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HISPANIA NOVA Revista de Historia Contemporánea Fundada por Ángel Martínez de Velasco Farinós ISSN: 1138-7319 DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998 |
PORTADA |
Helen GRAHAM,
The Spanish Republic at War, 1936-1939
, Cambridge University Press, Cambridge, 2002, por Rocío Navarro Comas
(Universidad Carlos III de Madrid) Con este estudio sobre la República española durante la guerra civil, Helen Graham vuelve sobre un tema ya clásico entre los historiadores hispanistas anglosajones. Además recupera una línea que había sido abandonada desde hacía tiempo, la del análisis amplio y completo de las distintas fuerzas de la izquierda, a lo largo de todo el periodo de la guerra y en los territorios que conformaron la República, territorios que fueron menguando a medida que se confirmaba el avance de las tropas rebeldes. De esta forma, la autora se aleja de lo que venía siendo práctica habitual en los últimos años: la profundización en aspectos concretos del conflicto español, en la forma tanto de estudios locales como de investigaciones sobre organizaciones, partidos, tendencias doctrinales, cuestiones culturales e incluso biografías de personajes conocidos o anónimos que vivieron el periodo. Sin embargo, el hecho de presentar un trabajo tan ambicioso en su temática no implica un tratamiento superficial, al contrario, se trata de un examen exhaustivo que plantea nuevos puntos de vista y propone interesantes cuestiones para futuras investigaciones. Para ello, Graham hace uso, además del trabajo de archivo, de una ingente bibliografía que recoge los estudios más recientes sobre el periodo. Como la misma autora explica al comienzo de su libro, su estudio gira alrededor de dos proposiciones fundamentales. La primera es que las actuaciones de las distintas organizaciones de la izquierda española durante la guerra civil estuvieron condicionadas por sus experiencias y relaciones anteriores al conflicto. En segundo lugar, la autora remarca el hecho de que la marcha de la guerra influyó decisivamente en la política y la sociedad republicanas, es decir, que no puede entenderse el periodo al margen de la propia guerra, simplemente tomando a ésta como hilo conductor o escenario de fondo, sino que los acontecimientos de la lucha determinaron en gran medida la vida de la República. Para sostener su tesis, Graham comienza su trabajo con dos capítulos introductorios, el primero sobre las "fracturas" en la izquierda española desde fines del siglo XIX hasta el inicio de la Segunda República y el segundo profundizando en la imposibilidad de socialistas y republicanos de crear una efectiva movilización popular durante los años inmediatamente anteriores a la guerra. El punto de partida de estos partidos al comenzar la guerra civil será por tanto una situación en la que falta no sólo experiencia de gobierno, sino también la movilización y educación política de su base social. Su forma de hacer política estará lastrada por las tradiciones de finales del siglo anterior, con relaciones de clientela y en un sistema en que las reformas se llevan a cabo desde arriba. Los líderes veían la política como el feudo de una elite parlamentaria más que como una presión desde abajo de una población movilizada. Esta visión antigua que ni el PSOE ni los republicanos fueron capaces de cambiar, impidió que consiguieran la movilización necesaria durante la guerra y fracasaran frente al Partido Comunista, que sí supo modernizarse y atraerse a amplios sectores de la sociedad republicana. De esta forma, cuando el golpe provocó el colapso del poder en el bando republicano, socialistas y republicanos acudieron a un aparato represivo y burocrático heredado de tiempos pasados que no sólo desató resistencias entre las clases tradicionalmente más castigadas por los regímenes anteriores, sino que también hizo aflorar con fuerza los regionalismos y localismos. La fragmentación de poder en la República se vio entonces (y a menudo también posteriormente) como algo negativo, como la plasmación de la amenaza de rebelión popular tan temida por los propios partidos de izquierda. Sin embargo, si se ve desde abajo a los comités que surgieron en el agitado verano de 1936, la resistencia que partió de ellos daba la posibilidad de la acción directa, de controlar las decisiones que afectaban a la vida diaria. No obstante, y como señala