JORDI AMAT, Els llaberints de
la llibertat. Vida de Ramon Trias Fargas, Barcelona, La Magrana,
2009, por Giaime Pala (Institut Universitari d’Història “Jaume
Vicens Vives”-Universitat Pompeu Fabra)
De consultar las bibliografías utilizadas por los
mejores historiadores de la Transición (Álvaro Soto, Ferran Gallego,
Javier Tussell, Santos Juliá, etc.), detectaríamos enseguida un
detalle importante: que en lo que se refiere a los protagonistas
políticos que la llevaron a cabo, no hemos pasado todavía de las
memorias a las biografías. En efecto, mientras contamos
con considerable número de las primeras, todavía escasean las
segundas. Este salto cualitativo, qué duda cabe, es de capital
importancia, en tanto que nos permitiría una mirada historiográfica
sobre aquellos años más profunda que la que nos ofrecen las
memorias, productos utilísimos, pero que no dejan de ser relatos en
que, a menudo, el autor tiende a justificar su actuación antes que
explicarla con la necesaria frialdad y distancia.
En este sentido, la biografía de Ramon Trias
Fargas (1922-1989) escrita por el joven escritor barcelonés Jordi
Amat, representa un excelente modelo de crítica historiográfica,
cuyo principal objetivo es el de aprehender el ritmo de la evolución
histórica de su biografiado a lo largo de toda su vida.
De hecho, Amat dedica toda la primera mitad del
libro a explicarnos los orígenes de la familia Trias, y la infancia
y juventud del joven Ramon. Primogénito de una familia burguesa,
ilustrada y catalanista -su abuelo fue hombre de confianza de Prat
de la Riba y su padre, Antoni Trias i Pujol, colaborador de Macià y
Companys- Ramon Trias experimentó en su propia piel las
consecuencias de la derrota de la España republicana. El exilio
primero en Francia, luego en Suiza y finalmente en Colombia,
marcaron a un chaval brillante con la mente puesta en regresar a su
país, por el que nunca dejó de sentir una auténtica nostalgia. Trias
volvería definitivamente en 1948, no sin antes marcharse a Chicago
para estudiar un máster en economía que le proporcionaría una sólida
formación como economista. Una vez establecido en la gris Barcelona
de los cincuenta, los inicios no fueron fáciles, aunque poco a poco
supo recortarse un espacio tanto en la universidad de Barcelona
-hasta convertirse en catedrático de Economía Política-, como en el
sector privado, iniciando una colaboración con el Banco Urquijo, del
que llegaría a ser el responsable de su Servicio de Estudios, una
plataforma que bien merecería una estudio monográfico y en la que se
formaron gente como Ernest Lluch, Pasqual Maragall y Joan Hortalà.
El de los sesenta es un Trias aún alejado de la política y
concentrado en desarrollar su carrera profesional, que, como la de
otros, no se puede entender sin el fuerte ciclo de expansión
económica y financiera que experimentó la burguesía catalana en
aquella década dorada. Todo indica que, sin ser un empresario, la
imagen que Trias Fargas tenía de sí mismo debía parecerse mucho a la
del “capitán de industria” decimonónico descrito por Jaume Vicens
Vives en su Industrials i polítics: ilustrado, assenyat,
conectado con las principales corrientes políticas europeas de la
época y con una idea clara de lo que había aspirar Cataluña como
país; elementos presentes en sus importantes obras Catalunya i el
modern concepte de regió econòmica (1966) e Introducció a
l’economia de Catalunya (1972).
