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HISPANIA NOVA

Revista de Historia Contemporánea

Fundada por Ángel Martínez de Velasco Farinós

ISSN: 1138-7319    DEPÓSITO LEGAL: M-9472-1998

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RECENSIONES
(2009)

          Esta sección, coordinada por Mariano ESTEBAN, está dedicada a reseñar brevemente en cada uno de sus números anuales algunas de las novedades bibliográficas más relevantes aparecidas durante el año en curso y el anterior. Aunque la selección de las obras corre a cargo del Consejo de Redacción de la revista, la sección se encuentra abierta a las sugerencias y aportaciones de los lectores.

 

MORENO ALONSO, Manuel, José Bonaparte. Un rey republicano en el Trono de España, Madrid, La Esfera de los Libros, 2008, 551 pp., por Antonio J. PIQUERES DÍEZ (Universidad de Alicante)

 

 

 

 

 

 

Carlos IV, José I, Fernando VII, Isabel II, Amadeo I y Alfonso XII. Estos seis personajes guardan una relación irrenunciable con la historia de la España del siglo XIX. En todos los casos la titularidad de la Corona, aunque en contextos incomparables, recayó sobre sus divinizadas figuras. Sin embargo, el número de estudios que hasta el momento han derivado de cada uno de éstos es notablemente desigual. Desafortunadamente para la estirpe de los Buonaparte, de los que tantas monografías se han publicado en el país galo, José Bonaparte, rey de España durante la guerra de la Independencia, tiene el deshonroso honor de distinguirse entre sus homólogos por ser el monarca más desconocido.

Y es que a pesar de los trabajos más o menos biográficos que hasta el momento se han publicado del “rey intruso”, el análisis de su silueta ha quedado tradicionalmente difuminado por los desastrosos efectos resultantes de la invasión que requirió su entronización. Asimismo, pese a las iniciales intenciones de quienes han tratado de elaborar su biografía, los resultados derivados han sido bastante decepcionantes ya que su figura ha adolecido frecuentemente de autonomía respecto a la contienda, de tal forma que su estudio ha quedado bastante desdibujado, quedando insertado en muchas ocasiones en monografías centradas no tanto en el examen de su trayectoria sino en los pormenores de la guerra. Supeditación al margen, ha sido paradójicamente la conmemoración del bicentenario de la guerra la que ha favorecido una mayor aproximación al vilipendiado retrato del “rey trashumante”, y no sólo en calidad de monarca de España -José Napoleón I en el sur de España (2008)-, sino desde un enfoque más global; perspectiva de trabajo en la que queda insertada la biografía reseñada y de la cual es autor Manuel Moreno Alonso, sin duda, uno de los mayores conocedores de la época napoleónica y de la guerra de la Independencia. Buena muestra de la dilatada labor investigadora del autor son sus numerosas publicaciones, destacando entre las más recientes, además de la biografía de Napoleón. De ciudadano a emperador (2005), Napoleón. La aventura de España (2004) o Los españoles durante la ocupación napoleónica. La vida cotidiana en la vorágine (1997). 

Las aportaciones de la obra no resultan baladíes en modo alguno. Entre las novedades más sobresalientes, hemos de precisar que nos encontramos ante la primera biografía completa en español de José Bonaparte, teniendo en cuenta que el autor ha estudiado su figura en perfecta consonancia con  las circunstancias y su tiempo. Otro punto sumamente atractivo que no pasa desapercibido es su título, José Bonaparte. Un rey republicano en el Trono de España, ya que más allá de su carácter sugerente, éste no tiene como propósito único cautivar el interés del lector, puesto que lo que realmente interesa de esta novedosa idea –la de rey republicano- es su significado, sobre todo teniendo en cuenta que es una de las ideas principales sobre las que gravita buena parte del entramado de la obra. La abundante documentación consultada constituye otra cualidad a resaltar, copiosa labor de investigación en la que Moreno Alonso ha combinado el examen de fuentes bibliográficas –las antiguas, pero también las más recientes- y archivísticas. Además, teniendo en cuenta que la mayor parte de las biografías sobre José I fueron publicadas en los años cincuenta y finales de los años sesenta, caso de la de Bernard Narbonne Joseph Bonaparte: le roi philosophe (1949), Claude Martín, José Napoleón I, “rey intruso” de España (1969) o Owen Connelly, The Gentle Bonaparte. A biography of Joseph, Napoleon´s elder brother (1968), la biografía se presume imprescindible.

