HISPANIA NOVA

Revista de Historia Contemporánea

Fundada por Ángel Martínez de Velasco Farinós

ISSN: 1138-7319    DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998

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NÚMERO 5 (2005)


AUTOR: Carlos RILOVA JERICÓ

TÍTULO: Para recordar El Álamo, para conmemorar el 4 de julio y el 12 de octubre, para aprender algo nuevo sobre lo español, lo hispano y la Historia de los Estados Unidos. Algunas notas sobre el número del 30 de junio de 1843 de L´Abeille de la Nouvelle Orleans.

 

I. La Historia, el Gran Público y los medios de comunicación de masas

El 12 de octubre del año 2004 nos ha ofrecido algunas declaraciones singulares en los telediarios de sobremesa de esa especial conmemoración de la Fiesta Nacional de España. Se trataba, concretamente, de las que hizo un exultante padre de familia cuando, en perfecto castellano, respondía al periodista de Antena 3 que le preguntaba por la ausencia de la bandera de Estados Unidos en el desfile militar. Decía que la echaba de menos y que esperaba suplirla con la que sujetaba -junto a una española- en la mano que le dejaba libre un tozudo vástago que tiraba de él en otra dirección. Presumiblemente -nada más lógico tratándose de un infante- en la de las barreras desde las que se podía ver pasar las divisiones acorazadas, las de caballería, las de infantería, la Legión, etc., que, como cada año, iban a recorrer una vez más la Castellana. El corolario del entrevistado era que no comprendía por qué no se había invitado a alguna unidad estadounidense, y, claro está, a su bandera, teniendo en cuenta, según sus propias palabras, lo mucho que había ayudado a los españoles esa nación.

El número de "El Pais" del día 16 de ese mismo mes se hacía eco de una protesta similar en sus “Cartas al Director”, pues publicaba una bastante airada y acaso, puede suponerse, escrita por mano de un enojado partidario del PP. Formación mucho más inclinada a ese tipo de invitaciones por razones que se han hecho más que evidentes a lo largo de los años 2003 y 2004. Incluso el propio editorialista de ese periódico -nada afín a tesis neoconservadoras- también se mostrará el 17 algo enfurruñado por la falta de tacto del ministro de Defensa José Bono al no tener ese gesto de deferencia con una nación que, ciertamente, pese a las diferencias de criterio en política exterior, es amiga y aliada de España[1].

Las palabras de la entrevista y las de esa carta al director de “El Pais”, que coincidían en el hecho de cuánto debía España a Estados Unidos, resultaban verdaderamente chocantes para un historiador o para cualquier persona en posesión de  unos conocimientos un poco profundos de las relaciones entre ambas potencias. En efecto, alguien en esa situación no podría evitar preguntarse, sin ningún ánimo de buscar absurdas polémicas antiestadounidenses, en qué exactamente había ayudado Estados Unidos a España.

¿Tal vez se referían los autores de la entrevista y la carta al director a que el gobierno de esa nación impidió a grandes compañías petroleras radicadas en él, suministrar a bajo precio ese producto al ilegítimo gobierno franquista, sublevado contra la república democráticamente elegida por los españoles el 14 de abril de 1931?.

Es bien sabido que no consta semejante gesto. La única ayuda que la república hermana de la estadounidense recibió, se redujo a poco más que algunos comités de ayuda -incluidos los organizados por algún que otro obispado estadounidense- y a los voluntarios del batallón Lincoln. Es decir, una concedida enteramente a título personal por varios individuos que con ese gesto digno salvaban su propio pundonor de demócratas y sólo simbólicamente el de la nación y el del gobierno que en aquellos momentos decía representarla[2].

Descartado este bello gesto… ¿puede que el entrevistado y el autor de la carta se refirieran a que Estados Unidos, arrepentido de aquel error, trató de enmendarlo desembarcando las tropas del Día D en, por ejemplo, las playas de Estoril en lugar de las de Normandía, para liberar a toda Europa de todas sus dictaduras fascistas, incluyendo -esta vez sí- en el lote a Portugal y a la ya citada España?. Es posible, sin embargo, no consta que tal episodio tuviera lugar. Ni siquiera en los interesantes libros dirigidos por Niall Ferguson y dedicados a la Historia contrafactual se recogen hechos de esa índole. Así pues deberemos desechar también esta explicación a las controvertidas declaraciones.

Entonces, ¿puede que, tal vez,  el entrevistado por el periodista de Antena 3 o el autor de la carta a "El Pais" se refirieran a la forma heroica en la que el general Dwight Eisenhower se negó a tener tratos con el también general Franco -en definitiva un astuto lacayo de algunos de los dictadores fascistas que él mismo había derrotado sobre el campo de batalla-, evitando de ese modo que se consolidase su régimen de terror al no concederle una serie de créditos muy similares a los que en esas mismas fechas un tal Mr. Marshall llevaba al resto de la devastada Europa?.

También resulta difícil de creer que algo así tuviera lugar. Las fotos, con apretón de manos incluido, en las que el presidente norteamericano estrecha la suya con aquella otra a la que, según su propio dueño, no le temblaba el pulso a la hora de firmar sentencias de muerte, son ya casi patrimonio de la memoria colectiva española. Incluso la resistencia semipasiva, tan abundante bajo aquel plúmbeo y sanguinario régimen, escarneció el encuentro con algunos chistes que no son para contar en un trabajo como éste pero que los mayores de sesenta años -y sus hijos- sin duda recordarán.

Agotadas entonces todas estas posibilidades  podríamos barajar la de que el entrevistado o el autor de la carta al director de "El Pais", se refirieran con eso de la ayuda prestada por Estados Unidos a España a uno de los momentos más críticos de nuestra joven democracia: la noche del 23 de febrero de 1981. Cuando el embajador estadounidense ayudó a la otra vez tambaleante libertad española del mismo modo en el que lo habían hecho sus antepasados políticos de los años 30. Es decir, apresurándose a reconocer, de manera un tanto vaga pero bastante inequívoca, a los militares que deshonraban y avergonzaban a sus uniformes sublevándose otra vez contra un poder legitimado en elecciones libres, señalando por toda nota de apoyo oficial la remitida por Alexander Haig desde Washington D. C. La misma en la que se decía  que lo que estaba en ciernes de ocurrir aquella noche -una más que probable repetición de las masacres de Santiago de Chile en 1973- era tan sólo “un problema interno” de España[3].

Finalmente, y ya por riguroso proceso de eliminación, ambas alusiones -la de la entrevista de Antena 3 y la de las cartas al director de "El Pais"- quizás se refirieran a la tan discutida aportación qué hayan podido hacer los servicios secretos estadounidenses a la lucha contra los terroristas de ETA. Algo que, de momento, linda con el terreno de la leyenda urbana (quizás alimentada desde la llamada derecha mediática) si lo comparamos con el eficaz cerco policial francés, que ofrece una muestra más palpable de quién -y cómo- está en realidad mermando progresivamente la capacidad de acción de la banda.

En definitiva, desde la perspectiva de la Historia, cuanto más se reflexiona sobre las palabras del entrevistado por Antena 3 o las del autor de la carta al director de "El Pais", menos se comprende a qué podrían estar refiriéndose uno y otro con esas alusiones a la ayuda que Estados Unidos había prestado a España.

Esas declaraciones tan precipitadas -por llamarlas de algún modo- sólo pueden interpretarse, en realidad, como un triste episodio más del desconocimiento público, más allá de ciertos sectores, académicos o no, de grandes pasajes de la Historia mundial. En este caso de algunos relativos a las verdaderas relaciones entre España y los Estados Unidos instauradas desde el momento en el que estos últimos se forjan como nación a partir del año 1776.

Así, echando mano de los datos históricos disponibles -e, insisto, sin deseo alguno de entrar en pueriles proclamas antiamericanas, tan absurdas como las ciegamente proamericanas- lo correcto desde el punto de vista de la Historia sería decir que si alguien está realmente en deuda con alguien son los Estados Unidos con España y no a la inversa.

En efecto, la joven república de los Estados Unidos de Norteamérica contó -prácticamente desde el primer momento en el que se intenta constituir como nación- con el apoyo de España. Así, una de las primeras misiones que el Congreso Continental encarga a sus oficiales militares y civiles es recabar ayuda de sus homólogos españoles donde quiera que los encuentren. Ya sea en las guarniciones militares estacionadas en el bajo curso del Mississippi, en la entonces  provincia de Luisiana o incluso en Europa, en ciudades como Vitoria o en grandes puertos como el de Bilbao[4].

