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HISPANIA NOVA Revista de Historia Contemporánea
Fundada por Ángel Martínez de Velasco Farinós
ISSN: 1138-7319 DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998 |
RECENSIONES
Esta sección, coordinada por Mariano ESTEBAN, está dedicada a reseñar brevemente en cada uno de sus números anuales algunas de las novedades bibliográficas más relevantes aparecidas durante el año en curso y el anterior. Aunque la selección de las obras corre a cargo del Consejo de Redacción de la revista, la sección se encuentra abierta a las sugerencias y aportaciones de los lectores. |
Alberto Ramos Santana. El Carnaval
secuestrado o historia del Carnaval, Cádiz, Quórum, 2003, 287
pp. Por Guy H. WOOD (Oregon State Univeresity
El
Carnaval secuestrado es un compendio puesto al día de las vicisitudes que
viene sufriendo una fiesta que “rompe el orden social, enfrenta las
clases, libera los instintos y rompe las represiones”. Pero además de
sintetizar los fastos de las carnestolendas (con un marcado énfasis en
las de Cádiz), este estudio enfoca el Carnaval desde una perspectiva teórica.
En su “Introducción”, el profesor Ramos Santana afirma: “Tengo
para mí que la historia del Carnaval es la... de una lucha por la
libertad... por la supervivencia”. Así, la meta de esta fascinante
investigación es revelar cómo el “poder” ha intentado controlar
una fiesta popular cuyas razones de ser son –paradójicamente– una
“moral cristiana que reconoce los derechos de la carnalidad”
previa a la represión cuaresmal y un protagonista inanimado: la calle.
Es esta confrontación entre raptores señoriales, eclesiales y
burgueses y la espontaneidad popular lo que el autor logra desenmascarar
para sus lectores. El
primer capítulo resulta ser un “Carnaval contado con sencillez” que
resume los inicios y la evolución de las carnestolendas. Basándose en
los juicios de otros estudiosos, Ramos Santana demuestra que la fiesta
no es de origen pagano, sino religioso, ya que “sin la idea de la
Cuaresma, no existiría el Carnaval”. Asimismo explica la terminología
básica, el calendario y el simbolismo detrás de las figuras centrales
carnavalescas. Es una lectura altamente recomendable para el no iniciado
en la fiesta y que también ayudará al lector avezado en temas
carnavalescos a comprender mejor lo que sigue. Otro
aspecto loable de El Carnaval secuestrado es su organización y
presentación cronológicas. A partir del capítulo dos, “La autoridad
burlada”, Ramos Santana entra de lleno en su conato de trazar la
historia de la represión del Carnaval. Sencillamente impresiona la
cantidad de bibliografía empleada, información que se refuerza con
otras fuentes de información (bandos, edictos, periódicos, carteles,
letras de canciones, etc.), muchas de ellas reproducidas en las hojas
del libro. Estos datos e imágenes se han manejado y se han compilado de
manera que casi siempre informan deleitando. Por ejemplo, Ramos Santana
señala que las “armas” de la Iglesia desplegadas durante los
Carnavales del siglo XVII –la meditación y los rezos– no impedían
los desmanes del clero. Comprueba esta flaqueza trayendo a colación el
caso de un clérigo gaditano llamado Nicolás Aznar, quien en 1678
“fue acusado de mantener relaciones adúlteras con... Antonia Gil
Moreno... desde las Carnestolendas del año pasado que... disfrazado de
máscara entró en su casa a bailar y danzar”. La suerte de las
restricciones municipales corría pareja con las religiosas.
