LARRINAGA,
Carlos, El ingeniero de
caminos Manuel Peironcely (1818-1884): modernización y obra
pública en la España del siglo XIX,
Bilbao, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos del
País Vasco, 2007, 263 pp, por
Tomás Martínez Vara (UCM)
Carlos Larrinaga es conocido por sus trabajos, iniciados ya
hace algunos años, sobre la historia económica del País Vasco en
la época contemporánea, cuando se están fraguando las bases de
de su despegue industrial. Como no podía ser de otro modo, su
encuentro con la figura del ingeniero de Caminos, Canales y
Puertos, Manuel Peironcely, tuvo lugar muy pronto, y, consciente
de su significación en el impulso de las infraestructuras,
Carlos Larrinaga prometió un estudio en profundidad del
personaje. Para entender la modernización de España en general,
y del País Vasco en particular, es preciso, recuerda Carlos
Larrinaga, conocer bien la trayectoria de este tipo de
profesionales, de los que, aunque tuvieron gran protagonismo,
sabemos aún muy poco, salvo alguna honrosa excepción. Todo lo
contrario de los ingenieros militares a los que se han dedicado
espléndidos análisis. Lo cierto es que sin la aportación de este
capital humano el reto del impulso de las obras públicas,
verdadero “termómetro de la modernización” del país, hubiera
resultado si no imposible, sí más difícil. Ciertamente, los
ingenieros de caminos hicieron suya la idea genérica saint-simoniana
de la importancia de las infraestructuras y los servicios
públicos para el crecimiento económico y la vertebración del
territorio. Su formación científica y técnica, funcional y muy
especializada, era su arma. Carlos Larrinaga cumplió su
compromiso y el resultado es la excelente obra que ahora se
reseña, obra ya adelantada a modo de semblanza en varios
trabajos precedentes. El ingeniero
de caminos Manuel Peironcely (1818-1884): modernización y obra
pública en la España del siglo XIX
es, ante todo, un estudio
biográfico, meticuloso y bien documentado, de fácil lectura.
Como se debe hacer, el autor ha aprovechado la información
existente en diferentes archivos, locales, regionales y
nacionales, como el siempre censurado de la Administración
(Alcalá), el del Ministerio de Fomento o el de la Fundación de
Ferrocarriles Españoles.
El libro está estructurado en catorce capítulos.
Salvo el inicial (“Modernización económica a mediados del siglo
XIX”), que no es sino una introducción histórica, oportuna, y el
último, referido a la saga de los Peironcely, quizás
innecesario, en el resto del libro el autor sigue un orden
estrictamente cronológico, estudiando las muchas y diferentes
actividades, públicas y privadas, que desarrolló el facultativo
madrileño de nacimiento, guipuzcoano de adopción, sin olvidar,
claro es, los años de formación en la remozada Escuela de
Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, de la que, como casi
todos sus colegas, fue también docente. En líneas generales, la
trayectoria profesional de Manuel Peironcely no difirió de la
desplegada por el grueso de los ingenieros de caminos durante el
siglo XIX. Simplemente fue más variada, al ocuparse
prácticamente de todos los ramos y su obra tuvo mayor
trascendencia para el futuro del desarrollo de la economía
vasca. Combinó la actividad en el sector público, llegando a
integrar la Comisión de Reforma del Plan de carreteras de 1876 y
siendo nombrado, un año después, Inspector de los Ferrocarriles
del Noroeste, con la del sector privado, preferentemente del
ferroviario, donde las oportunidades eran tan numerosas como
tentadoras.
Aunque nació en Madrid, Manuel Peironcely realizó
el grueso de su obra en el País Vasco, especialmente en
Guipúzcoa, donde acabó asentándose por razones profesionales (y
familiares). En este sentido, sí que su periplo fue diferente al
común, pues lo normal era acabar en la capital, al calor del
poder. En la Escuela Manuel Peironcely tuvo como profesor al
insigne Juan Subercase. y como compañeros de centro, entre
otros, al creador y sistematizador de la urbanística, Ildelfonso
Cerdá, y a los autores, junto al mencionado Juan Subercase, del
decisivo informe Subercase, Calixto Santa Cruz y José Subercase,
hijo, con quien trabajaría en más de un proyecto en el futuro.