Expediciones y misiones diplomáticas como ésas serán sólo el preludio de un continuo afluir de pertrechos, mosquetes, piezas de artillería, miles de quintales de pólvora, ayuda financiera y apoyo logístico. Mucho de él, por cierto, nunca pagado por las exhaustas arcas de un vacilante Congreso Continental, constantemente envuelto en dificultades siquiera para garantizar su existencia y la de sus sufridos ejércitos, apenas vestidos y mal alimentados[5]. Más tarde llegará otra mucho más abierta en la que la flota y varios de los mejores regimientos de infantería de línea y artillería de la monarquía ilustrada española, combinados con los de la Francia de Luis XVI, lograrán quebrar la resistencia británica en gran parte de los actuales Estados Unidos, posibilitando así la dramática escenificación de aquel primer episodio del fin del Antiguo Régimen con la rendición del orgulloso general Cornwallis en Yorktown, frente a los también generales Washington y Rochambeau, apoyados por una flota de guerra francesa que fue llevada a salvo hasta aquel punto por una escolta de buques de guerra españoles estacionados en La Habana.

Las tomas de Pensacola, de las Floridas, de la actual Mobile en el hoy estado de Alabama, la pequeña batalla de San Luis en lo que ahora es el estado de Illinois y algún que otro hecho menor más al norte, en la región de los Grandes Lagos, son otros tantos episodios en los que los casacas blancas del rey de España ofrecieron su ayuda -y bastantes veces su sangre derramada sobre el territorio de los futuros Estados Unidos de Norteamérica- para que éstos pudieran convertirse en una nación.

En cualquier caso no puede culparse al espontáneo entrevistado por Antena 3, o al autor de la carta al director de "El Pais", de ese grave desconocimiento de la Historia de las relaciones entre España y Estados Unidos que, como vemos, han discurrido prácticamente al revés de lo que ellos creen o han preferido imaginar. Esa responsabilidad recae más bien en los medios de comunicación de masas. Los mismos que -muy inadecuadamente, por cierto- crean realmente la Historia tal y como es conocida por casi el 90 % de la población, e ignoran hechos como el de los duros combates librados por las tropas y la marina española durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos, o, sencillamente, les han vuelto la espalda tras prestarles una tenue atención relacionada -cómo no- con algún que otro fasto conmemorativo. Caso, por ejemplo, del bicentenario de los Estados Unidos en 1976[6].

Aunque no suele ser habitual incluirlo entre esos medios de comunicación de masas, podemos empezar por considerar esa especie de industria de la ignorancia histórica a partir de lo que ha hecho por ella el sector editorial que fabrica no sólo periódicos - plenamente admitidos en el concepto “mass-media”- sino también “best-sellers”[7].

Puede parecer difícil de creer, dado el éxito de ese genero, pero no existe ni una sola novela histórica -hoy por hoy el principal vivero de “best-sellers”- en la que se narren las, por otra parte, épicas acciones de Bernardo de Galvez -el “padrino” del puerto de Galveston- en el actual sur de los Estados Unidos o cualquier otro de los episodios de guerra naval y terrestre con los que la Armada y el ejército español ayudaron a liberar a las 13 colonias del yugo británico.

Parece ser que el siempre peculiar sector editorial español, antes que patrocinar semejante descubrimiento histórico para el Gran Público de nuestro país, prefiere comprar fuera de nuestras fronteras historias tan aberrantes como, por citar un solo ejemplo, las del fusilero Sharpe, en las que se narra -y no hace tanto tiempo de esto- una insólita versión del papel jugado por el ejército español en la guerra contra Napoleón. Una en la que, curiosamente, la victoria de Bailén es ocultada de un modo casi insultante. Quizás debido a que el duque de Wellington y su ejército, cómodamente atrincherados ambos en Portugal, no jugaron ningún papel en ella y todo el mérito quedó en manos de los españoles. Algo que, al parecer, Bernard Cornwell, autor del desaguisado y antiguo periodista de la BBC, no está dispuesto a poner en conocimiento del gran público británico y, menos aún, en el del de las regiones extrañas más allá del Canal a las que su singular serie de novelas -en clara lucha con la verdad histórica a partir del segundo volumen de la misma- ha sido magnánimamente vendida.

Ese Gran Público en su variante española es invitado a leer este tipo de  obras casi encarecidamente. Es de imaginar que en función de intereses editoriales completamente opacos para cualquiera que se mueva fuera de ese cerrado mundo.

De ese modo, por alguna razón -de índole económica, ideológica o alguna clase de combinación de ambos factores- y a la vista de semejantes compraventas, parece ser que no existe interés alguno en publicar una versión diferente de episodios como los falseados a su gusto por Bernard Cornwell. Capaz de inventarse un “regimienta” (sic) español que jamás existió o de atribuir a ese ejército un absoluto desinterés por la conservación de sus banderas y el honor que subyacía en ese símbolo. Algo tan imposible de creer en cualquier ejército europeo de la época -menos aún en el español- como imaginar que hoy día la mayoría de los turistas británicos llegados en vuelos charter para veranear -o algo parecido- en la Costa del Sol, están interesados en derrochar su tiempo en la sosegada lectura de Yeats bajo el cálido sol andaluz y en dar tranquilos paseos para contemplar los matices de la luz de los atardeceres[8].

Así pues, si el siempre rentable negocio de la novela histórica se reduce en España a importar, promocionar y vender -tan masivamente como sea posible- lo que en buena parte no es nada más que pacotilla pseudohistórica, inaceptable incluso para la ya desfasada Historiografía whig, no debe extrañarnos que la mayoría de españoles sean capaces de declarar cosas como las que oímos el día 12 de octubre de 2004 en el telediario de Antena 3 o leímos en las cartas al director de "El Pais" pocos días después.  Su impresión sobre su propia Historia, tamizada por semejantes cedazos, no puede ser otra salvo la de que España, en cuanto potencia, jamás ha existido y siempre ha dependido de la buena voluntad de otras para poder siquiera subsistir[9].

En definitiva, puesto que no se ha escrito -o publicado- una novela histórica sobre los hechos protagonizados por las magnificas unidades de líneas españolas que, a partir del año 1779, se batieron para ayudar a los supuestamente agradecidos y dadivosos Estados Unidos de Norteamérica, tales cosas -a pesar de las evidencias históricas en contra -como puede demostrar un simple paseo por el Archivo General de Simancas- jamás han ocurrido para el Gran Público, cliente asiduo de esos mismos medios de comunicación de masas para formar su criterio.

El cine, otro de los emblemas de esos mass-media, tampoco contribuye mucho -como es lógico- a mitigar esa penuria. El de factura española, siempre preocupado por problemas económicos y de otra índole aún no bien aclarada, ni siquiera se ha planteado exponer en imágenes hechos como esos, convirtiéndolos en lo que los expertos llaman Historia visual[10]. Las grandes producciones de Hollywood, por su parte, o no saben nada de todo esto o relegan la presencia española en la Guerra de Independencia prácticamente a la nada sin que se sepa muy bien por qué razón. Por ejemplo en “El patriota” de Roland Emmerich, estrenada el 4 de julio del año 2000, la participación española en la guerra contra los británicos queda reducida en esa, por otra parte, efectiva recreación cinematográfica, a la vieja misión en ruinas en la que busca refugio la milicia de Carolina del Sur organizada por Benjamín Martin-Mel Gibson. Al parecer sólo las tropas francesas “dan” bien en cámara  y ya se han ganado un puesto en todas estas producciones, como se deja ver en la notable interpretación de Tcheky Karyo en esa misma película, representando a un oficial de la infantería ligera francesa que, convertido en un trasunto del marqués de Lafayette, acude allí para entrenar a la milicia insurgente[11]. Una actitud bastante extraña teniendo en cuenta que estéticamente la infantería española de esa época podría haber “dado” igualmente bien en pantalla ya que, como la mayor parte de los ejércitos europeos de esas fechas, sus uniformes eran de planta francesa -idénticos a los de los británicos salvo en el color y mucho mejores desde luego que los del ejercito yankee, que carecía de buenos suministros- incluso desde antes de la llegada de los Borbones franceses al trono de España[12].

Así pues, vista la situación de la que partimos, probablemente todo lo que se diga a continuación en este trabajo será como una bala perdida más allá de ciertos estrechos límites encajados entre el mundo académico y los lectores de cultura media. Sin embargo, a pesar de que el Gran Público carezca de criterio y siga alimentando y alimentándose de fabulaciones históricas -en esta ocasión sobre la Historia de España y su relación con Estados Unidos- que, como hemos visto, no resisten el más ligero análisis científico,  no será menos cierto y, por supuesto, digno de ser recordado y aprendido por todos los que realmente quieran conocer su propia Historia.

