ESTEBAN
DE VEGA, Mariano; MORALES MOYA, Antonio (eds).
Castilla en España. Historia y representaciones. Salamanca,
Ediciones Universidad de Salamanca, 2009, por Alfonso Manjón
Esteban Cuando el franquismo daba sus
últimos coletazos y la oposición democrática al mismo percibía
ya tenuemente la luz de la libertad al final del túnel, se
empezaba a plantear en España, como había sucedido en otros
tiempos, una cuestión que esta vez resultaría fundamental en el
proceso de construcción de nuestra democracia: la nueva
estructura de la planta territorial de España. Desde que se
formó el nuevo Estado autonómico, la política española ha
seguido un rumbo donde las diferentes manifestaciones
regionalistas no han dejado de mantener un papel sustancial en
la vida pública española. Hasta la fecha, se han escrito
numerosas obras de análisis de dichos movimientos y de la
importancia que éstos adquirieron en la oposición a la
dictadura. Y es indudable que éstos han condicionado, sobre todo
en algunas zonas de nuestra geografía, la dirección y la
temática que ha seguido gran parte de la investigación histórica
en España.
De manera complementaria,
pero en una línea totalmente diferente, el presente volumen
pretende, siguiendo la estela de lo que fue <<¿Alma de
España? Castilla en las interpretaciones del pasado histórico
español>>, contribuir con nuevas aportaciones al estudio de
una región histórica, que en términos de nacionalismo, no ha
sido lo suficientemente estudiada en los últimos 30 años. Así,
<<Castilla en España>>, se presenta como una continuación
de un proyecto a largo plazo que algunos profesores de la
Universidad de Salamanca y de otras Universidades se han
propuesto realizar de cara a discernir la imagen que la
historiografía y otros géneros culturales contemporáneas han
construido de Castilla y de España. Tanto desde la misma
Castilla como desde otras regiones españolas y foráneas.
En el primer capítulo de este
libro, Enrique Orduña, en un prolijo y riguroso estudio, hace un
repaso de la tradición municipalista castellana a fin de
conectar históricamente ésta al marco estructural y competencial
del régimen local actual. Es de agradecer la forma en que maneja
múltiples referencias historiográficas que avalan el trabajo que
aquí nos presenta, las cuales contribuyen aún más a que los
estudios recientes sigan alejándose de prejuicios y corrientes
ideológicas capaces de desvirtuar la imagen histórica que en
algunos momentos (como a principios y mediados del s. XIX) se ha
dado de dicha tradición municipalista. Sobreentendiendo la
ciencia histórica como el estudio del pasado a fin de dilucidar
y construir un futuro más próspero, este historiador se plantea
qué puede hacerse, a tenor de la evolución político-social del
municipio castellano y las carencias administrativas de que ha
padecido históricamente, para que la actual normativa
regulatoria del Régimen Local pueda desarrollar políticas
capaces de responder eficientemente a las necesidades reales de
los ciudadanos. En su opinión, los graves problemas que plantea
la actual situación de los numerosos, reducidos y envejecidos
núcleos rurales en Castilla, a pesar del avance que supuso la
Ley Reguladora de Bases del Régimen Local de 1985, podrían ser
en cierta medida resueltos gracias a la mejora de las leyes por
las cuales se fomenta la creación de Mancomunidades. Esto es,
agrupaciones poblacionales que serían, pues, la solución a una
atomización municipal incapaz de desarrollar una mejora de vida
de los ciudadanos castellanos, e incapaz de prestar unos
servicios públicos “con los niveles de eficacia y calidad que
demandan los ya mencionados principios solidarios e
igualitarios” (pág. 87) de nuestra democracia.
