HISPANIA NOVA

Revista de Historia Contemporánea

Fundada por Ángel Martínez de Velasco Farinós

ISSN: 1138-7319    DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998

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NÚMERO 3 (2003)
DOSSIER


TÍTULO: 
PATRIA DEFENDIDA A SANGRE Y FUEGO. CÓMO LOS VASCOS DESCUBRIERON QUE ERAN ESPAÑOLES (1808-1823)

AUTOR:
Carlos RILOVA

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Resumen:
El articulo examina la aparición del nacionalismo español entre los vascos a partir de su primer contacto con las nuevas doctrinas políticas de la revolución de 1789 y con el "otro" -el "antiespañol"-, bajo la forma de los invasores napoleónicos

Palabras clave:
España, País Vasco, Guerras Napoleónicas, guerrilla, Nacionalismo español, Nacionalismo Vasco

Abstract:
The work examines through different archive documents, both spanish and french, the origins of spanish nationalist ideas among the basques after the first contact with the new political doctrines breed by the french revolution and the discovery of the "other" -the "antispanish"- in the shape of the napoleonic invaders.

Key words:
Spain, Basque Country, Napoleonic, War, guerrilla, Spanish nationalism, Basque nationalism


1. La existencia de España antes de la guerra contra Napoleón

        Tal y como oportunamente nos advierte el profesor José Álvarez Junco en su última obra, España como nación, en contra de lo que puedan opinar los nacionalistas de esa adscripción, no existe desde tiempo inmemorial. Sucede con ella exactamente lo mismo que ocurre con todas las naciones, con estado o sin él, destinadas a una pronta extinción como "ruinas" de pueblos -según cierto venerado filósofo- o con un prometedor futuro ante ellas: ha surgido después de la Revolución francesa de 1789[1].

        Sin embargo, como también advierte el mismo José Álvarez Junco, no es posible ignorar la existencia de un determinado sustrato -que podría remontarse hasta la época romana- a partir del cual y hasta la fecha crítica de los años posteriores a la revolución de 1789 -en el caso español, hasta las guerras napoleónicas que expanden a fuerza de armas las nuevas ideas fraguadas y ensayadas en Francia desde aquel famoso catorce de julio- se van creando los cimientos de la nación española según el esquema o plano mental que de ella tienen hoy día los nacionalistas de esa filiación[2].

        Algo más clara empieza a ser la idea a partir de la consolidación de una monarquía centralizada desde finales del siglo XV en adelante que, como indica nuevamente el profesor Álvarez Junco, está dotada de una función "nacionalizadora" gracias, sobre todo, a las numerosas guerras que sostendrá fuera de los límites peninsulares desde esas fechas. Hito que, sin embargo, como también nos advierte el autor de "Mater dolorosa" debe considerarse con toda clase de precauciones.

        En definitiva lo único que puede afirmarse, de acuerdo con José Álvarez Junco, es que, aparte de esos tímidos primeros pasos, vacilantes, como siempre suelen serlo todos los primeros pasos, no hay "España" hasta comienzos del siglo XIX y a partir de entonces sólo en lenta progresión, transmitiéndose desde las élites cultas hacia los rangos inferiores del cuerpo social. Ése es, pues, el punto de partida a toda investigación sobre este tema.

        ¿Qué ocurrió a ese respecto en el País Vasco, o, para ser más precisos, en las tres provincias vascongadas que con el tiempo debían descubrirse como parte de esa España que todavía no existe?.

         Sin olvidar, naturalmente, todas las certeras advertencias de José Álvarez Junco, es fácil -relativamente al menos- encontrar en esos territorios ese "sustrato" de España -o "paleonacionalismo", si preferimos utilizar la expresión creada con acierto por Borja de Riquer y Enric Ucelay- que debe eclosionar a partir de 1808[3].

         Ciertos acontecimientos de mediados del siglo XVII ocurridos en los puestos fronterizos del Bidasoa, por ejemplo, constituyen una excelente prueba en ese sentido y nos permiten reconstruir el estado de desarrollo en el que se encontraba esa idea de España entre los vascos que, llegados a 1808, debían descubrir que eran parte de esa nación que aún no acababa de existir en el sentido más o menos equivalente al actual.

        Los trabajos de Peter Sahlins sobre la frontera entre España y Francia en territorio catalán y el modo en el que ésta se va construyendo a lo largo de más de quinientos años de roces y disputas entre ambos poderes ya nos han advertido sobre la intensidad con la que, precisamente a causa de esas luchas, la idea de España -o Francia desde el norte de la imaginaria raya- empieza a anidar en la mente de la mayor parte de los habitantes de esos territorios, del mismo modo que, según Hobsbawm, sucederá con los mercenarios o los que, por otras causas distintas a la búsqueda de lucro a través de la guerra, se ven obligados a salir de su país y descubren a otros grupos humanos que los confrontan con la idea de los parecidos y diferencias entre ellos y, por tanto, con la posible existencia de diferentes grupos humanos o "naciones"[4].

        Las localidades fronterizas del País Vasco sufrirán un proceso análogo. Así es relativamente fácil encontrar entre la documentación de sus archivos alguna en la que la aparece la palabra "España" con rasgos bastante similares a los que se emplearan a partir de 1808 y de la consolidación del que Álvarez Junco llama "patriotismo étnico".

        Dejando aparte casos como el del alférez Calderón destacado en la fortaleza de Hondarribia[5] -por tanto en la primera que se veía obligada a defender la integridad de la corona frente a los franceses o al enemigo del momento-, que ya en 1610 se permitía hablar en términos que hubieran conmovido a cualquier nacionalista español de mediados o finales del siglo XIX, será tal vez mejor para el propósito de este trabajo entrar de lleno en la documentación relativa a los incidentes fronterizos fechados en 1666[6].

        Ese año, como sabemos sobradamente gracias a Daniel Defoe o, en menor medida, a Samuel Pepys, Europa se vio asaltada por una epidemia de peste de fatales consecuencias, especialmente para la ciudad de Londres. Las Vascongadas se vieron, una vez más, libres de aquel flagelo, sin embargo se debieron tomar estrictas medidas para impedir que llegase la plaga. Así, la frontera con Francia estaba estrechamente vigilada[7].

        En una carta remitida por los administradores de la aldea -o universidad según preferían decir los habitantes de esa localidad guipuzcoana- de Irun señalaban a los alcaldes y ayuntamiento de Hondarribia, a cuya jurisdicción estaban sujetos, que desde el día 14 de septiembre -y obedeciendo las instrucciones que el cabildo de aquella ciudad les había hecho llegar- se dedicaban a hacer "Guardia" en torno a la franja de la frontera entre ambas coronas que quedaba dentro de sus límites, "ocupando todos los dias quatro hombres(,) dos en el paso de beouia (sic, por "Behobia") y los otros dos en la Rivera del Hospital biejo"[8].

        De ese modo estaban impidiendo la entrada en su territorio de "vecinos y auitantes del Burgo de Hendaya (ni ningun jenero de mercaduria)" ya que era allí donde se recelaba que hubiera "contajio" a causa de cierto "nauichuelo" que había aportado en la barra de aquella localidad[9].

        Esa actitud por parte de las autoridades de Irun había fomentado una, hasta cierto punto, airada réplica de las constituidas al otro lado del Bidasoa. Es justo en ese instante, cuando la pedanía informa a la ciudad de Hondarribia de lo que está ocurriendo, el momento en el que aparece con meridiana claridad el modo en el que, según parece, se ha edificado ya dentro de las mentes de algunos vascos -más o menos letrados- una clara imagen de ideas como "España" en una fecha tan relativamente temprana. Así señalan los firmantes de esta carta, destinada al ayuntamiento de Hondarribia, que los habitantes del lugar de Urruña han puesto también guardia "en el paso en parte de Francia"[10].

        El objetivo de esa medida, según explican los representantes de Irun, es evitar que sus vecinos pasen a "san joan de luz (sic, por "San Juan de Luz") ni otra parte de françia". Añaden a eso que los vasallos de ese rey ocupados en esta labor han ofendido a algunos de los que se han acercado hasta aquel punto de control "por el Rigor y mal modo" con el que las han hecho volver atrás. Evacuadas estas informaciones los firmantes de la carta piden instrucciones acerca de cómo deben actuar a partir de ese momento. Al hacerlo vuelven a delatar, una vez más, indicios de que para ellos la frontera entre Francia y España es casi tan real como podía serlo para cualquier vasco ajeno a las distintas clases de abertzalismo antes de que el tratado de Schengen aboliese, de modo más o menos real, las fronteras existentes entre los estados de la Unión Europea. Así, cuando solicitan al cabildo hondarribiarra esas órdenes acerca de qué hacer con el paso del río se expresan en unos términos elocuentes por sí mismos al preguntar si era preciso andar "dejando o no dejando pasar a españa" a los provenientes de la provincia vasco-francesa de "Labort"[11].

        Parece pues, gracias a este indicio documental -más que claro insultantemente claro- que ya a mediados del siglo XVII algunos vascos, los letrados al menos, conocen perfectamente la separación existente entre construcciones políticas como "España" y "Francia", discriminando entre una y otra sin pararse a reparar -como, sin duda, reclamaría cualquier nacionalista vasco- en que ellos y estos otros habitantes de "Labort" a los que quieren cerrar el paso pertenecen a un pueblo distinto que nada tiene que ver con esas "españa" y "françia" a las que aluden en su carta a la ciudad. Eso es indudable con semejantes pruebas ante la vista. Sin embargo conviene no apresurarse a emitir un juicio no por apresurado menos rotundo acerca de la incubación de ese "sustrato" de nacionalismo español en las molleras vascongadas del Barroco

        En efecto. Otra documentación posterior guarda desagradables sorpresas en su interior para aquellos que esperen demasiado de lo dicho en esa correspondencia entre la Irun y la Hondarribia del año de la peste. Apenas un año después de aquellos acontecimientos estallará entre las dos coronas la llamada Guerra de la Devolución -tan sólo la primera de las muchas en las que Luis XIV, recién ascendido al trono, iba a demostrar sus dotes para la guerra de conquista basada en los motivos más injustificables que cupiera encontrar-. El casus belli, como ya es bien sabido, eran las posesiones de los Austrias españoles en la actual Bélgica, pretextando que esa era la "dote" de María Teresa de Austria que el Gran Luis, como marido celoso de los intereses de su esposa, se limitaba a recuperar usando la fuerza porque le negaban tan justos títulos -a su parecer- de buen grado.

