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       | HISPANIA NOVA Revista de Historia Contemporánea 
    Fundada por Ángel Martínez de Velasco Farinós
  	 
ISSN: 1138-7319    DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998  | 
NÚMERO 4 (2004)
ARTÍCULOS
 
  
 
 AUTOR: Daniel YÉPEZ PIEDRA TÍTULO: LA VISIÓN DE LAS
            JUNTAS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN LAS FUENTES INGLESAS 
    
  
       
  
             
    
| RESUMEN: El siguiente artículo pretende presentar la visión inédita de la revolución española del 1808 que nos proporcionan las fuentes inglesas. El inicio de la Guerra de la Independencia coincidió con un enorme interés de la opinión pública británica por España, ese país desconocido en el continente que les ofrecía una oportunidad valiosa para continuar su particular lucha contra la Francia napoleónica. Los ingleses tuvieron que superar su temor a la revolución y relacionarse con un país que vivía las consecuencias de una situación de vacío de poder. Tuvieron que negociar con las Juntas y asistieron al proceso de creación de la Junta Central. Ellos mismos construyeron su imagen de estas nuevas instituciones a partir de las críticas que realizaron. Las principales se centraron en la falta de un gobierno central y de un comandante en jefe de todos los ejércitos españoles. Sus propuestas en torno a estos temas iban dirigidas a convertir España en un país más dócil respecto a sus intereses en la guerra, parecido al caso de Portugal. | 
| PALABRAS CLAVE: Historia de España, Guerra de la Independencia, Revolución, Juntas, Junta Central, Intervención británica. | 
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| ABSTRACT: The following article tries to present/ display the unpublished vision of the Spanish revolution of the year 1808 which English sources provide us. The beginning of the Peninsular War agreed with an enormous interest of the British public opinion by Spain, that unknown country that offered a valuable opportunity to them to continue its particular fight against Napoleonic France. The English people had to overcome their fear to revolution and they had to be related to a country, which lived the consequences of a situation of political power emptiness. They had to negotiate with the just arisen Juntas and attended the process of creation of the Junta Central. The English people constructed their image of theses new institutions from the critics that they made. The main ones were focused on the lack of a central government and a Commander-in-chief of all the Spanish armies. Their proposals about these themes went directed to turn Spain a more docile country with respect to their interests in the war, seemed to the case of Portugal. | 
| KEY WORDS: History of Spain, Peninsular War, Revolution, Juntas, Junta Central, British Intervention. | 