A esta
cuestión le siguen un par de capítulos de José G. Cayuela, donde
se aborda un estudio acerca de la visión histórica y política
que las diversas variantes del pensamiento hispanoamericano
mantienen de la España decimonónica. Para ello, realiza un
acercamiento al imaginario de numerosas figuras que como élites
intelectuales contribuyeron a la construcción de un discurso
histórico y a la aparición de una argumentación política e
institucional nuevas en la América que transita de la
Ilustración al liberalismo. A la creación, pues, de un nuevo
concepto de nación que a la postre sería el apoyo sobre el que
se cimentan los movimientos independentistas de principios y
finales de siglo. Así, en el primero de esos textos, este
profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha emprende un
análisis de las diferentes corrientes ideológicas de la América
continental que se independiza durante el reinado de Fernando
VII y de los obstáculos que hubo de salvar dicho proceso
(Bolívar vs Congreso de Panamá de 1826). Y en el segundo,
aborda el estudio de aquellas otras tendencias que se dan en la
América antillana (concretamente en Cuba), que tardará varias
décadas más en desviar su rumbo histórico de los destinos de la
metrópoli no por razones de idiosincrasia, sino por
circunstancias políticas y condicionamientos económicos que
dificultaron la aparición de un movimiento independentista al
estilo de los de América del Sur a principios del siglo XIX.
Resulta significativo, como ya anuncia Mariano Esteban de Vega
al prologar la presente edición, cómo el presente trabajo
demuestra que la figura de Castilla, históricamente entendida
como baluarte de España en América, queda integrada en el
imaginario americanista de manera muy natural dentro del marco
político-institucional de España como nación y metrópoli.
Aspecto éste al que el mismo profesor Cayuela hace referencia
explícita al afirmar que “el arquetipo de <<Castilla>> se diluye
en el propio concepto de España, al igual que ocurre con las
demás regiones peninsulares” (pág. 137).
Si ¿Alma de España?
había incidido en la imagen de Castilla que había perfilado
parte de la historiografía catalana y gallega, el cuarto
capítulo de este volumen, a cargo del profesor Juan Gracia
Cárcamo (U. del País Vasco), trata de esbozar la imagen de
Castilla y España que se observa en la historiografía vasca de
finales del siglo XVIII y principios del XIX. Para ello, el
autor se hace eco, primero, de la percepción que una serie
reducida de historiadores (con probado sentimiento identitario
españolista pero que mantienen, no obstante, una visión
foralista de la historia) conservan de Castilla, de la España
interior y de su historia. Y segundo, de su interpretación de
las relaciones históricas entre el País Vasco y España (y por
ende, de Castilla). Como es esperable, y al fin recurrente en
todo estudio que aborde la imagen que de la historia de un
determinado territorio se tiene desde un grupo historiográfico
específico, también en esta ocasión el autor nos advierte de la
dificultad que comporta establecer una visión generalista de
esas apreciaciones sin reparar en los múltiples matices y
divergencias interpretativas entre los autores tomados en
consideración para este trabajo. Por otro lado, cabe señalar que
el texto queda subdividido en dos partes. Una en la que se hace
especial referencia a aquellos estereotipos, positivos y
negativos, de Castilla y España que se contempla en la obra de
estos historiadores; y otra donde se ofrece al lector una
síntesis de cómo abordan los principales períodos y personajes
de la historia española. A lo largo del capítulo puede
apreciarse cómo las interpretaciones de estos autores
(anteriores al giro decisivo que se producirá tras la
desaparición del régimen foral en 1876, que a la postre definirá
la visión vasca de la historia española) varían en función tanto
de la capacidad de nuestro país de conservar la sustantividad de
los rasgos que históricamente la definen, como de la generosidad
(protección frente al extranjero), lealtad (institucional),
respeto (a sus fueros) y propósito de colaboración que muestre
España hacia el País Vasco a lo largo de la historia.
El siguiente capítulo
corre a cuenta de Francisco de Luis Martín, profesor titular de
la Universidad de Salamanca. En él hace un repaso de todas
aquellas obras que la historiografía obrera escribe entre
finales del siglo XIX y los primeros años de la pasada centuria.
