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HISPANIA NOVA Revista de Historia Contemporánea Fundada por Ángel Martínez de Velasco
Farinós
ISSN:
1138-7319 DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998
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NÚMERO 4
(2004)
ARTÍCULOS
AUTOR: Michael SCHINASI TÍTULO: EL CANTO DEL CISNE QUE NUNCA FUE: JUAN DE GRIMALDI,
UNA NOTA
BIOGRÁFICA
RESUMEN: Este artículo contribuye a la biografía de Juan de Grimaldi, una de las figuras más significativas en la vida cultural española del período romántico. Director de escena, empresario, y amigo y consejero de la primera generación de jóvenes románticos, su trabajo en Madrid ayudó a crear las circunstancias bajo las cuales la vida cultural española sufrió un cambio profundo. Su llegada a Madrid se produjo con las tropas francesas en 1823, y permaneció hasta finales de la década de 1830. Su éxito en la capital dependió de su talento natural, su buen sentido empresarial y político y su intuición de los deseos y las necesidades del público teatral español. A pesar de su regreso definitivo a Francia, sus contactos con sus amigos españoles fueron permanentes; los historiadores de la cultura española, a falta de otra información, suponen que después de 1850 se dedicó en exclusiva a sus intereses políticos y empresariales. En este artículo se pone de manifiesto que hasta 1865 no cejó en sus tentativas de influir en la vida teatral española, y para ello pensó en participar en el estreno de La muerte de César, un intento de resucitar la tragedia neoclásica. Con ella, su autor esperaba obrar un cambio profundo en la escena española, aunque es probable que Grimaldi, por su extraordinario conocimiento de las condiciones sociales y políticas de la España de la década de 1860, decidiera reconsiderar el proyecto y finalmente, apartarse de él. |
PALABRAS CLAVE: Grimaldi, Ventura de la Vega, romanticismo, romántico, teatro español, escena española, política y teatro. |
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ABSTRACT: This article contributes to the biography of Juan de Grimaldi, one of the most significant figures in Spanish cultural life of the Romantic period. He was a stage director, impresario, friend and adviser to the first generation of young romanticists and his work in Madrid helped to create the circumstances under which Spanish cultural life would experience a pround change. He came to Madrid with the French troops in 1823 and remained until the late 1830s; his success depended largely on his talent, his business and political sense and his excellent intuition of the needs and desires of the Spanish theater going public. While we know that after moving back to France Grimaldi maintained his contacts in Madrid and often returned for brief visits, theater historians, lacking additional information, must assume that after 1850 he turned his attention exclusively to other business and political interests. In this article we suggest that as late as 1865 he still wished to influence the direction of Spanish culutral life and attempt to revive noeclassic tragedy, which the author hoped would have a lasting effect on the Spanish stage. It is likely taht Grimaldi's excellent understanding of Spanish social and political conditions made him reconsider his participation in the project. |
KEY WORDS: Grimaldi, Ventura de la Vega, romanticism, romantic, Spanish theater, Spanish stage, political and theater. |
El canto del cisne que nunca fue: Juan de Grimaldi, una nota biográfica Michael Schinasi (*) A la memoria de Ángel Martínez de Velasco Farinós
En
el último tercio del siglo XIX la generación de escritores dramáticos que
incluía a Bretón de los Herreros, Hartzenbusch, García Gutiérrez, Ventura
de la Vega y Rodríguez Rubí tocaba a su fin por causas puramente
naturales. Envejecidos, fallecidos, o simplemente retirados de la vida
artística, apenas producían obras destacables. En las últimas décadas del
siglo, fue cada vez más común oír decir que con su pérdida, acababa el
renacimiento del teatro español que tuvo su origen a principios del siglo.
Nada más lejos de la realidad, porque todavía queda mucho para discutir
sobre el valor e importancia de las artes escénicas durante este periodo
de la vida cultural de la nación, que puede llamarse provisionalmente, con
referencia a la extraordinaria producción teatral de la primera mitad del
siglo, pos-boom.
Pero ya se consideraba en la década de los 60, 70 y 80 del XIX que el
momento más fértil de la vida teatral había pasado.