Los documentos -el 90 % de la materia prima con la que aún escribimos Historia, comprendida como una disciplina científica sujeta a reglas análogas a las de otros campos de investigación- se empeñan en demostrar que es así. Por más que les pese a los espontáneos entrevistados por Antena 3, a los autores de cartas al director de diarios de gran tirada o a Bernard Cornwell y su peculiar forma de contar la guerra contra Napoleón en España y Portugal.

En efecto, si abandonamos los tópicos y falsificaciones vulgarizadas por los medios de comunicación de masas, esos idola fori o, mejor, idola teatri que tanto denostaba sir Francis Bacon, invitándonos a comienzos del siglo XVII a los luminosos senderos de la Nueva Ciencia, no tardamos en descubrir piezas que no encajan en ese generalmente grosero pastiche que se nos quiere vender -y de hecho se nos vende- como Historia de España. El mismo que luego es equivocadamente voceado por ese Gran Público al que los Medios se la han repetido una y otra vez hasta “vaporizar” orwellianamente los hechos históricos que pueden contrastarse como reales y verdaderos a través de diferentes fuentes documentales.

En el siguiente apartado de este trabajo puede encontrarse un claro ejemplo de esa peculiar situación. Basta, pues, con continuar leyendo para llegar a saber algo más sobre todo esto.

 

II. “Esos desgraciados quieren dominar el mundo entero”

Sin abandonar el terreno de los medios de comunicación de masas es posible que encontremos en él alguna clave más para continuar aprendiendo sobre cómo y por qué determinados hechos históricos son barridos, o “vaporizados” -por seguir utilizando la denominación orwelliana que tan bien cuadra a ese proceso-, de la memoria colectiva.

Así, la dura frase que da título a este apartado, extraída de la reciente versión para el cine sobre el episodio de la toma de la misión del Álamo en la Tejas del año 1836, podría explicar por qué hoy día desconocemos una versión de la Historia de Estados Unidos -y la presencia diferenciada de lo hispano y lo español en la misma- como la que sugiere una pequeña, pero no por eso menos importante, noticia que fue publicada en el periódico L´Abeille de la Nouvelle Orleans en junio del año 1843[13].

No cabe duda de que la sociedad de los Estados Unidos, o al menos una sensible parte de su electorado, no es en absoluto renuente a esos afanes de dominación mundial que les achaca el personaje de “El Álamo”. Del mismo modo en el que no lo fueron los españoles de los siglos XVI y XVII, los franceses entre esa última fecha y comienzos del siglo XIX y los británicos a lo largo de esas mismas centurías. Una tarea en la que, por cierto, siempre pueden contar con fogosos aliados entre algunos de esos viejos imperios hoy convertidos en simples potencias, como se ha visto en el caso español y británico durante la última guerra del Golfo.

Es pues, quizás, de ese afán de dominar el mundo de donde tal vez procede esa necesidad de “vaporizar” ciertos hechos históricos, eliminándolos no tanto de la Historia académica como impidiendo que las conclusiones de ésta lleguen al Gran Público a través de los mass-media.

Las noticias del día 15 de octubre de 2004 traían un buen ejemplo de a qué punto ha llegado esa campaña de desinformación, no se sabe bien si producto de alguna inercia o fruto de un eficaz esfuerzo consciente. La misma Antena 3 a la que ya se ha aludido en el primer apartado de este trabajo, recogía gracias a los buenos oficios de su corresponsal en Nueva York varias entrevistas a los pistoleros de una ilegal “posse” que recorre la frontera sur de Estados Unidos tratando de contener, revólver al cinto, la misma clase de vergonzoso contrabando humano que llega a Europa en pateras.   

La mayor parte de los entrevistados, tanto varones como mujeres, todos ellos eximios representantes de la clase baja-media norteamericana, señalaban que, aparte de ganar una buena cantidad de dinero con las recompensas ofrecidas por cada ilegal, tan sólo estaban defendiendo el país de una invasión extranjera comparable -como amenaza- a la sufrida por los atentados del 11-S.

Es evidente que uno no puede conquistar el mundo sin creer previamente que es suyo o le pertenece por alguna clase de Destino Manifiesto. En ese aspecto la sistemática desinformación a la que es sometido el núcleo principal de la población norteamericana demuestra haber tenido un notable éxito y, quizás, estar sirviendo conscientemente a ese propósito.

Salta a la vista, desde luego, que ninguno de estos aguerridos y patrióticos cazarecompensas ha leído a uno de sus principales historiadores, David J. Weber, que ha explicado magistralmente en varios libros -algunos de ellos disponibles en castellano- el astuto modo en el que la Gran República del Norte se apropió de esas tierras que ellos decían defender de una supuesta invasión extranjera[14].

Se puede sospechar también que, a pesar de las extraordinarias facilidades que se conceden, estos “rednecks” jamás hayan solicitado permiso para visitar sus propios Archivos Nacionales y descubrir allí, en una de las cajas dedicadas a los numerosos fraudes financieros tan abundantes en su país durante las primeras décadas del siglo XIX, un número del periódico L´Abeille de la Nouvelle Orleans fechado en el año 1843 y, dentro de sus páginas, un pequeño y revelador anuncio. Muy probablemente su patriótica -además de lucrativa- tarea, tratando de defender a tiros la frontera norte del Río Grande, no les permita dedicarse a esta también enriquecedora -aunque de otra manera- labor.

Una verdadera lastima, ya que quizás gracias a esa especie de hilo de Ariadna,  ofrecido además por los medios de comunicación de masas -al fin y al cabo se trata de un periódico- a los que son tan aficionados, podrían descubrir que su presencia en los huecos del Muro que separa a México de Estados Unidos no está en absoluto justificada por los hechos históricos. Si realmente los conocieran no podrían admitir, como ahora lo hacen, que los espaldas mojadas mejicanos constituyen esa temible invasión que ellos quieren ver en lo que no es sino una desesperada aventura para huir de la miseria.

En efecto, como aztecas son muchos siglos los que esos emigrantes -ahora ilegales- llevaban en esas tierras. Aunque sólo unos pocos más de los que transcurrieron después, cuando fueron, destruidos, conquistados y, de algún modo, asimilados a punta de pica, espada, cañón y mosquete por los españoles de ojos azules y cabellos rubios llegados a lomos de fatales ciervos sin cuernos que sembraban el pánico entre sus filas, cumpliendo la terrible profecía del Quinto Sol -ése que sus sacerdotes alimentaban con sangre humana para garantizar la pervivencia del imperio de Moctezuma-, a comienzos de nuestro siglo XVI[15].

Por otra parte ese anuncio suelto, publicado en L´Abeille de la Nouvelle Orleans en junio de 1843, presenta otra prueba palmaria de quién estaba allí antes y de cuál era la situación real de los Estados Unidos en un punto y un lugar muy delicado de esa parte de su Historia en la que estaba alcanzando sus dimensiones definitivas, hasta formar el mapa que hoy se enseña en todas las escuelas. 

Apenas se trata de unas pocas líneas, como ya sabrán quiénes estén familiarizados con ese tipo de noticias. En ellas se anunciaba a la unidad llamada “Cazadores volantes de Nueva Orleans” que, por orden de su capitán, estaban convocados a comparecer en uniforme de verano a las maniobras militares con las que esa importante ciudad de los Estados Unidos iba a celebrar lo que el firmante del suelto -el sargento primero A. Rivas- llamaba en un depurado castellano “la gloriosa independencia de los Estados Unidos”[16]

Como vemos se trata de una información breve hasta la indigencia. Sin embargo, si miramos con atención -y si conocemos con alguna extensión la Historia de esos Estados Unidos a los que tan orgulloso aludía el sargento Rivas- pronto descubrimos que nos encontramos ante lo que Carlo Ginzburg -uno de los principales historiógrafos europeos- denomina como “indicio”. Es decir, una pista ínfima y en apariencia casi irrelevante pero que, como todas ellas, a través de un proceso de acumulación de datos y deducciones, nos puede conducir hasta una imagen nueva, y más exacta, de aquello que investigamos. En este caso debería procurarnos una sobre esa Historia de Estados Unidos tan mal conocida por lo que he llamado Gran Público y acerca de cuál fue la presencia real en la misma de lo hispano y lo español[17].

En efecto. El sargento primero Rivas, y su breve aviso a sus cazadores volantes de Nueva Orleans ese día de San Juan del año 1843, nos están diciendo muchas más cosas de las que en la víspera de ese 23 de junio debió llevar escritas a la redacción de aquel periódico el engallado suboficial; es de imaginar que embutido ya en su magnífico uniforme de verano.

Para empezar debemos tener en cuenta el lugar en el que es publicado ese suelto. Se trata de la Nueva Orleans de mediados del siglo XIX. Un pequeño detalle que puede trastornar totalmente la idea que cualquier bachiller estadounidense mínimamente aplicado tenga de su propia Historia.

