MORENO ALONSO,
Manuel, José Bonaparte. Un rey republicano en el Trono de España,
Madrid, La Esfera de los Libros, 2008, 551 pp., por Antonio J.
PIQUERES DÍEZ (Universidad de Alicante)
Carlos IV, José
I, Fernando VII, Isabel II, Amadeo I y Alfonso XII. Estos seis
personajes guardan una relación irrenunciable con la historia de la
España del siglo XIX. En todos los casos la titularidad de la
Corona, aunque en contextos incomparables, recayó sobre sus
divinizadas figuras. Sin embargo, el número de estudios que hasta el
momento han derivado de cada uno de éstos es notablemente desigual.
Desafortunadamente para la estirpe de los Buonaparte, de los que
tantas monografías se han publicado en el país galo, José Bonaparte,
rey de España durante la guerra de la Independencia, tiene el
deshonroso honor de distinguirse entre sus homólogos por ser el
monarca más desconocido.
Y es que a pesar
de los trabajos más o menos biográficos que hasta el momento se han
publicado del “rey intruso”, el análisis de su silueta ha quedado
tradicionalmente difuminado por los desastrosos efectos resultantes
de la invasión que requirió su entronización. Asimismo, pese a las
iniciales intenciones de quienes han tratado de elaborar su
biografía, los resultados derivados han sido bastante decepcionantes
ya que su figura ha adolecido frecuentemente de autonomía respecto a
la contienda, de tal forma que su estudio ha quedado bastante
desdibujado, quedando insertado en muchas ocasiones en monografías
centradas no tanto en el examen de su trayectoria sino en los
pormenores de la guerra. Supeditación al margen, ha sido
paradójicamente la conmemoración del bicentenario de la guerra la
que ha favorecido una mayor aproximación al vilipendiado retrato del
“rey trashumante”, y no sólo en calidad de monarca de España -José
Napoleón I en el sur de España (2008)-, sino desde un enfoque
más global; perspectiva de trabajo en la que queda insertada la
biografía reseñada y de la cual es autor Manuel Moreno Alonso, sin
duda, uno de los mayores conocedores de la época napoleónica y de la
guerra de la Independencia. Buena muestra de la dilatada labor
investigadora del autor son sus numerosas publicaciones, destacando
entre las más recientes, además de la biografía de Napoleón. De
ciudadano a emperador (2005), Napoleón. La aventura de España
(2004) o Los españoles durante la ocupación napoleónica. La
vida cotidiana en la vorágine (1997).
Las aportaciones
de la obra no resultan baladíes en modo alguno. Entre las novedades
más sobresalientes, hemos de precisar que nos encontramos ante la
primera biografía completa en español de José Bonaparte, teniendo en
cuenta que el autor ha estudiado su figura en perfecta consonancia
con las circunstancias y su tiempo. Otro punto sumamente atractivo
que no pasa desapercibido es su título, José Bonaparte. Un rey
republicano en el Trono de España, ya que más allá de su
carácter sugerente, éste no tiene como propósito único cautivar el
interés del lector, puesto que lo que realmente interesa de esta
novedosa idea –la de rey republicano- es su significado,
sobre todo teniendo en cuenta que es una de las ideas principales
sobre las que gravita buena parte del entramado de la obra. La
abundante documentación consultada constituye otra cualidad a
resaltar, copiosa labor de investigación en la que Moreno Alonso ha
combinado el examen de fuentes bibliográficas –las antiguas, pero
también las más recientes- y archivísticas. Además, teniendo en
cuenta que la mayor parte de las biografías sobre José I fueron
publicadas en los años cincuenta y finales de los años sesenta, caso
de la de Bernard Narbonne Joseph Bonaparte: le roi philosophe
(1949), Claude Martín, José Napoleón I, “rey intruso” de España
(1969) o Owen Connelly, The Gentle Bonaparte. A biography of
Joseph, Napoleon´s elder brother (1968), la biografía se
presume imprescindible.