Además de los escritores dramáticos, los colaboradores en la
renovación teatral de la primera parte de la centuria fueron actores y
actrices como Julián Romea, José Valero, Carlos Latorre y Teodora
Lamadrid; músicos como Francisco Asenjo Barbieri y Baltasar Saldoni,
además del resto del personal de las nuevas compañías teatrales que se
formaban[1]. Entre las personas
más significativas en ese renacimiento destaca Juan de Grimaldi, cuya
especial relevancia en la década del los años 20 y 30 ha sido reconocida
por la historia cultural de su propia época tanto como la de hoy[2]. Grimaldi llegó a
Madrid de su país natal, Francia, con los Cien Mil Hijos de San Luis y
permaneció en esta ciudad para aprovechar la oportunidad que le ofreció la
situación material y artísticamente degradada de la escena española.
Contribuyó a su modernización y emprendió numerosas iniciativas
empresariales en el negocio del teatro que ayudaron a su enriquecimiento.
Fue el empresario y director de escena más notable de su época, además de
un generoso mecenas que influyó en la vida y obra de miembros de la
generación romántica de 1830.
David T. Gies, en su biografía artística sobre Grimaldi, señala
que:
En época tan temprana como en 1825 se le identificaba en París con “el
amanecer de la resurrección dramática” de España. Grimaldi fue responsable
por la escenificación de las obras más importantes del periodo romántico y
la llevó a cabo con un profesionalismo anteriormente desconocido en los
teatros españoles. No sólo mejoró el histrionismo y el repertorio sino
también los aspectos técnicos del teatro—la escenografía, la iluminación
de la escena, la maquinaria, el diseño interior—que jugaban papeles
principales en la acogida pública de los dramas románticos en la capital[3].
Como escritor, su aportación a la escena española fue
cuantitativamente escasa, pero a pesar de esto Grimaldi tiene importancia
por su elaboración de una de las obras más populares del siglo XIX, Todo lo vence amor o la pata de
cabra, una producción de puro entretenimiento sin ningún contenido de
peso intelectual[4]. Se puede
considerar a Grimaldi como un gran capitalista laissez faire de la escena
española que en buena medida reflejaba en su propio interés material el de
la industria teatral. A pesar de sus éxitos su estancia en España duró
poco más de una década; por motivos desconocidos, regresó a Francia
definitivamente en 1836. Según la historia hoy en día aceptada, a partir
de ese momento su interés por su país de adopción se centró en la
industria ferroviaria y en la política, éste quizás debido a su amistad
con el general Narváez. Pero una breve reflexión sobre la carrera
profesional de otro devoto al arte escénico y, ocasionalmente, colega del
gran empresario y director de escena, revela que también en su vejez,
muchos años después de su marcha de España, Grimaldi todavía estaba
interesado en contribuir a la renovación de la vida teatral española.
Especialmente notable en la biografía de Grimaldi fue su amistad
con jóvenes poetas y dramaturgos de la generación romántica, entre ellos
Ventura de la Vega (1807 – 1865), a quien conoció en 1830 cuando éste
tenía 23 años. Grimaldi animó su entusiasmo por el arte escénico y ayudó
al joven en su transición de simple aficionado al teatro en las aulas del
Colegio de San Mateo, cuyo director era otro escritor, Alberto Lista, a
una carrera profesional como literato. Su amistad aparentemente se fraguó
a través de Manuel Bretón de los Herreros, que presentó a ambos personajes
cuando Grimaldi formó compañía teatral, con Bretón como dramaturgo
principal, y el autor le sugirió al empresario que contratara a Vega como
actor. A pesar de que Vega rompería el contrato en el último momento antes
de la partida de la Compañía a Sevilla, la amistad recién nacida con
Grimaldi perduró a lo largo de la vida de los dos literatos[5].
Como Grimaldi, Vega también mostró gran interés por la renovación
del teatro español, y lo manifestó constantemente por medio de sus
actividades administrativas en la vida cultural madrileña. En la década de
1830, el joven literato obtuvo el que, con toda probabilidad, fue su
primer empleo oficial: formar parte de un comité designado para asesorar el Real Conservatorio de
María Cristina, que se había instituido pocos años antes con la finalidad
de educar a las nuevas generaciones de artistas. Más tarde, en la década
de los 1840, se unió a otra comisión cuyo cometido consistió en llevar a
cabo una profunda reforma de la vida teatral de España, tarea cuyo fruto
quedó plasmado con la promulgación de los Decretos Teatrales de febrero de
1849. Vega, nombrado Comisario Regio del nuevo teatro nacional, el Teatro
Español, influyó de manera notable en la vida escénica, pues desde su
puesto ejerció como un verdadero “zar teatral” para llevar a cabo las
reformas promulgadas en 1849, siendo uno de sus objetivos primordiales la
creación de, en palabras de los decretos, “un teatro modelo”[6].