acertadamente Graham, ya fuera positiva o negativa la actuación de las patrullas y comités en el periodo de la defensa de emergencia, lo cierto es que su existencia supuso una quiebra de la legitimidad y autoridad gubernamental. A este derrumbe de los órganos de poder republicano se suma el que la rebelión militar no borró las dinámicas de preguerra de las relaciones entre la izquierda, con sus tensiones, hostilidades y contradicciones. Graham sostiene que generalmente se ignora que mientras el golpe fracturó estructuras organizativas, dejó intactas memorias de conflicto y formas arraigadas de comportamientos políticos colectivos e identidad social. La unidad política en tiempos de guerra, alrededor de la cual se constituía el discurso de la izquierda, se enfrentó desde el principio con serios obstáculos: la fragmentación del PSOE y la UGT y el eclipse del republicanismo, que tuvieron como resultado la dislocación efectiva de la alianza del Frente Popular. Así, el gobierno de Largo Caballero en septiembre de 1936 tuvo como finalidad legitimar al gobierno republicano ante los trabajadores que habían comenzado la resistencia. De esta forma se perseguía también reconstituir las estructuras del Estado, acercarse a las democracias occidentales, conseguir la movilización social e infundir una conciencia de guerra: en definitiva, crear la idea de un Estado necesario. Esta pretensión encontró sin embargo la oposición de ciertos sectores obreros y de la clase media regionalista que se opusieron a una empresa de reconstrucción de un Estado central. Nacieron entonces los conflictos sociales que minaron el esfuerzo de guerra. En el contexto de la guerra es necesario también valorar la importancia que tenía la pertenencia a un partido político, que servía incluso como garantía de seguridad personal. Está claro entonces que la habilidad del PCE para dirigirse e incorporar a un abanico de grupos sociales y políticos y cambiar el discurso de acuerdo a cada uno de ellos, lo convirtió en el primer partido de la izquierda que se dio cuenta del verdadero desafío de la política española de los treinta: conseguir la movilización política salvando las fronteras de clase. Según Graham, habrá poco de "comunista" en los discursos del PCE durante la guerra, lo que será radical en el PCE no es su contenido, sino sus técnicas organizativas. Por otra parte, este compromiso del PCE hacia una política interclasista y de cohesión del Frente Popular, lo acercó a la rama parlamentarista del PSOE, alejándose ambos de la izquierda socialista representada por Largo Caballero, quien no entendía la necesidad de un Ejército Popular con mando único, ni la de crear industrias de guerra, no aceptaba consejos y se perdía en la burocracia. Entiende Graham que el enfrentamiento con Largo Caballero conformará parte de un cuadro mucho más complejo de rivalidades organizativas entre los socialistas, anarquistas y comunistas. Por ejemplo, la confrontación de la CNT y del PCE en Madrid no será tanto por la militarización, sino por el poder político, incluso el que provenía del control del proceso mismo de militarización y reconstrucción de la policía en la retaguardia. El discurso de la disciplina (seguido por otro lado por anarquistas de renombre como Durruti y García Oliver) será entonces el que dé más fuerza al crecimiento del PCE. Tanto que los nuevos líderes del partido serán jóvenes que rápidamente ganarán en experiencia y tomarán sus propias decisiones, a menudo sin esperar las órdenes de la Comintern, que llegan lenta y dificultosamente. Por el contrario, es cierto que para la CNT resulta difícil cambiar las convicciones antiautoritarias de sus seguidores. En Cataluña, la aparición de comités de trabajadores para articular las funciones de transporte, provisiones de defensa y orden público ocurre como en otras zonas, con la diferencia de que allí la CNT controló la situación e inició un programa de colectivización para cambiar no sólo la economía, sino también la vida cultural y social hacia líneas anticapitalistas. Barcelona se convirtió en una ciudad revolucionaria, lo que se explica en parte por la lejanía del frente, pero también por la riqueza de su cultura popular y proletaria. Se crea entonces un nuevo orden revolucionario, ya que no hay una autoridad capaz de proteger la propiedad y el capital privado. En este momento es cuando juega un papel fundamental la humildad