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 Daniel
        Yépez 
 1. Introducción. La Revolución de 1808 y las fuentes inglesas. El presente artículo pretende analizar la visión que se tuvo en el Reino Unido de la revolución española de 1808, coincidente con el alzamiento contra los franceses. Los ingleses se sintieron atraídos por la resistencia española ante la invasión francesa, aunque fueron conscientes que los hechos acaecidos en España eran favorables a sus intereses. A partir de las opiniones, descripciones y comentarios recogidos en toda una serie de fuentes heterogéneas, construiremos su imagen de las Juntas. Los ingleses se tuvieron que relacionar directamente con estas Juntas, locales y provinciales, y asistieron a la culminación del fenómeno con la constitución de la Junta Central en Septiembre del 1808. Analizaremos las principales críticas que se realizaron sobre las Juntas, centradas en su falta de cooperación entre las Juntas, primero, y con las tropas inglesas, después, y la necesidad de un organismo de gobierno central, y su ineficacia en el momento de gestionar el esfuerzo bélico. Finalmente, abordaremos las propuestas aparecidas en estas fuentes referentes, encaminadas a convertir España en un país más proclive a los intereses británicos, menos independiente en su actuación y más próximo a Portugal en su relación con el Reino Unido. La historiografía española ha tenido diversas interpretaciones de las Juntas. Se ha superado el debate entre el carácter rupturista, defendido por Miguel Artola en Los orígenes de la España Contemporánea, o continuista de estas instituciones, defendido por Ángel Martínez de Velasco, La Formación de la Junta Central. La historiografía actual tiende a señalar la ambigüedad de la revolución española que matiza la visión de las Juntas. Como señalan Jean René Aymes y Antoni Moliner, existe un importante consenso entorno a considerar las Juntas como poderes revolucionarios, soberanos y autónomos. Se desarrollaron en un momento de vacío de poder en el cual la autoridad volvió al pueblo. Pero rápidamente pasaron a ser controladas por los sectores privilegiados. [1] La historiografía española también ha hecho un acertado viraje en sus objetos de estudio, no dando prioridad absoluta a la Junta Central, sino estudiando también las Juntas locales y provinciales. La historiografía británica igual que la francesa, ha prestado poca atención hasta fechas muy recientes, al fenómeno juntero. Como señala Aymes, estamos frente a una historiografía más preocupada por la historia militar y por la alta política que por la lucha de poder a escala local.[2] Este hecho es una consecuencia de toda una tradición historiográfica, fundada en las obras de William F. P. Napier, Charles W. Vane, y Charles Oman. [3], que cita la formación de las Juntas locales, pero rápidamente pasa a analizar la Junta Central, dejando de lado los miembros de las Juntas locales, su evolución política o las relaciones difíciles con la Junta Central en un intento de mantener su carácter autónomo. Aunque en la actualidad ha aumentado el interés de esta historiografía por las Juntas, se les sigue otorgando un carácter secundario, como prueba la falta de un estudio específico sobre las mismas. Existe consenso al caracterizar las Juntas como gobiernos que aparecen en unos momentos extraordinarios de vacío de poder. Las apreciaciones distintas llegan con las valoraciones de la propia revolución. Michael Broers considera que las Juntas no pueden ser interpretadas como la expresión del proceso revolucionario, porque este no fue provocado por razones socioeconómicas. Rory Muir interpreta el alzamiento español como popular, conservador y local, y considera que cuando las autoridades se pusieron al frente del alzamiento, perdió todo su carácter revolucionario. Charles Esdaile plantea los hechos de Mayo del 1808 como una verdadera revolución, porque los españoles recuperaron la soberanía y la insurrección representaba la negación que los Borbones podían disponer del trono sin tener en consideración a los propios españoles. [4] Podemos concluir, y en palabras de P. Dwyer, que “Just as Anglo-Saxon historians have tended to neglect the Spanish provinces, so Spanish scholars have tended to neglect the British ones”. Este autor propone que ambas historiografías trabajen para subsanar este error y establecer puentes de diálogo y colaboración. Coincidiría con Alicia Laspra, quien señala la validez de la documentación depositada en archivos y bibliotecas británicas para compensar la falta de documentación en los archivos españoles. [5] Ambos autores apuestan por el estudio de las fuentes inglesas, un concepto bastante resbaladizo, que incluye toda una serie variada de fuentes documentales que cubren diferentes ámbitos temáticos y diversas visiones. En la imposibilidad de abordarlas todas he dado preferencia para realizar este artículo a las que se pueden considerar más importantes, sin que ello quiera decir que otras fuentes sean necesarias para estudiar la relación de la Guerra de la Independencia con el Reino Unido. Así, las memorias de los soldados, muy abundantes en esta guerra, son más útiles para el estudio de las condiciones de vida en el ejército británico o su relación tirante con la población española. [6] En
        concreto, la primera fuente utilizada son los registros parlamentarios
        de las dos cámaras de Westminster, recogidos en la colección Parliamentary
        Debates. No sólo están presentes los debates parlamentarios en
        ambas cámaras, muy vivos tras el fracaso de la campaña del Teniente
        General Sir John Moore; sino también toda la documentación oficial
        entre el gobierno y los agentes civiles y militares, el embajador británico
        en Madrid, John Hookham Frere y el propio Moore, que la oposición, tras
        atacar al gobierno por esta derrota, consiguió que se publicasen y se
        hiciesen públicos.  [7] En
        segundo lugar, utilizamos del relato de Charles Richard Vaughan sobre su
        estancia en España durante los primeros meses de la guerra que 
        publicó  en 1809.
        Este personaje, perteneciente a los círculos whigs foxitas, siempre
        estuvo atraído por España y tenía un amplio conocimiento del país.
        Fue enviado como secretario de la delegación británica ante la Junta
        Central, cuyo representante máximo fue Charles Stuart. Posteriormente,
        tuvo una relación constante con España, donde pasó otras estancias
        prolongadas, de las que escribiría sus respectivos diarios. Toda su
        documentación la legaría al  All
        Souls College de Oxford.  [8] La
        tercera fuente ejemplifica la relación directa entre el gobierno británico
        y una Junta, en este caso, la  asturiana, a través de sus agentes civiles y militares allí
        destinados. Se puede establecer un seguimiento de esta relación a
        partir de los repertorios documentales recopilados por Alicia Laspra en
        torno a este tema. Muestran las relaciones difíciles entre ambas
        instituciones en unos momentos de tensión provocados por la proximidad
        en el avance de las tropas francesas.  [9] Estas fuentes necesitan ser complementadas con otras fuentes secundarias para construir con todo detalle el discurso británico ante las Juntas, su imagen de ellas y sus críticas. Ayudarán a completar la visión de las Juntas al final del proceso, cuando la Junta Central se intentaba imponer sobre las Juntas provinciales y locales. Tampoco puedo olvidar el caso de José María Blanco White, clérigo sevillano, pero de familia irlandesa, que se exilió en Londres en 1810, y que se convirtió en uno de los nexos entre el mundo británico y el hispano. Este personaje mantuvo un rechazo frontal a las Juntas, en especial a la Junta Central, por acabar con el impulso renovador del momento en que aparecieron las Juntas. Su descalificación estuvo presente en su primera obra londinense. [10]   2.
        Las percepciones inglesas de la Revolución de 1808   Gran
        Bretaña había estado en guerra contra Francia desde 1793. Las
        hostilidades se interrumpieron tras la firma de la Paz de Amiens (1802)
        para reanudarse al año siguiente. A inicios de 1808, Gran Bretaña se
        encontraba sola en su lucha contra la Francia napoleónica, y sus
        aliados habían sido militarmente vencidos, imponiendo Francia sus
        condiciones. El último ejemplo sería Portugal, que había decidido no
        respetar el bloqueo continental decretado por Napoleón. El país luso
        estaba siendo ocupado por tropas francoespañolas tras firmar ambos países
        su ocupación y posterior reparto por el Tratado de Fontainebleau
        (1807). Gran Bretaña había limitado sus relaciones diplomáticas con
        España, aliado de Francia, y había seguido con detenimiento la entrada
        de tropas francesa en dirección a Portugal y los primeros recelos de la
        población española  La
        población británica  estaba
        soportando una guerra que duraba ya varios años, y no parecía que
        pudiesen ganar. El cansancio y  el
        agotamiento predominaban en los ánimos de la gente. Nadie esperaba que
        se produjese un cambio repentino en la guerra, que rompiese el control
        francés sobre el continente. Ni muchos menos se esperaba que éste se
        produjese en la Península Ibérica.  Cuando
        llegaron las primeras noticias del alzamiento español y de la
        resistencia frente a lo que era ya una invasión de los franceses,
        causaron un enorme impacto en la opinión pública británica. Hubo
        muestras evidentes de alegría y de apoyo entusiasta en banquetes y en
        la prensa. Muchos comenzaron a pensar que la Península Ibérica ofrecía
        una oportunidad que se tenía que aprovechar. Era un escenario
        privilegiado en una zona estratégica en el sur del continente que se
        podía convertir en un nuevo frente en su lucha contra los franceses. La
        prensa empezó a publicar artículos y editoriales en los que describían
        el alcance de la insurrección y urgían al gobierno británico a
        conceder la ayuda pedida por los españoles.  [11]  Los
        ingleses empezaron a tener sus propias percepciones de lo que estaba
        sucediendo en España. Estaban asistiendo a una revolución con formas
        diversas  en pleno estallido
        de su particular guerra contra los franceses, guerra vista desde el
        primer momento con carácter nacional. Los dos procesos iban unidos de
        forma indisoluble. Esta situación representaba un problema para los
        ingleses. Buena parte de la opinión pública británica tenía
        demasiado presente la Revolución Francesa y el temor revolucionario que
        había recorrido Inglaterra durante esos años. Temían cualquier cambio
        súbito, cuando su opción era la de un cambio gradualista. La excepción
        clara era el caso de los radicales, muy controlados en los años
        precedentes.  Vaughan
        expresó claramente este temor ante la revolución española al recelar
        de una movilización popular desmesurada. A lo largo de todo el relato,
        señaló los excesos revolucionarios que hubo entre Mayo y Junio del año
        1808, como el hostigamiento y asesinato de la colonia francesa de
        distintas poblaciones o de aquellos magistrados locales que no
        declararon la guerra contra los franceses. Vaughan 
        valoró estos hechos como puntuales. Los interpretó como
        consecuencia del sentimiento antifrancés que recorrió el país, o como
        la ejemplificación del carácter español.  [12] Pero, apoyaba 
        los posibles cambios políticos, sociales, o religiosos que se
        pudiesen iniciar con esta revolución, que acabasen con todos los abusos
        existentes en la sociedad española Este
        temor revolucionario fue superado por el apoyo entusiasta a lo que se
        denominó como “la causa española.” Su defensa tuvo valedores de
        diferentes sensibilidades políticas e ideológicas. Incluyó a tories,
        como el hispanófilo Robert Southey, a radicales, y a whigs. De estos últimos,
        merece una especial atención la figura de Lord Henry Richard Vassall
        Fox, tercer Lord  Holland.
        Se trataba del sobrino de Charles J. Fox, quien había muerto en 1807, y 
        de su heredero político al frente de la influyente corriente
        foxita. Lord Holland había estado ya dos veces en España y tenía vínculos
        muy íntimos con ese país. En 1808 se convirtió en la voz más
        reputada en los asuntos españoles, volviendo a visitar el país entre
        Octubre del 1808 y Agosto del 1809. Desde su posición privilegiada en
        la Cámara de los Lores presionó al gobierno para que se apoyase la
        causa española.  [13]  No
        fue el único foxita en presionar al gobierno, ya que Robert Sheridan,
        antiguo colaborador de Fox hizo público en la Cámara de los Comunes su
        apoyo a la causa española.  [14] Este apoyo decidido contrastó con la
        frialdad de otros parlamentarios respecto a la oportunidad española.
        Fueron recriminados especialmente por el diputado Francis Horner, que
        visitaría Andalucía en 1809. Estas recriminaciones reflejan que hubo
        actitudes reticentes a la causa española, incluso que preveían su
        rotundo fracaso. Ana Urgorri considera que los foxitas estaban demasiado
        influidos por la figura de Fox, admirador confeso de Napoleón, y que
        pensaban que la resistencia española era imposible de ayudar. La figura
        de Lord Holland por sí sola matiza tal afirmación.  [15]  La
        sensación generalizada favorable a la causa española y las
        posibilidades tácticas y estratégicas que podía ofrecer, hizo que el
        gobierno del Duque de Portland hiciese público su apoyo, convirtiendo
        España en aliado británico. Canning, secretario de Exteriores de ese
        gobierno, en su discurso a la Cámara de los Comunes del 15 de Junio
        expuso que  apoyarían “the
        noble struggle which a part of the Spanish nation is now making to
        resist the unexampled atrocity of France, and to preserve the
        independence of their country,”
        y le darían toda la ayuda posible que necesitase.  [16]   3.
         Los
        británicos frente a un nuevo órgano de poder en la España antinapoleónica   Los
        ingleses que llegaron a España a lo largo de 1808, tanto los agentes
        civiles y militares como las tropas de Sir John Moore, se encontraron
        con un país en el que se había producido una situación de vacío de
        poder. Los mejor informados sabían que las instituciones políticas y
        administrativas españolas previas al Dos de Mayo se habían quedado sin
        poder efectivo. También sabían que habían aparecido unos nuevos
        organismos que se habían autoafirmado como poseedores del poder político
        de forma provisional: las Juntas. Estos ingleses tendrían que
        relacionarse y negociar con estas Juntas, organismos que estaban
        canalizando el doble proceso bélico y político.  Estas
        personas que debieron relacionarse con estas Juntas, nos dejaron una
        profusa documentación a través de la cual se puede construir una
        imagen no demasiado positiva de estas instituciones. En sus comentarios
        y opiniones, tanto privados como los realizados en documentos oficiales,
        valoraron más sus defectos que sus posibles aciertos. Fue una tónica
        general que ha llegado hasta nuestros días al ser mantenida por la
        historiografía. Acusaron a los miembros de las Juntas de anteponer la
        reforma del país al esfuerzo bélico necesario para derrotar a los
        franceses. Estas visiones iban más allá al tener los ingleses sus
        propias propuestas con relación a las Juntas, propuestas que 
        giraron en torno a dos temas principales, la creación de un
        verdadero gobierno central, ya que rechazaban la Junta Central, y 
        la creación de un mando único de los ejércitos españoles.    3.1.
        Caracterización de las Juntas. Proceso de Creación y Tarea de
        Gobierno.   Los
        ingleses intentaron caracterizar todas las Juntas españolas como
        gobiernos provinciales, compuestos por demasiados miembros, muchos de
        ellos poco capacitados para las tareas de gobierno. Era una
        caracterización pobre, porque no reflejaba toda su diversidad. Los británicos
        tenían en mente, sobre todo, las Juntas provinciales, ya que serían
        las Juntas con las cuales tendrían una relación 
        directa. En una posición secundaria, quedaban las Juntas
        locales, que aparecían cuando estos personajes llegaban a una ciudad
        concreta, o las tropas británicas pedían la colaboración de las 
        ciudades del territorio por el que atravesaban. Esta situación
        se debió a una tendencia a generalizar y a dar más importancia a unas
        Juntas que cubrían un mayor ámbito geográfico, y que tenían una
        mayor capacidad de maniobra política. Vaughan nos expuso que “todas
        las ciudades gallegas crearon su Junta casi al mismo tiempo, pero la
        autoridad suprema las asumió la Junta establecida en la Coruña el 30
        de Mayo, constituida por un delegado de los regidors de cada gobierno
        municipal de las siete provincias de Galicia.” [17] El
        cónsul general de Asturias, John Hunter, quiso señalar la
        excepcionalidad del caso de la Junta de Asturias. Según él, la Junta
        no era “una asamblea formada a
        raíz de la revolución, como ha sucedido en casi todas las demás
        provincias, sino que es una asamblea,” reunida “siguiendo
        las constituciones del Principado.”
        [18] Como
        consecuencia de esta generalización, crearon la imagen de gobiernos
        desunidos y poco solidarios con las provincias vecinas. Su reclamación
        de un gobierno central entonces se convertía en más recurrente. Se
        encontraban frente a gobiernos provinciales o municipales con una
        actuación inicial, aunque válida, demasiado independiente, derivada de
        la situación de vacío de poder, poco considerada por estos
        observadores. Así, el general James Leith, agente militar británico en
        Asturias, expuso que “no hay una autoridad centralizada, cada junta es soberana e
        independiente de las demás y tampoco parece que estén inclinada a
        reconocer la autoridad del Consejo de Castilla.”[19] W. F. P.
        Napier recogió estas visiones, al describir cómo perdían el tiempo en
        “vain
        and frivolous disputes,” mientras
        “scarified the general welfare to the views of private advantage and
        interest.”
        