Partiendo de un estado de la cuestión donde ya se advierten de
antemano las escasas aportaciones que hasta la fecha se han dado
en el campo de estudio en que nos encontramos, el autor hace una
valoración de aquellos defectos de que adolece dicha
historiografía, entre los que se encuentran su escasa relevancia
y rigor, su limitada receptividad, su descuidado estilo, o su
finalidad específica. Seguidamente se exponen las dos corrientes
internas que pueden apreciarse en dicha producción
historiográfica. Por un lado, una perspectiva internacionalista,
que a fin de cuentas es la que prevalece, y que combate todo
principio de nacionalidad y patriotismo, ya que entiende las
relaciones sociales desde principios universalistas y considera
la nación como una construcción ideológica de quienes poseen y
no de los desposeídos. Y por otro lado, una perspectiva
nacional, representada por Juan José Morato, quien intenta
aplicar el enfoque marxista a la historia de España y hace una
reevaluación de la historia española al margen de las tesis de
la historiografía profesional de la época. Francisco de Luis
entiende esta obra de Morato como “la primera manifestación de
lo que Borja de Riquer y Núñez Seixas llaman el nacionalismo
español de la izquierda obrera” (pág. 276) de principios del
siglo XX.
Avanzando aún más en
el tiempo, el sexto apartado nos ofrece un trabajo a cargo de
Antonio Morales Moya, quien hace un breve pero acertado
recorrido a través de la visión que de Castilla y España tiene
un escritor considerado por muchos como el más insigne crítico
literario de su época: Azorín. A medio camino entre la
Generación del 98 y el regeneracionismo, este escritor,
profundamente nacionalista (en el más saludable de los
términos), es posiblemente la figura que mejor represente el
intento en aquella España ¿decadente? de conjugar progreso y
conservadurismo. Esto es, de evolucionar en cuanto a los medios
físicos de supervivencia se refiere, aunque conservando los
valores y formas de vida propiamente españolas. Para entender
mejor esta cuestión, el profesor Morales Moya nos muestra la
asociación que el literato establece entre el paisaje castellano
y el espíritu, la historia y la cultura españolas, ya que, como
antes otros autores han apuntado, la geografía ocupa un papel
destacado en la visión que Azorín tiene de la Patria y del
patriotismo al que sirve de base.
De carácter más
netamente regeneracionista es Julio Senador Gómez, notario
vallisoletano cuyo carácter y pensamiento político analiza para
este volumen el prestigioso catedrático Andrés de Blas. Tras un
estudio previo sobre el estado de la cuestión acerca de la obra
y vida pública de este buen conocedor de la España rural de su
tiempo, el profesor de la UNED se adentra en lo paradójico de
ella. Así, haciendo un análisis de la visión de conjunto que
este regeneracionista tardío tiene de la España liberal, Andrés
de Blas se acerca muy acertadamente a la imagen que este
escritor pesimista tiene de la Castilla de principios del siglo
XX. A través de ese recorrido, el autor percibe la figura de un
hombre profundamente arbitrista y anticentralista,
manifiestamente antidemocrático y autoritario, absolutamente
crítico con un régimen (el liberal) que en su opinión ha sido
incapaz de resolver los problemas de la población más
desasistida. En fin, un regeneracionista más municipalista que
regionalista, anticastellanista por cuanto antiproteccionista, y
preocupado por el agotamiento de la sociedad castellana y la
decadencia de Castilla frente a la entonces pujante periferia.
Superado el marco
cronológico que ocupa los últimos años del XIX y primeras
décadas del XX, el ilustre profesor José Manuel Cuenca Toribio
nos obsequia con una aproximación a una de las figuras más
significativas del mundo cultural e intelectual de la posguerra
española: Florentino Pérez Embid. A lo largo de este capítulo,
siguiendo el rastro de una obra que
publicara en el año 2000, La obra historiográfica de
Florentino Pérez Embid, el autor nos presenta a un
historiador esencialmente monárquico, que acepta el régimen
dictatorial con un cierto y cómodo pragmatismo. Quizá por ello,
expone, su visión de España y de Castilla no se ajusta al modelo
franquista de historia, siendo así la visión histórica de éste
“insólita” dentro del mundo intelectual en que desarrolla su
labor profesional. A decir verdad, no cabe duda de que la obra
del historiador onubense tiende a restar la importancia
desmesurada que se da a la obra de Castilla en el proceso de
construcción de la nación española por parte de algunos
escritores que durante estos años publicaron ensayos históricos
con un manifiesto calado ideológico. No obstante, un estudio
sosegado de las historias generales de España que se publican en
la posguerra nos permite descubrir, sin restar razón a la
interpretación que el autor da aquí de la obra de Pérez Embid,
una realidad en cierta medida acorde al pensamiento del
historiador analizado, no tan excepcional por tanto en su época.
