HISPANIA NOVA                 NÚMERO 2 (2001-2002)

ROBERTO FANDIÑO
Logroño, 1936. La quema de conventos, mitos y realidades de un suceso anticlerical*

*Este trabajo ha contado con una ayuda de investigación del Instituto de Estudios Riojanos (I.E.R.)

Resumen: El presente trabajo describe en su primera parte y de manera sintética distintas directrices  explicativas de las que se han servido los historiadores para abordar el fenómeno anticlerical en la Historia Contemporánea Española, subrayando la importancia del mismo para entender uno de los componentes esenciales de la Guerra Civil Española. Más adelante sitúa este fenómeno en el ámbito de la Historia Local intentando reconstruir lo sucedido en Logroño y su provincia el 14 de marzo de 1936 para concluir mostrando como este episodio fue rápidamente integrado por el discurso de la propaganda franquista.
Palabras clave:
Anticlericalismo, Historia Contemporánea, Historia Local, Guerra Civil, Franquismo, Prensa y Propaganda.

Abstract: This article describes in his first part and in a synthetic way, some of the diferents historian’s explications about the anticlericalism phenomenon in the Contemporary Spanish History and remakes his importance like a very relevant ingredient in the Spanish Civil War. After, the text deals with this problem in the context of Local History trying the reconstruction of one episode of anticlericalism in the town and the province of Logroño the 14 march 1936. All that to show how the anticlericalisms motíns were employed by the Franco´s regime propaganda.
Key words: Anticlericalism, Contemporary History, Local History, Spanish Civil War, Franquismo, Press and Propaganda.

1ª parte    2ª parte    3ª parte

1.      Introducción. Directrices para abordar el estudio del fenómeno anticlerical

El anticlericalismo contemporáneo ha sido tratado en numerosos estudios y artículos cuyo punto de partida suele ser el de señalar la tremenda complejidad del fenómeno a estudiar, así como la aseveración de que éste constituye en la España de los siglos XIX y XX la herencia de una larga tradición que se remontaba a la Edad Media[1]. Efectivamente, los testimonios que señalaban a los curas, frailes y monjas como portadores de los peores vicios entre los que destacaban fundamentalmente la avaricia, la lujuria y la glotonería se habían venido repitiendo con el paso de los siglos hasta quedar firmemente entroncados en el acervo popular[2].

Lo que de novedoso aportaba el anticlericalismo contemporáneo era que con él se pasaba de las palabras, los chistes y las sátiras a los hechos, es decir, que en sus manifestaciones fue acompañado de una violencia que además era expresión de todo un credo político y de un repertorio y acción movilizadora de la que había carecido en períodos históricos precedentes[3].

 

 

Fig. 1. Ilustración en el anticlerical Quijote que muestra los vicios del clero, enemigo acérrimo de la libertad


Desde los inicios del siglo XIX los liberales habían sabido unir la causa del progreso modernizador a la de la secularización de la sociedad española encontrando en el anticlericalismo un excelente elemento movilizador, transformándolo en una especie de subcultura política, una forma de entender la sociedad y contemplar la vida surgida de la interacción y la influencia recíproca entre la cultura popular y las elaboraciones de los intelectuales anticlericales[4].

Es importante destacar, no obstante, que desde sus comienzos esta nueva mentalidad que embestía animosamente contra el clero haciéndole responsable, entre otras cosas, de frenar los avances del país sumiéndole en las tinieblas del atraso y el oscurantismo tuvo su correlación con el surgimiento de otra que, en paralelo, defendía a capa y espada las virtudes del clericalismo y su preponderancia en la sociedad española[5].

