SIERRA, Verónica, Palabras huérfanas. Los niños y la Guerra Civil, Madrid, Taurus, 2009, 434 pp., por Francisco Fuster Garcia (Universidad de Valencia) Decir de un libro sobre la Guerra Civil española que constituye una aportación original e innovadora a la historiografía contemporaneísta podría parecer exagerado y pretencioso. A estas alturas, y tras la enésima avalancha editorial suscitada en los últimos años por el debate en torno a la memoria histórica y por conmemoraciones, aniversarios y efemérides de todo tipo, encontrar un libro que revele datos nuevos o acierte con un enfoque distinto, parece casi una quimera. Y si, puestos a pedir, le pedimos a este libro que aúne el rigor histórico y metodológico de una tesis doctoral (ese mismo rigor que echamos en falta en los libros sensacionalistas y los enfoques politizados y partidistas sobre el tema de la Guerra Civil y el Franquismo) con la calidad de una escritura cuidada pero accesible y la riqueza documental fruto un intenso trabajo de archivo, podríamos llegar a una conclusión equivocada sobre la inexistencia de tal libro. Digo equivocada porque, tras la lectura de Palabras huérfanas, de Verónica Sierra, puedo confirmar que dicha obra existe. Verónica Sierra es Doctora en Historia y Profesora Ayudante en el Área de Ciencias y Técnicas Historiográficas en la Universidad de Alcalá. Se puede decir que en Palabras huérfanas, adaptación de su tesis doctoral – Letras huérfanas. Cultura escrita y exilio infantil en la Guerra Civil española– leída en la Universidad de Alcalá en 2008, se combinan a la perfección las que son sin duda, sus líneas fundamentales de investigación: la Historia de la Cultura Escrita, con especial interés en los documentos personales y, específicamente, en el trabajo con documentos epistolares; y por otro lado, la Historia Social de la época contemporánea, centrada en el periodo de la Guerra Civil y la posguerra. Palabras huérfanas no es un libro más sobre la Guerra Civil. Como dice el subtítulo de la obra, la investigación de Verónica Sierra aborda la reconstrucción de uno de los periodos más estudiados por la historiografía española, pero lo hace desde una perspectiva novedosa y dando el protagonismo total a un sujeto histórico en el que pocas veces se han fijado los historiadores: los niños. Esos niños y niñas cuya infancia fue anulada por la contienda entre españoles, víctimas –como dice la autora– de “una guerra que no era suya”, se convierten por una vez, en los auténticos protagonistas de un libro de historia. La temblorosa voz que escuchamos en este libro no es la voz de generales y milicianos que hicieron la guerra, es la voz de los más de 130.000 niños que murieron durante el conflicto bélico. Las numerosas y evocadoras cartas que la autora ha rescatado del olvido, no son las cartas enviadas por los intelectuales exiliados, son las cartas escritas por los más de 30.000 que fueron evacuados a países extranjeros. Cartas llenas de deseos y promesas, de ilusiones y planes sobre un soñado y pocas veces consumado, regreso a la patria. Pese a que, en sus doce capítulos, el libro trata diferentes aspectos de la infancia durante la Guerra Civil, el grueso de la investigación de Verónica Sierra lo constituye el análisis del caso concreto del exilio infantil en dirección a la URSS; una elección más que justificada sin tenemos en cuenta que, de entre todos los países que acogieron expediciones de niños españoles evacuados, la acogida que brindó el régimen comunista de la Unión Soviética fue, por su carga simbólica, el que más repercusión tuvo en la opinión pública nacional e internacional. Es una historia, la de los niños enviados a Rusia, que ya ha sido contada varias veces. Es cierto: existe bibliografía al respecto y es un tema que, con mayor o menor acierto, ya despertó el interés de varios estudiosos de la guerra. Sin embargo, a esa historia conocida ya, hecha sobre la base de la documentación oficial, faltaba añadirle un punto de vista nuevo, una visión diferente e inédita hasta la fecha, que completara y enriqueciera el discurso histórico. Esa mirada diferente que se desprende de los testimonios escritos por los propios niños exiliados, es el vacío historiográfico que viene a cubrir el libro de Verónica Sierra. Esta tarea de reconstrucción la realiza la autora basándose, además de en las cartas enviadas por los niños a sus padres, en otro tipo de documentos producidos por niños, tanto por aquellos que salieron del país como por los que se quedaron. En Palabras huérfanas encontramos desde cuadernos y redacciones escolares hasta diarios íntimos, dibujos, postales... Estos testimonios de la infancia, se completan y contrastan con una importante bibliografía actual y de la época, y con una extensa documentación de archivo, reflejada en el amplio aparato crítico que acompaña al libro. Otro pilar destacado de la investigación, además de su riqueza documental y su enfoque innovador, es el acierto en el tratamiento de las fuentes y la metodología empleada. La experiencia de la autora en el trabajo con fuentes epistolares se detecta tanto en la cantidad (el volumen de cartas transcritas es elevado y siempre justificado) como