Cinco son los grandes apartados temáticos en los que queda dividida la obra. El primero versa sobre los años de infancia y juventud de José. El segundo analiza su participación en la Revolución Francesa, en la República y en el Imperio. El tercer apartado corresponde al periplo como rey de Nápoles, Trono que ocupó desde 1806 hasta 1808, fecha en la que fue llamado por su hermano para hacerse cargo en esta ocasión del reino de España. El quinto apartado de la obra está dedicado al exilio de José en EEUU. Finalmente, el autor dedica el epílogo al estudio de la su nefasta imagen en Francia y en España; imagen, reivindica, que merece ser analizada detenidamente ya que en ambos países la distorsión de su figura no responde en modo alguno a la realidad, lacra que ha empequeñecido injusta e históricamente las cualidades del protagonista. 

A pesar del origen corso del rey, las circunstancias familiares de los Buonaparte, pero sobre todo la temprana asimilación de Córcega por el país galo estableció un nexo entre el joven Giuseppe y el estado francés prácticamente hasta el final de sus días. Los quehaceres políticos de su padre como diputado en Versalles le llevaron a pasar buena parte de su infancia fuera de su tierra natal. Sin embargo, tras el fallecimiento de éste, José se vio obligado a regresar para hacerse cargo de su familia. Ya que Giuseppe no parecía tener atributos para llevar a cabo una destacada carrera militar, su padre trató de vincularlo a la eclesiástica. Y aunque dicha pretensión no resultó tampoco exitosa, favoreció indudablemente la vasta formación intelectual que caracterizaría al futuro rey de España. Consciente en todo caso de que ni el ejército ni el mundo eclesiástico satisfacían sus inquietudes, Giuseppe cursó estudios de derecho. Finalizada su formación universitaria decidió dedicarse activamente a la política, y con bastante éxito a tenor de la creciente responsabilidad de los destacados cargos ocupados. Con tan sólo 22 años fue elegido diputado por el distrito de Ajaccio. En esta época todo el prestigio y la fama era ostentaba por el joven Giuseppe, contrariamente, el futuro Emperador apenas era conocido.

Posteriormente, la defensa de la implantación de la República en Francia obligaría al clan de los Bonaparte a abandonar la isla. Así que mientras muchos monárquicos dejaron el país galo, los Bonaparte acudieron presurosos a la llamada de la naciente República. Pero fue Tolón el hito que cambió para siempre el futuro de la dinastía, ya que la toma de la plaza por Napoleón lo encumbró a la categoría de héroe. A partir de entonces su ascensión fue imparable, y por extensión la de su hermano, cada vez más integrado en los altos círculos de poder. La consagración de Napoleón como salvador de la República supuso para José grandes éxitos y riquezas. Napoleón había pasado a ser ahora el miembro más célebre de la familia y José era consciente de que su promoción estaba irremediablemente asociada al éxito de su hermano menor. En este contexto no resulta extraño que fuera propuesto para ocupar diferentes altos cargos, entre otros, el de embajador de la República ante Roma.

