HISPANIA NOVA

Revista de Historia Contemporánea

Fundada por Ángel Martínez de Velasco Farinós

ISSN: 1138-7319    DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998

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Ricardo MIRALLES, La República en guerra, Temas de Hoy, Madrid, 2003, 423 páginas, por Juan Gracia Cárcamo (Universidad del País Vasco)

        Es éste, sin la menor duda, un libro que hacía falta, por muchas razones. En el ámbito historiográfico, es un libro oportuno en medio de una oleada revisionista, que probablemente irá a más en el futuro; y no por nada en especial, sino porque basta mirarse en el espejo retrospectivo europeo y constatar lo que pasó en su momento en la historiografía italiana y alemana. Teniendo en cuenta el público a quien va dirigido, siendo un libro que se encuadra en lo que suele llamarse tópicamente "alta divulgación", es oportuno asimismo porque la figura de Negrín se desdibuja en la memoria colectiva y no me extraña que, y por mor de modas mediáticas, resulte siendo más conocido, entre los adultos y jóvenes de hoy mismo, el mediocre, esperpéntico e irrelevante Rafael Sánchez Mazas que el sensato, sabio y valiente Juan Negrín; claro está, mientras no haya una novela atractiva o una seductora película que lo ponga al alcance de todo el mundo... durante unos meses.

         Ya de antemano, ha de señalarse que Ricardo Miralles ha emprendido una empresa difícil, por no decir que una de las más difíciles que puede existir en la escritura historiográfica. Quiero decir con ello que el autor se ha propuesto criticar metódicamente lo que él considera parte de un mito y un tópico que existen desde antiguo, desde la propia guerra civil -no únicamente a partir de Bollotten, por cierto, como bien se encarga de anotar, lógicamente, el autor del libro-. Ese tópico, que conoce bien todo historiador y que la gente de la época (políticos y opinión pública) difundía sin comedimiento pasaba por interpretar a Negrín como un "topo", para decirlo con lenguaje novelístico, del PCE y del PCUS. Es encomiable la tarea del autor para rebatir ese tópico, pero se trata de un reto hercúleo. El esfuerzo del libro se complica siendo un trabajo que, desde una editorial comercial, se dirige, en principio, a un público amplio. Ahora bien, está escrito con el rigor máximo a que puede aspirar un libro académico que recoge en un denso volumen de notas una completa información bibliográfica e incluso archivística. Siendo sincero, he de comentar al lector que cuando uno pregunta en su círculo de amistades (esto es, profesionales liberales en torno a los cuarenta y tantos años, pero sin ningún conocimiento especial acerca de la Historia de España por su formación técnica) acerca de Negrín, la inmensa mayoría le tiene por conocido, pero no lo ubica bien. Y cuando se les explica quien fue, la frase más común que sale a relucir es la confusión con Azaña. La gente (me refiero a gente con cierto nivel cultural) tiene idealizado a Azaña y olvidado, en gran medida, a Negrín. No menos significativo resulta que un licenciado en Historia (especialidad moderna y contemporánea, autor de una tesina sobre Historia contemporánea, por cierto) y catedrático de Enseñanza Secundaria que sigue con cierto interés lo que aparece en las librerías, me dijera hace unos días que había visto el libro sobre el antiguo "presidente de la República (sic)". Es entonces cuando me di realmente cuenta de que éste era un libro indispensable hoy.