Cinco son los
grandes apartados temáticos en los que queda dividida la obra. El
primero versa sobre los años de infancia y juventud de José. El
segundo analiza su participación en la Revolución Francesa, en la
República y en el Imperio. El tercer apartado corresponde al periplo
como rey de Nápoles, Trono que ocupó desde 1806 hasta 1808, fecha en
la que fue llamado por su hermano para hacerse cargo en esta ocasión
del reino de España. El quinto apartado de la obra está dedicado al
exilio de José en EEUU. Finalmente, el autor dedica el epílogo al
estudio de la su nefasta imagen en Francia y en España; imagen,
reivindica, que merece ser analizada detenidamente ya que en ambos
países la distorsión de su figura no responde en modo alguno a la
realidad, lacra que ha empequeñecido injusta e históricamente las
cualidades del protagonista.
A pesar del
origen corso del rey, las circunstancias familiares de los
Buonaparte, pero sobre todo la temprana asimilación de Córcega por
el país galo estableció un nexo entre el joven Giuseppe y el estado
francés prácticamente hasta el final de sus días. Los quehaceres
políticos de su padre como diputado en Versalles le llevaron a pasar
buena parte de su infancia fuera de su tierra natal. Sin embargo,
tras el fallecimiento de éste, José se vio obligado a regresar para
hacerse cargo de su familia. Ya que Giuseppe no parecía tener
atributos para llevar a cabo una destacada carrera militar, su padre
trató de vincularlo a la eclesiástica. Y aunque dicha pretensión no
resultó tampoco exitosa, favoreció indudablemente la vasta formación
intelectual que caracterizaría al futuro rey de España. Consciente
en todo caso de que ni el ejército ni el mundo eclesiástico
satisfacían sus inquietudes, Giuseppe cursó estudios de derecho.
Finalizada su formación universitaria decidió dedicarse activamente
a la política, y con bastante éxito a tenor de la creciente
responsabilidad de los destacados cargos ocupados. Con tan sólo 22
años fue elegido diputado por el distrito de Ajaccio. En esta época
todo el prestigio y la fama era ostentaba por el joven Giuseppe,
contrariamente, el futuro Emperador apenas era conocido.
Posteriormente,
la defensa de la implantación de la República en Francia obligaría
al clan de los Bonaparte a abandonar la isla. Así que mientras
muchos monárquicos dejaron el país galo, los Bonaparte acudieron
presurosos a la llamada de la naciente República. Pero fue Tolón el
hito que cambió para siempre el futuro de la dinastía, ya que la
toma de la plaza por Napoleón lo encumbró a la categoría de héroe. A
partir de entonces su ascensión fue imparable, y por extensión la de
su hermano, cada vez más integrado en los altos círculos de poder.
La consagración de Napoleón como salvador de la República supuso
para José grandes éxitos y riquezas. Napoleón había pasado a ser
ahora el miembro más célebre de la familia y José era consciente de
que su promoción estaba irremediablemente asociada al éxito de su
hermano menor. En este contexto no resulta extraño que fuera
propuesto para ocupar diferentes altos cargos, entre otros, el de
embajador de la República ante Roma.
Pero José no
sólo destacó por su idoneidad en materia diplomática, sino también
por su talento literario, una de sus vertientes más ignoradas.
Aunque sin demasiado éxito, en 1789 publicó Moïna ou la
villageoise du Mont Cenis, una novela de corte pacifista que
revelaba su ideología en materia militar. Tanto en el ámbito
intelectual como en el político, José se había convertido en un
personaje poderoso e influyente. No obstante, Moreno Alonso matiza
que no sólo fue José quien extrajo beneficio de la privilegiada
posición de su hermano, ya que el propio Napoleón también aprovechó
la capacidad e inteligencia de José para conseguir algunos de sus
propósitos; idea con la que el autor trata de dignificar la posición
relegada e infravalorada que del ex monarca se ha difundido
habitualmente en relación con su hermano. Discrepancias al margen,
Napoleón confió plenamente en José, encomendándole misiones de
envergadura de índole política, diplomática y hasta militar. La
influencia del primogénito de los Bonaparte sobre su hermano crecía
paulatinamente, casi al mismo ritmo que su imparable ascenso hasta
ser declarado heredero y sucesor de Napoleón como Alteza Imperial,
posición razonable a tenor del preponderante papel que protagonizó
al servicio de la República.