Así es. Como sabría nuestro hipotético estudiante de Secundaria, Nueva Orleans fue uno de los tres frentes principales en los cuales, de un modo un tanto imprudente, los recién creados Estados Unidos de Norteamérica se jugaron su apenas estrenada independencia durante la llamada guerra de 1812.

os acontecimientos de la misma, bastante desconocidos entre nosotros incluso a nivel académico, se reducen, resumidos, a que el Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica, aprovechando la distracción creada al Imperio Británico en diversos frentes a cuenta de la guerra contra Napoleón Bonaparte, se lanzó sobre Canadá para intentar lo que no había conseguido en 1776: conquistar la renuente colonia número 14 que en aquellas fechas se resistió, y de manera casi unánime, a formar parte de la sedición contra su graciosa majestad británica. Una vez más los yankees midieron mal sus fuerzas y, a pesar de algunas victorias iniciales, pronto se vieron luchando palmo a palmo no por nuevas conquistas sino por su propio territorio.

De hecho, tuvieron que soportar la primera y, de momento al menos, única invasión de su territorio nacional, prácticamente recién independizado. Una operación en la que  se vieron obligados a sobrellevar, entre otros, el oprobio de ver incendiada en la nueva capital de Washington D. C. la sede de su belicoso Congreso así como la Casa Blanca. Todo ello en justa represalia por haber hecho ellos otro tanto con los edificios públicos de la capital canadiense en York, la futura Toronto. Así, en respuesta a aquella agresión, su territorio nacional se vio amenazado en esas fechas por tres distintas ofensivas inglesas. Una en el Norte, para expulsarlos del Canadá. Otra que les intentó atacar de flanco en el Este de la nueva nación, en torno a la simbólica bahía de Chesapeake en la que desembarcaron tantos colonos ingleses que, con el tiempo, la Historia al servicio de la construcción nacional -propia de todos los nacionalismos- iba a convertir en Precursores de la Gran República que nace en 1776. Finalmente, y esto es lo que más nos interesa, una tercera trató de tomar al asalto el estratégico puerto de Nueva Orleans[18].

En efecto, el mismo lugar donde treinta y un años después el sargento primero A. Rivas convocará a sus hombres del regimiento de cazadores volantes de Nueva Orleans, por medio de un anuncio en prensa redactado en perfecto español, para que acudan a la conmemoración del día 4 de julio.

Fue uno de los frentes donde se luchó con más intensidad y no era para menos. Luisiana había sido cedida a la República en el año 1803, después de que Napoleón obtuviera su devolución de manos españolas. La ciudad pasó así a convertirse en el principal puerto de los Estados Unidos en el Golfo de México y, de hecho, ella y todo el estado eran una de las principales avanzadillas que debían permitir en pocos años la conquista de todo el suroeste con la que soñaban, entre otros expansionistas, el comandante del séptimo distrito militar de los Estados Unidos. Es decir, el general Andrew Jackson, el viejo Hickory, que tras su llegada el día 2 de diciembre de 1814 a Nueva Orleans organizará su defensa frente a las tropas británicas que estaban tratando de arrebatar ese pedazo de la Gran República al control de sus viejos enemigos del año 1776[19].

El futuro presidente de los Estados Unidos que, curiosamente, dará su efigie a los muy raros billetes de dos dólares emitidos por el Tesoro de esa nación, actuó de forma expeditiva y entusiasta, tal y como correspondía a un carácter carismático como el que le atribuyen la mayoría de los que han estudiado su figura. Pronto puso en pie toda la tropa disponible en aquel territorio que aún no había sido totalmente incorporado a la Unión. Así, además de los regulares bajo su mando, se sirvió de tropas negras -las primeras de los Estados Unidos que tuvieron oficiales de esa raza-, de los piratas comandados por Jean Lafitte, acuartelados -o más bien emboscados- en una ensenada cercana denominada con el cervantino nombre de Barataria Bay y asimismo de unidades de milicia de los estados de Tenesee y Kentucky a las que se sumaron todas las de Nueva Orleans bajo mando del general Gabriel Villeré y del mayor Jean Baptiste Planché. Éstas últimas eran tropas bien disciplinadas, excelentemente uniformadas al estilo de la época y fogueadas en operaciones diversas en Santo Domingo de Haití, en América del Sur e incluso en la Francia alzada sobre sí misma gracias a Napoleón. Entre ellos se contaba con cuerpos de carabineros, dragones a pie, cuerpos francos -“Francs”-, los llamados azules de Luisiana y, last but not least, cuerpos de cazadores. ¿Quizás los mismos que años más tarde convocará el sargento primero Rivas?. No tendría nada de extraño que así fuera, ya que está bien demostrado que la estructura de la milicia existente en aquellos momentos en Luisiana es la heredada de la administración española saliente en 1803[20].

En definitiva, esos datos, junto a los que podemos leer, cómodamente sentados en las oficinas de los Archivos Nacionales estadounidenses de la calle Adelphi Road, en L´Abeille de la Nouvelle Orleans de 30 de junio de 1843, señalan una insólita presencia española -no necesariamente hispana, o no al menos como tiende a distorsionarla la imaginería de los medios de comunicación de masas cuando, al fin, decide incorporarla a sus fanfarrias- en uno de los puntos más vitales y simbólicos de la joven Gran República norteamericana que debe confiar parte de su defensa, en horas verdaderamente críticas -recordemos una vez más que las cenizas del hoy emblemático Capitolio de Washington D.C. no se habían enfriado aún-, a unidades que un par de décadas después todavía eran llamadas a celebrar la “gloriosa” independencia de esa nación en un prístino español.

Casi tan diáfano como el francés que otros oficiales y suboficiales de las unidades de milicia de Nueva Orleans usaron en ese mismo número de L´Abeille del mes de junio de 1843 para convocar a la celebración del 4 de julio a otros regimientos de cazadores que, al parecer, sólo hablaban esa lengua. Junto con el inglés uno de los tres idiomas en los que se publicaba ese periódico.

Si en algo valoramos el panorama indiciario recomendado por historiógrafos de vanguardia como Carlo Ginzburg, no tardaremos en apreciar que esos hechos históricos plantean, cuando menos, reveladoras preguntas acerca de qué eran realmente los Estados Unidos de Norteamérica en los años en los que se fueron formando.

Algo más, como podemos suponer por lo que leemos en esa página de L´Abeille de la Nouvelle Orleans, que esa alucinación incardinada en la mente de muchos norteamericanos blancos, anglosajones y protestantes -en definitiva una gran parte del Gran Público- cuyos orígenes, por terminar con otra cita cinematográfica, con tanta exactitud ha sabido reflejar Martin Scorsese a través del personaje de Bill Cutting en su magnifica “Gangs of New York”. Ese mismo dandy salvaje salido del lumpen que apedrea a los recién llegados irlandeses, se envuelve, literalmente, en la bandera de las barras y estrellas y clama ser un auténtico “americano” puesto que su padre murió en esa guerra de 1812.

Exactamente la misma en la que, más que probablemente, lucharon -y meritoriamente- unidades como la convocada por el sargento primero Rivas para celebrar el 4 de julio del año 1843 en uniforme de verano y haciendo salvas en honor de los Estados Unidos.

Es casi seguro, como ya adelantaba al final del primer apartado de este trabajo, que descubrir y publicar estos hechos no cambiará nada. La inercia sobre las imágenes tópicas acerca de lo hispano y lo español, incorporadas a una no menos tópica Historia de los Estados Unidos para consumo del Gran Público, es, sin duda, muy poderosa. Pero eso es algo que aún debemos discutir en un tercer y último apartado.

 

III. Conclusión

¿Cabe alguna esperanza de que en los próximos años las cosas cambien y el nivel de conocimientos históricos del Gran Público se altere para mejor? Quizá se podría responder con un, de momento, tímido “sí”. Al menos, si consideramos el último producto de Hollywood sobre la epopeya de El Álamo, realizado en 2004 por el director John Lee Hanckok y al que precisamente ya he aludido al comienzo del segundo apartado de este trabajo.

En esa película, por ejemplo, los supuestos héroes norteamericanos adquieren unas dimensiones mucho más reales que aquellas de las que los dotó John Wayne en la versión de esos mismos hechos que él rodó hace ya más de cuarenta años. La labor del asesor histórico de esta producción -el doctor Stephen L. Harding- parece haber sido eficaz y así se nos muestra a hombres europeos del siglo XIX, con las manos tan sucias como sólo cabe esperarse de gentes que no conocen ni el bolígrafo ni los ordenadores ni el agua corriente. También capaces de acuchillarse en una supuestamente respetable asamblea, que trata de emular -sin demasiado éxito- a los parlamentos de Washington D. C. y a los del otro lado del Atlántico. Gente común que se divorcia de un modo incluso mezquino -como ocurre con el coronel Travis-; se emborracha -o más bien se alcoholiza- no por ser simpáticos pendencieros -como sucedía en la versión de John Wayne- sino porque son incapaces de soportar serenos sus problemas personales, caso del también coronel Bowie. O bien tiembla de pavor y siente miedo y asco ante su propia leyenda de héroe -una que incluye cierta forma de canibalismo vergonzante- como le sucede al legendario -y también coronel- David Crockett, más que notablemente interpretado por Denis Quaid[21].  