         Por alguna extraña razón, sobre la que no merece la pena extenderse, los historiadores españoles de nuestra época, a diferencia de los de hace un siglo, consideramos que nuestra tarea consiste en investigar (en archivos, hemerotecas, bibliotecas y como fruto de ello, escribir libros académicos, publicar en revistas especializadas, participar en Congresos) y divulgar nuestros conocimientos en la docencia (cada vez más reducida en lo que hace al número de alumnos en las aulas de las facultades de Historia o incluso en las de Ciencias Sociales en general). Resulta concluyente que las mejores síntesis divulgativas sobre la historia de España correspondan a hispanistas -antiguamente franceses o, más aún, desde hace algunos años, ingleses- que no contemplan como una tarea secundaria, sino vital, que nuestros conocimientos sirvan a la sociedad en que vivimos. Siendo así las cosas, resulta lamentable el espectáculo de algunos libros publicados por tal o cual autor que lo mismo escribe este mes sobre el Egipto faraónico que al mes siguiente sobre la Alemania nazi - sin ningún rubor, por cierto, y sin ningún rigor, por supuesto-. El profesor R. Miralles es un ejemplo a imitar, porque hace todo lo contrario. Es, sin discusión, el mejor especialista en Negrín que existe en la Universidad española actual, pero en vez de dejar que cualquier publicista de escasos conocimientos y menos escrúpulos, se encargue de hacerlo, toma la responsabilidad de escribir un libro sobre la actividad de Negrín en la guerra civil que sea asequible a un público mayor que el de cien profesores universitarios. No está escrito que haya de cumplirse inexorablemente la ley de Gresham de los economistas en la literatura histórica, siempre que los historiadores académicos hagan el gran esfuerzo de divulgar sus conocimientos más allá de una reducida torre de marfil. De lo contrario, lo harán otros. Este largo proemio que resultaría innecesario en Inglaterra, Francia o Estados Unidos... aún debe de quedar bien claro en España.

         Lo que queda dicho en el párrafo anterior no obsta para que en este libro, como se ha apuntado, haya una revisión exhaustiva de la bibliografía existente y que en no pocas ocasiones se utilicen, como queda anotado, oportunas y numerosas informaciones archivísticas, bien que, como es lógico, el abultado apartado de notas no vaya al pie de pagina, sino al final del volumen. Cualquier pedante podría pensar, en tono pretendidamente despectivo, que ello hace del libro un trabajo destinado al gran público. Nada más lejos de la realidad. Qué más quisiéramos que el gran público leyera trabajos serios de Historia como éste y no novelas históricas mejor o peor informadas. Pero es que, además, lo que aquí se dice debería ser repasado por muchos profesores del área de conocimiento de Historia Contemporánea (al margen de los expertos en la Historia de la guerra civil o, siendo benevolentes, en la Historia política del siglo XX), pues al margen de unas pocas excepciones de contemporaneístas que han leído casi todo de casi todos los temas, resulta pavoroso comprobar que algunos expertos en temas de Historia económica, demográfica, social, cultural... ignoren cuestiones claves de la Historia política (y viceversa, claro está). O que los especialistas en el siglo XIX desconozcan cuestiones fundamentales relativas al siglo XX -y al revés, sin duda-. Omito relatar ejemplos, no ya referentes a jóvenes profesores asociados que acaban de entrar en la docencia, sino relativos a recientes catedráticos que resultan aleccionadores al respecto. Frente a los males de la microespecialización extrema en la profesión son también necesarios libros de este calado. Por cierto, libros difíciles de escribir como éste, pues nadie duda que es mucho más cómodo pergeñar 200 folios indigeribles en un lenguaje críptico sobre un asunto destinado a diez personas como potenciales lectores en toda España que redactar en una prosa clara, contundente y atractiva un libro de 400 páginas como el de R. Miralles. Quien crea que ello se consigue sin esfuerzo y quien confunda sencillez con simplicidad tiene un gran problema, derivado quizás de su falta de conocimientos de cómo escribir; algo, dicho sea de paso, imprescindible en historiografía.