Siempre atento a
los deseos del Emperador, José aceptó obedientemente el nuevo
encargo que le había reservado en tierras italianas. Y aunque su
periplo como rey de Nápoles duró únicamente dos años -desde 1806 a
1808- este periodo fue vital ya que fue entonces cuando aprendió a
ser rey; experiencia que pondría en práctica en España, aunque con
diferente resultado.
Contrariamente a
la arraigada tesis de quienes han presentado al rey cual si se
tratase de un títere manejado al antojo de Napoleón, el profesor
Moreno se muestra interesado en matizar esta errónea percepción. Y
es que aunque José obedeció en la mayoría de las ocasiones a su
hermano, el autor apunta inteligentemente que actuó con gran
independencia también en muchos casos, sobre todo en lo que se
refiere al gobierno de Nápoles. La actitud beligerante que mantuvo
con el Emperador en numerosas esferas de poder hizo que los
enfrentamientos entre ambos fueran habituales.
Seguidamente, el
autor narra con suma precisión los acontecimientos más destacados
que tuvieron lugar en tierras napolitanas, centrándose sobre todo en
el examen de la actitud de José respecto a sus nuevos súbditos. Y es
que al igual que haría en España, una vez instalado en Palacio
centró buena parte de sus esfuerzos en ampliar sus apoyos, haciendo
todo lo posible para sintonizar con sus súbditos e incrementar su
popularidad, de ahí su obsesión por presentarse primero ante los
napolitanos y más tarde ante los españoles como libertador y
pacificador y no como conquistador. Las tácticas empleadas para
lograr la estima de los napolitanos fueron múltiples y muy variadas.
Así pues, además de prohibir a las tropas que cometiesen abusos y
pillajes, José acudía a cuantas ceremonias litúrgicas podía, viajó
por todo su reino para conocer las demandas de sus súbditos etc. Con
tal pretensión llevó a cabo una política reformista grandiosa que
modificó el aparato estatal desde todas sus vertientes, aunque José,
como haría más tarde también en España, consciente de la oposición
que su presencia levantaba entre algunos sectores sociales combinó
su política de concesiones con medidas represivas.
Aunque los
reinados en Nápoles y en España son palpablemente diferentes, el
comportamiento del monarca con sus súbditos fue semejante en ambos
casos ya que fue en tierras italianas donde el astuto rey aplicó
inicialmente su política propagandística. Espontaneidad aparte, la
aplicación del monarca de buena parte de las estratagemas aplicadas
en Nápoles para conquistar los corazones de los españoles atestigua
su protagonismo en relación a la campaña propagandística que tenía
por objeto su consolidación en el Trono.
En todo caso,
pese al interés del monarca por cautivar a los españoles, para la
mayoría “el intruso” se convirtió desde el primer momento en la
personificación de todos los males que sacudían al país, y sin
necesidad de propaganda que emitiese una imagen negativa del monarca
–tal y como se fomentó desde el sector patriótico-. Además, José I,
responsable bajo el prisma de los españoles de la ausencia del
deseado Fernando, heredó la aversión que Napoleón y su ejército
fomentó sobre la ciudadanía a través de sus atroces acciones de
guerra. Así que, independientemente de la campaña propagandística
que tenía por objeto presentar al rey como paradigma de todas las
virtudes y de todas las argucias populistas aplicadas por el
gobierno josefino, la dura realidad hizo prácticamente insostenible
el mantenimiento de José I en el Trono. Y es que a excepción de
cortos periodos en los que se sintió verdaderamente monarca (como en
la conquista de Andalucía), su estancia se convirtió en una amarga
pesadilla; fracaso que Moreno Alonso no sólo atribuye a José I sino
que lo hace extensible a Napoleón y, por descontado, a sus
mariscales.