Podemos, en efecto, ser optimistas acerca de ese fin del divorcio entre hechos históricos y medios de comunicación de masas sobre el que hemos reflexionado en las páginas anteriores, si también consideramos que la película ha tratado de desarrollar y reflejar la visión de los mexicanos de Santa Anna, que es mostrada al público en una serie de interesantes consejos de guerra en los que se hace un buen retrato de este aplicado discípulo de Napoleón y los motivos que le asisten para dar un ejemplar escarmiento -aún a costa de las vidas de sus hombres- con aquellos filibusteros estadounidenses apoyados por algunos tejanos rebeldes. Por ese camino nos alejamos una vez más, sin duda, de la endeble y, al mismo tiempo, hagiográfica versión filmada por John Wayne en 1960.

Una impresión que crece si tenemos en cuenta, por ejemplo, los distintos modelos raciales con los que son representados esos mismos mexicanos. Algunos de ellos indistinguibles de los yankees. Caso de varios oficiales del Estado mayor de Santa Anna -o incluso el propio general- o con el mismo alcalde de San Antonio, Juan Seguin, interpretado por un actor español -muy alejado del manido estereotipo del latin lover- o alguno de sus hombres, al que sólo se distingue gracias a la ropa tejana de los petimetres llegados del Norte buscando fortuna y todavía no muy bien equipados para la vida en ese nuevo territorio con esas chisteras y redingotes de tres esclavinas, más útiles en Boston, París o Madrid que en las tierras todavía salvajes del futuro estado de la estrella solitaria.

Sin embargo, ese espacio para el optimismo abierto por la película de Hancock acerca del fin de la difusión entre el Gran Público de una versión falseada de los hechos históricos -en este caso sobre la Historia de los Estados Unidos y la verdadera presencia en la misma de lo hispano y lo español-, no está exento de algunos detalles que apuntan, de manera inquietante, a que, probablemente, es poco lo que el Gran Publico pueda desechar a partir de ahora de la tópica ignorancia histórica en la que le han instruido los mass-media.

Así, por alguna razón, el director de esta nueva versión del episodio de El Álamo abunda sin apenas rubor en la consabida y exagerada imaginería católica asociada a lo hispano y, por extensión, a lo español, como ocurre con la capilla -casi un santuario- organizada en torno al agonizante Jim Bowie, buscando quizás un aborrecible “toque exótico” de folleto para turistas. Algo que se vuelve a reproducir en la imagen de la mujer de Bowie, vestida con mantilla de encaje de color negro para una fiesta civil en la que no cuadra demasiado ese aparejo reservado todavía hoy a ceremonias religiosas y que, como tantas otras cosas atribuidas a lo “típicamente español” es, según parece, una moda importada de la Francia de Luis XIV a finales del siglo XVII.

Finalmente quizás el peor detalle -o indicio, si así lo preferimos- de cómo los tópicos históricos sobre estas cuestiones siguen disfrutando de cierta carta blanca en los productos de los medios de comunicación de masas, radica en las escenas en las que se hace sonar ante los sitiados el toque de degüello, para avisarles, junto con la bandera roja, de que no se les concederá cuartel. Una señal, según Travis, heredada de los españoles que a su vez, dice, lo copiaron de los árabes.

Se trata en conjunto de un discurso que, desgraciadamente, nos trae de vuelta, una vez más, a lo más deleznable de los magníficos “Cuentos de la Alhambra”, de Washington Irving, o a los singulares bailes flamencos, que, a saber por qué equivocada razón, tuvo la ocurrencia de incluir John Wayne en su versión del año 1960 sobre aquellos hechos.

Mala labor que se remata con el modo en el que se describe el desarrollo posterior de los acontecimientos que conducen a la derrota de Santa Anna. Uno que presenta casi como unos héroes a los que los propios historiadores norteamericanos, como el ya citado David J. Weber, no tienen reparo alguno en calificar de bandidos y filibusteros de la peor especie. Capaces, por ejemplo, de utilizar a los indios contra los mexicanos para destruir después a esos aliados ocasionales, una vez que les han hecho el sucio trabajo de debilitar a un enemigo al que, quizás de otro modo, les hubiera resultado demasiado trabajoso vencer.

Así las cosas es de temer que la Historia de y sobre Estados Unidos, o lo que como tal consume y aprende el Gran Publico que sólo lee novelas históricas y ve películas -y después se empeña en contar sus impresiones en entrevistas televisivas sobre el terreno o en cartas a los periódicos-, se nutrirá de burdas imágenes tópicas como ésas y no de documentos como los que aparecen citados en los libros de David J. Weber o los que podemos encontrar en los Archivos Nacionales de ese país[22].

Desde ahí, siendo pesimistas -pero también realistas-, se podría llegar la conclusión de que por lo tanto, incapaces de vencer a esa poderosa industria para el fomento de la ignorancia histórica, los encargados de escribir Historia y los interesados en leerla quizás deberíamos unirnos a ella, dando por bueno que todos los hombres del viejo Hickory que salvaron el flanco sur de los Estados Unidos durante la guerra de 1812 eran norteamericanos WASP, o aguardando a que eso sea lo que reflejen los medios de comunicación de masas en el momento en el que decidan rentabilizar estos episodios y, así, una vez más podremos oír y leer cosas como las que se dijeron y escribieron en torno al desfile del 12 de octubre del año 2004 sin sentir ninguna extrañeza, mientras seguimos ignorando, por ejemplo, todo lo que ahora hemos aprendido sobre la ayuda española a los rebeldes yankees de 1776, los cazadores volantes de Nueva Orleans o bien hechos de mayor calibre. Caso de las inversiones españolas que a partir de 1831 desarrollaron los primeros ferrocarriles de vapor en el estado de Nueva York. Después de todo parece ser que eso es lo que demandan los monstruos engendrados por el sueño de la Razón que dominan nuestro panorama intelectual de comienzos de milenio[23].

Así, después de hecha esa constatación resignada, poco más debería decirse acerca de lo que todavía podríamos aprender sobre la Historia de los Estados Unidos y la presencia en la misma de lo hispano y lo español.

¿O tal vez no?. Una pregunta que, quizás, deberían plantearse y responder muchos más implicados en este proceso que el que estas líneas escribe. Empezando, tal vez, por los lectores y editores de “best-sellers” y acabando por los redactores de periódicos y telediarios.


 

[1] Véase EL PAIS, 16 y 17 de octubre de 2004, p. 14  y  p. 13,  respectivamente. Es verdaderamente curioso constatar que en opinión de determinados expertos -en este caso analistas de la CIA- ya desde mediados del siglo XX se considera a los españoles en los altos círculos de la política exterior estadounidense como muy afines, por razones culturales y de otro tipo, a esa potencia. Así, uno de los agentes que habían manejado un curioso informe para la Central de Inteligencia norteamericana enviado desde Madrid, señalaba que independientemente de que el régimen de Franco se mantuviera o fuera sustituido por otro había pocas dudas de que los españoles “por razones culturales y religiosas” se alinearían en su mayoría con Occidente -aunque no necesariamente con Estados Unidos- si, tal y como se temía en aquel mundo de Guerra Fría, la situación se degradaba hacia un enfrentamiento abierto. Un interesante documento que merece un análisis más pausado para ahondar en el cómo de la supervivencia del régimen de Franco hasta el año 1975. Consúltese National Archives and Record Administration (NARA), edificio de Adelphi Road, (Maryland) Records of the CIA. Record Group 263. Accesion Number NN3-263-94-010 MLR # A 1: 36, box 1. La fecha de esas páginas en concreto es la de 23 de abril de 1959, el título es “Comments on Sherman Kent´s estimate of the Spanish Situation”. El memorial original databa de 24 de febrero de 1959.

[2] Sobre estos hechos, la carta blanca otorgada a ciertas compañías petroleras para abastecer a Franco y la simpatía de F. D. Roosevelt y varios miembros de su gabinete hacia la República que, sin embargo, no sirvió de nada -quizás más que por mala fe por el supino desconocimiento del inquilino de la Casa Blanca sobre quién era Franco y qué representaba- y el batallón Lincoln, véase Hugh THOMAS: La guerra civil española. Grijalbo. Barcelona, 1976, pp. 394-395 y 451-452, volumen 1. En las páginas 623 a 625 del volumen 2 de esa misma obra se hace alusión al batallón Lincoln -al menos a su origen- y a las reacciones por parte del gobierno de los Estados Unidos. Contados fueron los miembros de la Cámara del Senado y de la de Representantes que votaron en contra del embargo y levantaron la voz frente a lo que el representante Bernard calificó de asalto de las hordas fascistas contra la democracia española. 