Pero José no sólo destacó por su idoneidad en materia diplomática, sino también por su talento literario, una de sus vertientes más ignoradas. Aunque sin demasiado éxito, en 1789 publicó Moïna ou la villageoise du Mont Cenis, una novela de corte pacifista que revelaba su ideología en materia militar. Tanto en el ámbito intelectual como en el político, José se había convertido en un personaje poderoso e influyente. No obstante, Moreno Alonso matiza que no sólo fue José quien extrajo beneficio de la privilegiada posición de su hermano, ya que el propio Napoleón también aprovechó la capacidad e inteligencia de José para conseguir algunos de sus propósitos; idea con la que el autor trata de dignificar la posición relegada e infravalorada que del ex monarca se ha difundido habitualmente en relación con su hermano. Discrepancias al margen, Napoleón confió plenamente en José, encomendándole misiones de envergadura de índole política, diplomática y hasta militar. La influencia del primogénito de los Bonaparte sobre su hermano crecía paulatinamente, casi al mismo ritmo que su imparable ascenso hasta ser declarado heredero y sucesor de Napoleón como Alteza Imperial, posición razonable a tenor del preponderante papel que protagonizó al servicio de la República.

Siempre atento a los deseos del Emperador, José aceptó obedientemente el nuevo encargo que le había reservado en tierras italianas. Y aunque su periplo como rey de Nápoles duró únicamente dos años -desde 1806 a 1808- este periodo fue vital ya que fue entonces cuando aprendió a ser rey; experiencia que pondría en práctica en España, aunque con diferente resultado.

Contrariamente a la arraigada tesis de quienes han presentado al rey cual si se tratase de un títere manejado al antojo de Napoleón, el profesor Moreno se muestra interesado en matizar esta errónea percepción. Y es que aunque José obedeció en la mayoría de las ocasiones a su hermano, el autor apunta inteligentemente que actuó con gran independencia también en muchos casos, sobre todo en lo que se refiere al gobierno de Nápoles. La actitud beligerante que mantuvo con el Emperador en numerosas esferas de poder hizo que los enfrentamientos entre ambos fueran habituales.

Seguidamente, el autor narra con suma precisión los acontecimientos más destacados que tuvieron lugar en tierras napolitanas, centrándose sobre todo en el examen de la actitud de José respecto a sus nuevos súbditos. Y es que al igual que haría en España, una vez instalado en Palacio centró buena parte de sus esfuerzos en ampliar sus apoyos, haciendo todo lo posible para sintonizar con sus súbditos e incrementar su popularidad, de ahí su obsesión por presentarse primero ante los napolitanos y más tarde ante los españoles como libertador y pacificador y no como conquistador. Las tácticas empleadas para lograr la estima de los napolitanos fueron múltiples y muy variadas. Así pues, además de prohibir a las tropas que cometiesen abusos y pillajes, José acudía a cuantas ceremonias litúrgicas podía, viajó por todo su reino para conocer las demandas de sus súbditos etc. Con tal pretensión llevó a cabo una política reformista grandiosa que modificó el aparato estatal desde todas sus vertientes, aunque José, como haría más tarde también en España, consciente de la oposición que su presencia levantaba entre algunos sectores sociales combinó su política de concesiones con medidas represivas.

Aunque los reinados en Nápoles y en España son palpablemente diferentes, el comportamiento del monarca con sus súbditos fue semejante en ambos casos ya que fue en tierras italianas donde el astuto rey aplicó inicialmente su política propagandística. Espontaneidad aparte, la aplicación del monarca de buena parte de las estratagemas aplicadas en Nápoles para conquistar los corazones de los españoles atestigua su protagonismo en relación a la campaña propagandística que tenía por objeto su consolidación en el Trono.

En todo caso, pese al interés del monarca por cautivar a los españoles, para la mayoría “el intruso” se convirtió desde el primer momento en la personificación de todos los males que sacudían al país, y sin necesidad de propaganda que emitiese una imagen negativa del monarca –tal y como se fomentó desde el sector patriótico-. Además, José I, responsable bajo el prisma de los españoles de la ausencia del deseado Fernando, heredó la aversión que Napoleón y su ejército fomentó sobre la ciudadanía a través de sus atroces acciones de guerra. Así que, independientemente de la campaña propagandística que tenía por objeto presentar al rey como paradigma de todas las virtudes y de todas las argucias populistas aplicadas por el gobierno josefino, la dura realidad hizo prácticamente insostenible el mantenimiento de José I en el Trono. Y es que a excepción de cortos periodos en los que se sintió verdaderamente monarca (como en la conquista de Andalucía), su estancia se convirtió en una amarga pesadilla; fracaso que Moreno Alonso no sólo atribuye a José I sino que lo hace extensible a Napoleón y, por descontado, a sus mariscales.