         Para no alargar estas reflexiones previas, no se hará aquí referencia tópica a que este libro solo se entiende en el panorama de la Historia post-estructural y neohistoricista de retorno del sujeto, vuelta a la Historia política, énfasis en la narración, etc., que los que nos hemos ocupado de analizar el problema historiográfico de las trayectorias vitales conocemos de sobra. Por lo mismo, por ser una obviedad, no se incidirá en que este tipo de historiografía es a veces la única capaz de redimir a la Historia de convertirse únicamente en un saber de segunda fila entre las Ciencias Sociales -contemplado con superioridad apenas a las bibliotecas universitarias o como mucho a las librerías de la propias Universidades para difundirse en un círculo reducido de personas-. Por el contrario, en esta obra la Historia, como sucede inevitablemente en toda biografía histórica de calidad, se entiende como un saber que ocupa un lugar privilegiado entre las Humanidades. Y que se destina a un amplio conjunto de ciudadanos preocupados por conocer la sociedad en que viven, a partir de su memoria colectiva interrogada por la mirada de expertos. De modo significativo, esta biografía escrita por R. Miralles se aleja del tópico, tan manido en los últimos años, de que los libros de este tipo tienen que seguir velis nolis el ejemplo de Kershaw. Al contrario, en esta obra no se concede ni mucha ni poca importancia a los asuntos de la vida privada de Juan Negrín, bien conocidos en sus líneas generales por todos, que son aludidos de pasada, para descartar su relevancia. Yo creo que aquí R. Miralles ha hecho, para decirlo a la manera decimonónica, "de la necesidad virtud". El que aún no se hayan podido consultar determinados fondos personales del célebre político, no creo -ingenuamente acaso- que influya decisiva y sustancialmente en el estudio de lo que aquí se dice sobre su actividad pública durante la guerra civil. Mi experiencia en el estudio biográfico de políticos decimonónicos me dice que, tras ansiarlo largo tiempo, al encontrar, por fin, los papeles privados de tal o cual personaje, ello no explicaba radicalmente su actividad pública. Y menos aún su influencia en unos acontecimientos en que todo político es un actor -protagonista, si se quiere, pero actor sin más- de una obra coral cuyo libreto debe interpretar. Creo que, al contrario del caso anteriormente citado, Miralles sigue fielmente el aplaudido modelo de Kershaw en la importancia -siempre presente de forma más o menos discreta en el telón de fondo, y a veces, explícita en tal o cual capítulo- sobre la relevancia de los factores estructurales. No me refiero con ello al burdo determinismo que asocia, en una sola dirección falsamente monotemática, la supuesta influencia de aspectos económicos, sociales, etc. en la acción política individual. No, no es esa la aportación de R. Miralles, ni de lejos. Pero lo que queda claro en este trabajo de manera paladina es que ni Azaña, ni Prieto, ni Negrín... fueron decisivos en la derrota de la República. Al igual, que, por cierto, tampoco lo fue la supuesta maestría táctica del general Franco o su habilidad en la lucha por el poder. En un capítulo excelente R. Miralles recuerda -digo recuerda porque la gente de la época ya era consciente de ello- que la política de no-intervención fue decisiva, que el panorama de las relaciones internacionales europeas en los años 30 fue determinante, que poco podía hacer J. Negrín una vez consumado el pacto de Munich. Algún pedante dirá, de forma insulsa, que ello ya se sabía. Quizás se sabía entonces por muchos y se sabe aún hoy por algunos, pero como salen publicados tantos libros mejor o peor intencionados que niegan la evidencia histórica... se corre el peligro que la ciudadanía por un exceso de identificación empática con determinados personajes individuales o con explicaciones históricas puramente intencionales, olvide lo esencial.