Sobre estas cuestiones véase también lo que señala en una obra más breve y resumida que la de Thomas un historiador estadounidense. Gabriel  JACKSON: Breve historia de la guerra civil de España. Ruedo Ibérico. ¿París?, 1974, pp. 160-161 y 170. Importantes marcas de automóviles norteamericanas como la Ford, la Studebaker y la General Motors no escupieron sobre el dinero de aquel remedo de Hitler cuando les compró ingentes cantidades de camiones que, de acuerdo a la ley de embargo, deberían haberle sido negados. Como apunta Jackson lo que él llama “la comunidad capitalista internacional” abrumó de dinero y recursos al futuro dictador.

Para una imagen de los voluntarios del batallón Lincoln José María BUENO: Uniformes militares de la guerra civil española, pp. LXXXVII y  185.

[3] Un hecho recordado recientemente por el siempre incisivo Miguel  Ángel Aguilar en su columna de "El Pais", véase Miguel Ángel AGUILAR: “Cuando salí de Cuba”, EL PAÍS, martes 19 de octubre de 2004, p. 23, atribuyendo, en efecto, la siniestra cantinela a Alexander Haig, secretario de Estado del presidente Ronald Reagan. Se trata de un artículo muy interesante para seguir la polémica pro y antiestadounidense desatada en España durante el mes de octubre de 2004.

[4] Sobre estos hechos la bibliografía es escasa pero existe y es muy asequible a cualquier lector español. Así pueden consultarse las siguientes obras: Juan F. YELA UTRILLA: España ante la independencia de Estados Unidos. Itsmo. Madrid, 1988. Obra en la que se recogen y transcriben una gran cantidad de documentos conservados en diferentes archivos españoles que tratan sobre la ayuda española solicitada por los insurgentes; Eric BEERMAN: España y la independencia de los Estados Unidos. Mapfre. Barcelona, 1992, que ofrece una excelente visión general de aquellos hechos y, lo que es más importante,  escrita por mano de un historiador estadounidense; Carmén DE REPARAZ: ‘Yo sólo’. Bernardo de Gálvez y la toma de Panzacola, 1781. Ediciones del Serbal / ICI. Barcelona, 1988. Obra también muy bien documentada pero que se centra en las campañas de Gálvez fundamentalmente. Para completar esta lista cabría también aludir a algunas partes del libro en el que Carlos Martínez-Shaw, muy pundonorosamente,  recoge hasta el último vestigio de la influencia y la presencia de España en Estados Unidos. Algo que, como podremos ver en la última nota de este trabajo, le ha valido alguna que otra acerva crítica por parte de historiadores estadounidenses como David J. Weber, que encuentran excesivo su celo. Véase Carlos MARTÍNEZ-SHAW: Presencia de España en los Estados Unidos. ICI-Ediciones cultura hispánica. Madrid, 1987, pp. 372-373, donde se recoge la expedición española a la región de los Grandes Lagos a  fin de controlar esa zona para el Congreso Continental.

Sobre la activa labor diplomática española para lograr toda clase de facilidades a los insurgentes véase Julio Cesar SANTOYO: Arthur Lee: historia de una embajada secreta. Caja de Ahorros Municipal de Vitoria. Vitoria, 1977 y María Jesús CAVA MESA-Begoña, CAVA MESA: Diego María de Gardoqui, un bilbaíno en la diplomacia del siglo XVIII. Bilbao Bizkaia Kutxa. Bilbao, 1992. Sobre la destacada actividad de Diego María de Gardoqui, comerciante bilbaíno que representa en numerosas ocasiones al rey de España ante los emergentes Estados Unidos, y la ayuda que canaliza desde el trono español a manos de los continentales véase Natividad RUEDA: La compañía comercial “Gardoqui e hijos” 1760-1800. Eusko Jaurlaritza-Gobierno Vasco. Vitoria-Gasteiz, 1992, pp. 43-97. Consta en esta obra una excelente bibliografía sobre la materia de la que se ocupa este trabajo y también acerca de aspectos igualmente poco conocidos, como es el trafico comercial entre el Norte de América y España antes y después de la independencia de los Estados Unidos. Más recientemente Joseba AGIRREZKUENAGA: “John Adams, USAko bigarren presidentearen ikuspegiak 1780ko Bilboko egonaldiaren ondoren eta Bilbo ezagutzeko, XVIII mende bukaeraki gida”, Bidebarrieta, número XIV, 2003, pp. 85-91 donde se recoge la presencia del futuro presidente Adams en la Bilbao desde la que tanta ayuda había sido embarcada para aquella nación que apenas existía. 

[5] Sobre el impago de esos pertrechos, concretamente los mosquetes salidos de las fábricas guipuzcoanas, véase un interesante artículo de Paloma Miranda de Lage. Paloma MIRANDA DE LAGE: Kronika eklektikoak-crónicas eclécticas, Emakunde-Concejalía de la Mujer del ayuntamiento de Donostia-San Sebastián-Diputación Foral de Gipuzkoa. San Sebastián, 2000, p. 93.

Sobre la mala marcha de los asuntos del llamado Ejercito Continental creo que lo más adecuado, a fin de conjurar el espectro de la tendenciosidad que se esboza últimamente tras cualquier crítica a Estados Unidos, es remitir a las palabras de uno de sus propios soldados, el simpático Joseph Plumb Martin que, pese a todo,  luchó hasta el final de la guerra en él, sin olvidar apuntar en su diario todo lo bueno -poco- y lo malo -mucho más abundante- que les ocurría a él y a sus compañeros, que ni siquiera recibieron la recompensa pactada por sus arduos servicios como voluntarios de manos de un endeudado Congreso que, tras la victoria, olvidó a esta sufrida carne de cañón. Consúltese Joseph PLUMB MARTIN: A narrative of a revolutionary soldier. Some of the adventures, dangers, and sufferings of Joseph Plumb Martin. Signet classics. New York (New York), 2001.

[6] Naturalmente pueden encontrarse excepciones. Así es posible dar con libros de sobremesa muy asequibles a la clase media -la que generalmente responde a entrevistas o escribe cartas al director y, además, suele usarlos como adorno en sus mesas de centro- en el que se puede encontrar una completa visión de la guerra de Independencia estadounidense, incluyendo bastantes páginas dedicadas a la aportación española. Véase Brendan MORRISSEY: The american revolution. Salamander books. London, 2001, pp. 32, 91, 147, 171-173, 194-196, 207, 224, 244 y 251. Sin embargo este reciente libro sólo mitiga en parte el mal tratamiento dado a las aportaciones españolas. Así, se aferra a viejos tópicos de la Historiografía whig señalando que es la fe religiosa la que mantiene la disciplina en el ejército español  o bien incurriendo en unas observaciones de trazo bastante grueso para un especialista en Historia militar -así lo presenta  su editor-, señalando que muchos de los oficiales del ejército de Carlos III eran suizos, italianos, franceses o irlandeses. Unos que se repiten al tratar sobre la Marina española, cuando indica, se ignora con qué fundamento, que si algo había de eficaz en la misma podía deberse al gran número de británicos e irlandeses enrolados para encargarse de las instalaciones portuarias españolas. También revela ignorar episodios vitales sobre la flota española como el de los esfuerzos del embajador británico Keene a mediados del siglo XVIII para evitar que ésta se desarrollase.

Esas alusiones no dejan de ser llamativas si tenemos en cuenta que la investigación de vanguardia ofrece una imagen mucho peor de las tropas que reclutaba el Congreso Continental, que, por las circunstancias, se vio obligado a formar un ejército con cualquier elemento disponible y no precisamente extraído de entre lo más exquisito de aquella sociedad. Por otra parte esa era la tónica dominante en los ejércitos de la época, donde la recluta de toda clase de vagabundos y mercenarios es habitual. La única diferencia notable en todo este asunto es la menor eficacia del ejército continental de línea comparado con los regulares españoles, franceses y británicos. Véase Ray RAPHAEL: A  people´s History of the american revolution. How common people shaped the fight for independence. The New Press. New York, 2001, pp. 47-106. Acerca de los ejércitos de la época véase Christopher DUFFY: The military experience in the age of reason. Wordsworth. Ware, 1998.  