en la calidad de las cartas transcritas. Se nota un trabajo de selección de la información que redunda en beneficio de un lector que agradece mucho la abundancia de ejemplos. Cada afirmación sobre el sentir de los niños durante la guerra va acompañada de una cita de primera mano o un fragmento de testimonio que otorgan credibilidad y certidumbre al discurso histórico de la autora. Sobre este tema de la cantidad y la calidad de los recursos, es digna de mención también la labor de edición de una Editorial Taurus, que ha sabido coordinar de forma elegante, los numerosos materiales – fotos, cartas, carteles, dibujos – que aporta esta monografía. Otros capítulos del libro se centran en otros aspectos del binomio niños-guerra, con el fin de demostrar que la infancia fue un arma más de la guerra, usada para fines propagandísticos por parte de ambos bandos. Si en la escuela de este periodo –a la que se dedica un capítulo íntegro– encontramos la traslación de los dos bandos en litigio en la forma de dos modelos educativos antagónicos, en otros ámbitos descubrimos que los niños fueron usados interesadamente como herramienta de propaganda ideológica. En este sentido, y como dice muy bien la autora: “Si las evacuaciones infantiles fueron para el Gobierno republicano una llamada de auxilio al exterior y los niños se convirtieron en embajadores del drama español en Europa y América, para el franquista denunciar la evacuación y repatriar a los niños se tornó en una cuestión de Estado” (pág. 71). Algunos de los testimonios recogidos por Sierra nos pintan un panorama desolador y patético, que nos muestra los sentimientos de algunos de esos niños que, a la fuerza, tuvieron que acostumbrarse a convivir con la guerra, llegando incluso algunos de ellos a recrear y reproducir con sus juegos infantiles aquellos gestos y comportamientos que veían como algo normal en sus mayores. Son sintomáticas y espeluznantes, algunas de de las descripciones de estos juegos de niños reproducidos por la autora, como un fragmento del diario del general Mola. Leyendo este testimonio fechado el 4 de agosto de 1936, se comprueba hasta qué punto llegaron a interiorizar los niños el ambiente y el discurso de la guerra: “Salí de Espolón (zona nacional). Me ha chocado el juego que se llevaban unos chiquillos. Dos de ellos iban con escopetas de juguete. Los demás cogían a otro prisionero y lo conducían ante los armados. Éstos le gritaban al preso: «¡Viva España!, ¡Viva España!», y como el preso no contestara (el juego era no contestar), los de las escopetas apuntaban y el pelotón imitaba el fusilamiento” (pág. 45). O en el colmo de la mezcla entre ingenuidad infantil y compromiso con la situación, el testimonio tierno y desgarrador de la carta –publicada en el diario Ahora– que una niña madrileña dirigió al presidente del Socorro Rojo Internacional, ofreciendo su sangre a los heridos: “Yo he leído en el periódico Ahora que se necesita sangre para los heridos y yo, aunque soy una niña, pues todavía no tengo diez años, como estoy sana quiero dar mi sangre a un obrero que tenga hija; yo no he pedido permiso a mi mamaíta, ni sabe que le escribo, pero como es tan buena no me dirá nada, pues luego me alabaría, y además le he oído decir que ella daría sangre por un herido. ¡Viva la República y los valientes que la defienden!” (pág. 49). Estos y otros muchos testimonios son los que recoge, analiza y ordena el libro de Verónica Sierra. Un libro necesario para rescatar, en estos tiempos en los que tanto se la cita, la memoria; no la memoria oficial de los vencedores, o la memoria ultrajada de los vencidos, sino la memoria de los niños. Esta tarea de reconstruir la historia desde la óptica de los niños hace de Palabras huérfanas un libro especial. Decía Rousseau en el Emilio, que “la infancia tiene modos de ver, pensar y sentir que le son peculiares”. “No hay mayor desatino –proseguía el filósofo ginebrino– que querer imponerles los nuestros”. Y, efectivamente, ahí radica el atractivo de este libro, en no querer imponer ningún prejuicio y en tratar de reflejar lo más fielmente posible, ese modo de ver, de pensar y de sentir, que según Rousseau caracteriza a cualquier niño. La historia rescatada en este libro es un historia diferente de la Guerra Civil, una historia que, setenta años después, nos permite leer unas letras infantiles que son, en muchas ocasiones, “las únicas narraciones de primera mano del exilio infantil que llegaron a España” (pág. 308). Con nuestra lectura de estas cartas, damos voz a quienes no la tuvieron y cumplimos, además, con una de esas terribles pero felices paradojas que dan sentido a la historia. Si, como dice Verónica Sierra, la mayoría de las cartas escritas por los niños evacuados a Rusia fueron secuestradas por la tropas franquistas y nunca llegaron a su destino, convirtiéndose en palabras huérfanas, sin lectores y sin destinatarios, aquellos que nos adentramos ahora en su lectura estamos con ello librándolas de esa orfandad y ese olvido; estamos convirtiéndonos, metafóricamente, en padres de esos niños españoles exiliados, en esos padres que nunca volvieron a ver, en esos lectores que jamás consiguieron tener. |