        [20]  Los
        ingleses también prestaron atención al personal político que las formó,
        comprobando que había una cierta continuidad entre las anteriores
        instituciones y las Juntas. Los momentos más revolucionarios habían
        dado paso a los momentos de control de las clases privilegiadas, dejando
        poco espacio a la participación de nuevos grupos sociales, como las
        clases urbanas burguesas. La
        Junta de Murcia, por
        ejemplo,
        “consisted of the bishop, an
        archdeacon, two procers, seven members of the old ayutamiento, two of
        the city's magistrates, five prominent members of the local aristocracy,
        including Carlos III's chief minister, the Conde of Floridablanca, and
        five serving or retired army or navy officers, all of them of high rank.”
        [21]
         Esta
        continuidad se comprueba también  si
        atendemos a los miembros de cada Junta o a los miembros escogidos por
        cada Junta para representarlas ante al Junta Central. Charles Vaughan,
        atravesando el Bierzo, adelantó al carruaje del “señor
        Valdés”, quien “había
        sido ministro de Marina durante el último gobierno e iba entonces de
        camino para la reunión de la Junta Central como diputado por León.”
        Su elección, sin embargo, fue rechazada por las autoridades municipales
        de las localidades, como Villafranca del Bierzo, que atravesó en su
        camino hacia Aranjuez, por su condición de castellano.
         [22]    3.2.
        Tarea de Gobierno: vida diaria y búsqueda de apoyos internos y externos   Al
        poco de tener contactos con la realidad de las Juntas, los observadores
        británicos percibieron que estas instituciones desarrollaban una amplia
        tarea de gobierno, al asumir las competencias de los viejos
        ayuntamientos y otras estructuras administrativas del Antiguo Régimen,
        que se vieron superadas por los acontecimientos. A su llegada a Galicia,
        Vaughan comprobó como la Junta de La Coruña había abolido ciertas
        cargas sobre la población. Como todas las Juntas, tenía que combinar
        la política cotidiana con el esfuerzo extraordinario que suponía
        afrontar una guerra. Las
        resistencias más duras con las que las Juntas se encontraron fueron las
        de  los capitanes generales,
        cuyo cargo fue casi el único que mantuvo poder más allá de Mayo y
        Junio del 1808. Vaughan asistió a la resolución de la crisis de la
        Junta de León con el capitán general Cuesta, quien había disuelto
        esta Junta y encarcelado en Tordesillas a los representantes elegidos
        por ella  para formar parte
        de la Junta Central, los diputados Antonio Valdés y el vizconde de
        Quintanilla. Este episodio representa además el debate
        sobre la sumisión del poder militar al civil, subyacente en toda
        esta discusión.  [23]  En
        esta situación tan complicada los miembros de las Juntas vieron como
        una necesidad el obtener apoyos internos y externos que diesen su beneplácito
        a las decisiones que estaban tomando y les ayudasen en su lucha contra
        los franceses. La búsqueda de apoyos internos era de máxima utilidad
        porque podrían dar la sensación de unidad de la sociedad española. La
        Junta local de La Coruña consiguió ser nombrada Junta Provincial de
        Galicia. Fue decisivo conseguir el apoyo del arzobispo de Santiago de
        Compostela. Accedió a que la Junta provincial residiese en La Coruña y
        a  que la Junta de su
        ciudad, sobre la cual ejercía una influencia directa, quedase bajo el
        control de la Junta Provincial de Galicia. Vaughan explicaba la toma de
        esta decisión porque el arzobispo intentaba ocultar así su elección
        por influencia de Godoy en un momento en el cual el sentimiento
        contrario a todo lo que había representado Godoy estaba en plena
        vigencia. Esta Junta provincial intentó consolidar
        sus apoyos políticos, sociales y eclesiásticos y establecer contactos
        con las otras Juntas provinciales, con las colonias y con las potencias
        extranjeras.  Pero,
        la unidad en torno a ellas de toda la sociedad parecía imposible.
        Contaron con el rechazo, puntual o constante, de buena parte de los
        militares de carrera, que intentaron controlar en varias ocasiones las
        Juntas, como sucedió en Asturias. El Marqués de la Romana no se sintió
        jamás cómodo con la Junta Suprema asturiana, y el 2 de Mayo del 1809
        dio un golpe de fuerza, deponiendo 
        la Junta y sustituyéndola por una nueva Junta de Armamento y
        Observación del Principado.  [24] También, las Juntas contaron con la
        indiferencia cuando no con la  oposición
        de parte de las antiguas clases privilegiadas. Rechazaban las decisiones
        que estaban tomando. Estas actitudes aumentaron cuando se creó la Junta
        Central y se comprobó que continuaba con las políticas iniciadas con
        las Juntas.  En
        el exterior buscaron contactar con el Reino Unido. Las Juntas de
        Asturias, Galicia y Sevilla enviaron representantes a Londres y
        demostraron que no estaban dispuestos a colaborar entre ellas, aunque
        los británicos presionaron para que esto sucediese. A falta de un
        organismo central, Canning tuvo que reconocer las Juntas como
        interlocutores válidos en las negociaciones que permitirían la
        intervención británica en España. La Junta asturiana envió como 
        representantes a Londres al joven Vizconde de Matarrosa, futuro
        Conde de Toreno, y Andrés Ángel de la Vega Infanzón.
         [25] Galicia
        envió como representante a Manuel F. Sangro. Las Juntas de Granada y de
        Sevilla utilizaron la cercanía de Gibraltar para contactar con el
        gobierno británico a través de su gobernador, Sir Hew Dalrymple. La
        Junta sevillana envió, además, a dos miembros de la alta jerarquía
        militar, el almirante Apodaca y el mariscal Adrián Jácome.
         [26] Comenzaba
        así una relación intensa entre las Juntas y el gobierno británico que
        enviaría agentes civiles y militares y tropas a la Península. Estos
        agentes enviaron informes constantemente a Londres y tuvieron una
        correspondencia amplia con toda una serie de personalidades destacadas,
        que conforman un cuerpo documental esencial para el estudio de la Guerra
        de la Independencia. Toda esta documentación está llena de críticas
        referentes a los miembros de las Juntas, a sus actividades y su poca
        capacidad de actuación y maniobra debido a su excesivo número.   La
        primera crítica concreta se refiere a su actuación desunida, que
        exacerbaba las diferencias existentes entre unas zonas y otras del país.
        Desde primer momento, los observadores británicos les acusaron de
        anteponer el interés de la junta en cuestión al interés general y
        sembrar la discordia entre las propias Juntas:
        “The Junta of one province would
        not assist another one with arms when there was a surplus, nor permit
        their troops to march against the enemy beyond the precincts of the
        particular province in which they were first organized”. La
        principal causa
        residía en el hecho que
        “the ruling power was in the hands of the provincial nobility and gentry,
        men of narrow contracted views, unused to business, proud, arrogant - as
        extreme ignorance suddenly clothed with authority will always be - and
        generally disposed to employ their newly acquired power in providing for
        their relations and dependents at the expense of the common cause, which
        with them was quite subordinated to the local interests of their own
        particular province.” [27] Relacionada
        con la desunión, encontramos la falta de colaboración entre las Juntas
        vecinas. Cada una de ellas había acumulado sus propios recursos, había
        creado sus propios ejércitos e impedía que los de una provincia
        pudiese actuar en otra. Vaughan expresa abiertamente esta crítica,
        porque llega a tener implicaciones personales. Le disgustó que las
        armas, municiones y cantidades de dinero donadas por el gobierno británico
        se quedasen en la costa y no penetrasen en el interior. Vaughan no toleró
        estos extremos, pero fue una situación muy común. En varias ocasiones,
        los envíos británicos para la Junta de León y los ejércitos de Blake
        se quedaban almacenados en el puerto de Gijón y eran aprovechados por
        esta provincia. Vaughan calificó esta política de “estrecha
        y egoísta” y se alegraba de que esta política “no
        estaba de acuerdo en manera alguna con los sentimientos del ejército ni
        del pueblo.” Sólo
        esperaba que un posible gobierno central acabase con estas actitudes.
        