Es casi obligado mencionar aquí otra curiosa excepción a esa visión simplificada de los hechos históricos, habitual en los medios de comunicación de masas. Se trata concretamente de un comic que, desgraciadamente, no ha sufrido muy buena acogida entre nosotros. Véase Steve DARNALL-Alex ROSS: U.S. Norma editorial. Barcelona, 1999. En él, a través de impactantes viñetas, se relata una Historia de los Estados Unidos escamoteada al propio público estadounidense. Desde los verdaderos intereses de clase que subyacen a la guerra contra el Imperio Británico, y cómo se manipula a los órdenes inferiores de las trece colonias para que defiendan una causa que no es tan suya como parece, hasta el siglo XX pasando por los tiempos de las primeras guerras indias en 1832, que se saldan con alguna que otra matanza bajo la égida del mandato presidencial del general Andrew Jackson. Un personaje del que volveremos a hablar más adelante en este mismo trabajo

[7] Sobre la venenosa labor de los medios de comunicación hay una amplia bibliografía. Sin embargo posiblemente la manufacturada por Noam Chomsky puede ofrecer una imagen bastante exacta de cómo se puede llegar a fabricar una imagen falseada -a sabiendas o no- de determinados hechos, bien históricos como aquellos de los que se ocupa este trabajo, o bien de los llamados “de actualidad”. Por lo demás también puede servir como perfecto hilo de Ariadna para los que deseen profundizar en esta cuestión a través de otros autores.

Véase, por ejemplo, Noam CHOMSKY-Edward S. HERMAN: Los guardianes de la libertad. Crítica. Barcelona, 2001.

[8] Véase Bernard CORNWELL: Sharpe´s eagle. Harper Collins. London, 1994, pp. 55-68. Todo un insidioso capítulo dedicado a volatilizar el episodio de Bailén, que ni siquiera es aludido por su nombre, y glorificar a Sharpe y a los suyos a costa de revolcarse en tópicos bastante absurdos sobre no sé sabe bien que multisecular -y, por tanto, falso- carácter nacional español.

Bernard Cornwell debería tener a bien considerar episodios como, por ejemplo, la derrota sufrida por las tropas del almirante Vernon ante Cartagena de Indias a mediados del siglo XVIII, en la que un gran ejército británico de 10.000 hombres y varios barcos de guerra fueron laminados por la eficaz maquinaría militar española o, mejor aún, en las sistemáticas derrotas sufridas por las tropas británicas durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos a manos de las unidades españolas enviadas a ese frente a las que ya he aludido en  este mismo trabajo. Un período que Cornwell no desconoce en absoluto tal y como se puede apreciar en otra de sus sino exactas sí interesantes novelas. Véase Bernard CORNWELL: Redcoat. Penguin. London, 1993. Asombra aún más leer el primer tomo de la serie, en el que se ponen en solfa todas esas groseras visiones por el mismo Cornwell, que se burla de los misioneros protestantes que tratan de vender Biblias heréticas en España, elogia sin paliativos a una unidad militar española, muestra con notable acierto la guerra civil apenas disimulada que se da entre los afrancesados y los patriotas en medio de la lucha contra el invasor napoleónico y apenas cae en los habituales tópicos de novela gótica sobre el clero católico. Véase Bernard CORNWELL: Sharpe´s rifles. Harper Collins. London, 1994.

Sobre el episodio de Cartagena de Indias no existen apenas monografías. La escasez de estudios sobre esa derrota británica contrasta notablemente con la sobreabundancia de ensayos dedicados al fiasco de la Armada Invencible. No es exagerado decir que incluso los más avezados historiadores británicos desconocen los hechos o procuran evitarlos.

En español podemos acudir a un solo artículo íntegramente dedicado al episodio si descontamos las alusiones a esos hechos en las obras de carácter general o centradas en esa época. Véase Juan Manuel ZAPATERO: “La heroica defensa de Cartagena de Indias ante el almirante inglés Vernon”. Revista de Historia militar, número 1, 1957, pp. 115, 148-151 y 154.

[9] A este respecto resulta muy pertinente el libro de Tom Burns Marañón sobre cómo la propia intelligentsia española, a diferencia de la de otros países, ha consentido esas monsergas e incluso las ha alentado. Véase Tom BURNS MARAÑÓN: Hispanomania. Plaza y Janes. Barcelona, 2000. Sobre esta Historiografía whig, a  la que ya he hecho alusión en varias ocasiones y a la que parecen haber venerado como una suerte de ídolo muchos intelectuales españoles prácticamente hasta el día de hoy, o incluso aumentado y empeorado el espantajo, véase Herbert BUTTERFIELD: The whig interpretation of History. Norton. New York, 1965. Más recientemente Benedict STUTCHEY: “Literature, liberty and  life of the nation. British historiography from Macaulay to Trevelyan”, en Stefan BERGER-Mark DONOVAN-Kevin PASSMORE: Writing national histories. Western Europe since 1800. Routdledge. London-New York, 1999, pp. 31-46.

[10] Sobre ese concepto de Historia visual existen al menos dos obras en castellano bastante asequibles. Véase Josep María CAPARRÓS LERA: La guerra de Vietnam entre la historia y la realidad. Ariel. Barcelona, 1998 y José UROZ (ed.): Historia y cine. Universidad de Álicante. Álicante, 1999. Volumen este último en el que se recogen diversos artículos sobre cómo el cine refleja, o deforma, la realidad histórica.

[11] A esa campaña se ha dedicado un reciente estudio que combina muy bien una densa erudición con una magnifica redacción. Véase Walter EDGAR: Partisans and redcoats. The southern conflict that turned the tide of the american revolution Perennial. New York, 2003. En él se habla de Francis Marion, el llamado “zorro de los pantanos”, el personaje que inspiró la figura de Benjamin Martin una vez que fue expurgado de sus características no aptas para el consumo de la clase media norteamericana de hoy día. Esto es, de su matrimonio con una prima cercana y su condición de amo de esclavos, tal y como se deja apreciar con una rápida consulta al índice onomástico que cierra esta magnifica obra, casualmente publicada por una división de la misma editorial Harper Collins que ha dado a las prensas -y de ellas al Gran Público- la serie del fusilero Sharpe.

Más recientemente Ray Raphael ha elaborado un interesante análisis de la película de Emmerich y de los puntos -muy numerosos- en los que ésta choca contra la realidad histórica de aquella época para evitar, según parece, que el público norteamericano se vea defraudado en sus creencias míticas sobre su propio pasado. Véase Ray RAPAHAEL: Founding Myths: stories that hide our patriotic past. The New Press. New York, 2004. Especialmente los capítulos X y XI en los que se examina el papel que en realidad jugaron los negros en aquella guerra -fundamentalmente más a favor de los británicos que de los insurgentes, que nunca les ofrecieron la libertad a cambio de su enrolamiento, a diferencia de lo que se ve en la película- y  acerca de la brutalidad desatada entre las filas británicas que, en realidad, fue utilizada por igual tanto por uno como por otro bando.

[12] Sobre la evolución de los uniformes españoles siguiendo la práctica europea de imitar a los franceses véase José MONTES RAMOS: El ejército de Carlos II y Felipe V 1694-1727. El sitio de Ceuta. Agualarga. Madrid, 1999. La infantería española del siglo XVIII sí aparece correctamente retratada en una película de Hollywood al menos. Se trata de “La misión” (1986) de Roland Joffe. Acerca de los utilizados por los regimientos de línea enviados a luchar en los futuros Estados Unidos véase colonel Nihart E. BROOKE: “Spanish support to the american war of independence”. Militaria, nº 7. Universidad Complutense de Madrid, 1995, pp. 213-244. Contiene un conjunto de detalladas ilustraciones realizadas por el propio autor.

[13] Ciertos sectores de la izquierda anglosajona nunca han demasiadas dudas acerca de los deseos de los grupos neoconservadores -precisamente los más interesados en ese dominio del mundo- de controlar el pasado -como el Gran Hermano de Orwell- para controlar el presente mucho mejor. Véase Harvey J. KAYE: “Uso y abuso del pasado: la nueva derecha y la crisis de la Historia”, en Ralph MILIBAND-Leo PANITCH-John SAVILLE: El neoconservadurismo en Gran Bretaña y Estados Unidos. Edicions Alfons el Magànim-Institucio Valenciana d´estudis i investigació-Generalitat Valenciana-Diputació Provincial de Valencia. Valencia, 1992, pp. 285-326.

[14] Quién, por cierto, también incorpora a sus estudios extensas y bien documentadas alusiones a las campañas españolas en el Sudeste de los actuales Estados Unidos en socorro de las atribuladas tropas del ejército continental. Véase David J. WEBER: La frontera española en América del Norte. FCE. México D. F., 2000, pp. 375-381.