En su condición de Comisario Regio, Vega era el responsable de
formar una compañía teatral cualitativamente insuperable, así como de
supervisar la transformación del antiguo Teatro del Príncipe de Madrid en
el nuevo Teatro Español. El proyecto de crear un teatro nacional fracasó
poco tiempo después de emprenderlo. A pesar de ello, Vega siguió
contribuyendo a la reforma del teatro español al presentar a la Sociedad
de Autores Dramáticos existente en aquel entonces, un plan para la
composición de obras dramáticas originales por medio de colaboraciones
entre varios autores.
Por medio del plan, Vega quería aumentar tanto el número de las
obras originales que los teatros podían representar así como la rapidez en
su producción, y de esta forma sustituirlas por las traducciones de
originales en francés de las que se abastecía la escena española. Junto al
fomento de las obras originales en español, el plan de Vega también
intentó aumentar las ganancias que recibían los autores y así su estado
material. Los Decretos Teatrales de 1849 habían exigido que las obras
originales se remuneraran mejor que las traducciones, y pudiendo los
autores teatrales producirlas más rápidamente en conjunto que solos,
escribirían una mayor cantidad de obras originales, aumentando de esa
manera sus ganancias. Durante
la década de los años 50, el literato volvió su atención a la educación de
jóvenes para el arte escénico, para lo que ejerció varios puestos en el
Real Conservatorio de Música y Declamación. Llegó a ocupar el cargo de
director de la institución, puesto que ocupó hasta poco antes de su
muerte, en noviembre de 1865.
Como innovador de la técnica teatral, Vega siempre se interesó de
forma especial por la declamación. Gran admirador del actor francés Talma,
llegó a ser uno de los primeros proponentes españoles del método “natural”
de la declamación, que caracterizaba el estilo de un amigo suyo, Julián
Romea, uno de los más destacados actores del siglo XIX. Igualmente, en sus
propias obras de arte escénico Vega participó en el desarrollo histórico
del teatro Español que tanto le interesaba. Su obra El hombre de mundo (1844),
frecuentemente calificada por la crítica teatral como la primera alta
comedia en la historia del teatro español, ha sido considerada como el
punto de partida de la obra de Manuel Tamayo y Baús, de Adelardo López de
Ayala y de la posterior comedia realista. Vega también aportó el libreto
de la primera gran obra de la madura zarzuela decimonónica, Jugar con fuego (1850), escrita en
colaboración con el compositor Francisco Asenjo Barbieri, que constituyó
un hito en la historia del género lírico.
Otra obra que también representó el intento de Vega de contribuir a
una renovación del teatro español fue su tragedia clásica, La muerte de César. Para
comprender el lugar especial que Vega quería que esta obra ocupara en la
totalidad de su producción literaria y en la historia de las letras
españolas hay que leerla en el contexto de los cambios ocurridos en los
gustos teatrales de los españoles en la primera mitad del siglo XIX.
Además, a través de la correspondencia de Vega, se puede comprobar la
importancia que el autor le atribuía a la tarea que se había propuesto,
patente en su deseo de producir un estreno inolvidable, de una
extraordinaria pulcritud. Esta importancia también se destaca en el texto
mismo de la tragedia; en la
gravedad del tema, la alta formalidad de la obra, y el considerable tiempo
que le dedicó a su elaboración[7].
Por lo que se refiere a la cuestión contextual, la obra nacía en un
mundo teatral en el que la tragedia clásica dejaba de montarse en los
teatros nacionales por agotamiento del género, tal y como tuve ocasión de
demostrar en un artículo publicado en 1991, en el que tomé como punto de
partida el trabajo de la Junta de Censura teatral de 1849[8]. Dicho organismo,
centralizado en Madrid pero con ámbito de actuación en toda la nación,
nació a raíz de las extensivas reformas que efectuaron los decretos
teatrales de 1849. Según marcaban sus directrices, toda obra que un
empresario tuviera la intención de montar en cualquier lugar de la nación
requería su previo examen por parte de la Junta. Una lista con los títulos
de las obras examinadas durante los diez primeros meses de existencia de
este comité de lectura, constituye un repertorio nacional de las obras que
legalmente podían montarse en España. Gracias a este documento, se puede
constatar que los censores leyeron 940 obras, y como parte de su título
cada una se definía según un género. Por ejemplo, el famoso drama
romántico de García Gutiérrez El
trovador se incluye en la lista con el subtítulo, drama caballeresco en cinco
jornadas, en prosa y en verso[9]. De todas las obras de la lista,
sólo hay ocho que se definen como tragedias, lo cual presupone que ya se
trataba de un género casi extinto. El drama, nuevo género de reciente
aparición en el siglo XIX -con contenido principalmente histórico,
tratando de un pasado remoto- era considerado por los escritores de
influencia neoclásica como un género bastardo, mezclando elementos
formalmente cómicos y trágicos, y había llegado a reemplazar a la tragedia
clásica en las tablas. A mediados del siglo XIX, la sensación que producía
el asistir a la representación de una tragedia clásica, debía de ser
parecida a la que hoy en día se siente al visitar un museo de historia
natural para contemplar el esqueleto de un dinosaurio.