        [28]  Más
        allá de estas críticas, Vaughan se lamentó de los recelos que se
        crearon entre provincias, que sólo hacían que reforzar las diferencias
        y romper los posibles puentes de unión entre Juntas. Diferencias que se
        trasladaban incluso al campo militar, ya que cada Junta tenía su ejército,
        y “cada provincia nombraba a su
        propio general y lo investía de un mando independiente.”
        [29]    3.3.
        Visión de la Junta Central y necesidad de un gobierno central   Una
        consecuencia de la situación de vacío de poder de Mayo y Junio del
        1808 fue la desaparición de cualquier forma de gobierno central, porque
        la Junta que había dejado Fernando VII antes de partir hacia a Bayona
        se quedó sin poder efectivo. Españoles y observadores británicos
        coincidieron en la necesidad de un gobierno central. Los últimos
        criticaron que los españoles se equivocaban en sus prioridades. Para
        el Mayor Cox, “instead of
        directing their efforts to the restoration of their legitimate sovereign
        and the established form of a national government, they are seeking the
        means of fixing the permanency of their own, and endeavouring to
        separate its interests from those of the other parts of Spain.” [30]
        El problema sería la forma de su constitución, aunque la unión de
        varias juntas provinciales suponía su primer paso. 
         Vaughan
        conoció el proceso de unión de las Juntas provinciales de Galicia,
        Asturias, Castilla y León, lleno de dificultades. Los ingleses
        favorecieron este proceso, asistiendo a sus reuniones Charles Stuart y
        Vaughan y los miembros de las respectivas Juntas lo veían como un paso
        previo para la constitución de una Junta Central con representantes de
        las otras Juntas provinciales. Finalmente, la reunión de Lugo sólo
        representó la unión de las Juntas de Castilla, León y Galicia, porque
        Asturias abandonó finalmente el proyecto. Los problemas los pusieron la
        lucha personal entre el capitán general Cuesta y el general Blake.
         [31]
         Por
        lo tanto, la voluntad de reinstaurar una autoridad central partía de
        las mismas Juntas. Vaughan  reflejó
        las opiniones que apoyaban a “un Consejo de Regencia, formado por el conde de Floridablanca, el duque
        del Infantado, los senors Saavedra y Jovellanos.”
        