Fue a principios de los setenta que a Trias
Fargas, hombre de indudable ambición, se le insinuó el gusanillo de
la política activa. En 1974 su nombre se dio a conocer a un público
más amplio que el académico como colaborador estable de La
Vanguardia y, un año después, figuró entre los fundadores de
Esquerra Democràtica de Catalunya (EDC), partido liberal y
nacionalista catalán. A partir de aquí, Amat se adentra en el
estudio del Trias político, partiendo de una premisa clara: que la
historia de un líder político no puede no ser, indirectamente, la
historia del partido al que pertenece. Y el partido en el que más
militó y por el que se le recuerda fue Convergencia Democràtica de
Catalunya (CDC), en cuya dirección entró después de la fusión con
EDC realizada en 1978. La convicción de que Cataluña necesitaba a
una fuerza que aglutinara a los sectores centristas y nacionalistas
para dirigir el proceso de construcción del autogobierno, no le
impidió a Trias mantener un pulso constante con los otros dos
hombres fuertes de esta organización, Jordi Pujol y Miquel Roca
Junyent, sobre distintos temas: desde la conveniencia de entrar en
el gobierno de Suárez y el carácter del nacionalismo practicado por
CDC, hasta las competencias que tendría que tener el Estatuto de
Autonomía y las disputas sobre el control del llamado “aparato”.
Todas batallas de una persona que, más que un “político” propiamente
dicho, fue ante todo un “intelectual” que nunca se sintió a gusto en
las inevitables discusiones internas que caracterizan la vida de un
partido; un hombre con un fuerte idealismo sobre lo que debía
representar la política en la sociedad, al que, sin embargo, no pudo
acompañar un gran éxito que satisficiera sus expectativas (como el
no llegar a ser ministro, su fracaso como alcaldable de
Barcelona en las elecciones municipales de 1983 y su peso
decreciente en la cúpula de CDC). De manera que, ya en la década de
los ochenta, su figura fue más carismática que influyente,
conservando intacta la brillantez intelectual y mediática mientras
perdía su capacidad de imprimir un determinado curso a la política
catalana, entonces hegemonizada por Pujol. Puesto que aún no
contamos con una historia completa de Convergència Democràtica, será
mejor que, a partir de ahora, tengamos en cuenta tanto los
documentos como los juicios aportados por Amat en los últimos
capítulos del libro.
Si pensamos que la biografía es fruto de un
encargo avalado por la misma Fundación Trias Fargas, ligada a CDC,
es de aplaudir la libertad intelectual de la que ha gozado el autor
para articular su reconstrucción histórica. En ella no faltan los
apuntes que nos alejan del heroísmo al que nos tienen acostumbrados
muchos biógrafos, como la áspera relación con los hijos -debido a su
comportamiento duro y distante-, o el reconocimiento de que en
algunas circunstancias, como en su célebre conferencia de 1975 para
el ciclo “Las terceres vies”, Trias infló su pedigree de
opositor al régimen, consciente de que jamás había sido un referente
antifranquista. Son sólo dos de los muchos casos en que Amat matiza,
corrige y aclara cuestiones que el mismo Trias se encargó de
codificar en vida en diferentes entrevistas y escritos. El resultado
es un retrato más complejo y sinuoso. En definitiva, más
interesante.
Eso sí, donde más flaquea el libro es a la hora
de abarcar los intensos años 1975-1976. Tal vez, la actuación de
Trias en el Consell de Forces Polítiques de Catalunya y su
intervención en los duros conflictos que se dieron en él entre el
ala izquierda (PSUC y Convergència Socialista) y el resto de
partidos moderados, hubiera merecido algo más que una simple
mención. Además, es cuando menos cuestionable que su apoyo a la
figura de Josep Tarradellas se debiera sólo a espíritu patriótico:
tanto él como Josep Pallach y Heribert Barrera sabían que, en la
medida en que el presidente de la Generalitat en el exilio tomara
las riendas de la negociación para el restablecimiento de la
autonomía catalana, se reduciría el margen de maniobra de los
“anti-tarradellistas” del PSUC, el partido más fuerte de la
oposición al que muchos -incluido Trias Fargas- miraban con
preocupación por su poder de convocatoria.
Estas críticas no quitan nada al valor de un
libro magníficamente escrito, bien documentado y que supone un
indudable avance en los estudios sobre la Transición en Cataluña. Es
de esperar que el trabajo de Jordi Amat sirva de estímulo para
avanzar hacia un conocimiento detallado del pensamiento y la acción
de cada uno de los protagonistas políticos de aquellos años.
Trabajo, desde luego, no falta. |