Como todo
estudioso que ha examinado el reinado de José I, el profesor Alonso
se adentra en los pormenores de la guerra en sentido cronológico,
detallando escrupulosamente cada una de las etapas del traumático
episodio, aunque sin perder de vista en ningún momento la figura del
rey como punto de referencia sobre el que gravita la investigación.
Aspecto eso sí que no impide que el autor introduzca algunas
observaciones sobre la contienda, destacando entre las más
significadas la falsa concepción de que el pueblo se opusiera
unánimemente a la invasión; asunto que enlaza con el carácter social
y reivindicativo de la contienda y la idea de revolución social de
la que habla Ronald Fraser en La maldita guerra de España
(2006).
Como de
costumbre, el capítulo dedicado al reinado español arranca con las
famosas abdicaciones de Bayona y la proclamación de la Constitución
que reconocía a José I como rey. Al respecto, Moreno Alonso
introduce algunas ideas que merecen atención. La primera y más
sobresaliente enlaza con el concepto de rey republicano ya que la
Constitución, indica, suponía la introducción de una monarquía de
carácter republicano, en tanto que más que una monarquía el nuevo
reino se constituía como una república asentada constitucionalmente
sobre los principios de libertad e igualdad. Teniendo como premisa
la influencia que durante la juventud de José ejercieron las
doctrinas políticas y filosóficas de corte republicanas no resulta
inverosímil la perspectiva republicana desde la que posteriormente
trataría de encauzar las dificultades que azotarían la estabilidad
de sus reinos. La segunda idea destacada cuestiona la marginación a
la que los estudiosos españoles han avocado al rey en relación a la
inspiración de la Constitución. Tomando como antecedente la extensa
experiencia constitucionalista del rey, Moreno Alonso atribuye una
participación más directa en la redacción de ésta.
Seguidamente el
autor se refiere a los hombres de confianza a los que José I
recurrió para formar su gobierno y su Corte. Y también se refiere a
los partidarios que acogieron la nueva dinastía con manifiesta
ilusión, adeptos de los que destaca su escaso número y su carácter
elitista, si bien muchos de los afrancesados lo eran por pragmatismo
más que por motivos verdaderamente ideológicos. La mayoría del
populacho fue sin embargo contrario al rey, de ahí los innumerables
apodos peyorativos con los que se referían a él y los falsos vicios
atribuidos, entre ellos el de alcohólico y ludópata. Y es que la
guerra de opinión fue sin duda el mayor enemigo con el que contó.
Como resultado de todo ello se derivó una imagen totalmente
desvirtuada en la que tanto los sectores patrióticos como el bando
josefino distorsionaron su carácter y fisonomía. Dicha lacra,
mantenida en cierto modo por la historiografía reciente hasta la
actualidad, y que tan dañina ha resultado a la hora de discernir el
verdadero carácter del vilipendiado monarca, ha empezado a disiparse
gracias a las aportaciones de investigadores que como Moreno Alonso
hay trazado, pese a las innumerables dificultades, un perfil lo más
fidedigno posible de la controvertida figura del rey José.
Como sucediera
en Nápoles, los enfrentamientos entre los hermanos fueron
habituales. Recordemos que aunque nunca lo haría, José I amenazó en
innumerables ocasiones con abdicar. Su mayor queja, su continuo
estado de sometimiento hacia su hermano y el ejército imperial. La
figura del monarca quedó ensombrecida en numerosas ocasiones. La
intromisión del Emperador en asuntos que no le concernían resultó
profundamente perniciosa para la imagen del monarca ya que Napoleón
se mostraba ante el pueblo como si fuese él el rey. Desautorizado y
relegado a un segundo plano, el Emperador destruía los esfuerzos de
José por mostrarse como rey verdadero de los españoles. Y es que en
muchas ocasiones Napoleón y sus satélites actuaron más como enemigos
que como aliados. Aparente contradicción que se despeja de inmediato
a tenor de los antagónicos proyectos que tenían ambos en España.