        [32] Pero, la
        forma elegida fue finalmente una Junta Central, que “uniese y controlase las juntas provinciales,” reunida por primera
        vez en Aranjuez el 25 de Septiembre del 1808. Se había acordado que
        cada junta provincial enviase dos representantes para su constitución.
        Mr. Stuart y Vaughan asistieron a todo este proceso.  Su
        proceso de consolidación coincidió temporalmente con el aumento de los
        recelos españoles hacia su aliado británico. Quedó claro para las dos
        partes que su alianza temporal contra Francia iba a ser incómoda, y que
        iba a conllevar multitud de negociaciones y de cesiones por ambos lados.
        El gobierno británico había encontrado el interlocutor con el que 
        había exigido negociar. Le irritó que los españoles quisieran
        imponer su posición de fuerza, negándose por ejemplo, a inicios de
        1809, a permitir un desembarco de tropas británicas en Cádiz. 
         [33]  Los
        observadores ingleses se mostraron dudosos ante este esquema de gobierno
        central. Sin reconocer abiertamente sus éxitos, tuvieron que comprobar
        cómo la Junta Central conseguía controlar casi totalmente las Juntas
        provinciales mediante la reducción de sus atribuciones para acabar con
        los conflictos que las enfrontarían, así como la disensión con la
        Junta de Sevilla por el asunto de Castaños.  Las
        Juntas provinciales mostraron un creciente respeto hacia la Junta
        Central, que se comprueba en el momento de su marcha de Aranjuez hacia
        Sevilla. El
        embajador
        J. H. Frere
        expuso como
        “the Junta have been received with uniform respect by the people, and
        with great deference by the inferior Junta.” [34]
        El proceso final acabó con la conversión en Juntas Superiores
        Provinciales de Observación y Defensa como consecuencia de la aplicación
        del nuevo Reglamento sobre Juntas, aprobado el uno de Enero del 1809.     El
        secretario Vaughan mostró una actitud ambivalente hacia la Junta
        Central, al tener muchos elementos que dificultaban tener una opinión
        definida. Su punto de partida era la esperanza en un nuevo organismo
        cuyo principal objetivo era la reforma del país. Según Manuel Rodríguez
        Alonso, “Vaughan nos presenta a
        la Junta como órgano creado para coordinar los esfuerzos dispersos de
        las distintas juntas provinciales, mediante la formación de una
        autoridad política central y de un mando militar único y en ningún
        caso alude al papel que asumía la junta en el proceso de reformas que
        ya había comenzado las provinciales.” [35] Esta actitud
        posibilista se matizó posteriormente, decepcionado con la política
        llevada a cabo por esta institución.   Vaughan
        y otros observadores británicos, comprobaron que tanto las Juntas
        provinciales como la Junta Central contaron con un amplio apoyo popular.
        Sin embargo, también reflejó otras opiniones contrarias. Vaughan
        sospechó,  refiriéndose al Consejo de Castilla, que “hubo entre la nobleza quienes, antes de que se reuniese la Junta
        Central, deseaban que el poder descansase en este antiguo y legítimo
        organismo, en vez de en las asambleas populares, recientemente
        establecidas en las provincias, lo cual fue evidentemente el deseo también
        de los magistrados de toda España.” [36] Estas
        actitudes poco benévolas hacia las Juntas, y en especial, hacia la
        Junta Central, la expresaban los nobles de Valladolid con los que
        coincidió nuestro viajero y que apostaron abiertamente por una
        Regencia. Estos “esperaban con
        gran ansiedad la formación del gobierno central” y estaban “impacientes por que el poder asumido por las Juntas fuera anulado”.
        Si el poder se mantenía en sus manos, “parecía
        más probable que sirviese para promover que para controlar los recelos
        que existían entre las distintas provincias.” [37] Estas
        posturas se acabaron de materializar en la Andalucía de 1809. Blanca
        Krauel reflejó la desidia y apatía de la nobleza andaluza hacia la
        resistencia frente al invasor y la política de la Junta Central, en
        contraste con unas clases populares más voluntariosas en su empeño de
        oponerse a los franceses.   [38] Eran comportamientos parecidos a los
        detectados por Vaughan, pero referidos a la nobleza vallisoletana.  Estos
        observadores británicos también se hicieron eco de las críticas a la
        Junta Central, y no aceptaban la forma en que los españoles habían
        constituido su gobierno central. Su apoyo a la opción de la Regencia
        era evidente. Dalrymple
        veía
        necesario apoyar
        “ the Regency that must be
        established in the name of the Prince Regent.” [39]
        La crítica a la Junta Central fue abierta en 1809, porque la existencia
        de opiniones diferentes entre las Juntas provinciales y la Junta Central
        evidenciaba para los británicos que las primeras no habían renunciado
        a sus poderes y la segunda no se había acabado de imponer. Robert
        Semple, en su viaje por Andalucía en 1809, se quejaba de que “the
        provincial Juntas are almost universally regarded with distrust or
        contempt.”[40]
        Tanto este viajero británico como William Carr y el parlamentario
        tory William Jacob, que visitaron Andalucía en 1809, recogieron las críticas
        al gobierno provisional español y las hicieron suyas. Pensaban que su
        composición era demasiado amplia para asumir tareas ejecutivas y que se
        tenía que disolver para ser remplazada por una regencia personal o
        colectiva. Estos viajeros recogieron los rumores de un supuesto golpe de
        fuerza que acabase con las Juntas y que contaría con el apoyo decidido
        del nuevo embajador, Sir Richard Wellesley. Jacob fue quien recogió más
        insistentemente este rumor, aunque no acabó de dar crédito a esta
        participación porque el embajador representaba al gobierno británico y
        no se podía comprometer en este asunto.   [41]   El
        propio Jacob asistió a las reuniones de la Junta Central en Sevilla y
        no entendió el porqué la Junta Central tenía que consultarlo todo con
        las Juntas provinciales. Esto le parecía poco propio de un organismo
        ejecutivo. Jacob puso el ejemplo de la Junta de Valencia que se opuso a
        la convocatoria de Cortes, alegando que tenía ella misma facultades
        legislativas. Esta convocatoria, en Abril de 1809, fue recogida con gran
        alivio por Lord Holland, quien ya había vuelto a Inglaterra y 
        había aconsejado su reunión a la vieja usanza desde primer
        momento.   [42] El problema sería que su reunión final se dilataría
        hasta Septiembre de 1810, cuando el poder ejecutivo ya había recaído
        en una Regencia.    3.4 Las Juntas y su ineficaz gestión de la guerra. Ejércitos provinciales y necesidad de un mando único   La
        caída de las estructuras de gobierno provocó que las tropas españolas
        repartidas por el territorio español se quedasen sin un referente claro
        que les diese las órdenes a seguir y con sus tropas de elite, dirigidas
        por el marqués de la Romana, comprometidas por la alianza con Francia
        en Dinamarca. Las Juntas, igual que sucedió con los asuntos políticos
        y administrativos, decidieron organizar la resistencia militar en sus
        regiones. A estas Juntas “se les
        pidió que formasen un ejército a base de tropas regulares que había
        acuarteladas en su provincia; sin industrias que pudieran aprovisionar a
        los nuevos reclutamientos, sin armas y sin ropa, y en un territorio
        absolutamente incapaz de procurar subsistencia para una fuerza que había
        de ser considerable cuando se reuniera toda.”   [43] Se crearon ejércitos
        independientes, poco vinculados entre sí, y cada uno con su propio
        general y sujeto a una Junta provincial. Este estado de cosas no era el
        más adecuado para afrontar una guerra, según el punto de vista británico,
        y redundaría en una gestión ineficaz del esfuerzo militar. 
         Esta
        situación provocaría rivalidades internas entre ejércitos
        provinciales, y sus respectivos generales, muchos de ellos con fuertes
        personalidades. Los ingleses criticaron en diferentes ocasiones su
        indisciplina y falta de unidad y que las Juntas se hubiesen aprovechado
        de las unidades del ejército español que habían quedado en sus
        respectivos territorios y que eran utilizados para su defensa exclusiva.
         Los
        observadores británicos les aconsejaban que desarrollasen una
        estrategia militar que uniese a los diferentes ejércitos provinciales
        en un mismo empeño militar. Los generales españoles y las Juntas
        rechazaron las indicaciones británicas, intentando limitar la presión
        británica sobre ellos.  Estas
        críticas, sin embargo, estaban fundamentadas porque ni las Juntas podían
        acabar de ocultar sus dificultades en el terreno militar ni los
        observadores británicos dejaron de atender las señales que indicaban
        estas dificultades en la gestión del esfuerzo bélico. Las Juntas
        fracasaron en su intento de movilizar todos los recursos que exigían
        los ejércitos. Vaughan señaló como la Junta de Sevilla ya no pudo
        proveer de todo lo necesario al ejército del General Castaños ni pudo
        reclutar el número pedido de nuevos soldados para unir a las tropas
        regulares que ya formaban parte de los regimientos de este general, que
        a pesar de todo, venció en la batalla de Bailén.   [44] Hasta la
        definición de los tres o cuartos cuerpos del ejército español que
        operaron hasta casi el final de la guerra, parecía que fuese una
        excepción la actitud de la Junta de Valencia de enviar varios de sus
        regimientos para ayudar a los zaragozanos en su resistencia al sitio
        francés. Estas tropas se movieron después hacia la frontera con
        Navarra. Estos regimientos eran la prueba que demostraba que la
        colaboración entre Juntas daba resultados fructíferos.  Una
        de las principales críticas recibidas por los españoles fue su poca
        disponibilidad a colaborar sus tropas con las británicas. Esta situación
        se materializó durante la campaña de Moore, cuando la colaboración de
        la Romana con las tropas británicas fue nula. Ni se adaptó a los
        planes de ataque de Moore, ni siquiera le ayudó cuando se tuvo que
        retirar hacia Galicia. Esta crítica fue repetida en varias ocasiones en
        los posteriores debates parlamentarios por el fracaso que había
        supuesto esta campaña. En medio de la decepción que había supuesto
        esa campaña, llegaron a cuestionarse 
        el abandono de su intervención en la Península. 
         El
        principal problema en este asunto es que tanto los españoles como los
        británicos en el momento de planear la campaña de Moore pensaron en
        una actuación de las tropas británicas como tropas auxiliares de las
        españolas. Castlereagh le recordó claramente las órdenes con las
        cuales llegaba el teniente general Moore a España:  “In
        entering upon service in Spain, you will keep in mind that the British
        army is sent by his majesty as an auxiliary force to support the Spanish
        nation against the attempts of Buonaparte to effect their subjugation.
        You will use your utmost exertions to assist the Spanish armies in
        subduing or expelling the enemy from the Peninsula.” [45]
         Esta
        concepción partiría de un error en las informaciones con las que
        contaban  los británicos, o
        una errónea calibración, porque ellos conocían la división de las
        tropas españolas en varios cuerpos independientes y poco coordinados
        entre sí. Esto nos remitiría a uno de los principales problemas con
        los que contó esta campaña: la falta de toda una información completa
        con la que se pudiese planificar la campaña en mejores condiciones.  En
        los debates parlamentarios que sucedieron al fracaso de esta campaña,
        en especial la moción parlamentaria presentada por Ponsomby y en el
        debate en la Cámara de los Lores inaugurado con un largo discurso del líder
        de la oposición, Earl Grey, este tema apareció. Se vinculó con la
        falta de colaboración de las Juntas, y se acusó al gobierno de no
        conocer con exactitud los planteamientos estratégicos de estas Juntas.
        Así, el propio Grey expuso como las tropas de Sir David Baird llegaron
        a la Coruña sin tener una confirmación para su desembarco en ese
        puerto. La Junta de Galicia, con su decisión, retrasó los planes de
        este general de unirse a las tropas comandadas por Sir John Moore. 
         [46]  Los
        ingleses aprendieron rápidamente de sus errores. Sus agentes
        incrementaron su tarea informativa, lo que permitió al Secretario de
        Guerra preparar mejor las nuevas campañas. Sus tropas ya no irían como
        tropas auxiliares. En España se estaba dirimiendo el conflicto entre
        Napoleón y Gran Bretaña y la Península Ibérica era un escenario más.
        España no dejaba de ser un aliado incómodo, pero necesario. Las tropas
        españolas tendrían que actuar como auxiliares de las británicas,
        aunque reconocían su lucha por expulsar a los franceses de su país.
        Pero, esta posición teórica fue matizada en el terreno. En la campaña
        de 1809 Wellesley decidió negociar directamente con las Juntas locales
        de los territorios que atravesaba, como sucedió con la Junta de
        Plasencia.  Su
        última crítica era la falta de un mando único de los ejércitos españoles,
        que coordinase a los diferentes generales y ejércitos y que sirviese de
        interlocutor con los generales británicos. Estos vincularon
        directamente la falta de este cargo a la ausencia de un gobierno
        central. Vaughan esperaba que este nuevo gobierno resolviera “todas estas dificultades referentes a la equipación” y que se
        diese cuenta del prejuicio que causaba el “hecho
        de que los distintos generales tuviesen mandos distintos e
        independientes.” Confiaba que esta situación temporal “se
        remediaría inmediatamente, nombrando a un general en jefe.” 
         [47]  Sin
        embargo, la Junta Central no tomó una medida de este calibre. Grey,
        utilizando los informes que envió Lord William Bentinck al llegar a
        Madrid, reportó el “state
        of the army highly unfavourable,” caracterizado
        por su
        “total
        disorganization” y
        por
        su
        “inability to contend with the
        French.”
        Esta situación imposibilitó
        a la Junta Central “to confer
        the sole command on some one distinguished officer, and that they were
        not prepared for the reverses that they had met with.”[48]
         Aunque
        si en un principio los ingleses pensaron en Castaños como el idóneo
        para ocupar este cargo, rápidamente apostaron para que 
        este cargo recayese en un británico. Consideraban que la
        existencia de diferentes ejércitos españoles y su nula coordinación
        era la causa de su constante derrota. La opción más válida que
        contemplaban era la de Sir Arthur Wellesley, el duque de Wellington.
        Este militar británico sería nombrado finalmente en 1812 tras imponer
        sus condiciones a las Cortes de Cádiz, que implicaba un control
        absoluto sobre el gasto militar y la organización militar del país, y
        tras vencer las resistencias que procedieron de los generales españoles.
        