[15] Sobre el mito del Quinto Sol véase Carlos VILLANES-Isabel CÓRDOVA (eds.): Literaturas de la América Precolombina. Itsmo. Madrid, 1990, pp. 59-62.

[16] Consúltese NARA Rg nº 206, stack area 230, row 43, compartment 14, shelf 1, entry 126, box  3, el periódico se encontraba plegado con otros documentos que sumaban el legajo número 13 de esa caja.

[17] Sobre Ginzburg y sus propuestas historiográficas véase Carlo GINZBURG: Mitos, emblemas, indicios. Morfología e Historia. Gedisa. Barcelona, 1989.

[18] Ese desconocimiento sobre la guerra de 1812 se concreta en una precaria, en realidad podríamos decir casi inexistente, bibliografía que, afortunadamente, podemos suplir con diversas páginas web. Así en www.army.mil/cmh-pg/books/amh/amh-06.htm, encontramos el capítulo 6 de la Historia militar oficial de los Estados Unidos que nos ilustra, a su manera, acerca de aquellos acontecimientos. En www.militaryheritage.com/1812link.htm, una excelente página, podemos dar en ella con diversa información que va desde clips que reproducen la música militar de esa campaña y el folklore que generó hasta artículos especializados sobre determinados aspectos de esos combates. Incluso algunos tan nimios como determinadas emboscadas o el impacto que tuvo sobre la población civil la invasión británica. En un inglés mucho más simple y de forma resumida tenemos www.multied.com/1812/Index.html.

Curiosamente la página members.tripod.com/~war1812 señala que entre los norteamericanos de finales del XIX a mediados del XX esa guerra no fue especialmente conocida ni tampoco especialmente popular hasta que en 1959 es dada a conocer por medio de una canción. Los avatares que siguen a la guerra, en los que el partido federalista de los estados de Nueva Inglaterra, principales representantes de esa opción para la definitiva constitución de los Estados Unidos, salen derrotados, parecen haber sido los principales causantes de esa actitud hacia una campaña que no sabía bien si considerarse una derrota o un éxito. Precisamente la firma del Tratado con Gran Bretaña en Gante en 1815 y la serie de victorias del general Andrew Jackson, (a) el viejo Hickory, en torno a Nueva Orleans indujeron a pensar que se trataba de una victoria, sin embargo el balance posterior no fue precisamente entusiasta. Siempre, claro, según el redactor de esta página.

Por lo que se refiere a la bibliografía convencional el lector en español puede escoger entre diversos manuales de Historia de los Estados Unidos y alguna que otra monografía en donde se tratan estas cuestiones. Véase  Juan José HERNÁNDEZ ALONSO: Los Estados Unidos de América. Historia y cultura. Ediciones Colegio de España. Salamanca, 1996, pp. 129-138. Donde el autor explica la idea del “Manifest Destiny”, el “Destino Manifiesto”, que lleva a Estados Unidos a una voraz expansión que no tiene visos de detenerse, espoleada por la ambición de los halcones del partido republicano. Curiosamente, como se deduce de lo recogido en esta obra, descendientes de los que en el año 1812 provocaron la invasión de Canadá, los llamados “warhawks”. También Allan NEVINS-Henry STEELE COMMAGER-Jeffrey MORRIS: Breve Historia de los Estados Unidos. FCE. México D. F., 1994, pp. 144-149; Willi Paul ADAMS: Los Estados Unidos de América. Siglo XXI. Madrid, 1985, pp. 57-58, una obra demasiado general pero que nos provee de una visión europea no española sobre ese acontecimiento de la Historia de los Estados Unidos. Y, finalmente, Maldwyn A. JONES: Historia de Estados Unidos 1607-1992. Cátedra. Madrid, 1996, pp. 99-103.

Sobre el papel de Cheseapeake en el desarrollo de los futuros Estados Unidos véase María Pilar PÉREZ CANTO-Teresa GARCÍA GIRÁLDEZ: De colonias a república. Los orígenes de los Estados Unidos de América. Síntesis. Madrid, 1995, p. 32. Fue allí donde tuvo lugar la hoy casi mítica arribada de la expedición del capitán John Smith en el año 1607. Demolida también por algún desopilante literato estadounidense al comienzo de la liberadora década de los sesenta. Véase John BARTH: El plantador de tabaco. Cátedra. Madrid, 1991, pp. 312-322. Primer fragmento, que será continuado hasta verse completado a lo largo de esa novela, de un, es de suponer, apócrifo diario de sir Henry Burlingame -compañero de viaje de un insoportable John Smith, verdadero trasunto del miles gloriosus- que pone en solfa uno de los principales mitos fundacionales -extraídos directamente de una Historia reconocible y documentada- de los Estados Unidos a través de unas aventuras que, combinando hábilmente lo grotesco, lo escatológico y lo pornográfico, acaban resultando realmente divertidas.

Sobre la creación de mitos propia de la Historia -o más bien antiHistoria- nacionalista véase Anthony D. SMITH: The ethnic origin of nations. Basil Blackwell. Oxford, 1989. También BERGER-DONOVAN-PASSMORE: Writing national histories. Western Europe since 1800. Un estudio más especifico de la manipulación en el caso francés en Suzanne CITRON: Le mythe national. L´histoire de France en question. Les editions ouvrières. Paris, 1991. Para el español Juan Sisinio PÉREZ GARZÓN (coord.): La gestión de la memoria. La Historia de España al servicio del poder. Crítica. Barcelona, 2000.

[19] Aparte de las páginas mencionadas en la nota anterior, que ofrecen detalles sobre estas cuestiones, véase también http://lsm.crt.state.la.us/publications/bno.pdf.  Sobre Luisiana y su cesión véase Paul E. HOFFMAN: Luisiana. Mapfre. Madrid, 1992, pp. 291-300.

[20] Sobre esto véase http://lsm.crt.state.la.us/publications/bno.pdf. Acerca de la batalla http://lsm.crt.state.la.us./cabildo/cab6.htm. En ella aparece un retrato de Jean Baptiste Planché fechado en 1836  y firmado por Jean Joseph Vaudechamps, que nos presenta al típico soldado de época napoleónica y post-napoleónica. Sobre los orígenes de la presencia española en Luisiana, WEBER: La frontera española en América del Norte, pp. 286-293. Discrepa este autor acerca del impacto español en la zona. Según él la “españolización” del territorio fue débil. Es posible, sin embargo el suelto de L´Abeille no parece corroborar esa impresión.

[21] Con respecto al senador Crockett esta nueva producción sobre El Álamo se atreve incluso a hacerse eco de la versión de los hechos en la que el kentuckyano no muere luchando sino prisionero y fusilado. Si bien la visión que da del hecho no es la que recogía en su diario el oficial del ejército mexicano José Enrique de la Peña, según la cual encontraron al ex-senador escondido en un almacén y alegando que “él estaba por casualidad allí”. Evidentemente la revisión de la Historia a la luz de nuevos documentos tiene sus límites. Si bien esos hechos son tan controvertidos desde el punto de vista histórico que no puede reprocharse gran cosa a los asesores y guionistas de la película a ese respecto. No deja de ser relevante, sin embargo, y también muy sintomático, el hecho de que dos tejanos pujasen por el diario del teniente coronel para asegurarse de que su contenido no se difundiría después de que ellos lo comprasen, tal y como patrióticamente no tuvieron ningún rubor en confesar. Sobre este enigmático y casi vaporizado episodio véase EL PAIS, 22 de noviembre de 1998, última página. 

[22] Sobre esto véase David J. WEBER: La frontera norte de México, 1821-1846. Mapfre. Madrid, 1992.

[23] A este respecto es verdaderamente interesante todo lo que nos cuenta Solomon Lipp en un libro en el que se reúnen varios artículos acerca de las distintas imágenes que se entrecruzan entre europeos, norteamericanos y sudamericanos. Unas en las que, como señala este autor, poco fundamento suele haber muchas veces. Véase Solomon LIPP: U.S.A-Spanish America: challenge and response. Támesis. London-Madrid, 1994. También WEBER: La frontera española en América del Norte, pp. 470-505.

El último capítulo de esa obra fue significativamente titulado “Herencia española e imaginación histórica”. Weber es poco optimista acerca de la posibilidad de que se desenrede esa madeja en la que se exageran los hechos. Tanto para ponderar lo español -caso del ya citado Carlos Martínez-Shaw- como para execrarlo. Sobre las inversiones en el desarrollo de los Estados Unidos, concretamente en sus primeros ferrocarriles a vapor, véase Carlos RILOVA: “New York Uptown gangs, railroad tycoons and California gold miners. The basque hands that built America (1814-1851)” (I), en http://www.euskonews.com/0250zbk/gaia25002es.html.

 

Carlos RILOVA JERICÓ

Universidad del País Vasco