En este contexto hay que comprender que Vega, al escribir en los
últimos años 50 y los 60, quería producir una tragedia clásica que
sirviera de inspiración a la renovación del género. El literato había
abandonado el romanticismo en los últimos años de la década de los 30,
según él mismo cuenta, al despertarse “de aquella fiera pesadilla . . . A
las voces de Lista y Hermosilla”[10], sus profesores de
inclinación neoclásica. En los últimos años de su vida, cuando era común
oír que la escena española se había degradado, deseaba fehacientemente la
vuelta a la inspiración clásica de su juventud.
Además, el lugar clave que quería que La muerte de César tuviera en la
historia de la escena española puede comprenderse si se tiene en cuenta la
gran atención que Vega le consagró en los últimos años de su vida. Se sabe
que el autor empezó a escribir su tragedia en los años 50, posiblemente
hacia 1853, momento en que viajó a Francia, donde conoció por primera vez
a Napoleón III, y que tardó doce años en terminarla. Las cartas y los
poemas de Vega documentan ampliamente su admiración por el Emperador, al
que tomaría como modelo para su César. Con ello, la gran ilusión de Vega,
hoy en día tan repugnante, era contribuir a la historia del teatro español
un elogio proto-fascista de la dictadura.
Por el tiempo, cuidado y cariño que el autor puso en su tragedia,
obviamente estaba convencido de que merecía una puesta en escena
esmeradísima, necesaria para crear escuela. Como ha indicado Joaquín
Montaner en El estreno de La
muerte de César de Ventura de la Vega (1866), el dramaturgo sólo
quería que el estreno se efectuara en El Teatro del Príncipe, escenario
que conocía tan bien por su trabajo como Comisario Regio del teatro
nacional, el Teatro Español. Además, como hace notar Montaner, la compañía
del empresario Roca, que había contratado el teatro durante 1865 y 1866,
poseía todos los elementos que Vega había intentado reunir sin mucho éxito
en su compañía cuando fue director del teatro nacional durante el bienio
1849-50. Su principal empeño había sido el reunir en el mismo escenario
una de las actrices más importantes del momento, Teodora Lamadrid, junto a
José Valero y a Julián Romea, los dos mejores actores de la época, que
mutuamente se contradecían y competían por el mejor sueldo y por el honor
de ocupar el puesto de primer galán en cualquier compañía en que entraran.
Los intentos de Vega por crear una compañía y un teatro nacional, modelo
para los otros teatros de la nación y que sirvieran para renovar el arte
escénico, habían terminado en fracaso. Pero ahora, tantos años después, el
empresario Roca había unido a los actores que Vega quería y el autor tenía
una segunda oportunidad, por lo menos con la representación de una sola
obra en la que él mismo había invertido sus propios y considerables
esfuerzos.
Como Montaner ha advertido acertadamente, Vega estaba ya muy
enfermo del asma que acabaría con él cuando trabajaba con tanto entusiasmo
en la preparación del estreno de La
muerte de César. La correspondencia que mantuvo sobre la obra con los
actores principales, José Valero en el papel de Bruto y Julián Romea en el
de César, así lo corrobora. Quería estar muy cerca de su creación y ayudar
en la producción, pero por su mal estado de salud, era preciso que
escapara de los extremos de las temperaturas de Madrid. Pasaba parte del
año en Alicante, y parte en el norte de España y el sur de Francia. Al no
poder asistir a los ensayos de su obra, escribía a sus actores
repetidamente con detalles sobre la representación, incluso sobre cómo
representar momentos específicos; sobre la música, las comparsas; sobre
todos los aspectos del montaje. Conocedor de la gravedad de su enfermedad
y de que podía morir en cualquier momento, su frustración se refleja en
sus cartas cuando le comunicaban los contratiempos que surgían y que
hacían posible el retraso del estreno. “¿Me moriré sin verla representar?”
