HISPANIA NOVA

Revista de Historia Contemporánea

Fundada por Ángel Martínez de Velasco Farinós

ISSN: 1138-7319    DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998

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Julio ARÓSTEGUI; Jordi CANAL; Eduardo GONZÁLEZ CALLEJA, El carlismo y las guerras carlistas. Hechos, hombres e ideas, Madrid, La esfera de los libros,  2003, 254 págs., por Antonio Moliner Prada (Universidad Autónoma de Barcelona)

Este libro sobre la historia del carlismo y de las guerras carlistas está escrito por tres historiadores expertos en la materia, los profesores Julio Aróstegui, Jordi Canal y Eduardo González Calleja, y recoge las investigaciones más recientes que han abierto nuevos enfoques en su análisis.

         El fenómeno del carlismo hay que encuadrarlo dentro de los movimientos contrarrevolucionarios y antiliberales surgidos en Europa tras la Revolución francesa. Aunque lo específico en el caso de España ha sido su supervivencia y adaptación a las diversas circunstancias surgidas de las transformaciones sociales y políticas a lo largo de los siglos XIX y XX. Según J. Aróstegui la duración del carlismo se debe relacionar "con la debilidad misma de la revolución liberal-burguesa en España" (Introducción (pág. 19). Afirmación que debe matizarse. En mi opinión, no se entiende si no se relaciona con el radicalismo de la Revolución liberal, puesto sin duda de manifiesto en su última fase de los años treinta. En todo caso, el carlismo no es un movimiento político, social e ideológico efímero, sino relevante, ligado a la violencia política tan arraigada en nuestro país. Entre 1820 y 1936 España vivió cuatro guerras civiles y tres de ellas (1822-1823, 1833-1840 y 1872-1876) tuvieron su origen y desencadenante en las insurrecciones carlistas.

         El libro tiene claramente dos partes bien estructuradas. En la primera, dividida en seis capítulos, se hace un repaso exhaustivo de los hechos. En el primero Julio Aróstegui analiza los orígenes y antecedentes del carlismo (1810 -1833): desde el referente de los defensores del absolutismo monárquico en las Cortes de Cádiz, a los realistas del Trienio liberal y al movimiento de los agraviados o "malcontents" de 1827, hasta desembocar en el problema sucesorio y la definitiva concreción de un partido carlista en 1833.

         En el segundo capítulo Eduardo González Calleja estudia los rasgos generales del carlismo y hace una periodización de la primera guerra carlista (1833-1840): el alzamiento y el mando de Zumalacárregui, la etapa de las expediciones (la más importante la del Pretendiente de 1837), y el colapso vasconavarro y la resistencia final de Cabrera.

         Julio Aróstegui analiza en el tercer capítulo la crisis y la segunda guerra carlista en el período 1840 y 1876, "años de caos y reflujo, primero, y de recomposición después, a partir de 1868". Estudia el exilio de los carlistas tras 1840 y la primera gran crisis; la vuelta a la insurrección (la guerra "dels matiners" en Cataluña de 1846-49, la expedición en 1860 de Sant Carles de la Ràpita) y el resurgimiento del carlismo tras la Revolución de 1868.

         En el cuarto capítulo Jordi Canal explica la reconversión del carlismo en el período 1876-1931 y se detiene en el estudio del nuevo carlismo y las diversas corrientes "jainismo" y "mellismo" aparecidas en las primeras décadas del siglo XX.

         Eduardo González Calleja en el quinto capítulo estudia el carlismo en el nuevo ciclo político que abrió la Segunda República y que desembocó en una nueva guerra "carlista" (1931-1939). Repasa las conflictivas relaciones con los alfonsinos, la deriva militar del carlismo tras el triunfo del sector de Fal Conde, y su participación en la guerra civil de 1936-39.

         Finaliza esta primera parte del libro el estudio de Jordi Canal sobre lo que denomina "el carlismo crepuscular (1939-2002)", en el que expone las relaciones entre el carlismo y el franquismo y la nueva imagen del carlismo socialista de los años sesenta.

         En la segunda parte del libro los citados autores tratan dos cuestiones básicas: "los hombres y las ideas". Eduardo González Calleja analiza quiénes eran los carlistas: sus rasgos distintivos, sus peculiaridades regionales así como su penetración en el ámbito rural y urbano. Jordi Canal se refiere a la temática relativa a la dinastía y a los problemas sucesorios. Julio Aróstegui sintetiza la ideología y doctrina carlista, presentada primero como alternativa al liberalismo o la nueva versión al tradicionalismo desde 1897 a 1936, hasta su marginación en los últimos años del franquismo. Eduardo González Calleja estudia el carlismo como movimiento social y político de acción colectiva y lo encuadra dentro de la estrategia de la violencia en la disputa por el poder (desde el ejército real a la partida "latrofacciosa" y el requeté). Por último Jordi Canal hace una historiografía del carlismo (historias liberales, historias carlistas, necocarlistas y neotradicionalistas, e historiografía actual).

         En el Epílogo el profesor Julio Aróstegui traza una síntesis sobre la evolución del imaginario carlista a lo largo de los tiempos. La imagen popular del carlismo lo relaciona con un movimiento belicoso y violento en favor del rey, de la religión y de la tradición. Tras la penetración del carlismo en el ámbito urbano en la segunda mitad del siglo XIX, éste acabó siendo también un indicador de las reivindicaciones populares tanto del ámbito rural como del urbano, aunque con claros matices diferenciados según las regiones. Tras la segunda guerra carlista de 1872-76 el carlismo se convirtió en un partido más del arco parlamentario en el marco de la Restauración alfonsina. No obstante, su vocación insurreccional no la abandonó nunca y persistió hasta la guerra civil de 1936-39. En la dictadura franquista nacida de la guerra civil el viejo carlismo quedó asociado a las "esencias" del régimen. Fue a partir de los cambios sociales de los años sesenta del siglo XX y de las propias vicisitudes del carlismo cuando su imagen evolucionó hacia lo que se denomina el "neocarlismo". En todo caso el carlismo, como el anarquismo, tuvieron que adaptarse a la nueva situación y circunstancias de la sociedad española.

         Como conclusión sostiene este historiador que hay que huir de las simplificaciones y tópicos al uso, como afirmar la relación directa entre el carlismo del siglo XIX y los nacionalismos vasco y catalán, o sostener "que los carlistas son los antepasados de los radicales abertzales y de los etarras actuales " (pág. 235). El carlismo pertenece ya a la historia de España y tuvo un gran protagonismo durante el siglo XIX y en una parte del siglo XX.

         Nunca se había escrito una obra tan completa sobre el fenómeno del carlismo analizado desde todas las vertientes posibles, de forma tan profunda y comprensible para los estudiantes de historia. El libro recoge una exhaustiva bibliografía seleccionada de cada capítulo y un índice onomástico de gran utilidad para el lector.