        A pesar de que ése era el único y último objetivo tampoco se perdió ocasión de castigar a la monarquía española en otros frentes. Uno de ellos fue la frontera vasca y es precisamente gracias al masivo ataque que empezó a perfilarse al otro lado del Bidasoa a lo que vamos a poder comprobar desde otra perspectiva las verdaderas dimensiones y contornos de la idea de España entre estos vascos del siglo XVII que con tanta rapidez parecen haberla descubierto[12].

        Efectivamente, nada como la guerra, según decía Heinrich Treistchkke, para convertir a un pueblo en nación. Y en ese aspecto los vascos vasallos del rey de España no constituyen ninguna excepción como ya hizo notar el profesor Javier Corcuera Atienza en su día. ¿O tal vez sí?[13].

        Es una pregunta ésta que, en contra de lo que pudiera parecer a causa de lo que se lee en la carta de 14 de noviembre de 1666 cruzada entre las autoridades de Irun y las de Hondarribia, tiene una respuesta bastante complicada.

        Para empezar debemos saber que, justo cuando las tropas francesas de tierra y mar empiezan a concentrarse en peligrosas proporciones frente a aquella plaza fuerte guipuzcoana y, por tanto, ante a la puerta de entrada de esa "España" que tan clara parece estar en las mentes de los regidores municipales de Irun durante la alarma de la plaga del año 1666, éstos - o los que en ese momento les han sustituido en el puesto- y, de hecho, la mayor parte de los habitantes de esa localidad guipuzcoana no tendrán ninguna clase de reparo en poner en marcha una guerra privada contra las autoridades municipales de la plaza fuerte cuando éstas acudan a reclamar que la fuerza armada de los naturales de Irun sea conducida al interior de Hondarribia para reforzar a la guarnición y al tercio formado por los vecinos de esa localidad a fin de hacer frente a las tropas que Luis XIV está disponiendo al otro lado del Bidasoa[14].

        ¿Cuáles eran las razones para semejante conducta tan, digamos, poco patriótica?. Eran sencillas, casi elementales: desde por lo menos el siglo XV Irun trataba de zafarse del señorío jurisdiccional que la ciudad de Hondarribia ejercía sobre esa comunidad y otras de su entorno. La exigencia de fuerza armada, o el derecho de ban si así lo preferimos, era una de las más claras señales de ese sometimiento a la ciudad y plaza fuerte.

        Ésa era, pues, la disyuntiva que se planteaba a los iruneses en el año 1667: o bien obedecían, reconociendo el señorío jurisdiccional de Hondarribia, prestándose a aquel ban a fin de defender la frontera del enemigo común de aquella "España" que tan claramente habían vislumbrado durante la crisis de 1666 o bien aprovechaban la coyuntura para crear toda una serie de disturbios -dividiendo y fragmentando una parte más que considerable de la fuerza militar disponible para mantener a raya a lo que llegará de aquella Francia que sabían situar en las coordenadas geográficas exactas y plenamente coincidentes con las actuales- que les permitieran avanzar unos pasos más en su lucha para liberarse de ese señorío jurisdiccional de Hondarribia.

        La decisión entre ambas alternativas es ya sobradamente conocida, al menos para los que conocen algo de la Historia local de esa delicada franja de territorio: se produjo una insurrección armada de los vecinos de la universidad que poco tenía que envidiar al drama lopesco en el que es casi imposible no pensar al tratar de esos hechos[15].

        Esto, sin embargo, y es lo que termina de dibujarnos una imagen verdaderamente compleja acerca de la idea de ser españoles que podían tener los habitantes de esa localidad guipuzcoana -o el resto de los vascos- a mediados del siglo XVII, no impidió, tal y como alegaban algunos de los elementos que más se distinguirían en la sublevación, que los vecinos de la universidad acudieran a la defensa de la frontera frente al francés. Así, Domingo de Aguirre y Zurco alegará en su descargo cuando se le instruya proceso por aquella inoportuna algarada, que estuvo al frente de 350 vecinos de Irun "de noche y de dia con catorçe esquadras repartidas en diferentes partes en mas de un mes que hauia durado el rumor" de un golpe de mano contra la plaza. Todo en pro y servicio de su majestad católica, el rey de España y de las Indias[16].

        Esa levantisca actitud en la que, de manera apenas disimulada -como se pretende, por ejemplo, en esos alegatos de Domingo de Aguirre y Zurco-, se ven involucrados los iruneses, podía llegar aún más lejos. Así, la misma ciudad de Hondarribia, que tanto y tan alto se quejó de lo sucedido en 1667 ante los estrados del trono de España, no tendrá ningún reparo pocos años después en gastar una broma aún más pesada a la autoridad soberana de ese monarca al que decía obedecer y que representaba a esa "España" sobre cuyas dimensiones y situación no tenían ninguna duda. Así, en 1680, sin necesidad de obtener ningún permiso ni orden del rey se dedicó a bombardear por su propia cuenta a Hendaya por razones particulares que en absoluto tenían nada que ver con los intereses y motivos del soberano de España y las Indias[17].

        Así, y no de ninguna otra manera, estaban dispuestas las cosas a ese respecto en el interior de la mente barroca vascongada. Si de hechos como éstos deducimos que la idea que tenían los vascos de mediados de la Edad Moderna de ser españoles y de la propia España era una extraña mezcla entre localismo exacerbado y lealtades de tipo antiguoregimental que sólo de un modo bastante embrionario correspondería a algo que pudiéramos llamar con alguna garantía "nacionalismo español", acertaremos. Hasta ese momento y durante bastantes años más esa es la singular forma en la que los vascos asumían la idea de ser españoles.

         Sin embargo otra guerra iba a cambiar las cosas. Al menos para una fracción de los mismos que, finalmente, y sin ninguna clase de matices, descubrirán a la España en la que hoy día piensa cualquier nacionalista de ese nombre y se declararán hijos y partidarios de la misma con toda la nitidez precisa[18].

        

2. La guerra que creó definitivamente a España (1808-1814)

        Es preciso señalar que, en cualquier caso, a pesar de que desde 1808 en adelante encontraremos claros indicios de que, como señala el título de este trabajo, los vascos -como otros vasallos de la católica majestad- descubrirán que son españoles, el cuadro continuará siendo tan complejo quizás como el que queda expuesto para el siglo XVII. De hecho, podemos considerar que buena parte de la lucha de opiniones encontradas entre los vascos que constituye lo que hoy día se denomina como "conflicto vasco", parece haberse generado, en buena medida, a partir de este momento.

        Los siguientes apartados expondrán la compleja y ya por siempre accidentada entrada de los vascos en la idea de España y de ser españoles que se produce desde el momento en el que, a partir de mayo del año 1808, los franceses desvelan sus verdaderas intenciones.

        

2.1. Caídos por España... sin saberlo.

        Los apuntes que Labayru dejó escritos para su monumental "Historia General del Señorío de Bizcaya" señalan que las autoridades josefinas establecieron un tribunal especial para sofocar la resistencia que surgía por doquier en el Señorío al igual que en otras provincias de esa monarquía que no se deja dominar totalmente en ningún momento desde el 2 de mayo de 1808 hasta que en 1813, por fin, logra la expulsión de los últimos vestigios del ejército napoleónico[19]

        Es una institución apenas estudiada pero merece la pena echar algo más que una atenta ojeada a algunas de las causas que se instruyeron frente a sus estrados. En ellas aparecen vascos comprometidos con la lucha contra el francés. Parece, pues, un buen camino para intentar descubrir, como se pretende en este trabajo, a los primeros de entre todos ellos que descubrieron ser españoles gracias a la guerra contra Napoleón.

        La desilusión para aquellos que esperan encontrar entre ellos nacionalistas españoles hechos y derechos, sin embargo, no puede ser mayor. La mayor parte de los encausados pertenecen a la canalla, al bajo pueblo que, tal y como ya se ha señalado en diversos trabajos sobre la guerra contra Napoleón fue el primero en alzarse frente al invasor desde que resuena el grito de insurrección en la villa y corte trufada de soldados imperiales[20]

        En efecto, y si algo se desprende de ese bajo pueblo que es llevado ante aquel tribunal para responder de cargos que van desde ayudar a los brigantes -neologismo inequívocamente afrancesado para denominar a los guerrilleros- o espiar para ellos o facilitarles suministros o, finalmente, formar parte de alguna de aquellas bandas que traen en jaque a las autoridades leales a José I, es su ignorancia casi absoluta sobre esa patria o nación de la que hablan los diarios de sesiones de las Cortes de Cádiz o preclaras plumas como la de Campmany[21]

        Tomemos el caso de Mateo de Gordoniz, vecino de Abando que fue capturado por las fuerzas imperiales después de servir de enlace con grupos de insurgentes que andaban por aquellas fechas -el 2 de enero de 1812- enseñoreados de las tierras en torno a la peña de Orduña. Según los testimonios disponibles, rápidamente requeridos por las autoridades al servicio del invasor, Gordoniz había llevado a la partida del jefe llamado Pinto, pólvora, un sombrero acandilado "con Escarapela y galon" y un sable para uno de los bandidos, de nombre Josef Diaz y "conosido (sic) por el nombre del Usar"[22]

        Sin duda su colaboración con los enemigos del rey José no había sido poco importante ya que acabó siendo puesto frente a los estrados de aquel tribunal y éste se tomó la preocupación de formarle una causa bastante prolongada. En cualquier caso en ella se revelan con bastante claridad los motivos de Mateo de Gordoniz para haber actuado como actuó que, como vamos a ver, estaban muy lejos de toda idea de defensa de la nueva nación frente a sus enemigos.