le escribió a su colega en la creación de zarzuelas, Francisco Asenjo
Barbieri. “¡Mucho me lo temo! ¡Te confieso que es ídem que me aflige!”[11]
Precisamente, a través de dos cartas que Vega escribió poco antes
de su muerte, mientras trabajaba en La muerte de César, la figura de
Grimaldi se aparece de nuevo. En la primera, fechada en Bayona en octubre
de 1865, Vega le escribía a José Valero: Me
haces preguntas, y me exiges que te escriba todos los días; ya habrás
visto a esta fecha que me he anticipado a tus deseos, pues debes tener en
tu poder unos largos cartapacios míos. En ellos te digo todo lo que había
imaginado al escribir mi tragedia, y cuando yo acá en mi fantasía, la veía
tomar vida en la escena. Tú, Pepe mío, no necesitabas tantos detalles; te
conozco; te he visto poner en escena, y sé de lo que eres capaz.
Perteneces a aquel tiempo y a
aquella escuela que inició
nuestro Grimaldi, y que después se ha olvidado[12].
En realidad, este olvido no era del todo cierto porque, a pesar de
que ya hacía casi treinta años que Grimaldi había salido de Madrid, había
mantenido contacto habitual con Vega, bien a través de la correspondencia
que se cruzaban, bien por los viajes de Grimaldi a Madrid o de Vega a
Francia. Vega había pedido las sugerencias del empresario francés antes de
tomar varias decisiones sobre el Teatro Español durante su etapa como
Comisario Regio. Por ello, se considera que, aunque de forma indirecta,
Grimaldi contribuyó a la creación del teatro nacional. Y ello, aunque
aparentemente estuviera dedicado a negocios industriales y políticos más
lucrativos[13].
Por eso es significativo encontrar el importante detalle siguiente
en una carta, datada en Alicante en febrero de 1865, en la que Vega
escribía a Barbieri desde su hotel: ¿Sabes
si ha llegado a Madrid Grimaldi? Entérate. Siempre viene a parar a la
fonda de los Príncipes, puerta del Sol. A mí me dijo que vendría para
enero para dar principio a su proyecto de ejecución de La muerte a César[14].
Sin duda, Grimaldi había concebido un “proyecto de ejecución” para
La muerte de César. Iba a
volver a España para participar en una obra que debía marcar una época, y
dar lugar a un nuevo renacimiento del teatro nacional. Pero Ventura de la
Vega falleció ese mismo año, y no existe ninguna información que sugiera
que Grimaldi llegara a intervenir ni en ésta ni en ninguna otra ocasión en
cualquier intento de renovación de la escena española. Por ello, queda
pendiente la pregunta de por qué había concebido el proyecto de ejecución
de la obra.
Quizá Grimaldi solo quería ayudar a un antiguo amigo que había
puesto tanta ilusión en la renovación de la tragedia clásica, y que
obviamente llegaba al final de sus días. Era igualmente probable, y muy
característico de la personalidad de Grimaldi, que al pertenecer junto a
Vega “a aquel tiempo y a aquella escuela que inició nuestro
Grimaldi”, en su vejez también soñara con una renovación del teatro
español, a pesar del tiempo que hacía que faltaba de España. Siendo éste
el caso, ¿por qué no cumplió con su deseo y no llevó a cabo el proyecto?