Como todo estudioso que ha examinado el reinado de José I, el profesor Alonso se adentra en los pormenores de la guerra en sentido cronológico, detallando escrupulosamente cada una de las etapas del traumático episodio, aunque sin perder de vista en ningún momento la figura del rey como punto de referencia sobre el que gravita la investigación. Aspecto eso sí que no impide que el autor introduzca algunas observaciones sobre la contienda, destacando entre las más significadas la falsa concepción de que el pueblo se opusiera unánimemente a la invasión; asunto que enlaza con el carácter social y reivindicativo de la contienda y la idea de revolución social de la que habla Ronald Fraser en La maldita guerra de España (2006).

 Como de costumbre, el capítulo dedicado al reinado español arranca con las famosas abdicaciones de Bayona y la proclamación de la Constitución que reconocía a José I como rey. Al respecto, Moreno Alonso introduce algunas ideas que merecen atención. La primera y más sobresaliente enlaza con el concepto de rey republicano ya que la Constitución, indica, suponía la introducción de una monarquía de carácter republicano, en tanto que más que una monarquía el nuevo reino se constituía como una república asentada constitucionalmente sobre los principios de libertad e igualdad. Teniendo como premisa la influencia que durante la juventud de José ejercieron las doctrinas políticas y filosóficas de corte republicanas no resulta inverosímil la perspectiva republicana desde la que posteriormente trataría de encauzar las dificultades que azotarían la estabilidad de sus reinos. La segunda idea destacada cuestiona la marginación a la que los estudiosos españoles han avocado al rey en relación a la inspiración de la Constitución. Tomando como antecedente la extensa experiencia constitucionalista del rey, Moreno Alonso atribuye una participación más directa en la redacción de ésta.

Seguidamente el autor se refiere a los hombres de confianza a los que José I recurrió para formar su gobierno y su Corte. Y también se refiere a los partidarios que acogieron la nueva dinastía con manifiesta ilusión, adeptos de los que destaca su escaso número y su carácter elitista, si bien muchos de los afrancesados lo eran por pragmatismo más que por motivos verdaderamente ideológicos. La mayoría del populacho fue sin embargo contrario al rey, de ahí los innumerables apodos peyorativos con los que se referían a él y los falsos vicios atribuidos, entre ellos el de alcohólico y ludópata. Y es que la guerra de opinión fue sin duda el mayor enemigo con el que contó. Como resultado de todo ello se derivó una imagen totalmente desvirtuada en la que tanto los sectores patrióticos como el bando josefino distorsionaron su carácter y fisonomía. Dicha lacra, mantenida en cierto modo por la historiografía reciente hasta la actualidad, y que tan dañina ha resultado a la hora de discernir el verdadero carácter del vilipendiado monarca, ha empezado a disiparse gracias a las aportaciones de investigadores que como Moreno Alonso hay trazado, pese a las innumerables dificultades, un perfil lo más fidedigno posible de la controvertida figura del rey José.