        [49]    4.
         Conclusiones   En
        pocos meses se había producido la transformación de la visión inicial
        de España, ese país prácticamente desconocido del cual 
        habían circulado durante esos meses por el Reino Unido unas
        concepciones más imaginarias que reales.  Los
        ingleses habían enviado tropas a la Península que habían ocupado
        Portugal, evacuado por los franceses tras la Convención de Cintra. Las
        tropas de Moore entraron en España por Salamanca, pero se encontraron
        con el duro invierno castellano y con el rechazo a colaborar de las
        Juntas y población española. Cuando llegaron las primeras noticias de
        la retirada de La Coruña (Enero 1809), incluida la muerte del teniente
        general Sir John Moore, la opinión pública británica sufrió un
        impacto que la sumió en un  profundo
        abatimiento.  El
        fracaso de la campaña de Sir John Moore evidenció que ignoraban
        ampliamente el terreno por el que se movieron. España era un país casi
        desconocido en Inglaterra, y aún se mantenían los tópicos de siglos
        anteriores. España había sido un destino secundario en el Grand Tour ilustrado y pocos de los viajeros ilustrados se habían
        aventurado por tierras españolas.  [50] Los militares, agentes y
        viajeros que estuvieron en el país pudieron palpar, vivir y observar
        una realidad que determinó el cambio de todas sus visiones y proporcionó
        nuevas y amplias visiones de ese país.  Los
        británicos de 1809 se sentían decepcionados y traicionados por sus
        aliados españoles. Había la sensación generalizada de que las
        esperanzas puestas en España se habían visto defraudadas. Los ingleses
        se sentían ampliamente decepcionados con lo que se habían encontrado
        en España. Moore
        escribía
        a Castlereagh, secretario de Guerra, las siguientes palabras:
        “The enthusiasm of which we
        heard so much, nowhere appears, whatever good-will there is (and I
        believe amongst the lower orders there is a great deal) is taken no
        advantage of”. [51]
        
         Todo
        el entusiasmo de Mayo y Junio de 1808 había desaparecido hasta el punto
        que la causa española estaba en su mínimo de popularidad. Empezaron a
        verterse acusaciones contra ellos por este fracaso, muchas de ellas se
        dirigieron a los generales españoles con los que lucharon y contra las
        Juntas que tuvieron que relacionarse. Sólo algunas personalidades
        claves, como los miembros del círculo de Lord Holland, aún creían
        fervorosamente en la causa española y miraban con benevolencia 
        sus actitudes, intentándolas explicar por el carácter
        extraordinario de los hechos que habían vivido. Este entusiasmo no fue
        compartido por los viajeros que en 1809 visitaron Andalucía, uno de los
        territorios no controlados por los franceses. Robert Semple y William
        Jacob fueron ampliamente críticos con la realidad española, dejándose
        influir por las opiniones mayoritarias en Gran Bretaña sobre España
        durante esos meses.    Los
        británicos, en especial su gobierno, nunca quisieron aceptar su
        responsabilidad en el fracaso de esta campaña y cultivaron aún más
        siquiera las acusaciones de falta de colaboración y de desunión de las
        Juntas. Esta responsabilidad sí que salió a relucir en los debates
        parlamentarios que siguieron a la campaña. La oposición exigió toda
        una investigación parlamentaria con detenimiento y consiguió que se
        publicase de forma oficial mucha de la documentación de aquellos
        momentos, tanto las cartas de Moore con Canning o Castlereagh como las
        de Moore, Stuart o Bentinck. En
        estos
        debates, el diputado Ponsomby expuso que el gobierno
        “ought to have waited to collect full information how far the spirit of
        liberty in the Spaniards went to the amelioration of their condition".
        Así
        se hubiera sabido "
        how far the national feeling and public spirit of that country were such
        as to justify them in hazarding a British military force in aid of its
        cause.”[52] El
        gobierno consiguió que estas mociones fuesen rechazadas por las cámaras,
        al contar con una mayoría de diputados que lo apoyaban. Esta moción,
        sin embargo, es importante por un último punto: se nos daba la primera
        visión histórica de los hechos acaecidos en 1808 en España. Ponsomby
        creyó necesario conocer las características de la insurrección española
        en el momento de valorar la actuación del gobierno británico:  “The
        popular rising was the simultaneous effort on the whole country. It was
        not one province calling upon another and procuring assistance and
        cooperation by degrees, but the whole country rising at the same time,
        to assert their rights and contend of its independence”. [53]
         Esta
        primera visión inglesa de la insurrección española se complementaba
        con la visión de Liverpool, en pleno debate con el lord whig Earl
        Grey: “Spain rose by separate
        provinces; the separate provinces had separate Juntas, separate armies
        and separate general.
        There
        no was no common centre of union.”
        
        [54]
         La
        oposición, asimismo, no se sintió totalmente derrotada porque toda la
        documentación publicada divulgó la actuación del gobierno, poco
        planificada y siempre superada por   las circunstancias. Reveló el conocimiento deficiente
        del país que tenía el gobierno porque tuvo que enviar inmediatamente
        agentes civiles y militares para colaborar con las distintas Juntas y
        conseguir la información necesaria para intervenir en España. Stuart y
        Vaughan ante la Junta Central, el embajador Frere en Madrid, John Kelly
        y el teniente coronel Thomas R. Dyer en Asturias, el capitán Samuel
        Whittingham o Thomas Curtwright en Sevilla y Cádiz respectivamente, son
        algunos de los ejemplos del personal británico enviado por el gobierno
        británico a España para estos fines.   [55] En pocos meses no se pudo
        recabar la información exigida para planificar y asegurar el éxito de
        la campaña que se estaba empezando a gestar. Suplieron su falta de
        información con visiones tópicas y rumores sin confirmar que llegaban
        a las sedes ministeriales. En resumen, esta improvisación del gobierno
        fue un resultado del entusiasmo que hubo en Gran Bretaña por la
        oportunidad que les ofrecía España. El
        desengaño y la decepción ante lo que se encontraron en España fueron
        sentimientos muy extendidos entre la sociedad británica en 1809. La
        España con la que se encontraron no correspondía con la imagen tópica
        que se había vendido en Inglaterra. No
        era “the romantic land of sun
        and orange groves which they had pictured”,
        sino
        que se encontraron
        con “the cold and rain of winter on the meseta”. [56] W.
        Surtees reflejó estas reacciones tras abandonar el país durante la
        retirada precipitada por los puertos gallegos. Se sentía profundamente
        desengañado y aliviado por marcharse de ese país, todo mezclado con la
        añoranza de volver a su patria:   “…
        to transport us to our native land, a place we sorely longed for, as we
        had often contrasted the happiness and security and comfort of our
        friends at home, with the poverty and misery we had lately witnessed in
        the country we were leaving; and this no doubt increased our anxiety for
        the change.”  [57]
         Estos
        sentimientos les hicieron reaccionar de forma negativa hacia una España,
        que si bien había dado muestras de la alegría popular ante la
        presencia británica, también  había
        dado muestras de reticencia por parte de sus autoridades. Lo que más
        disculparon fue que en varias ocasiones, la población española se
        negase a colaborar activamente en el sustento de las tropas británicas.
        Reconocían las dificultades que para las economías de subsistencia de
        muchos de estos pueblos suponía el paso de unas tropas militares,
        necesitadas de vivir sobre el terreno. Se añadía el factor de ser unas
        tropas extranjeras.     Estas
        sensaciones se reflejaron en las fuentes y contribuyeron a la construcción
        de una imagen no demasiado positiva de España en el colectivo británico.
        Esta imagen fue especialmente negativa en lo respectivo a las Juntas,
        instituciones aparecidas y desarrolladas en un momento de vacío de
        poder. Se tuvieron que enfrentar a las consecuencias de un movimiento
        espontáneo y coincidente en todo el país, y en el que la temida
        movilización popular tuvo un papel destacado. Este temor sería una de
        sus contradicciones principales. Las Juntas sirvieron para controlar los
        movimientos revolucionarios y acabar con cualquier tipo de veleidad
        tumultuosa. El poder recayó en las clases que tradicionalmente lo habían
        ocupado. Sin embargo, contrastaban la apatía y desmoralización de las
        clases altas con el entusiasmo de las clases populares.  Las
        fuentes inglesas de la guerra no proporcionaron una mirada demasiado
        positiva ni de las Juntas ni de los jefes militares españoles, imagen
        que ha perdurado a través de la historiografía. Ambas instancias iban
        íntimamente ligadas. Cuando la Junta Central se reunió no entendían
        por que habían adoptado el mantenimiento de los ejércitos separados. Lord.
        W. Bentinck, otro
        de los enlaces británicos con la Junta Central, describía esta situación:
        “The Spanish governments have
        come to the strange resolution of making the command separate and
        independent of each other.” [58]
        Estas visiones en agudizan con los viajes de 1809 donde tomaron
        conciencia plenamente de la incapacidad militar española y de la
        corrupción administrativa estimulada por la Junta Suprema. Blanca
        Krauel reflejó estas críticas y los elogios de estos viajeros hacia
        los sectores populares.   [59]  Los
        observadores británicos no sólo criticaron sino que hicieron sus
        propuestas de cambio, que vincularon íntimamente. Políticamente, 
        proponían la instalación de una Regencia. Esperaban que la
        pudiesen controlar, directa o indirectamente, como sucedía en Portugal.
        Buscaban una forma de gobierno central  sólido para España, aunque sabían que sería más difícil
        ejercer un control político importante sobre su aliado.   
        Militarmente, proponían poner al frente de los ejércitos españoles
        un comandante único, que estuviera próximo a las posiciones británicas.
        Cuando esto no fue posible, optaron por exigir que un general inglés,
        en este caso el duque de Wellington, recibiese el mando de todos los ejércitos
        españoles.    NOTAS[1]
        Sobre
        la historiografía española me remito principalmente a M. ARTOLA,
        Los orígenes de la España Contemporánea, Madrid, Instituto de
        Estudios Políticos, 1959; A.
        MARTINEZ
        DE VELASCO, La Formación de la Junta Central, Pamplona, Eunsa,
        1972; J-R. AYMES, “Las
        nuevas autoridades: Las Juntas. Orientaciones historiográficas y datos
        recientes,” L. M. ENCISO (ed.), Actas del Congreso Internacional El Dos
        de Mayo y sus precedentes, Madrid, (1992), pp. 567-586; A. MOLINER, Revolución
        Burguesa y movimiento juntero en España, Lleida, Milenio, 1997.  [2]
         J-R. AYMES, op. cit., p. 569.  [3]
        