Sea como fuere, en este capítulo queda, no obstante, planteado
un nuevo e interesante interrogante.
Acabado el franquismo
y llegada ya la democracia a España, nuestro país hubo de
modificar su planta territorial. Como bien indica en el noveno
capítulo el catedrático de historia contemporánea de la
Universidad de Salamanca, Mariano Esteban de Vega, dicho
proceso, conducente a la consolidación de un régimen
democrático, se vio altamente condicionado por la enorme pujanza
de los regionalismos periféricos. En el caso de Castilla y León,
advierte, el regionalismo tuvo un carácter minoritario y no gozó
de amplio eco social. Si a eso añadimos que tras las elecciones
de 1977 la iniciativa política regional quedó en manos de grupos
supranacionales y que entonces el sentimiento de raigambre
provincial prevalecía sobre el regional, entenderemos que “los
elementos identitarios desempeñaron un escaso papel como motores
de la autonomía” (pág. 330). A lo largo del texto, el autor nos
muestra cómo cuando muere el franquismo el regionalismo
castellano se desarticula al quedarse sin enemigo (centralismo)
y sin elemento movilizador, cómo quedan recogidos en el estatuto
de autonomía los valores que identifican a esta región, cuál es
el sentimiento de pertenencia que caracteriza a los
castellano-leoneses en la actualidad, cómo las autoridades
regionales siguen procurando fomentar una socialización
definitiva de la identidad regional, y sobre todo, cuál era, ha
sido y es el significado que ha tenido y tiene la tradición de
la fiesta autonómica de Villalar. Cuestión ésta que sigue siendo
objeto de debate, pues ¿en qué medida puede el mito de Villalar
seguir representando hoy fielmente las señas de identidad
castellano-leonesas a tenor de los rasgos políticos que
caracterizan a la región y de las identidades plurales que la
definen?
Finalmente, el
profesor Luís Reis Torgal cierra el libro con un repaso a las
imágenes portuguesas de Castilla y España. Resulta paradójico
cómo dos países que comparten no sólo un territorio común
sino también una historia en algunas ocasiones compartida y en
otras ciertamente paralela y similar, mantienen una relación de
atracción y recelo mutuo. Y cómo, consecuentemente, las
aproximaciones reales entre uno y otro no han pasado de ser mera
y lamentablemente coyunturales. Primero, por el enorme peso del
pasado histórico compartido y de las lecciones de él extraídas;
segundo, y derivado de lo anterior, por la pervivencia de un
cierto sentimiento antiespañolista (anticastellanista podría
decirse) promovido especialmente durante el salazarismo; y
tercero, por el recelo que el pueblo portugués ha sentido cuando
las campanas del iberismo han tañido demasiado fuerte. Pese a
estos factores, y lejos de que se vive aún en Portugal un
perceptible distanciamiento científico respecto de un país
vecino (España) que apenas aporta para los estudiantes y
profesores lusos referencias académicas en muchas ramas
científicas (con la historiografía no ocurre generalmente esto),
parece que actualmente –así lo indica también el profesor de la
Universidad de Coimbra- se abren nuevas puertas al desarrollo de
los estudios hispánicos en Portugal.
Como podemos
observar, no son pocos los temas que a lo largo de la presente
obra se abordan. La heterogeneidad de la temática aquí
presentada, los planteamientos con que se analiza la información
que se maneja, los nuevos interrogantes que plantea, o las
nuevas vías de estudio que abre, hacen que este volumen se
constituya en una nueva fuente de referencia dentro del campo de
estudio del nacionalismo y de la historia de la historiografía
en relación con Castilla. Esperemos que los esfuerzos realizados
hasta el momento sigan obteniendo el fruto deseado.
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