No puede alegarse como motivo el que la muerte de Vega, en
noviembre de 1865, le llegara a disuadir del plan. En los diez meses
transcurridos entre la referencia al proyecto de ejecución de Vega en su
carta a Barbieri y su muerte, no aparece ninguna referencia más a
Grimaldi, y fueron finalmente los primeros actores, Valero y Romea, los
encargados de la dirección del estreno. Aparentemente, antes de la muerte
de Vega, Grimaldi ya había abandonado el proyecto. Es posible que esto se
debiera a un motivo ocasional; por ejemplo, una enfermedad u otro
compromiso. Pero en coherencia con la personalidad de Grimaldi, tan
intuitiva de la vida y del público español, cabe sospechar que por su
finísimo sentido del negocio teatral llegó a creer que en los albores de
la revolución de 1868 y la Primera República, una obra proto-fascista que
elogiaba la dictadura no podía sentar escuela, y que la tragedia
neoclásica fue efectivamente un dinosaurio. Y en esto Grimaldi no se
equivocó. (*) Agradezco las correcciones y sugerencias de María Francisca López, Secretaria de Hispania Nova, en la redacción de la versión española de este trabajo. [1] Para una visión panorámica del teatro
español en el siglo XIX véanse el primer capítulo de David T. GIES, El teatro en la España del siglo
XIX (Cambridge: Univ. de Cambridge, 1996). Este capítulo también se
encuentra con el título, “Glorious Invalid: Spanish Theater in the
Nineteenth Century” en Hispanic
Review (1993), 28-51. [2]La importancia de Grimaldi se destaca de
forma particular en varios escritos de Gies. De este autor véanse: “Juan
de Grimaldi y el año teatral madrileña 1823-1824”, en Actas del VIII Congreso Internacional
de Hispanistas, eds. A. DAVID KOSSOFF, José
AMOR y VÁZQUEZ, Ruth H. KOSSOFF y Geoffrey W. RIBBANS (Madrid: Istmo,
1986), 607-613; “Larra, Grimaldi and the Actors of Madrid”, en Studies in Eighteenth -Century
Literature and Romanticism in Honor of John C. Dowling, eds. Linda
Barnette y Douglas Barnette (Newark, Delaware: Juan de la Cuesta, 1985),
113-122; “Notas sobre Grimaldi y el furor de refundir”, en Cuadernos de teatro clásico 5
(1990), 111-124; Theater and
Politics in Nineteenth-Century Spain: Juan de Grimaldi as Impresario and
Government Agent (Cambridge: Univ. de Cambridge, 1988). [3] “As
early as 1825 he was being credited in Paris with ‘the dawning of the
dramatic resurrection” of Spain. Grimaldi was responsible for staging the
most important plays of the Romantic period and he did so with a
professionalism previously unknown in Spanish theaters. He improved not
only the acting and the repertory but also the technical aspects of the
theater—sets, lighting, stage machinery, interior design—which played key
roles in the acceptance of Romantic dramas in the capital”; Theater and Politics…,184. [4] La pata de
cabra, introducción y
notas de David T. GIES. Roma: Bulzoni, 1986. [5] Para la biografía de Vega, véase la
introducción a mi edición de los poemas de Ventura de la Vega, que tiene
prevista su edición a finales de 2003 o principios de 2004 (Poemas, Salamanca: Grupo de
Estudios del Siglo XVIII-Universidad de Salamanca, en prensa). [6] Sobre la creación de un teatro nacional
véanse el apartado, “El experimento del Teatro Nacional” en GIES, El teatro en la España del siglo
XIX. [7] Las cartas de Vega sobre la tragedia han
sido publicadas por: Joaquín MONTANER, El estreno de La muerte de
César de Ventura de la Vega (1866) (Madrid: Real Escuela superior
de Bellas Artes, 1954). [8]
Michael SCHINASI, “The Anarchy of Theatrical Genres in
Mid-Nineteenth-Century Spain”, en Romance Languages Annual 2 (1991),
534-39. [9] Probablemente, los empresarios que
quisieran montar obras tuvieran la responsabilidad de definir las comedias
que le enviaran a la Junta según un género determinado, porque una de las
disposiciones de los decretos teatrales de 1849 era imponer a cada uno de
los teatros del reino una categoría y una determinación del género o
géneros que se les permitía representar. Acostumbrados hoy a la idea de un
negocio teatral libre, la idea no deja de asombrar; pero, efectivamente,
en 1849 el gobierno quería indicarle a los teatros particulares la clase
de comedia que se les permitía representar. En realidad los únicos teatros
afectados por la ley fueron los de las ciudades donde coexistían varios
recintos, y se percibía que la competencia entre los negocios teatrales
representaba una amenaza para el desarrollo del arte escénico en
España. [10] “A don Mariano
Roca de Togores (hoy marqués de Molins) en la muerte de su esposa”, en
VENTURA DE LA VEGA, Poemas.
[11] Francisco ASENJO BARBIERI, Documentos sobre música española y
epistolario (legado Barbieri), edición, transcripción e introducción
de Emilio CASARES (Madrid: Fundación Banco Exterior, D.L.,
1986-1988), II, 1076. [12] La cursiva es de Vega; en Montaner,
261. [13] David T. GIES, “Grimaldi, Vega y el Teatro
Español”, en Actas del X Congreso
Internacional de Hispanistas, ed. Antonio Vilanova (Barcelona: PPU),
II, 1277-1283. [14] Es interesante que el título de la obra es
así, en vez de La muerte de
César, en las cartas del Legado Barbieri; Documentos sobre música…,
1076. |