        Así, cuando los funcionarios josefinos le interrogan acerca de cuál era su "patria" en lugar de aprovechar el momento para hacer una proclama a favor de España se limitará a responder que era Abando. Es decir, sigue fiel a la vieja idea propia del Antiguo Régimen, cuando España, como ya hemos podido ver gracias al incidente de 1667, no es más que un conjunto de corporaciones locales con intereses en ocasiones divergentes hasta el punto de declararse guerras privadas en los momentos en los que deberían estar combatiendo a un enemigo común[23]

        De hecho, para este hombre, que es descrito en la causa como "un Aldeano anciano -tenía 65 años en la fecha en la que se instruye el proceso- de cara larga (,) alto con bastante barba" y era apellidado por el mote de "ganboa", la parte de Bizkaia más alejada de su lugar de residencia era otro "paiz" que, de hecho, puede serle absolutamente desconocido, como ocurre con la comarca en la que Pinto y los suyos le habían dado cita para recibir los polémicos suministros[24]

        Aún hay más detalles que hacen de él un patriota español cuando menos dudoso. Así, por ejemplo, asegura que si hizo aquellos recados para los guerrilleros fue "por ganar algunos cuartos"[25]

        Parece pues evidente que el "Aldeano" no sólo no sabía qué era España exactamente -ésa de la que en la mismas fechas se discutía en la Isla de León-, sino que además su disposición de sacrificio por esa idea frente a aquel hatajo de traidores a ella que le interrogan desde aquel tribunal también resulta ser inexistente[26]

        Los guerrilleros de la partida tampoco parecían estar mejor informados sobre ese aspecto. Así, la escarapela que porta el sombrero acandilado que Gordoniz les lleva no exhibe ningún símbolo propio de la nueva idea de nación que está forjándose en esos momentos en Cádiz. En efecto, se trata simplemente de la roja que llevan los soldados españoles en el sombrero de tres picos desde que éste se pone en uso en los Reales Ejércitos a comienzos del siglo XVIII. Un símbolo de la antigua monarquía tanto como la negra representaba a los británicos o la blanca a los franceses hasta que la Nación soberana que surge tras el 14 de julio de 1789 la sustituya por la tricolor. Cambio que, como vemos, no se aprecia aquí y nos permite así deducir algo acerca de la idea exacta por la que parecían combatir -y a veces morir- estos "brigantes"[27]

        El caso de la partida que ataca Mungia en 1810 también permite hacerse una idea más o menos exacta de cuáles eran las pretensiones y expectativas de aquellas bandas de insurgentes vascos que aquel tribunal se esforzaba en erradicar. Se trata, como vamos a ver, de poco más que bandoleros.

        La descripción que de ellos da Francisco de Landesa es verdaderamente gráfica. Se trataba de cinco hombres a caballo y uno más a pie. Todos ellos portaban carabinas y pistolas. Su objetivo cuando entraron en la localidad vízcaina era liquidar al alcalde de la misma -decían que iban a hacer "gigote" con él- porque en una ocasión anterior había cometido la grave falta de impedirles saquear el pueblo a su antojo[28]

        Por lo que cuentan testigos como aquel era patente que el único descubrimiento que pretendían hacer aquellos aguerridos personajes no era precisamente el de si eran españoles o no sino el del lugar exacto de ciertas cantidades de dinero. Así, exigirán que se les entregue el que se ha recaudado en Mungia durante el último mes para sustento de los franceses. En contra de lo que pudiera parecer esa petición distaba mucho de estar dirigida a un patriótico afán de desarbolar a las tropas invasoras. Así, cuando comparece el testigo tratando de que detengan su labor de derribo de la casa del alcalde a hachazos y tiros porque el dinero no aparece, aceptan sin ningún problema los 100 doblones que éste les lleva para que dejen en paz la casa y la villa; después de esto no volverán a preocuparse del paradero de los fondos con los que los enemigos de España podrían abastecerse y armarse. Sólo les mueve a inquietud el capote que llevaba el testigo, que no dudaran en robar igualmente[29]

        Es cierto, desde luego, que según otros indicios documentales los miembros de esas partidas recibían de otros mejor preparados lo que podríamos llamar una especie de rudimentaria "formación del espíritu nacional", tal y como declara en su día un guerrillero que se ha acogido a una amnistía y ha abandonado a su partida. En efecto, José de Olaechea, tejedor de oficio y natural de la anteiglesia de Abadiano, señala que ha dejado aquella mala vida, pero aún recuerda de ella al cirujano Juan Bauptista Murua que compró lienzo para los "bandidos", el modo en el que les abasteció -él personalmente le ve entregar un sable, un par de pistolas, una silla de montar a la francesa y una cobertura para el caballo- y, sobre todo, las instrucciones que les daba para actuar. Así les dijo que había que exigir al escribano de Aramaio -de nombre Juan Bergara- 3.000 reales porque era "Amigo de los franceses"[30]

        Sin embargo, más allá de este punto, hay pocas sorpresas en la documentación con respecto a lo que se señala acerca de esta cuestión en trabajos como los que Pierre Vilar dedica al tema. El guerrillero vasco, como todos los demás, sabe poco o nada acerca de la nación. Lucha únicamente y por norma general para expulsar a los franceses que traen consigo peligrosas novedades políticas -una de ellas precisamente la idea de nación- y no sabe gran cosa de esa España a la que algunos han comenzado a vitorear en Cádiz. Como vemos en el caso de los de Mungia les basta con encontrar algo, lo que sea, para poder robar, independientemente del modo en el que eso vaya a afectar a los enemigos de aquella patria generalmente tan desconocida.

        Este cuadro desolador es, al menos de momento, cuanto puede decirse acerca del modo en el que los vascos de bajo rango social descubren -o más bien continúan ignorando- que son españoles.

        

2.2 Patriotas, en alguna manera

        No es ése, quizás, un gran descubrimiento. Tampoco lo es, tal vez, el que vamos a relatar en las siguientes páginas. Pierre Vilar ya señala en sus estudios dedicados a esta cuestión que, con la misma intensidad con la que la canalla suele desconocer la idea de España las élites la adoptan y la hacen suya y eso es exactamente lo que descubrimos en el caso de las del País Vasco de aquellas fechas en cuanto empezamos a indagar en la documentación que han generado[31].

        Así parece que germinan patriotas españoles en relativa abundancia, tanto bajo las banderas de la Regencia como bajo las del rey intruso. Sin duda aquella fue una buena fecha en las provincias vascongadas para que muchos de sus habitantes más instruidos descubrieran cuál era su nación y lo expresaran en términos más o menos claros.

        Este es el caso, por ejemplo, de dos finos traidores vascos -al menos desde una cierta perspectiva- a la España que pugna por nacer en la Isla de León. Los archivos militares franceses guardan una interesante carta firmada con fecha de 18 de marzo de 1812 por José de Astigarraga y su sobrino Luis de Astigarraga. Ambos exhiben pomposos títulos. Así el primero es comandante general de Marina de la provincia de San Sebastián (sic). Su sobrino es nada menos que un ex-templario ya que, segín se lee en el texto era ex-caballero de la Orden Militar de Montesa ya extinguida y tesorero de la aduana general de Irun. Ambos dos se declaraban apoderados de varias villas guipuzcoanas como la de Zegama, Segura, Idiazabal y Zerain, así como de "otros pueblos de las Provincias de Guipuzcoa y Alaua"[32].

        Por medio de ésta se dirigían al príncipe de Neufchatel y Wagram, vice-condestable del Imperio, jefe de una de las dieciséis compañías o cohortes de la Legión y otros untuosos y rimbombantes títulos que sería prolijo enumerar aquí, para ofrecerle una serie de proyectos. El objetivo de los mismos no puede estar más claro y nos revela que estamos ante vascos que se han descubierto ya como españoles. Basta con citar sus propias palabras para obtener datos precisos a ese respecto, pues confiesan actuar "Deseosos de promover la prosperidad de la España, nuestra amada Patria"[33].

        Toda una declaración acerca de la claridad con la que se había formado ya en el interior de la cabeza de algunos vascos la idea de ser españoles. Sin embargo cometeríamos un grave error considerando actitudes como éstas como un buen ejemplo.

        Al igual que los iruneses de 1667, afrancesados como éstos sólo pueden ser considerados como otra especie más de ese "sustrato" del que nos habla el profesor Álvarez Junco.

        Las razones son tan patentes como las que ambos, tío y sobrino, exponían al príncipe de Neufchatel. No parece muy buena idea, desde luego, considerar como un buen paradigma de patriota español a quien se dedica a componer encendidas alabanzas al mismo que ha arrasado en sucesivas campañas a esa España tan bien amada, tal y como hacen en más de una ocasión los dos Astigarraga. Resulta desde luego chocante, por no decir contradictorio, que, al mismo tiempo que han descubierto a esa patria "España" por la que trabajar dicen esforzarse también para "hacer cada dia mas brillante la gloria de Napoleón el Grande y la de su augusto hermano, nuestro benéfico Monarca don José Napoleón 1º". Para terminar de torcer aín más su hipotético patriotismo español tampoco dudan en elogiar "la magnanimidad e infatigable celo del grande Emperador (de cuyas heroicidades y hazañas hemos sido siempre apasionados admiradores" [34].

        Podremos dar muchas vueltas como historiadores en torno a afrancesados como éstos, tratando de comprender sus razones o los puntos que más que separarlos los unían con los patriotas gaditanos, sin embargo los indicios en contra de considerarlos, más allá de su espesa retórica, como buenos ejemplos de patriotas españoles resultan a veces abrumadores. El abyecto servilismo del que hacen gala gentes como los Astigarraga con lo que son sin ningín disfraz tropas de invasión y autoridades sostenidas sobre las bayonetas de esas fuerzas desaconseja, definitivamente, considerarlos en el nímero de los vascos que descubre ser españoles.

        Y hay ejemplos aín más contundentes que los ofrecidos por los Astigarraga apuntando claramente en esa dirección. Si volvemos a la ciudad de Hondarribia en un 14 de febrero de 1811 no tardaremos en comprobar hasta qué punto un afrancesado podía ser tanto un español análogo a los que soportaban el asedio imperial en Cádiz como cualquier otra cosa bien distinta -o incluso algunas totalmente opuestas- a un verdadero patriota español. En efecto, aquella plaza fuerte que había resistido a ejércitos franceses durante siglos tiene en esas fechas un equipo de gobierno municipal, formado por hombres muy parecidos a Luis de Astigarraga y su tío, que no duda, en contra de toda norma habitual hasta ese momento, en instruir todo un proceso en lengua francesa, de parte a parte, en beneficio de uno de los hombres de las tropas ocupantes, suprimiendo así uno de los principales rasgos de aquella nación que se estaba consolidando en las Andalucías[35].

        Así pues, a la vista de semejantes ejemplos, si buscamos vascos que han descubierto su ser de españoles durante esta guerra contra Napoleón quizás será mejor mirar entre las filas de los que se han alineado claramente con las fuerzas que luchan bajo las órdenes de la Regencia y las Cortes gaditanas.

        Ese podría ser el caso de José Guerra, que será elegido en 1812 como diputado general para el gobierno de la Gipuzkoa que va quedando liberada por las acciones de la guerrilla y las fuerzas combinadas hispano-anglo-portuguesas. El copiador de oficios de este antiguo funcionario de las instituciones forales, promovido por el general Mendizabal al más alto rango de la magistratura de esas instituciones privativas de la provincia a causa de estas extraordinarias circunstancias, parece verdaderamente prometedor hasta para la más somera mirada[36].

        Las amenazas -mezcladas con encendidas soflamas que bien podría haber firmado el más exaltado de los miembros de las Cortes constituyentes- redactadas en ese libro nos revelan que, segín parece, por fin hemos dado con un prototipo del vasco que descubre su condición de español como tantos otros habitantes de esa parte de Europa gracias a aquella guerra contra Napoleón.

