovianos sometidos
a represión económica. En total 4.221 represaliados que están
identificados, todos tienen nombres y apellidos, no son meras cifras para
una estadística. Estos son datos objetivos que no admiten interpretación,
no es cuestión de simpatías o antipatías políticas. Cuadro
nº 2: Resumen general de la represión franquista en Segovia
A
estos datos habrían de añadirse los incalculables daños psicológicos,
sociales y culturales que no se pueden cuantificar y que son tan
importantes como los daños físicos. Las consecuencias psicológicas de
la represión han sido las que más han perdurado en el tiempo, de hecho aún
persisten, porque han sido las más profundas, prueba de ello es que todavía
permanecen en la memoria y originan los problemas afrontados en esta
investigación. El control social fue continuo y constante incluso en
provincias mayoritariamente afectas al régimen como Segovia. No se han
podido cuantificar los suicidios o fallecimientos de personas desesperadas
por haber sido despojadas de su puesto de trabajo, de sus bienes, padecido
palizas en prisión, sufrido el fusilamiento de algún familiar, o de las
secuelas de las malas condiciones de las cárceles.
Pero
tan importante como el hecho de la represión es que el régimen de Franco
se impuso con una violencia en muchos casos innecesaria y desmesurada lo
que prueba la pretensión de los sublevados de eliminar y exterminar al
oponente. En la provincia de Segovia hemos corroborado que nada había
ocurrido antes de la guerra que pudiera justificar la dura represión con
que se castigó a los adversarios de esta provincia. El objetivo era
sancionar, reprimir y castigar por cualquier hecho o comentario, por
insignificante que fuera y al mayor número de personas posible. Lo que se
muestra palpablemente en todos los ámbitos represivos, como las penas de
muerte o condenas de 20 a 30 años por declaraciones sobre el curso de la
guerra. En los procesos depuradores o de responsabilidades civiles y políticas
se sancionaba la militancia de base, las ideas políticas o la asistencia
a manifestaciones anteriores a la sublevación, cuando eran prácticas
perfectamente legales. Afectaban a cualquier segoviano, aunque residiera
en la localidad más pequeña y más recóndita, y su cargo u ocupación
fuera irrelevante (de hecho fueron sancionados multitud de obreros con la
pérdida de todos los bienes, de los que carecían, de igual modo que
barrenderos o enterradores eran despojados de su puesto de trabajo por
similares motivos).
En
definitiva, una provincia más se une al mapa del estudio científico de
la represión franquista como contribución al esclarecimiento total del
periodo más oscuro de nuestra historia reciente: los orígenes del régimen
de Franco. Esta investigación llega con la esperanza de que, mediante el
conocimiento del pasado, la Guerra Civil sea superada de un modo
definitivo por la sociedad española.
[1]
Este artículo es la presentación de la tesis que lleva por título Control
Social e imposición ideológica: la provincia de Segovia, 1936-1939.
Un episodio de la implantación del franquismo. Fue defendida en
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ESPINOSA
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Ambos entrecomillados corresponden al Decreto 10 de enero de 1937,
arts. 6º y 8º respectivamente. Boletín
Oficial de la Junta Técnica del Estado, 11 de enero de 1937. [18]
A Rufino Bermejo le devolvieron en 1957 el valor de la subasta de sus
bienes (dos autobuses) realizada en 1937: 5.093,32 pts. [19]
CIFUENTES,
J., op. cit., pág. 125. [20]
Registro
Civil de Valvieja, inscripción de defunción de Esteban Ibáñez
Aznara, 26 de julio de 1940, como afecto al GMN. [21]
SALAS LARRAZABAL,
Ramón. Los datos exactos de la Guerra Civil, Ed. Rioduero,
1980, Madrid, pg. 258. [22]
Causa General instruida por el Ministerio Fiscal en 1940 para censar
todos los casos de represión achacable al bando republicano en toda
España. Archivo de la Fiscalía General del Estado. Segovia, Caja
1311. Pieza Primera: pueblos. [23]
Para
ello hemos tomado como base la estimación calculada para julio de
1939 por el INE. En INE. Anuario Estadístico de 1941, pág. 115.
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