         Al margen de lo anterior, habrá que resaltar que aquí hay una muestra ejemplar de una historiografía honesta. Esto, por cierto, no debería ser nada accesorio, bien que una sociedad neoliberal carente de valores pueda interpretarlo así, en palpable muestra de un relativismo moral, tan perjudicial como el fundamentalismo más atávico. R. Miralles evidencia su deuda intelectual con el rigor más característico del método critico -conocido desde Ranke, al menos, y practicado por todas las escuelas posteriores- de manera que, aun defendiendo sin tregua su tesis fundamental, no oculta los testimonios en contra y en absoluto pro domo suo a lo largo del libro. Ningún historiador ignora, y menos un investigador avezado como R. Miralles, que habría recursos para disimular esos testimonios, remitiéndolos a las notas, desautorizándolos, exponiéndolos de forma sesgada e hipercrítica... Sin embargo, no lo hace. La tesis de R. Miralles aseverando una y otra vez que Negrín era un burgués republicano, nada proclive a radicalismos marxistas, ajeno a la izquierda del PSOE... es difícilmente discutible. Su supuesta entrega a los objetivos del PCE (denunciada con denuedo, y, con más énfasis aún, a los del PCUS y a la política estalinista de entonces) parece responder a un objetivo de Negrín, no extraño en burgueses elitistas del momento, de buscar una República de orden, un ejército que fuera mínimamente operativo, una resistencia a ultranza frente al pesimismo irremediable de intelectuales y políticos muy lúcidos para realizar análisis complejos, pero que no precisamente eran los hombres más adecuados para ganar una guerra... Por el contrario, entenderlo todo, a la manera de Bolloten, como si algunos políticos españoles fueran sólo títeres y peleles de la larga mano de Josef Stalin... es tan burdo que ofende a la inteligencia. Nada más absurdo que la visión conspirativa de la Historia, y más aún cuando se toma ese tópico a ultranza, sin paliativos y sin matices. Por cierto, que en medio de la avalancha revisionista aneja al pensamiento único que gobierna nuestras vidas, y más aún desde hace pocos años, habrá que observar que cuando se observaba el estalinismo en 1938 no tiene nada que ver con la mirada post-1945, ni post-1968... ni menos aún, no hace falta decirlo, post-1990. Es inevitable el presentismo "croceano", pero, por favor, con medida; sin confundir una época con otra. Está claro que lo que pasó hace 70 años no pertenece a la época actual, pese a que en planes académicos pueda aparecer como historia del mundo actual o historia del tiempo presente en muestra de un flagrante anacronismo, salvando, eso sí, los inevitables paralelismos que existen entre periodos históricos y más cuando son relativamente cercanos. El peligro de todo ello es que los historiadores, al hilo de lo que comentaba al principio, demos en suponer que la gente de hoy, menor de 70 años, sepa inevitablemente quién fue Negrín. En el caso de que así fuera, la memoria colectiva sería claramente deficiente. Para el resto de la población española, se corre el peligro, exagerando el tono -pero no tanto, como sabemos los que tenemos alumnos de 20 años- que los políticos republicanos en la guerra civil sean vistos como un remoto pasado distante y en tono relativista. Dicho también de forma caricaturesca -todavía, pues quién sabe lo que pasará de aquí a unos años- cabe la posibilidad que esos personajes sean vistos como los beneméritos liberales españoles del periodo 1812-1833; inteligentes, pero ineficaces. Y, al contrario, que Franco y sus seguidores sean contemplados como una especie de Fernando VII y sus secuaces; más o menos perversos, pero sin relevancia para la actualidad. Hacen falta muchos libros como éste (o como el brillante de H. Graham, editado en 2002, que esperemos aparezca pronto en castellano) para evitar que los usos políticos de la Historia se hagan infames. En tal sentido, no estaría de más que el propio PSOE reconociera que en una historia tan larga como la suya hay un extenso patrimonio, complejo y contradictorio. Esto es, no sólo hay episodios supuestamente brillantes en la trayectoria socialista española, sino dificultades, crisis, traumas... de los que consiguió salir; al menos, hasta ahora. No hacerlo así sería intentar difundir de modo oscurantista una historia edulcorada, inevitable quizás en la transición, por motivos diversos, pero hoy, ciertamente, insostenible. Por cierto, en la historia del PSOE hay errores, algunos lamentables, hay torpezas, hay tragedias... pero no muestras de totalitarismo fascista. Con ello quiero decir que parafraseando a un conocido escritor británico poco amigo de Negrín, por supuesto, quizá todas las fuerzas políticas tienen pasados iguales, pero parece que unos más iguales que otros. Conviene recordarlo, sin acritud, en medio de revisionismos peligrosos; peligrosos porque no se refieren a cuestiones académicas de la Historia Antigua y Medieval sino a la historia contemporánea de los dos últimos siglos. Insisto, sólo en la medida que libros tan bien escritos como éste, tan bien informados como éste... y tan honrados como éste del profesor Ricardo Miralles, se distribuyan adecuadamente en las librerías de nuestro país para ser leídos por un público amplio, cumplirá su función social la Historia contemporaneísta en España.