        Así por ejemplo el 18 de marzo convirtió en víctima de sus iras al alcalde de esa Zegama de la que los afrancesados Astigarraga se declaraban, más o menos en las mismas fechas, apoderados y representantes.

        En la carta que le dirige le decía que convenía al "Real Servicio y al bien de la Patria" que permanezca en Zegama sin salir de su distrito. Caso de que se le ocurriera abandonar esa circunscripción lo declarará "por poco adicto a la justa causa de la nacion" y procederá por vía criminal contra él y sus bienes[37].

        Esas amenazas no eran sólo ganas de hablar, realmente si en algín momento podemos encontrar esa idea de patria defendida a sangre y fuego en este trabajo al que se ha dado ese título es, precisamente, cuando leemos los registros del copiador de oficios de aquella Diputación Foral especial. En efecto. En la carta que el diputado dirigía a varios contribuyentes el día 3 de marzo de 1812 exponiendo sus exigencias de dinero para abastecer a las tropas -integradas por voluntarios reclutados en territorio guipuzcoano- que el Ejército ha confiado a su mando, señala a éstos que ese "socorro" le era necesario "para la Salud y libertad de la Patria". Y no hay duda acerca de a qué se refiere con esa palabra cuando leemos las siguientes líneas, donde además de lo dicho les recuerda que la "nacion gime" bajo la "opresion" de los imperiales desde hace cuatro años[38].

        Caso de que no le facilitasen los medios que les solicitaba adoptaría "medidas crueles á primera vista". Éstas, en cualquier caso, estarían justificadas -en su opinión al menos- por "el fin santo" del servicio a la patria. Motivo que le permitía considerarse autorizado a actuar con toda contundencia, pues "estos son tiempos en que a fuero de bueno ha de ser uno fuerte y aùn malo". El plazo que quedaba era de cuatro días. Si transcurridos éstos no le libraban los suministros que pedía los consideraría como "poco adictos a la buena Causa de la nacion", viéndose por esta sólida razón con las manos libres para actuar contra sus bienes y personas sin ninguna clase de restricciones[39].

        La entrada de ese copiador de oficios fechada en 24 de marzo de ese mismo año señalaba con más detalle en qué consistían esas medidas. La víctima de las mismas iba a ser esta vez un tal D. J. de T. Las instrucciones de Guerra a sus soldados son las de acudir hasta él "para hacer todo el daño posible". Difusa amenaza que se concretaba en la cruel y tajante orden de "consuman las llamas esa casa"[40].

        De todo esto -que, como vemos, no es poco- podríamos deducir que el doctor José Guerra, a diferencia de lo que ocurría con los iruneses de 1667 o afrancesados como los ediles de la Hondarribia de 1811 o los Astigarraga, ha descubierto que es español sin ninguna clase de ambages. Ésta es una idea, sin embargo, profundamente equivocada. Puede resultar descorazonador, pero es preciso constatar, una vez más, que la bísqueda de un buen ejemplo de los vascos que descubrieron ser españoles no puede darse por acabada en el diputado Guerra, pese a la claridad con la que parece expresarse a ese respecto.

        En efecto, si registramos con atención el cuaderno del copiador de oficios de aquella Diputación de emergencia ya desde sus primeras hojas encontramos indicios que apuntan hacia una particular forma de comprender todas esas nuevas ideas acerca de la nación y la patria que surgirán de aquella guerra contra Napoleón y contra los que, además de admirarle como Luis de Astigarraga y su tío, no tienen problemas en tratar de eliminar el español de la categoría de lengua oficial del reino que venía ostentando desde, por lo menos, el siglo XVI.

        Después de lo que se ha ido señalando hasta este punto puede parecer sorprendente pero hay que insistir en que la idea de ser español del doctor Guerra tenía, después de todo, unos límites muy claros que un patriota español cortado segín los patrones de la revolución francesa, como ocurría con muchos de los que resistían la invasión en Cádiz, difícilmente podría aceptar. Así, si miramos con atención, encontramos junto a ese lenguaje completamente nuevo infinidad de reservas a la nación de corte jacobino en las ideas políticas del que fue diputado general de la provincia durante unos meses de aquel importante año de 1812[41].

        La carta dirigida a Francisco Espoz y Mina el 29 de febrero de ese año es un excelente ejemplo. En ella discutía con el flamante jefe militar surgido de las guerrillas acerca de los derechos económicos que correspondían a la provincia de Gipuzkoa frente a la de Alava que en ese momento estaba bajo la autoridad del brigadier. El doctor Guerra argumentaba que ambas provincias tenían una "Constitución" -léase "régimen foral"- propia. Si se adoptan medidas como la aduana que pretende establecer el militar entre una y otra se destruye ese ordenamiento jurídico que el diputado general Guerra define con estas significativas palabras: "el Patrimonio mas rico del Pueblo Guipuzcoano y la herencia que nos dejaron nuestros Abuelos a costa de su sangre".

        Palabras elocuentes por sí solas acerca de la forma en la que Guerra había asumido el nuevo discurso político sobre España. En ese punto nada lo separa de las ideas antiguoregimentales a las que se ha aludido ya la primer parte de este trabajo. Ésas para las que los intereses corporativos locales están por encima -o poco menos- de cualquier otra instancia política superior. Llámese ésta dinastía, patria o nación o cualquier otra forma de religión política, por emplear el afortunado termino manejado por el profesor Antonio Elorza[42].

        Guerra no dudará en explicar en su copiador como ve él el futuro político de esa patria o nación a la que defiende por otra parte a sangre y fuego tomando represalias y creando listas de desafectos que son brutalmente castigados. En primer lugar señala a Espoz "España sabe que pelea por cimentar su felicidad por medio de una Constitución sabia y liberal". Hasta ahí él está perfectamente de acuerdo, pero no puede creer que teniendo el gobierno -es decir, Cádiz- aquellas miras deba "Guipízcoa" derramar "su sangre" para perder esa su otra Constitución[43].

        Palabras que nuevamente explican con claridad los límites que José Guerra pone a su idea de España, completamente opuesta a la unificación territorial y a la unidad constitucional. Seguimos, aunque con un lenguaje renovado y con la aparición de nuevos actores políticos como esa "nación" a la que no deja de invocar con una unción casi religiosa, en las mismas coordenadas ya vistas durante la insurrección de 1667.

        A eso sólo se añade en el copiador más de lo mismo. Así reconviene a Espoz señalándole que el gobierno trata de restituir sus "derechos" al "pueblo", por lo tanto la antigua corporación guipuzcoana no puede perder su "Soberania". No al menos por lo que se refiere a esos derechos que ahora el militar quería usurpar desde Alava, otorgados por las "leies fundamentales" que han regido a Gipuzkoa desde hace siglos[44].

        En base a datos como éstos la conclusión más acertada a la que podemos llegar con respecto a Guerra es que, antes que un vasco que ha descubierto que es español gracias a la lucha contra la invasión napoleónica, es un claro ejemplo de esa ideología que Carlos Blasco Olaetxea definió en un luminoso trabajo, hace ya algunos años, como "liberal-fuerista"[45].

        En efecto, a grandes rasgos se trata de eso. España aceptada como una lejana entelequía que no debe interferir -o hacerlo lo menos posible y sólo por causa de fuerza mayor, caso, por ejemplo, de una guerra en la que esos imprescindibles Fueros se han alzado como bandera de uno de los contendientes- en el ordenamiento tradicional de las provincias exentas que en ocasiones, como ya se hacía notar con bastante enojo a finales del siglo XVII, podían llegara a actuar como auténticas repíblicas independientes[46].

        La convicción de ser españoles entre éstos -que aquí vemos más que dignamente representados por José Guerra- podía llegar a ser meramente retórica, como ocurría en el caso de los afrancesados. Se ha discutido mucho acerca de esta cuestión y sin duda ese liberal fuerismo, como han demostrado primero Blasco Olaetxea y más recientemente Arturo Cajal a través de la figura del conde de Villafuertes, es una ideología sumamente compleja, pero a efectos prácticos es difícil dudar de que aquellos hombres con el alma dividida entre sus antiguos privilegios y la España igualada bajo una nueva unidad constitucional estaban a muy pocos pasos de ingresar en las filas de otro nacionalismo que nada tenía que ver con España y además en la fracción más furibundamente independentista del mismo[47].

        Es cierto que aín en circunstancias críticas siempre tendían a aceptar el dictado emanado de Madrid después de rebajar las pretensiones centralizadoras e igualadoras con un algo de negociación -por no hablar de pasteleo con la fórmula que tanto gustó de usarse en el lenguaje político del parlamentarismo decimonónico español- que dejase las cosas sumidas en un justo medio. Así, cuando en 1813 se produjo un incidente poco conocido, pero muy revelador acerca de cuáles era las verdaderas intenciones de ese gobierno -cuya voluntad aseguraba conocer, casi a la perfección, el diputado José Guerra- dando la Regencia orden tajante de que se aplicase la constitución de 1812 que aniquilaba todos los vestigios del Antiguo Régimen -las Juntas y Diputaciones de las provincias forales, por ejemplo-, empleando incluso la amenaza de usar la fuerza militar si no se hacía de inmediato esa operación de cambio político, las Juntas Generales, compuestas en su mayoría por liberales fueristas como el doctor Guerra, aun chocadas y fastidiadas por esa amenaza de imponer la nueva constitución que no sabía nada de otras leyes fundamentales existentes en provincias del reino como las vascongadas -opinara lo que opinase a ese respecto José Guerra-, incluso algo resentidas, como se trasluce en sus deliberaciones, no dudaran en acatar esa voluntad limitándose a dejar por escrito aquellas amenazas de la Regencia en un acta reservada -para "perpetua memoria"- y a forjar la idea de escribir al rey para expresarle el disgusto por semejantes medidas, que jamás esperaron ver aplicadas mientras luchaban por la expulsión de los imperiales[48].

        Sin embargo, haciendo abstracción de conductas pacientes como ésas, hay que insistir en que los que, como el doctor Guerra podemos englobar bajo esa etiqueta de "liberal-fueristas", eran una clase de vascos que sólo muy limitadamente habían descubierto su carácter de españoles y anteponían a eso los intereses particulares de la provincia, poniéndose, a medida que los acontecimientos evolucionan hacia la abolición foral de 1876, cada vez a más escasa distancia de otro nacionalismo que, como bien sabemos, considera imposible que los vascos hayan podido ser españoles en algín momento de su historia. Ni siquiera durante la lucha contra el francés.