En ese momento la Escuela de Caminos, así como la de Minas o la
de Agrónomos, eran centros académicos donde se trababan
relaciones clientelares que marcaban las trayectorias
profesionales de los facultativos. Desde su adscripción a los distritos de Burgos y Vitoria,
Manuel Peironcely comenzará a trabajar en el ramo de las
carreteras guipuzcoanas, pero se pasará al de los puertos (San
Sebastián, Deva, Pasajes y Bilbao) y ferrocarriles. A él se debe
la construcción de obras ferroviarias como el trayecto de San
Sebastián a la frontera (Norte), el Ferrocarril de Ciudad Real a
Badajoz o los Ferrocarriles de Asturias, Galicia y León, por
sólo mencionar tres trabajos relevantes. A Carlos Larrinaga le
ha preocupado siempre un tema que, en su época, hizo correr ríos
de tinta: la controversia sobre el trazado del ferrocarril del
Norte a su paso por los Pirineos. En el debate intervinieron,
obviamente, personajes influyentes de la época, franceses y
españoles, políticos notorios y hombres de negocios a escala
nacional y regional (Guipúzcoa, Navarra, de Bayona), unos a
favor del paso por el pequeño valle francés de los Alduides, lo
que beneficiaría a Navarra y Bayona, otros a favor del trazado
por Irún, siendo en este caso San Sebastián la población
favorecida. A Manuel Peironcely se le encarga la confección de
una memoria sobre el asunto, que elaborará con su habitual
maestría y sensatez (Carlos Larrinaga ha reproducido el texto en
una publicación de 2004: Peironcely, San Sebastián y el
Ferrocarril de los Alduides a mediados del siglo XIX).
Razones económicas y técnicas aconsejaban al ingeniero el
abandono de los Alduides.
En el trabajo de Carlos Larrinaga, perfectamente
contextualizado, falta una referencia (no es importante) a la
relación de Manuel Peironcely con la Revista de Obras
Públicas, el órgano de expresión del Cuerpo de Caminos,
donde escribió varios artículos, todos ellos de carácter
técnico. En 1869 fue elegido, junto E. Saavedra y C. Olózaga
como redactor. Hasta ese momento la Redacción de la Revista
cambiaba todos los años, pero desde entonces los redactores se
mantuvieron más tiempo en el cargo. De la lectura de la
Revista se desprende que, contra lo que muchas veces se
sostiene sin fundamento, los ingenieros españoles siempre
estuvieron muy atentos a lo que sucedía entre sus homólogos
franceses. Decía Francisco Wais (“El ferrocarril y los
ingenieros de caminos a lo largo de un siglo”) que la
intervención de los ingenieros de caminos -él lo era- se podía
considerar en dos aspectos: “el de la Administración, por
constituir los Ingenieros de Caminos un Cuerpo del Estado”, y
“el del trabajo libre, realizado en empresas que construyen y
explotan”. Manuel Peironcely perteneció a los dos, pero, sobre
todo, dentro del segundo grupo, al de “los constructores”, a los
que, obviamente se les presuponía una gran formación técnica,
que él probó, como demuestra Carlos Larrinaga, poseer con
creces. Quizás el reparo, por poner alguno, que se le puede
hacer al libro es la ausencia de crítica a la obra del
biografiado, ¿no hubo objeciones a los proyectos? La
historiografía en España no ha sido, desde luego, generosa con
los que se dedicaron a gestionar las grandes compañías
ferroviarias. Sabemos por los trabajos de A. Chandler que la
grandes ferroviarias americanas contrataron como gestores
ingenieros por sus conocimientos a la hora de aplicar la
optimización matemática; su papel en el desarrollo de la
contabilidad analítica o de costes resultó decisiva, como lo
resultó, en general, en el desarrollo de nuevos sistemas
administrativos y de información (contable y estadística) en el
seno de las empresas, y en la organización de la propia
empresa sobre la base de una estricta jerarquía administrativa y
una estructura multifuncional. De todo ello en España no sabemos
absolutamente nada. Pero esto es otra historia.
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