        W. F. P. NAPIER, History of the War in the Peninsula and in the South
        of France, 1807-1814, Londres, 1828-1840; Ch. W. VANE (Marqués
        de Londonderry), Narrative of the Peninsular War from 1808 to 1813,
        Londres, 1828; Ch. OMAN; A History of the Peninsula War, Londres,
        1902-14. [4]
         M. BROERS, Europe Under Napoleon, Londres, Arnold, 1996, pp.
        154-155;  R. MUIR, Britain
        and the defeat of Napoleon, 1807-1815, New Haven and London,
        Yale University Press, 1996, pp. 34-35; 
        Ch. ESDAILE, The Wars of Napoleon, London, 
        Modern Wars in Prespective, Longman, 1995, p. 218. [5]
        
        P. DWYER, “New Avenues for Research in Napoleonic Europe”
        en European History Quarterly, Vol. 33(1), (2003), pp. 117-119;
        Alicia LASPRA, “Fuentes Documentales para el Estudio de la Guerra de la Independencia en
        el Public Record Office y otros archivos británicos,”
        en Actas del Congreso Internacional Fuentes Documentales para el
        Estudio de la Guerra de la Independencia, organizado por la AEGI
        Pamplona 1-3 Febrero 2001, Pamplona, Ediciones Eunate, (2002), pp.
        265- 297.  [6]
        
        Existe una multitud de memorias, diarios o relatos personales de
        soldados británicos que lucharon en la Peninsular War, muchas de
        ellas aún inéditas, o poco conocidas más allá de su primera
        publicación. Algunas de ellas cubren un mayor espacio temporal como es
        el caso de W. SURTEES, Twenty-Five Years in the Rifle Brigade
        (1833). Entre las memorias de la Peninsular War estricta, y sólo
        por citar algunos ejemplos, destacan los casos de P.W. BRUCKMAN, Narrative
        of Adventures in the Peninsula (1825), K. S. F. COSTELLO, Adventures
        of a Soldier (1841); J. KINCAID, Adventures in the Rifle Brigade
        (1830);  J. LEACH, Rough
        Sketches of the Life of an Old Soldier (1831); etc.  
         [7]
        Cobbett's Parliamentary Debates, Vol. XI-XIV
        (1808-1809), Londres,  Klaus
        Reprint, (1870). [8]
         El relato del 1808 está publicado en castellano: Ch. R. VAUGHAN, Viaje
        por España 1808. Traducción y Estudio de M. Rodríguez Alonso,
        Cantoblanco (Madrid), Col de Bolsillo, Nº5, Ediciones de la Universidad
        Autónoma de Madrid, 1987. Sobre su documentación en Oxford, véase P.
        de AZCARATE, “Memoria
        sobre los Vaughan Papers”,
        BRAH, NºCXLI, (1957), pp. 721-744, y “Catálogo
        de los Vaughan Papers de la Biblioteca de “All Souls College”, de
        Oxford relativos a España”,
        BRAH, Nº CXLIX,  (1961),
        pp. 62-122.  [9]
        
        A. LASPRA,
        Intervencionismo y Revolución. Asturias y Gran Bretaña durante la
        Guerra de Independencia (1808-1813), Oviedo, Real Instituto de
        Estudios Asturianos-CSIC, 1992; y  Las
        Relaciones entre la Junta General del Principado de Asturias y el Reino
        Unido en la Guerra de Independencia. Repertorio Documental, Oviedo,  Junta General del Principado de Asturias, 1999. 
         [10]
         M. MORENO ALONSO, Blanco White: la obsesión de España, Sevilla,
        Ed. Alfar, 1998, pp. 159-198. Las
        descalificaciones más directas contra las Juntas las realiza en “Reflexiones
        generales sobre la revolución en España”, aparecido en el primer
        número de El Español, (30 Abril 1810). [11]
         A. LASPRA, Las
        Relaciones entre la Junta General del Principado de Asturias y el Reino
        Unido en la Guerra de Independencia. Repertorio Documental,
        Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, nºs 13 y 16, pp.
        36-38 y 40-41 respectivamente,
        1999. Corresponden
        a los editoriales publicados en The Times el 9 de Junio y 10 de
        Junio de 1808. Coinciden con la llegada de los emisarios de la Junta de
        Asturias a Londres en busca de auxilio para su resistencia contra los
        franceses.   [12]
        Ch. R. VAUGHAN, op. cit., pp
        146-148. Aunque
        no los presencia directamente,  Vaughan
        da validez a sus fuentes que le explican esos hechos.  [13]
         M. MORENO
        ALONSO,  La forja del
        liberalismo en España. Los amigos españoles de Lord Holland
        (1793-1840), Madrid, Publicaciones del Congreso de Diputados, Serie
        IV, Monografías, nº27, 1997, pp. 99-128. Lord Holland se convirtió así
        en el principal valedor de la reforma liberal y del proceso
        constitucional en España en el Reino Unido en las décadas posteriores.
        El diario de este tercer viaje lo escribió su mujer, Lady Elizabeth
        HOLLAND, aunque no se publicó hasta 1910 con el título de The
        Spanish Journal of Elizabeth Lady Holland. [14]
        “Debates in the House of Commons
        on the Affairs of Spain, 15 June 1808”, en Cobbett's
        Parliamentary Debates, vol. XI,
        pp. 886-898. [15]
        
        A. URGORRI (ed). en J. C. MOORE, Relato de la Campaña del Ejército
        Británico en España al mando de su Excelencia Sir John Moore, La
        Coruña,  Publicaciones de la Excma Diputación Provincial de La Coruña,
        1987, pp. 43-44. [16]
        
        “Canning's speech in the
        House of Commons, 15 June 1808, on the Spanish rising”, en English Historical Documents, Londres, Vol.XI, 1971,
        p. 911.  [17]
        
        Charles R. VAUGHAN,
        op. cit., pp. 74-75. [18]
        “Hunter
        to Canning, Gijón, 22 Agosto 1808”, en
        A. LASPRA, Las Relaciones entre la Junta General del Principado de
        Asturias…, 1999, Nº 239, pp. 258-260. [19]
        “Despacho del general James Leith a Castlereagh. Informe detallado acerca
        del Principado, Gijón, 13 de Septiembre 1808”, en 
        ibídem, Nº 317, p.
        356. [20]
        
        W. F. P.  NAPIER,
        History of the War in the Peninsula and in the South of France,
        1807-1814, Vol I, p. 296. [21]
        Ch. ESADAILE, The Peninsular War. A New History, London, Penguin
        Books, 2002, pp. 53-54. Esdaile
        utiliza la Junta de Murcia como ejemplo. Se trataba de un caso conocido
        por la presencia del conde de Floridablanca, pero su composición social
        coincidía con la composición de otras Juntas locales.  [22]
        Charles
        VAUGHAN, op cit, p. 113. Este
        diputado fue luego uno de los diputados detenidos en Tordesillas por el
        capitán general de la Cuesta. [23]
        Charles
        VAUGHAN; op. cit, pp. 155-157. [24]
        