        A ese respecto la obra de Carlos Blasco recoge en uno de sus apéndices documentales un alegato verdaderamente revelador. Se trata de una sesión celebrada en el ayuntamiento de San Sebastián en 1875, cuando los planes de unidad constitucional que finalmente aplicará Cánovas empiezan a asomar su fea cara por el horizonte del, hasta 1871, más o menos idílico oasis foral. Ése es el momento aprovechado por uno de los concejales de aquella corporación -el identificado como "Yribar"- para señalar que, si el gobierno finalmente suprime los Fueros, las provincias vascas quedan, en su opinión, libres e independientes de la nación ya que se rompería el pacto entre éstas y España, encontrándose así en entera libertad, a causa de esa ruptura unilateral de las premisas y condiciones por las cuales se habían incorporado a aquella corona[49].

        Es posible que no todos los liberal fueristas acabasen integrando las filas del nuevo y, en principio, renqueante nacionalismo vasco, pero como viene a demostrar la reunión de la corporación donostiarra de aquel año 1875 no faltaban entre sus filas elementos dispuestos a dar ese paso. De hecho, el conflicto de intereses entre la lealtad a la nueva nación que se había forjado en Cádiz, al estilo jacobino francés -que necesariamente convertía en un anacronismo, verdaderamente molesto, el régimen foral- y a los intereses provinciales, debía resolverse en una especie de juego de suma cero en el que una de las partes debía ser aniquilada para que la otra sobreviviera. Un terreno al que evidentemente los liberal fueristas, por su propia lógica política -la que tan claramente expresaba José Guerra-, no podían seguir a aquella España surgida de la conmoción de 1812, tan diferente a la vieja monarquía en la que el sistema foral se desarrolló e incluso creció con comodidad, al menos hasta el reinado de Carlos IV.

        2. 3. Gabriel Arrambide, español sin tacha.

        ¿Deberíamos, pues, renunciar a esperar que en algín momento realmente se haya producido entre los vascos el descubrimiento de que eran españoles?. La situación a ese respecto es grave, sin duda, como muestran las palabras y actitudes del doctor Guerra que podemos tomar, como ya se ha señalado en el punto antecedente, como un prototipo de los liberales fueristas a los que sólo una tenue línea separa del nacionalismo vasco más furibundamente independentista.

        Pero sin embargo tampoco cabe duda de que hubo un Trienio liberal en las Vascongadas al igual que en el resto del reino de España. Estudios como los del profesor Félix Llanos, o la ya citada biografía dedicada por Arturo Cajal al conde de Villafuertes, son buenas pruebas de ello[50].

        Por lo tanto también debió de haber un nímero considerable de elementos que sostuvo todos aquellos cambios que definitivamente aniquilaron cualquier vestigio del Antiguo Régimen, tanto en la Gipuzkoa sobre la que se centran esos dos estudios como en las restantes provincias hasta aquel momento. Es una suposición lógica. Y, como vamos a ver, acertada.

        En efecto. A pesar de que su memoria ha quedado oculta en un largo exilio en los Archivos Departamentales de Pau es posible dar, por fin, con un vasco que, sin ninguna clase de rubores foralistas, descubre que es español e incluso teorizara sobre el hecho, a un nivel si se quiere pedestre, cotidiano, pero por esa misma razón verdaderamente interesante, cuando su intensa actividad política lo ponga en esa necesidad.

        Su nombre era Gabriel Arrambide y era sacerdote. Su vida, sin embargo, no fue nada apacible. Las aventuras que corrió son dignas de un Stendhal o un Baroja y es muy de temer que este trabajo -pese a todos los esfuerzos del autor- no haga la justicia que merecen todas sus correrías. Y es una verdadera lástima porque gracias a ellas vamos a saber exactamente la medida en la que algunos vascos descubrieron desde la guerra contra Napoleón que eran españoles sin ninguna clase de reservas como las que, después de todo, y con algo de sorpresa, se podían descubrir en hombres como el doctor Guerra[51].

        Las noticias sobre él y todas sus hazañas son de momento escasas, pero afortunadamente están muy bien concentradas en un legajo que la implacable policía de Luis XVIII instruyó con la minuciosidad de la que sólo saben usar los funcionarios de grandes estados modernos como España o Francia. En él se contienen una serie de cartas enviadas por el clérigo guipuzcoano a diversos destinatarios desde la prisión en la que lo han recluido las autoridades francesas[52].

        La primera va dirigida a un amigo que responde al nombre de "Mr. Jorge" en la que le agradece la visita que le ha hecho. Ésta le demuestra, segín dice, que es "un hombre a prueba de bomba". También le hace algunos comentarios acerca de cómo avanza su causa. Así, le detalla como el portero de la prisión le ha dicho que los papeles de su causa han ido al tribunal de Pau y supone que lo sacarán de Bayona pronto y con ese mismo destino. Asegura no estar preocupado por esa razón y sus palabras ya empiezan a abrirnos desde ese mismo momento una puerta por la que poder entrever cuál fue la agitada vida hasta ese momento de este auténtico patriota español carente de veleidades fueristas. Dice así a su galvanizado amigo Monsieur Jorge que no cree que ese traslado será peor "que quando la judia me puso en Londres"[53].

        Unas palabras enigmáticas pero que revelan una información cierta, pues el clérigo había estado varios años exiliado en Inglaterra hasta que en 1820 se proclamó nuevamente el sistema constitucional. De ahí pasa a informar a su incondicional amigo que le envía una representación para el embajador de España en París. Es precisamente a través de ese relativamente breve pero denso documento en el que descubrimos las ideas políticas de Gabriel Arrambide sobre varios aspectos. Entre otros aquellos referentes a la patria española, que son los que más interesan, lógicamente, a un estudio como éste[54].

        Bajo la letra "C" decidió el funcionario que llevó aquel expediente situar aquel sustancioso documento donde el clérigo explicaba al embajador español que era presbítero y "natural y residente en la ciudad de Fuenterrabia". Después, prácticamente desde la siguiente línea, empezará a dibujar lo que bien puede considerarse como toda una proclama de nacionalismo español. Dice así que a causa de su amor a la "Patria" está ahora encarcelado en Bayona. Es consciente, desde luego, de que la primera obligación que pesa sobre el hombre en el "orden social" es el amor y defensa de su nación. Él, por su parte, estaba "convencido intimamente (de) que la Constitucion Española es un eco de las costumbres, Leyes, usos, maneras, habitos, y virtudes que a la Nacion encumbraron al apice de la mayor gloria y prosperidad desde la fundacion goda sobre la Europa"; nada más leer su texto no dudó en hacer de ella "la primera base de sus obligaciones religiosas y politicas" y se consagró por su amor a esta nueva ley a predicarla y proclamarla "a qualquiera que le prestaba su atencion"[55].

        Evidentemente aquella representación, verdaderamente rica en sus contenidos, da pie a muchos comentarios. Dejando aparte esa curiosa interpretación acerca de los orígenes godos de la nación y el feudalismo bajo el que gimió la misma resulta una prueba irrefutable de que Gabriel Arrambide es, en efecto, un vasco que ha descubierto su españolidad sin ninguna clase de reservas. La Constitución de 1812, ésa que barre todo vestigio de ese pasado gótico y feudal que hace gemir dolorosamente a la nación, la que destruirá todos los antiguos privilegios forales, la constitución y ley fundamental de Gipuzkoa y de las restantes provincias vascongadas a las que se refería José Guerra, es, como él mismo confiesa, la base de todas sus acciones y una especie de nuevo evangelio laico al cual dedicar sus esfuerzos de predicador[56].

        Para cualquier vasco no hay manera más rotunda de constituirse en un verdadero español que ésta: la que acaba considerando lícito sacrificar, en el altar de esa patria representada por la Constitución de 1812, incluso los Fueros de su provincia.

        Si seguimos el relato que continía haciendo al diplomático tras esta primera soflama descubrimos que, por expresarlo de algín modo que refleje la intensidad, del fenómeno, Gabriel de Arrambide se había grabado a fuego en la mente todas esas nuevas ideas.

        Dice así que en 1814 -es de suponer que después de que Fernando VII se hiciera con las riendas del reino nuevamente- estas ideas "liberales" que forman su "ser politico" lo llevan a la prisión de Pamplona escoltado nada menos que por veinte soldados. Después logra fugarse a Bayona gracias a ciertas "preciosas circunstancias" que desgraciadamente no llega a precisar. Allí entrara en contacto con los que define como "dignos campeones de la libertad" que, inflamados de amor a esa patria a la que él tanto venera y condolidos de la situación en la que la había dejado el retorno del déspota, querían volver a proclamarla "como la unica egíde (sic) que podia acabar el torrente de infortunios que a pasos agigantados amenazaba con borrar a España del mapa político de Europa"[57].

        En tan buena compañía -especialmente sin duda por lo que hace a Carrese y a Regato, si es que el retrato que de este íltimo hace Galdós en sus "Episodios" era mínimamente veraz- acabó dando en redactor de panfletos en pro de la causa de esa España a la que tan fielmente había elegido servir como buen y dedicado patriota. Trató de mantener el anonimato pero el curial de Bayona en esas fechas lo descubre por su estilo inconfundible y lo delata al ministerio del déspota. Esta acción permite al patriota Arrambide descubrir un rasgo más del modo en el que en su mente se forman los de esa nación España a la que tan exactamente sabe situar en mapas políticos. Dice así que en las notas del curial percibía una virulencia tal y una prostitución de ingenio tan degradada que le parece imposible que un hombre que había respirado aire español pudiera llegar a semejante grado de bajeza[58].

        Esos "chismes" de su rival, en cualquier caso, le valieron nuevos sacrificios por la causa de España. Así cuenta que tuvo que esconderse durante cinco meses en un cuarto oscuro de Bayona. De esa clandestinidad podrá pasar a Bilbao donde, al parecer, llegó a tiempo para tomar parte en la conspiración de Renovales. Su cortejo de escapadas no ha concluido y deberá exiliarse en Londres. Finalmente regresa a su amada España, cuando -segín su recargado lenguaje- raya la aurora de la constitución tras el triunfo de Riego en las Cabezas de San Juan[59].

