HISPANIA NOVA

Revista de Historia Contemporánea

Fundada por Ángel Martínez de Velasco Farinós

ISSN: 1138-7319    DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998

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Gonzalo ÁLVAREZ CHILLIDA, El Antisemitismo en España. La imagen del judío (1812-2002) , Marcial Pons, Ediciones de Historia, 2002, 543 págs., por Azucena Rodríguez Álvarez (C.S.I.C.)

        Respondiendo a los propósitos del autor, la obra de Álvarez Chillida nos ofrece una visión panorámica, rica y sugerente, de lo que ha sido la imagen del judío, de trazos esencialmente negativos, en el imaginario colectivo de los españoles -aún presente en el momento actual- y las repercusiones socioreligiosas, políticas, culturales e incluso económicas, que dicha imagen ha tenido en España durante los dos últimos siglos.

        Ya en el prólogo, escrito por Juan Goytisolo, se nos pone en guardia respecto a la buena conciencia de nuestra sociedad, que prefiere ignorar, cuando no negar, el antijudaísmo latente en la mentalidad de una buena parte de sus miembros, con frecuencia asociado a otros anti de similares características. Las raíces de ese prejuicio tan firmemente arraigado en los españoles las rastrea el autor desde el momento en el que, en la Edad Media, el estereotipo denigrante del judío -deicida, usurero, físicamente y moralmente tarado- empieza a adquirir consistencia, hasta llegar a la Ilustración, donde las opiniones y juicios de signo opuesto -inteligente, culto, piadoso, perpetuo exiliado-, que ponían en entredicho el citado estereotipo, comienzan a multiplicarse (La tradición histórica del antisemitismo español).

        La oposición entre ambas imágenes y la polémica por ella generada se acentuará en el período posterior, los siglos XIX y XX, oscilando la consideración del judío entre uno y otro de sus extremos. Las partes siguientes en las que se continúa la obra, ya consagradas a los siglos mencionados, dan cuenta de las vicisitudes de esa oscilación, espacialmente en lo que a las disputas políticas se refiere (El tema judío en las luchas político-religiosas del siglo XIX; La llegada del antisemitismo moderno. Judíos, sefardíes, conspiraciones y razas; La eclosión antisemita: de la república a la guerra civil; El antisemitismo después de Auschwitz: pervivencias y adaptaciones). A lo largo de esas páginas, densas de contenido, Álvarez Chillida analiza la concepción castiza del antijudaísmo español -socioreligiosa- abanderada por grupos tradicionalistas defensores del Antiguo Régimen, como los absolutistas o los carlistas, y la reacción contraria de liberales o progresistas. El enfrentamiento se verá alimentado por los aportes nutricios del antisemitismo centroeuropeo -racista-, especialmente en el período de entreguerras, que será asumido en buena medida por los grupos fascistas, pero de tan escaso calado en el tejido social de la España contemporánea que llega a ser rechazado incluso por no pocos de los más decididos defensores de las tesis castizas: el judío es estigmatizado por sus faltas, no por su pertenencia a una etnia determinada; no puede aceptar las tesis racistas una sociedad en la que la mezcla racial es la norma, norma difícilmente conciliable con la pureza y superioridad del ario propugnada desde países como Alemania.

        Llama la atención que ese sentimiento antijudío se conserve en una sociedad sin judíos, como ha sido y es la española desde que éstos fueron expulsados por los Reyes Católicos en 1492, que subyazca aún en lo profundo de la conciencia colectiva el rechazo hacia el que tradicionalmente se ha denominado "el pueblo deicida", a veces víctima, casi siempre verdugo. Su supervivencia se debe a la marginación de que han sido objeto los conversos a través de los siglos, siempre en el punto de mira de la Inquisición, nunca suficientemente limpios de sangre a pesar de los ímprobos esfuerzos que muchos de ellos hicieron por demostrar que eran tan cristianos como el más viejo de los cristianos viejos; pero también a la pervivencia en los ritos religiosos, en el refranero, en los usos lingüísticos, en las narraciones literarias, en las artes, etc. de la figura denigrante del judío en su versión castiza. Cierto que al mismo tiempo se desarrollaba la corriente de signo opuesto, la filojudía, que intentaba reivindicar como positiva la herencia que sobre nuestro suelo habían dejado los judíos, reintegrando como propia en nuestra cultura la de los sefardíes de la diáspora y a éstos en nuestra comunidad nacional. Pero sus empeños en dignificar la imagen del judío no fueron capaces de contrarrestar falacias como Los Protocolos de los Sabios de Sión o los asesinatos rituales de niños cristianos a manos de oscuros criptojudíos.

        No cabe ignorar, sin embargo, que, como bien apunta Álvarez Chillida, a pesar de estar demostrada su falsedad, esas construcciones ficticias -a veces delirantes- han sido tremendamente eficaces para orientar, distorsionar o manipular las actitudes de no pocos sectores de la sociedad, y no sólo los más proclives al integrismo. Tampoco recomienda concluir en la imposibilidad de que el antisemitismo-antijudaísmo (o cualquier otra forma de exclusión castiza o étnica) pueda alcanzar proporciones similares a las que dieron lugar a la estremecedora aniquilación programada del Holocausto: el largo conflicto israelo-palestino, los atentados de integristas islámicos o la xenofobia galopante, están abonando el terreno sobre el que podrían florecen nuevas formas de la misma deriva exterminadora. ¿No es significativo que el actor-director de cine australiano Mel Gibson, que acaba de presentar un película sobre la pasión de Cristo -The Passion-, recoja en ella todos los tópicos antijudaicos de la más rancia tradición ultraortodoxa católica?