Como sucediera en Nápoles, los enfrentamientos entre los hermanos fueron habituales. Recordemos que aunque nunca lo haría, José I amenazó en innumerables ocasiones con abdicar. Su mayor queja, su continuo estado de sometimiento hacia su hermano y el ejército imperial. La figura del monarca quedó ensombrecida en numerosas ocasiones. La intromisión del Emperador en asuntos que no le concernían resultó profundamente perniciosa para la imagen del monarca ya que Napoleón se mostraba ante el pueblo como si fuese él el rey. Desautorizado y relegado a un segundo plano, el Emperador destruía los esfuerzos de José por mostrarse como rey verdadero de los españoles. Y es que en muchas ocasiones Napoleón y sus satélites actuaron más como enemigos que como aliados. Aparente contradicción que se despeja de inmediato a tenor de los antagónicos proyectos que tenían ambos en España. Para Napoleón el Trono sólo era una pieza más dentro de su proyecto imperial, así que poco le importó los infortunios que pudiese provocar, sin embargo, José I hizo todo lo posible por consolidar su posición, deseo que determinó su conducta durante los años de la contienda, si bien de forma infructuosa. En este sentido Moreno Alonso plantea en el capítulo toda una serie de sucesos con los que ejemplifica por un lado los deseos sinceros y reales del monarca por reinar a su manera y con independencia de Napoleón y por otro los insalvables obstáculos interpuestos continuamente por éste y sus mercenarios, descrédito y humillación que despojó al monarca de respeto y autoridad, premisas imprescindibles para lograr la admiración de sus súbditos y su consolidación en el reino.

La última parte del libro está dedicado al exilio en Estados Unidos, país en el que permaneció quince años. Tras verse obligado a dejar la Corona de España por imposición de Napoleón, José regresó temporalmente a Francia, sin embargo, la caída del Imperio cercenó toda posibilidad de permanencia en el país. Perseguido por las nuevas autoridades, José emprendería un largo exilio que le llevaría a diferentes destinos hasta que, confirmada la abdicación de Napoleón, decidió buscar asilo en EEUU.

Instalado en 1815 en Washington, el ex monarca emprendió una nueva vida, aunque como de costumbre, en completa soledad familiar. El conde de Survilliers, nombre que adoptó para pasar desapercibido, se dedicó de lleno al mundo de los negocios, dedicación que le reportó ingentes cantidades de dinero. Aunque conocedor de las costumbres norteamericanas, el viejo monarca quedó totalmente embelesado con la República. Además fue entonces cuando adquirió experiencia democrática; realidad que contrastaba con los arcaicos regímenes que había intentando regenerar sin apenas éxito. Centrado en sus prósperos negocios, el conde se mostró profundamente desinteresado en relación con las maquinaciones y conspiraciones políticas que desde España y Francia trataban de situarlo en una posición de poder privilegiada. Rumorología aparte, y pese a la obsesión de la embajada francesa y del rey Fernando, Alonso Moreno remarca contundentemente que José nunca tuvo en mente formar parte de estas conspiraciones. Por el contrario, sus inquietudes, señala, eran otras; preocupaciones que quedan perfectamente expuestas en la obra gracias al detallado seguimiento del devenir diario de la vida del ex monarca. Rodeado de la elite económica, política, intelectual  etc., José Bonaparte logró ser admirado y respetado tanto por éstos como por los sectores sociales más desfavorecidos. A diferencia de lo ocurrido en España, la imagen que del ex monarca tenían quienes lo conocían fue inmejorable.

Pero José, pese a la activa vida social y cultural que llevaba en EEUU, seguía atento la evolución de la política en Francia. De ahí que tras la revolución de 1830 decidiera poner fin a su etapa americana y regresar a Francia con la intención de defender los derechos al Trono de su familia. Sin embargo, fracasado su plan, José, que tenía prohibida la entrada a Francia, deambuló varios años por Inglaterra y EEUU hasta regresar finalmente a Florencia, donde murió el 28 de julio de 1844. Dieciocho años más tarde, Napoleón III ordenaría el traslado de sus restos mortales a París, siendo sepultado en los Inválidos junto a Napoleón, aquel por cuya memoria tanto había hecho. Así acabó la historia de uno de los personajes más célebres y determinantes de la historia de España, reino que, salvo contada excepción, no atisbó ni por asomo los buenos y sinceros propósitos de un rey que, contrariamente a sus predecesores, hizo lo posible por alcanzar la felicidad de sus sentidos compatriotas.  

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