        Sus sufrimientos por la España constitucional, la que para él es la ínica posible, como se trasluce de sus palabras al embajador en París, no acaban sin embargo con la llegada del Trienio. El déspota ha sido puesto a raya, sin embargo eso no significa que los partidarios de ese rey neto queden desalojados de determinadas cotas de poder. Eso permitirá al obispo de Pamplona impedirle ejercer su oficio de presbítero. De ese modo hubiera muerto, dice, en las filas de la indigencia de no ser porque una "mano generosa" lo socorrió. Se trataba de Antonio Perales, administrador de la aduana que el nuevo régimen había colocado en Irun tras abolir el gobierno foral. Un viejo amigo de los tiempos de la conspiración de Renovales que, consciente de la "entereza de principios" del clérigo, le ofreció trabajar en una misión que él define como "tan delicada como peligrosa". Es decir, infiltrarse en Bayona entre los círculos de españoles absolutistas que ya habían empezado a conspirar para derribar el régimen liberal[60].

        Desde allí delató todos los movimientos de los facciosos -un tal N. Vatis que asegura haber sido diputado de Bizkaia y el cura de Orozco, al que considera el agente como hombre peligroso sin fe ni rey- hasta que su situación entre ellos se hizo insostenible poco antes de que llegase la invasión del duque de Angulema. Entonces decidió volver a Irun y ahí empezaron de nuevo sus problemas. Alguien lo había delatado y en la frontera de Behobia lo esperaban agentes franceses para detenerlo antes de permitir que cruzase el Bidasoa. Desde entonces lo mantienen en esta prisión de la que solicita al embajador que lo libere invocando a la patria y a sus virtudes.

        En la confesión que tendrá que hacer ante las autoridades francesas que lo mantienen encarcelado aín encontrará espacio para lanzar una más de sus soflamas patrióticas tras confesar su edad -44 años- y todo lo demás relacionado con su persona. Así asegura a sus captores que él había actuado correctamente pues el deber de todo hombre honrado -"honette"- era servir a su patria evitando que cayera bajo semejantes maquinaciones como las que fabricaban los reaccionarios a los que acechó[61].

        

        Después de eso es poco más lo que se sabe de él. Es de imaginar que sus síplicas al embajador surtieran algín efecto, pues consta que, a pesar de ser capturado una segunda vez tras un intento de fuga, se le acabó por poner en libertad y, finalmente, se le autorizó a abandonar el país[62].

        Sin embargo es más que suficiente para saber que, después de todo, sí existieron vascos que se habían descubierto españoles y habían conducido esa nueva identidad hasta sus íltimos y más fanatizados extremos, como bien lo demuestra la sacrificada vida de Gabriel Arrambide. No deja de ser curioso que además, como se deduce de este mismo legajo, un hombre que utilizaba con una notable soltura el euskera en algunos de sus escritos, como ocurre con la nota que envía a una querida -"maitea"- amiga de nombre Mariana para que le proporcionase camisas limpias en su cautiverio, se apegase con tanta intensidad a la idea de ser español. Hecho que, sin duda, constituye una amarga desilusión para aquellos que consideran este idioma como base para la forja de una identidad nacional equivalente a la que podría jugar, por ejemplo, el castellano en el caso de España[63].

        En cualquier caso, parece un final adecuado para este trabajo que ha tratado de trazar un primer mapa sobre el modo en el que las nuevas ideas sobre patria y nación, surgidas al calor de la revolución de 1812 y la guerra contra Napoleón, afectaron a los vascos e impregnaron a algunos de ellos -como es el caso de Gabriel Arrambide- hasta límites que hoy día, quizás, nos cuesta imaginar.