Para Napoleón el Trono sólo era una pieza más dentro de su proyecto
imperial, así que poco le importó los infortunios que pudiese
provocar, sin embargo, José I hizo todo lo posible por consolidar su
posición, deseo que determinó su conducta durante los años de la
contienda, si bien de forma infructuosa. En este sentido Moreno
Alonso plantea en el capítulo toda una serie de sucesos con los que
ejemplifica por un lado los deseos sinceros y reales del monarca por
reinar a su manera y con independencia de Napoleón y por otro los
insalvables obstáculos interpuestos continuamente por éste y sus
mercenarios, descrédito y humillación que despojó al monarca de
respeto y autoridad, premisas imprescindibles para lograr la
admiración de sus súbditos y su consolidación en el reino.
La última parte
del libro está dedicado al exilio en Estados Unidos, país en el que
permaneció quince años. Tras verse obligado a dejar la Corona de
España por imposición de Napoleón, José regresó temporalmente a
Francia, sin embargo, la caída del Imperio cercenó toda posibilidad
de permanencia en el país. Perseguido por las nuevas autoridades,
José emprendería un largo exilio que le llevaría a diferentes
destinos hasta que, confirmada la abdicación de Napoleón, decidió
buscar asilo en EEUU.
Instalado en
1815 en Washington, el ex monarca emprendió una nueva vida, aunque
como de costumbre, en completa soledad familiar. El conde de
Survilliers, nombre que adoptó para pasar desapercibido, se dedicó
de lleno al mundo de los negocios, dedicación que le reportó
ingentes cantidades de dinero. Aunque conocedor de las costumbres
norteamericanas, el viejo monarca quedó totalmente embelesado con la
República. Además fue entonces cuando adquirió experiencia
democrática; realidad que contrastaba con los arcaicos regímenes que
había intentando regenerar sin apenas éxito. Centrado en sus
prósperos negocios, el conde se mostró profundamente desinteresado
en relación con las maquinaciones y conspiraciones políticas que
desde España y Francia trataban de situarlo en una posición de poder
privilegiada. Rumorología aparte, y pese a la obsesión de la
embajada francesa y del rey Fernando, Alonso Moreno remarca
contundentemente que José nunca tuvo en mente formar parte de estas
conspiraciones. Por el contrario, sus inquietudes, señala, eran
otras; preocupaciones que quedan perfectamente expuestas en la obra
gracias al detallado seguimiento del devenir diario de la vida del
ex monarca. Rodeado de la elite económica, política, intelectual
etc., José Bonaparte logró ser admirado y respetado tanto por éstos
como por los sectores sociales más desfavorecidos. A diferencia de
lo ocurrido en España, la imagen que del ex monarca tenían quienes
lo conocían fue inmejorable.
Pero José, pese
a la activa vida social y cultural que llevaba en EEUU, seguía
atento la evolución de la política en Francia. De ahí que tras la
revolución de 1830 decidiera poner fin a su etapa americana y
regresar a Francia con la intención de defender los derechos al
Trono de su familia. Sin embargo, fracasado su plan, José, que tenía
prohibida la entrada a Francia, deambuló varios años por Inglaterra
y EEUU hasta regresar finalmente a Florencia, donde murió el 28 de
julio de 1844. Dieciocho años más tarde, Napoleón III ordenaría el
traslado de sus restos mortales a París, siendo sepultado en los
Inválidos junto a Napoleón, aquel por cuya memoria tanto había
hecho. Así acabó la historia de uno de los personajes más célebres y
determinantes de la historia de España, reino que, salvo contada
excepción, no atisbó ni por asomo los buenos y sinceros propósitos
de un rey que, contrariamente a sus predecesores, hizo lo posible
por alcanzar la felicidad de sus sentidos compatriotas. |