de Companys durante la famosa entrevista con los líderes anarquistas: la actitud de Companys convence a los anarquistas de la necesidad de un gobierno a la vez que consigue que se mantenga la legalidad republicana. La CNT accede a repartir el poder en el Comité de Milicias Antifascistas porque no está equipada para el ejercicio del poder: ni el Comité Nacional ni el Regional de Cataluña tenían facultades ejecutivas sobre las secciones de los sindicatos, ni buenos canales de comunicación. Lo que ocurrió fue que los anarquistas confundieron la fuerza armada con la totalidad del poder, creyeron que eran más poderosos que lo que realmente eran y optaron por utilizar la experiencia política, el personal y el aparato del gobierno catalán. Companys asimiló la retórica de la revolución utilizándola durante el verano, otoño e invierno de 1936 hasta que pudo reconstruir la Generalitat y disolver las instituciones creadas durante el control anarquista. Las jornadas de mayo de 1937 se encuadran por tanto en un proceso de continuas tensiones que en un principio colocarán al gobierno catalán y a las agencias estatales y sus defensores contra todos aquellos que se oponían a la extensión de la jurisdicción del Estado. Sin embargo, surgirá otro conflicto entre las agendas liberales centralistas y regionalistas compitiendo en la política republicana. Para esta historiadora, la importancia de los hechos de mayo vendrá por las consecuencias: las oportunidades políticas que nacieron de la evolución del conflicto en la calle y en los ministerios. El resultado será la desaparición del POUM, el aislamiento de la CNT y la FAI (cuyos líderes, curiosamente, estaban cada vez más incorporados a la máquina gubernamental del estado liberal), y la sustitución (promovida por republicanos, comunistas y el sector opuesto de los socialistas) de Largo Caballero por Negrín, que entiende como necesidad fundamental de la guerra la concentración de la autoridad en manos del Estado. Aunque en este punto Graham se dedica extensamente a la represión que siguió a los días de mayo, y en especial a la actuación comunista, se echa en falta, sin embargo, un análisis de la participación en dicha represión de los partidos republicanos, cuestión que ya apuntan algunas líneas de investigación recientes. La política de Negrín estará dirigida a partir de entonces a concentrar el poder económico y el orden público en las manos del gobierno central y a intentar acabar con el acuerdo de No-Intervención, con efectos devastadores en la capacidad militar de la República. En vez de concentrarse en los entresijos diplomáticos del pacto, Graham hace notar que la No-Intervención ocasionó un desgaste fundamental en el bando republicano, tanto en el aspecto económico ocasionado por el embargo, como en la legitimidad política de la República y en la moral de la población. Finalmente, será la marcha de la guerra y la situación internacional la que condicione las decisiones que tomará Negrín con el apoyo del PCE, que le ofrece un instrumento valioso para conseguir la movilización psicológica de la población, así como su compromiso en el esfuerzo de guerra, que acabará siendo de resistencia. En este sentido, Graham señala la facilidad con la que, a menudo, los historiadores critican la evolución política y judicial de la República, especialmente en lo que se refiere a las medidas represivas. La autora sostiene que no es adecuado aplicar a las circunstancias de la República criterios que ninguna democracia ha cumplido en tiempos de guerra, ya que ésta erosiona sin duda las prácticas constitucionales. Habría que tener en cuenta, además, la juventud de la República española y el hecho de que la democratización no había llegado a todos los sectores de la sociedad, sobre todo, y esto no es novedoso, a los aspectos concernientes al orden público. En definitiva Graham presenta una situación en la que las circunstancias de la guerra intensificaron los enfrentamientos heredados, que se solucionaban también a la manera antigua. Los conflictos internos en las organizaciones de la izquierda se habían resuelto tradicionalmente por medio de la violencia: la llegada de la guerra no limpió los recuerdos del origen de los conflictos y fueron esas memorias, junto con las consecuencias de la No-Intervención, las que acabaron por debilitar la actuación de la República.
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