        Alicia LASPRA; Intervencionismo y Revolución..., pp. 248-252. El
        caso asturiano también se puede seguir a través del libro de F.
        CARANTOÑA, La Guerra de la Independencia en Asturias, Madrid,
        Biblioteca Julio Somoza, Temas de Investigación Asturiana, 1984.  [25]
        El
        caso asturiano se puede seguir en los dos ya citados libros de A. Laspra.
         [26]
        El
        caso sevillano se puede estudiar a través de M. MORENO ALONSO, La
        Junta Suprema de Sevilla, Sevilla, Col El Mapa y el Calendario, Nº
        16, Eds. Alfar, 2001. El caso de la junta sevillana merece ser señalado,
        porque quiso ser reconocida como “Junta Suprema de España,” aunque
        no lo consiguió.   [27]
        W.
        F. P. NAPIER, op. cit, vol I,
        Cap II pp. 294-295.   [28]
        Ch. R.  VAUGHAN; op. cit, p. 154. [29]
        Ch. R. VAUGHAN, op. cit, p.
        81. [30]
        “Mayor Cox to sir Hew
        Dalrymple, Seville, Sept. 10”,
        en W. F. P. NAPIER, op. cit., vol
        I, p. 604. [31]
        
        Las relaciones entre Juntas y militares y el caso del capitán general
        Cuesta y el proceso de unión de las Juntas septentrionales se expone en
        F. CARANTOÑA, “Poder e ideología en la
        Guerra de Independencia”,
        Ayer, nº 45,
        (2002), pp. 293-300.  [32]
        Ch. R. VAUGHAN, op. cit, p.
        103. El
        duque del Infantado, a pesar de su popularidad, le generaba una cierta
        desconfianza a Vaughan. [33]
        
        Sobre esta alianza incómoda, se puede profundizar en Ch. ESDAILE,
        The Duke of Wellington and the Command of the Spanish Army, 1812-14,
        Londres, McMillan Press, 1990. De
        forma más resumido, me remito al mismo autor, “Relaciones
        Hispano-Británicas en la Guerra de la Independencia”,
        en La Guerra de Independencia (1808-1814). Perspectivas desde Europa.
        Actas de las Terceras Jornadas sobre la Batalla de Bailén y la España
        contemporánea. Jaén, Col. Martínez de Mazas, Serie Estudios,
        Universidad de Jaén, 2002.  [34]
        
        “Extract of a Letter from the
        right honorable J. H. Frere to the lieutenant general Sir John Moore;
        dated Merida, 14th December 1808” en Cobbett's Parliamentary
        Debates, vol.XIV, p. 14.   [35]
         M. Rodríguez
        Alonso; “Introducción”,
        en Ch. R. VAUGHAN, Viaje por España 1808, (1987), p. 53.  [36]
        Ch. R.  VAUGHAN, op. cit, p. 143.  [37]
        ibídem,  p.
        123. [38]  B. KRAUEL HEREDIA, “El
        último refugio de las libertades españolas. Testimonios ingleses sobre
        Andalucía en 1809” en Archivo Hispalenses, nº222,
        (1990), pp. 113-116.     [39]
        
        “Extract of a Letter from
        lieutenant general sir Hew Dalrymple to lord Viscount Castlereagh, dated,
        16th September 1808”, en Cobbett's Parliamentary Debates,
        vol XIII, Página CCCXLII.  [40]
        
        B. KRAUEL HEREDIA, op. cit.,
        p. 109.   [41]
        
        ibídem, 
        pp. 108-112 y 121-123.  [42]
        
        M. MORENO
        ALONSO, La forja del liberalismo en España..., caps V y
        siguientes. Este lord inglés tuvo un conocimiento directo de los
        preparativos de las reuniones de las Cortes y el debate que generó en
        torno a este tema. [43]
        Ch. R. VAUGHAN, op. cit, p.
        83.  [44]
        Ch. R. VAUGHAN, op. cit, pp.
        78-79. Vaughan 
        recrimina a Castaños que su victoria no fuese seguida de la
        rendición incondicional de los franceses. Esta victoria crearía un
        triunfalismo entre los españoles, percibido perjudicial 
        por Vaughan.  [45]
        
        “Copy of a Letter from Viscount
        Castlereagh to lieutenant-general sir John Moore, 14 November 1808”
        en Cobbett's Parliamentary Debates, vol. XIII, pp. CCCXII-CCCXIV. [46]
        Este
        largo debate, con la intervención de Grey y sus posteriores réplicas y
        contrarréplicas está relatado en “Campaign
        in Spain and Portugal, House of Lords, Friday, 21 April 1809” en Cobbett's
        Parliamentary Debates, vol. XIV,
        pp. 121-173.  [47]
        Ch. R. VAUGHAN, op. cit, p.
        153. Vaughan
        y los otros observadores británicos no prestaron atención al
        importante intento de la Junta Central de formar una Junta Central
        Militar que asumiese el control de los ejércitos españoles. La
        principal razón es que fue un intento baldío, ya que como tal sólo se
        reunió una vez, el 30 de Septiembre de 1808 en Aranjuez, tratando
        ampliamente los aspectos organizativos del ejército. Formaron parte
        personalidades enfrentadas entre sí como el marqué de Castelar, el
        conde de Montijo y Gabriel Ciscar. Ésta ultima persona fue la única
        que se dedicó de lleno a estos aspectos, llegándose a convertir en el
        único miembro activo tras acompañar a la Junta Central en su traslado
        a Sevilla. Nombrado gobernador de Cartagena en Marzo de 1809, desaparece
        el rastro de la Junta Militar. Para más información sobre la Junta
        Central Militar, me remito a Emilio LA PARRA, “La Central y la formación
        de un nuevo ejército. La Junta Central Militar 
        (1808-1809)” en P. FERNÁNDEZ ALBALADEJO y M. ORTEGA LOPEZ (ed.), 
        Antiguo Régimen y liberalismo. Homenaje a Miguel Artola,
        vol.3 (Política y Cultura), Madrid, Alianza Editorial- Ediciones de la
        Universidad Autónoma de Madrid, 1995, pp. 275-284.  [48]
        
        Palabras de Grey extraídas de “Campaign
        in Spain and Portugal, House of Lords, Friday, 21 April 1809” en Cobbett's
        Parliamentary Debates, vol. XIV,
        p. 125.  [49]
        Para
        entender el proceso por el cual el Duque de Wellington se convirtió en
        generalísimo de los ejércitos españoles, me remito a Ch. ESDAILE,
        The Duke of Wellington and the Command of the Spanish Army, 1812-14,
        Londres,  McMillan Press,
        1990.  [50]
         Edward
        CLARKE, Letters
        concerning the Spanish Nation (1763), Willem von Humboltd, Diario de
        Viaje de España, 1799-1800, (1801), Henry SWINBURNE, Travels
        through Spain (1779), Joseph TOWNSEND, Journey through Spain in
        the Years 1786 and 1787 (1791), 
        Richard TWISS, Viaje por España en 1773 (1775). Destacan
        también los casos de un joven Robert SOUTHEY que en plena etapa
        formativa visitó España y publicó Letters written during a Short
        Residence in Spain and Portugal (1797); y el caso de Robert SEMPLE,
        que publicó en 1807 Observations on a Journey Through Spain y en
        1809 su Second Journey, coincidiendo cada libro con sus visitas
        al país. [51]
        “Extract of a letter from
        lieutenant general Sir John Moore to viscount Castlereagh, dated
        Salamanca 24th November 1808,” en Cobbett's Parliamentary
        Debates, Vol XIII, Appendix VII (Papers relating to the war in Spain
        and Portugal and ordered to be printed in March 1809), pp.
        CCCLXVI-CCCLXVIII.  [52]
        
        “Mr Ponsomby on Campaign in
        Spain, House of Commons, Friday, February, 24” en Cobbett's
        Parliamentary Debates, vol. XII,
        Página 1077.  [53]
        ídem,
        Página 1078. [54]
        
        “Campaign in Spain and Portugal,
        House of Lords, Friday, April 21” en Cobbett's Parliamentary
        Debates, vol. XIV,
        Página 152. [55]
        Para
        ejemplificar esta recogida de información previa a la entrada de tropas
        británicas en España, me remito a la carta que envía Lord Castlereagh
        al general Decken, otro de los comisionados militares británicos en
        Asturias, del 4 de Agosto del 1808. En esta carta le pide información
        cabal sobre el territorio asturiano, especialmente, en el ámbito
        militar. Esta carta es recogida por A. LASPRA, Las Relaciones entre
        la Junta General del Principado de Asturias…, 
        1999, nº 171, pp. 190-194. [56]
        Ch. ESDAILE, The Duke of Wellington…, p. 5.  [57]
        
        William SURTEES, Twenty-Five Years in the Rifle Brigade,
        Mechanicsburg, Pennsylvania, Napoleonic Library, Greehill Books, 1996, 
        p.95. El
        original es de 1833. Surtees formó parte en esta campaña de los
        regimientos al mando del General Robert Craufurd, que embarcaron hacia
        Inglaterra por el puerto de Vigo el 1 de Febrero del 1809, no por el de
        La Coruña, donde lo hicieron las tropas de Moore. [58]
        
        “Bentinck to Burrard, 2 October
        1808,” citado en Ch. ESDAILE, The Duke of Wellington, p.
        29.  [59]
        
        B. KRAUEL HEREDIA, op. cit.,  pp.
        106-112.  
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