Verbigracia, en 1767, no se permitía que los gaditanos entraran en los
bailes “ni vestidos de Avitos [sic] Eclesiásticos... ni tampoco
Hombres en trages de Mujeres, ni estas en el de Hombres... [y] si se
encontrassen assi... se... llevarían a la Cárcel”. Al parecer, estas
prohibiciones caían en saco roto, puesto que en los siglos XVII y XVIII
el Carnaval se celebraba por toda España “con gran intensidad”. Los
tres capítulos siguientes abarcan todo el siglo XIX y los primeros años
del XX. Continúan esbozando las restricciones del Carnaval y las
consecuencias de las mismas por toda la geografía carnavalesca. Hay que
alabar los esfuerzos del autor por ensanchar los horizontes de su
estudio. Por ejemplo, descubre que en 1840, durante el Carnaval en la
ciudad inglesa de Derby, “el
partido de fútbol callejero que se celebraba por la población fue
prohibido y erradicado a mediados de la década”.
La prensa del XIX denostaba contra los supuestos desmadres del
Carnaval y, según un artículo en un periódico gaditano: “Las
mujeres estaban en sublevación: el diablo andaba suelto”. Aún peor,
en aquella época surgieron otros dos fenómenos que acabarían
disminuyendo la espontaneidad popular, a saber: la comercialización (el
generar el turismo) y la municipalización. Esta se efectuaba mediante
comisiones dotadas de presupuestos, “campañas de adecentamiento” y
un mayor control de las comparsas. Empero, estas “campañas de
refinamiento” sólo servían para echar leña al jolgorio popular
porque se convertían en los blancos de las letras de las canciones satíricas
compuestas por hombres que llegarían a ser figuras legendarias en Cádiz.
Además de una pintoresca síntesis de las costumbres carnavalescas de
la época, un valor añadido de estos capítulos es su evocación de la
vida urbana española a lo largo de tres siglos. El
penúltimo capítulo, “El Carnaval disfrazado,” versa sobre la
fuerte represión del Carnaval durante la Guerra Civil y el franquismo.
Durante dicha contienda, los generales sublevados resolvieron
“suspender en absoluto las fiestas de carnaval” y durante la
posguerra incluso se suprimió el nombre carnaval a favor de otros más
aguados, como “Fiestas Típicas Gaditanas.” Con el paso del tiempo y
el afianzamiento del régimen dictatorial, las restricciones se iban
suavizando, pero siempre de acuerdo con el estamento social de los
participantes. Por ejemplo, en los años cincuenta y sesenta la gente
podía llevar disfraces en las calles, “aunque sin máscaras ni
antifaces que sí se permitían en las fiestas privadas”. Ramos
Santana comprueba de forma fehaciente que aquellas prohibiciones
desembocaron en la pérdida y consecuente desaparición de las
manifestaciones peculiares del carnaval en los pueblos y ciudades españolas
durante la dictadura. El
último capítulo, “¿El Carnaval recuperado? El síndrome de
Estocolmo”, es a la vez el más interesante e inquietante del libro,
ya que relata cómo, tras el fallecimiento de Franco, el Carnaval
comenzaba a resucitarse al mismo tiempo que se homogeneizaba. Ramos
Santana no sólo detalla este fenómeno sino que se ceba en los
problemas y modificaciones que se han producido en las últimas dos décadas
en el Carnaval. Censura sobre todo la “cultura de subvenciones”
cuyos fondos pretenden “hacer mejor las cosas [y] darle más
vistosidad y nivel” al Carnaval. Pero según el autor, han acabado por
condicionar las actividades carnavalescas: “los desfiles y cabalgatas
cada vez más sofisticados... las ceremonias de entronización de
reinas... convertidas en auténticos pases de modelos”. También
critica el “efecto Cádiz”, la influencia y copia del Carnaval de Cádiz
debido a su modelo organizativo y la difusión de sus espectáculos por
los medios de comunicación. Aunque Cádiz se ha transformado en el
modelo a seguir en cuestiones carnavalescas, Ramos Santana cita los
escritos de otros muchos estudiosos de la fiesta quienes, como él,
lamentan el vacío creado por el franquismo y una, al parecer, imparable
comercialización del Carnaval. Es una nota triste que pone fin a un
libro magníficamente redactado y editado.