Notas

[1] Véase José ÁLVAREZ JUNCO, Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Taurus. Madrid, 2002, pp. 35 y ss.. Materia ésta que ha engendrado agrias -y algo bizantinas- diatribas dentro y fuera del mundo académico entre los partidarios del inmanentismo -los que consideran la nación como pre-existente a su concreción política después de 1789- y los que, agrupados grosso modo tras la postura adoptada por Eric Hobsbawm, la consideran una interesada invención engendrada por la burguesía triunfante tras la Revolución de 1789 como medio de mantener el control sobre unas masas a las que se ha privado del "totem" -por así expresarlo- de la autoridad de los soberanos absolutos. Sobre esto, a falta de poder citar la extensa lista de trabajos en torno al tema, véase Benedict ANDERSON, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. FCE. México D. F., 1991 y Eric J. HOBSBAWM, Naciones y nacionalismo desde 1780. Crítica. Barcelona, 1991. Acerca de esta polémica tratada entre especialistas españoles véase el que bien puede pasar por ojo de ese huracán, concretado en los siguientes artículos de más que interesante densidad: Juan Pablo FUSI: "Revisionismo crítico e Historia nacionalista (a propósito de un articulo de Borja de Riquer)", en Historia social, nº 7, 1990, pp. 127-134, Borja DE RIQUER: "Sobre el lugar de los nacionalismos-regionalismos en la Historia contemporánea española", en Historia social nº 7, 1990, pp. 105-126 y José ÁLVAREZ JUNCO: "Hobsbawm sobre nacionalismo", en Historia social, nº 25, 1996, pp. 179-187 donde se hace un breve pero exhaustivo análisis de todas esas opiniones acerca de la mayor o menor vetustez del nacionalismo.
[2] Naturalmente con toda clase de reservas. Véase ÁLVARÉZ JUNCO, Mater dolorosa, pp. 35-45. Sobre esto véase también Pierre VILAR, Hidalgos, amotinados y guerrilleros. Pueblo y poderes en la historia de España. Crítica. Barcelona, 1982, p. 20. Reyes como Felipe II, auténtico "fetiche" del nacionalismo español más exacerbado, se ven como señores de diferentes territorios, no de "España".
[3] ÁLVAREZ JUNCO, Mater dolorosa, pp. 45-58. También Borja DE RIQUER-Enric UCELAY-DA CAL: "An analysis of nationalism in Spain: A proposal for an integrated historical model", en Justo G. BERAMENDI-Ramón MAÍZ-Xose M. NUÑEZ (eds.), Nationalism in Europe. Past and present, Servicio de publicacións e Intercambio científico, Campus Universitario. A Coruña , 1994 , volumen 2, pp. 275-301.
[4] Peter SAHLINS, Boundaries. The Making of France and Spain in the Pyrenees. University of California Press. Berkeley-Los Angeles-Oxford, 1989. Una investigación análoga a ésta -en el planteamiento, aunque no en la extensión cronólogica- sobre la frontera vasca en Carlos RILOVA JERICÓ, 'Marte cristianísimo'. Guerra y paz en la frontera del Bidasoa (1661-1714). Luis de Uranzu Kultur Taldea. Irun, 1999. Sobre la alusión a los mercenarios, exiliados y emigrantes, véase Eric J. HOBSBAWM, Las Revoluciones burguesas. Labor. Barcelona, 1987, pp. 239-261.
[5] Opto por incluir las denominaciones oficiales en vigor en la actualidad. Así Fuenterrabía pasa a convertirse en Hondarribia o Irún en Irun. En los casos en los que es posible de manera oficial u oficiosa decantarse por el nombre en castellano, como ocurre en el caso de Bilbao, por ejemplo, me acojo a esa fórmula por la misma razón: la simple inercia para referirse a lugares y sobre todo depósitos de documentación que ya sólo pueden ser localizados a través de esos nuevos nombres en euskera.
[6] Señalaba el militar que los franceses habían actuado "del todo contra la autoridad devida y siempre merescida de españa". Véase RILOVA JERICÓ, 'Marte cristianísimo', p. 43.
[7] Sobre esto véase Daniel DEFOE: Diario del año de la peste, Bruguera. Barcelona, 1985 y Samuel PEPYS, The concise Pepys. Wodsworth. Ware, 1997, pp. 328 y ss. Las dos o tres primeras casas cerradas por la "enfermedad" que ni siquiera se atreve a mencionar aparecen en 30 de abril de 1665. Es en esa fecha también cuando el generalmente mundano Samuel Pepys pide la protección de Dios ante lo que intuye está por llegar. Sobre la peste en el País Vasco no abundan los estudios y menos para mediados del siglo XVII, véase José Ramón CRUZ MUNDET: "La peste en el País Vasco (1597-1602)", en Muga, 1986, pp. 40-51. También de este mismo autor su trabajo más reciente donde hace un buen resumen del estado de esa cuestión, "La visita de la vieja dama: la peste bubónica en la jurisdicción de Hondarribia (1597-1598)", en Boletín de Estudios del Bidasoa, número 21, 2001, pp. 43-98.
[8] Archivo Municipal de Hondarribia (desde aquí AMH) A 13 II 2, 4, carta de 16 de noviembre de 1666.
[9] Ibídem.
[10] AMH A 13 II 2,4, carta de 14 de noviembre de 1666.
[11] Ibídem.
[12] Las redes de espionaje tendidas en Francia por las instituciones locales, provinciales y reales pintan un panorama verdaderamente poco tranquilizador. Algunos informes señalan que una flota de treinta barcos franceses está surta en el puerto de La Rochela, presta a desembarcar tropas en las mismas playas de Gipuzkoa en un plazo no superior a 24 horas. Se sabía también que en Bearn y Gascuña se concentraban tropas bajos los estandartes del rey y desde la plaza de Hondarribia se había visto acechar cerca de aquella costa entre seis y ocho fragatas francesas. Sobre esto véase RILOVA JERICÓ, 'Marte cristianísimo', p. 47. La cuestión de esos informadores y confidentes, a pesar de la importancia que tienen en el juego de las revueltas relaciones internacionales europeas de esa época, apenas si ha sido estudiada. Véase por ejemplo, Miguel Ángel ECHEVERRIA BACIGALUPE, La diplomacia secreta en Flandes 1598-1643. UPV-EHU. Bilbao, 1984.
[13] Sobre esto, incluida la cita de Treistchkke, véase Javier CORCUERA ATIENZA, Orígenes, ideología y organización del nacionalismo vasco (1876-1904). Siglo XXI. Madrid, 1979, p. 52.
[14] Sobre esas escuadras militares formadas con todos los vecinos aptos de cada villa y aldea véase, por ejemplo, Lola VALVERDE LAMSFUS: Historia de Guipúzcoa. Desde los orígenes a nuestros días. Txertoa. San Sebastián, 1984, p. 87. Para una comparación con las formadas en otras partes del reino Luís Antonio RIBOT GARCÍA: "El reclutamiento militar en España a mediados del siglo XVII. La composición de las milicias de Castilla". Cuadernos de investigación histórica, nº 9, 1996, pp. 63-89.
[15] Véase Carlos RILOVA JERICÓ: 'Dueño y señor de su estado'. Un ensayo sobre la persistencia del feudalismo. El señorío colectivo de la ciudad de Hondarribia (1499-1834). Luis de Uranzu Kultur Taldea. Irun, 2000, pp. 70 y ss. Sobre otros señoríos jurisdiccionales en la misma provincia de Gipuzkoa véase Susana TRUCHUELO GARCÍA, La representación de las corporaciones locales guipuzcoanas en el entramado político provincial (siglos XVI-XVII) . Diputación Foral de Gipuzkoa. San Sebastián, 1997.
[16] Véase RILOVA JERICÓ: 'Dueño y señor de su estado', p. 70, nota 168. Sobre el caso de Fuenteovejuna, que inspira a Lope, en efecto, otra insurrección contra un señorío jurisdiccional, véase Emilio CABRERA-Andrés MOROS, Fuenteovejuna. La violencia antiseñorial en el siglo XV. Crítica. Barcelona, 1991.
[17] Sobre este poco conocido episodio véase RILOVA JERICÓ, 'Marte cristianísimo', p. 80.
[18] Es más, en algunas ocasiones, precisamente en los momentos en los que el resto de la colectividad "española" está sumida en guerras decisivas frente a un poderoso enemigo exterior, buena parte de los territorios vascongados -y también de los "basques" súbditos franceses- se desentienden por entero de ese crisol de naciones que es la guerra según Treistchkke. Véase, por ejemplo, Alfonso F. GONZÁLEZ GONZÁLEZ, La realidad económica guipuzcoana en los años de superación de la crisis económica del siglo XVII (1680-1730) . Diputación Foral de Gipuzkoa. Donostia 1994, pp. 174-184. Véase también RILOVA JERICÓ, 'Marte cristianísimo', pp. 85-121. A ese respecto también resulta de gran interés lo recogido en la Historia del País Vasco de Eukeni Goyhenetxe acerca de la deportación de "basques" que en 1793, durante las primeras guerras de la nueva nación francesa, serán incapaces de comprender que el lenguaje y la realidad política han cambiado totalmente y consideran que las cosas podían seguir a ese respecto como hasta entonces, evitando declarar hostilidades en aquella zona fronteriza gracias a los resortes de sus peculiares usos forales. Véase Eukeni GOYHENETXE, Historia de Iparralde. Desde los orígenes a nuestros días. Txertoa. San Sebastián, 1985, pp. 82-85. Sin embargo es preciso tener en cuenta que no todos los vascos se aferran a esa idea, tal y como demuestran por ejemplo las investigaciones de Mutiloa Poza sobre esa llamada Guerra de la Convención en el País Vasco. De hecho, los vascongados no tienen ni por un momento la tentación de proponer un cese de hostilidades en la frontera aferrándose a esa gracia concedida por el Fuero e incluso por el mismo rey. Véase José María MUTILOA POZA, La crisis de Guipúzcoa. CAP. San Sebastián, 1978. Otra cosa, sin embargo, son los afanes traicioneros de algunos notables guipuzcoanos como el diputado foral Romero que tratan de proclamar una república independiente de España al amparo de las bayonetas de la Convención. Sobre este asunto véase aparte del ya citado libro de Mutiloa, Luis Ignacio TELLECHEA IDIGORAS: "San Sebastián en la Guerra de la Convención versiones sobre un episodio. (1794-6)", en Boletín de Estudios Históricos sobre San Sebastián, nº 35, pp. 97-127.
[19] Véase Estanislao DE LABAYRU, Historia general del Señorío de Bizcaya, Editorial La Gran Enciclopedia Vasca. Bilbao, 1970, tomo VII, pp. 221-222. Sobre esto véase también Juan MERCADER RIBA, , José Bonaparte rey de España (1808-1813). Estructura del estado español bonapartista, CSIC. Madrid, 1983, pp. 595-616, que se núclea más bien en torno a las medidas policiales. Para una visión más centrada sobre otros aspectos y referida en exclusiva al País Vasco Coro RUBIO POBES, Fueros y Constitución. La lucha por el control del poder. País Vasco, 1808-1868, UPV-EHU. Bilbao, 1997, pp. 111-118.
[20] Sobre esto véase, por ejemplo, Gabriel H. LOVETT, La Guerra de la Independencia y el nacimiento de la España contemporánea. El desafío al viejo orden, Península. Barcelona, 1975, volumen 1, pp. 127 y ss. Vilar también recoge interesantes observaciones sobre esto. Véase VILAR, Hidalgos, amotinados y guerrilleros, p. 200. Las palabras exactas del hispanista son "A pesar de ello -se refiere a la actitud de los diferentes estratos sociales frente al invasor- fue la chusma la que combatió primero". Sobre esa misma cuestión también abunda Stuart Woolf comparando la resistencia en el resto de territorios europeos ocupados por Napoleón con la que se observa en España que, según este autor, es un tanto atípica por su decidida acción frente a intentos mucho más esporádicos en la Confederación Helvética o en estados italianos. Véase Stuart WOOLF, La Europa napoleónica, Crítica,. Barcelona, 1992, pp. 307-310.
[21] Sobre los diarios de sesiones y sus alusiones a patria y nación véase María Cruz SEOANE, El primer lenguaje constitucional español (las Cortes de Cádiz) , Moneda y Crédito. Madrid, 1968. Acerca de Campmany y en torno a la cuestión de los significados de patria y nación, incluyendo algunos comentarios acerca del alcance de esas investigaciones de María Cruz Seoane, VILAR, Hidalgos amotinados y guerrilleros, pp. 202-278. Véase también sobre las expresiones citadas y el discurso de Campmany ÁLVAREZ JUNCO, Mater dolorosa, pp. 33-35. Más recientemente algunas reflexiones interesantes sobre las palabras emanadas de aquellas Cortes y el descubrimiento de España y los españoles en Rafael LASAGA SANZ: "La Gran Obra Gaditana de 1812: el Primer Liberalismo en Sede Constitucional y de Gestación del Concepto de Nación en un Imperio disperso", en VII Simposio "Ciudadanía y Nación en el mundo hispano contemporáneo", 4, 5 y 6 de julio de 2001, Instituto Universitario de Historia social "Valentín de Foronda", pp. 79-111 y Juan Sisinio PÉREZ GARZÓN: "Los mitos fundacionales y el tiempo de la unidad imaginaria del nacionalismo español", en Historia Social, nº 40, 2001, pp. 7-27.
[22] AHDFB Corregimiento 1121 / 94, folios 1 recto 2 vuelto.
[23] AHDFB Corregimiento 1121 / 94, folio 13 recto. Sobre el viejo significado de patria VILAR, Hidalgos, amotinados y guerrilleros, pp. 218-219.
[24] AHDFB 1121 / 94, folio 4 recto y 13 recto.
[25] Ibídem, folio 13 recto.
[26] Acerca de "patria" como entidad por la que sacrificarse VILAR, Hidalgos, amotinados y guerrilleros, p. 243.
[27] AHDFB 1121 / 94, folio 26 vuelto. Sobre la guerrilla y los bandoleros en el País Vasco de la época véase José BERRUEZO: "La resistencia vasca en 1808-1813", en Boletín de Estudios Históricos Sobre San Sebastián, 1982-1983, volumen II, pp. 804-812. Joseba AGIRREZKUENAGA ZIGORRAGA: "XIX mendeko bandolerismoaz: Manuel Antonio Madariaga "Patakon" gaizkile onaren adierazpena", en Revista Internacional de Estudios Vascos, octubre-diciembre 1986, tomo XI, nº 3, pp. 587-608, trabajo en el que se pasa revista a la mitología del bandolero generoso entre otros aspectos políticos asociados a figuras como la de "Patakon", Koldo ARGANDOÑA OCHANDORENA: "Urretxu duela 200 urte: bidelapurren kontakizunak-Historias de bandoleros en el Urretxu de hace 200 años", en VV.AA., Gipuzkoa duela 200 urte, 1793-1813-Hace 200 años en Gipuzkoa, 1793-1813, Koldo Mitxelena Kulturunea. San Sebastián, 1993, pp. 69-97. Mikel ALBERDI SAGARDIA: "Guiñi. Caudillo de salteadores. Euskal bandolerismoarenganako hurbilketa", en VV.AA., Azterketa historikoak-Estudios históricos, V. Zumalakarregi Museoa-Diputación Foral de Gipuzkoa. San Sebastián, 2000, pp. 41-71. Michael KASPER: Gerrilla Gipuzkoan (1808-1835)- La guerrilla en Gipuzkoa (1808-1835), en VV.AA., Azterketa historikoak-Estudios históricos II, Zumalakarregi Museoa- Diputación Foral de Gipuzkoa. San Sebastián, 1992, pp. 25-141.
[28] AHDFB Corregimiento 319 / 19, folio 19 recto.
[29] AHDFB 319 / 19, folios 19 recto-19 vuelto y 20 recto-21 recto.
[30] Consúltese Archivo Histórico de la Diputación de Bizkaia Corregimiento 1087 / 29, folios 54 recto-54 vuelto. Sobre el papel de estos que Vovelle llama "intermediarios culturales", transmisores de ideas ajenas a la cultura popular véase Michel VOVELLE, Ideologías y mentalidades, Ariel. Barcelona, 1985, pp. 161-170.
[31] Véase VILAR, Hidalgos, amotinados y guerrilleros, pp. 202 y ss. también ÁLVAREZ JUNCO, Mater dolorosa, pp. 134-144, que incide especialmente sobre esta cuestión.
[32] Service Histórique de l´Armée de Terre (Vincennes) (desde aquí SHAT) 1 M 1341. Sobre Luis de Astigarraga véase MERCADER RIBA, José Bonaparte rey de España (1808-1813), p. 520. Este autor señala que en la fecha -1810- ostenta empleo de vicecomisario general en la provincia. Alberto Gil Novales lo califica simplemente como "maestro afrancesado" que se retira en 1813 a Francia siguiendo las banderas del intruso para no volver hasta la época del Trienio. Véase, Alberto GIL NOVALES (ed.), Diccionario biográfico del Trienio liberal, Ediciones del Mundo Universal. Madrid, 1991, p. 59.
[33] SHAT 1 M 1341. Sobre los afrancesados véase las obras clásicas, pero aín no superadas, de Miguel Artola y J. Juretschke. Miguel ARTOLA, Los afrancesados, Alianza, Madrid, 1989 y Hans JURETSCHKE, Los afrancesados en la Guerra de Independencia, Sarpe. Madrid, 1986. El proyecto presentado por tío y sobrino es un auténtico prototipo de la mezcla de ideas ilustradas y tradicionalistas que ambos autores apuntan como seña de identidad propia de los afrancesados. Se trataba de construir un canal que uniera el Cantábrico con el Mediterráneo para abastecer de efectos navales a la flota estacionada en el sur. De paso esperaban reducir el bandidaje que, en su opinión, es producto de la falta de empleo que padecen muchos de los enrolados en esas actividades.
[34] SHAT 1 M 1341. Sobre las distintas naciones -a veces opuestas- que imaginan los liberales de Cádiz véase Irene CASTELLS OLIVÁN-Mª Cruz ROMEO MATEO, "Espacios de poder durante la revolución liberal española: las patrias de los liberales", en Alberto GIL NOVALES (ed.), La revolución liberal, Ediciones del Orto. Madrid, 2001, pp. 373-390.
[35] AMH E 7 II 51, 14. Era un robo de tipo doméstico dentro de la ciudad. Con la confusión de los carnavales se habían distraído algunos efectos de uno de los sirvientes del general Lebrun, no se trata pues de un golpe más de los perpetrados por los bandoleros que actían en la zona; a fin de dar con ellos se elabora este execrable -desde el punto de vista de los genuinos patriotas- proceso escrito en lengua francesa sin necesidad alguna ya que, como se puede observar en los mismos fondos de la ciudad durante la Guerra de Sucesión, que podría y de hecho ha sido considerada análoga a la situación que se plantea con la invasión napoleónica, no hay en esa época, a pesar de la presencia casi constante de soldados franceses en la plaza, ni una sola causa instruida en su favor que se aleje un ápice del castellano firmemente instituido como lengua de uso oficial desde hace siglos. Sobre la acción de bandoleros en la zona, tema apenas estudiado, véase un interesante documento publicado "on-line" Souvenirs du colonel Morin en http: //H:\BIBLIO\Historia\Napoleon.htm. La existencia de este documento me fue señalada amablemente por Kote Guevara, bibliotecario de la ciudad de Hondarribia. Acerca del idioma como rasgo identitario "español" véase, por ejemplo, Rafael LAPESA: Historia de la Lengua española. Gredos. Madrid, 1980, pp. 424-428.
[36] Sobre estas instituciones en esa fecha véase, por ejemplo, José María PORTILLO VALDES, Los poderes locales en la formación del Régimen Foral: Guipízcoa (1812-1850), UPV-EHU. Bilbao, 1987 y en una visión más general Coro RUBIO POBES, Revolución y tradición. El País Vasco ante la Revolución liberal y la construcción del estado español, 1808-1868, Instituto de Historia Social "Valentín de Foronda"-Siglo XXI. Madrid, 1996 y su otra obra ya citada en la nota 19 de este mismo texto.
[37] AGG-GAO JD IM 3 / 4 / 92.
[38] AGG-GAO JD IM 3 / 4 / 92.
[39] Ibídem.
[40] Ibídem. Una táctica que le equiparaba, por ejemplo, a Napoleón, que no duda en ordenar la quema de varios pueblos en los territorios ya ocupados en 1805. Véase WOOLF, La Europa napoleónica, p. 303. Sobre la degeneración del arte de la guerra que implica esa medida, en buena medida insólita desde la Guerra de los Treinta Años, véase, por contraste, Christopher DUFFY, The military experience in the Age of Reason, Wordsworth. Ware, 1998, pp. 101 y ss.
[41] No cabe, en efecto, esperar ninguna clase de contemplaciones por parte de los revolucionarios que surgen a imitación de los aventados por la Francia de 1789. Un vistazo a los periódicos revolucionarios de ese momento muestra claramente hasta qué niveles de detalle se descendía para exigir el fin de aquel estado de cosas propio de la sociedad del Ancien Régime. La noticia aparecida en los momentos iniciales de la revolución cuando se están preparando los detalles de la reunión de los Estados Generales en "La trosieme aux Grands" es elocuente. El redactor se burla de los obispos que se niegan a formar con el bajo clero sin distinción. Apuro que es resuelto por medio del ingenio "fecundo y luminoso" del maestro de ceremonias De Breze, intercalando entre los obispos y los sacerdotes "vulgares" a los mísicos, algo que el redactor burla con ironía diciendo que era ésta acción verdaderamente "necesaria a la cosa píblica" para acabar tildándola de "agitación risible del despotismo". Consíltese Bibliothéque Nationale (París) (BN) 8 L c 2 103, "La troisieme aux grands", pp. 9-10. Véase también Roger CHARTIER, El mundo como representación, Gedisa. Barcelona, 1992 y Daniel ROCHE, La culture des apparences, Fayard. Paris, 1989.
[42] AGG-GAO JD IM 3 / 4 / 92. Antonio ELORZA, La religión política: "el nacionalismo sabiniano" y otros ensayos sobre nacionalismo e integrismo, Haranburu. San Sebastián, 1995.
[43] AGG-GAO JD IM 3 / 4 / 92.
[44] AGG-GAO JD IM 3 / 4 / 92.
[45] Véase Carlos BLASCO OLAETXEA, Los liberal fueristas guipuzcoanos 1833-1876, CAP. San Sebastián, 1982.
[46] Sobre provincias vascas actuando como entidades independientes en el siglo XVII, o al menos esa era la airada opinión del Consejo de Estado, véase Alfonso GONZÁLEZ GONZÁLEZ, La realidad económica guipuzcoana en los años de superación de la crisis económica del siglo XVII (1680-1730), Diputación Foral de Gipuzkoa. San Sebastián, 1994, p. 179. Para un desarrollo de esa situación registrada en 1694 véase también RILOVA JERICÓ, 'Marte cristianísmo', pp. 112-121.
[47] Arturo CAJAL VALERO, "Paz y Fueros". El conde de Villafuertes. Guipízcoa entre la "Constitución de Cádiz" y el Convenio de Vergara (1813-1839), Biblioteca Nueva. Madrid, 2002.
[48] La Regencia decía, con total y dolorosa claridad, "se manda que la fuerza militar auxilie desde luego (al) establecimiento y regimen del espresado regimen constitucional". Consíltese AGG-GAO JD AM 162, folios 134 recto-135 vuelto. Sobre esto véase también Bartolomé CLAVERO: "Las Juntas vascas ante el advenimiento de la Constitución española", en VV.AA., Jornadas sobre Cortes, Juntas y Parlamentos del Pueblo Vasco, 14-25 de marzo, 1988. Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos. San Sebastián, 1984, pp. 55-71. Más recientemente Carlos LARRINAGA RODRÍGUEZ, "Constitucionalismo, estado liberal y centralismo en la España del siglo XIX", en Actas del VII simposio "Ciudadanía y Nación en el mundo hispano contemporáneo", Instituto Universitario de Historia Social "Valentín de Foronda", pp. 205-230.
[49] Carlos BLASCO OLAETXEA, Los liberales fueristas guipuzcoanos, pp. 135-137. CAJAL VALERO, "Paz y Fueros". El conde de Villafuertes.
[50] Véase Félix LLANOS ARAMBURU, El Trienio liberal en Guipízcoa (1820-1823): antecedentes de las guerras Carlistas en el País Vasco, Universidad de Deusto. San Sebastián, 1998.
[51] Sobre esto véase GIL NOVALES (ed.), Diccionario biográfico del Trienio Liberal, p. 55. De hecho se le ha comparado con Aviraneta en alguna ocasión y, a decir verdad, con toda justicia. También algunas referencias en José Manuel FAJARDO, La epopeya de los locos. Españoles en la Revolución francesa, pp. 266 y 269.
[52] Archives Departamentales de Pau (ADP) 2 U 420.
[53] Ibídem.
[54] ADP 2 U 420. Sobre el papel de la Iglesia en esos momentos véase R. GARCÍA VILLOSLADA, Historia de la Iglesia en la España Contemporánea. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 1979, tomo V.
[55] Ibídem.
[56] ADP 2 U 240. Se trataba de Juan Antonio Carrese, al que la policía de Luis XVIII considera republicano radical juramentado para el exterminio de reyes y sacerdotes, de José Manuel Regato, primero exaltado liberal y después absolutista también exaltado y del cónsul en Bayona José Antonio de Aguirre junto con un tal Martínez Arauxa. Sobre éstos, excepto éste íltimo, véase GIL NOVALES (ed.), Diccionario biográfico del Trienio Liberal, pp. 130-131, 333 y 555-556. También FAJARDO, La epopeya de los locos, pp. 265-277. Sobre el "Grande Oriente" Alexandre ZVIGUILSKY: "El concepto de revolución frustrada en El Grande Oriente de Pérez Galdós y en Tierras Vírgenes de Ivan Turguéniev", en GIL NOVALES (ed.), La revolución liberal, pp. 677-683.
[57] ADP 2 U 240.
[58] ADP 2 U 240.
[59] ADP 2 U 240. Sobre Renovales véase GIL NOVALES (ed.), Diccionario biográfico del Trienio Liberal, p. 558.
[60] ADP 2 U 420.
[61] Ibídem.
[62] Sobre ésas y otras andanzas de este bravo sacerdote liberal GIL NOVALES (ed.), Diccionario biográfico del Trienio Liberal, p. 55.
[63] ADP 2 U 420. Sobre el papel del euskera como signo de identidad nacionalitario entre los vascos anteriores a la eclosión del nacionalismo vasco son muy escasos los estudios de carácter científico frente a los que han primado la carga política a favor o en contra de la legitimidad de ese argumento que tan pocos conflictos parece haber provocado en Gabriel Arrambide, para quien el uso de esta lengua no significó la más mínima merma en su fanático españolismo. Con un mínimo de rigor científico se pueden citar el ya clásico de Antonio Tovar, al que su falangismo no le impidió trazar una visión más o menos sólidamente fundada a ese respecto o el también clásico e imprescindible de Koldo Mitxelena. Véase Antonio TOVAR, Mitología e ideología sobre la lengua vasca. Alianza. Madrid, 1980 y Koldo MITXELENA, Lengua e Historia, Paraninfo. Madrid, 1985 y más recientemente Patri URKIZU, Historia de la literatura vasca, UNED. Madrid, 2000. También puede resultar de interés Jon JUARISTI, Vestigios de Babel. Para una arqueología de los nacionalismos españoles. Siglo XXI. Madrid, 1992. Algunas observaciones interesantes a ese respecto sobre las primeras reflexiones en el siglo XVII acerca de la lengua vasca como factor de cohesión y de identidad nacional en Xavier ALBERDI LONBIDE-Carlos RILOVA JERICÓ, "Iraganaren ahotsak-Las voces del pasado", en Boletín de Estudios del Bidasoa, nímero 17, 1998, pp. 87-109, también José Ramón ZUBIAUR BILBAO, Las ideas lingüísticas vascas en el siglo XVI (Zaldibia, Garibay, Poza), Mundaiz. Donostia, 1990. Acerca del castellano como signo de identidad "española" me remito a lo señalado en torno a la nota 35 de este mismo trabajo.

Carlos Rilova

Universidad del País Vasco

 

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