Este enfrentamiento se intensificó durante las primeras décadas del siglo XX alcanzando su clímax durante la crisis de los años treinta y, sobre todo, con el intento secularizador que representaban las reformas impulsadas por la Segunda República. Éstas fueron el detonante de una batalla en la que se aprecia con claridad como ambas tendencias habían encontrado una plataforma desde la que difundir sus ideas, mitos y creencias en una prensa dispuesta a airear los conflictos sociales y políticos en clave clerical y anticlerical, si bien es cierto que la prensa católica de derechas gozaba para ello de una red de diarios con ramificaciones en todas las provincias respaldada por la alta burguesía y las elites locales, dotada de mejores infraestructuras para propalar su visión apocalíptica sobre la desintegración social que había de producirse en el país si éste sucumbía ante el empuje de la modernización. Semejante discurso quedó patente con la presentación de las elecciones del 12 de abril de 1931 como una dicotomía entre monarquía y comunismo[6]. Esta cuestión ha quedado algo oscurecida por la vehemencia y el encono furibundo que mostró la denominada prensa anticlerical en sus caricaturas, sátiras y burlas que apelaban a lo popular representando al clero como fuente de todo tipo de corrupciones y en íntima unión con la monarquía y el ejército[7].

Lo cierto, es que apenas había transcurrido un mes desde que se proclamó la República cuando se declararon los primeros sucesos anticlericales. Fue en Madrid, el 6 de mayo de 1931, donde se prendió la mecha de la pira anticlerical que se extendió por Levante y el Sur de la Península hasta el día 12 del mismo mes arrasando tras de sí iglesias y conventos, círculos monárquicos, asociaciones católicas de obreros y edificios de la prensa de derechas[8]. A pesar de que la responsabilidad de los incendios no ha quedado clara, lo que parece evidente es que comenzaron con una manifiesta provocación monárquica, aunque hay quien los ha interpretado como una explosión del descontento popular debido a la frustración que había producido entre las masas la lentitud de los revolucionarios cambios esperados del gobierno republicano, que en el imaginario popular no significaban otra cosa que la erradicación del clericalismo[9]. Dejando a un lado la cuestión de quienes estuvieran detrás del lanzamiento de las primeras antorchas, los sucesos acaecidos en 1931 acababan de ensanchar una de las grandes fisuras que el país arrastraba desde el siglo XIX radicalizando las posturas y  precipitándolo hacia el abismo de la guerra civil.

No obstante, a pesar de la violencia desatada contra los edificios y los bienes católicos durante los incidentes, estos finalizaron sin que hubiese que lamentar desgracias personales, pues la ira popular no arremetió contra la integridad física de los sacerdotes. Un cambio decisivo en el repertorio de la acción colectiva anticlerical se produjo en la revolución asturiana de 1934, cuando la persona de los clérigos sustituyó a sus posesiones como objetivo primordial de aquellos que abogaban por el nacimiento de una nueva sociedad que debía arrumbar con cualquier vestigio que recordara al pasado. Pero ¿qué fue lo que convirtió a curas y frailes en el más odiado de los enemigos frente a quienes tradicionalmente habían ejecutado la represión contra las protestas populares como la aborrecida Guardia Civil?

Para encarar esta cuestión sería necesario hacer un inciso en esta exposición y retrotraernos a las explicaciones ofrecidas por los historiadores en torno a dos acontecimientos clave de marcado signo anticlerical que tuvieron lugar antes de 1934: la Semana Trágica de Barcelona y los sucesos de 1931. Para Joan Conelly Ulmann, cuya obra sobre la Semana Trágica se ha convertido en un verdadero clásico, el anticlericalismo tuvo durante el desarrollo de esta una clara función política[10]. La historiadora norteamericana defiende la tesis de que los radicales de Lerroux aprovecharon la circunstancia de que en aquel momento eran el único movimiento político capaz de movilizar a las masas atrayéndolas con la demagógica promesa de la realización de la revolución social, mientras que se aplicaban a frenar un auténtico y espontáneo movimiento revolucionario salvaguardando así los verdaderos pilares del régimen. No obstante, la profesora Ullmann reconocía que esta manipulación sólo fue posible porque el anticlericalismo ya existía como fuerza motriz y señalaba una serie de acontecimientos acaecidos durante el Gobierno de Francisco Silvela como los continuos levantamientos carlistas, el dramático juicio de Adelaida Ubao o los sucesos que rodearon el estreno de la obra Electra[11]de Benito Perez Galdós, que escenificaba los mismos elementos contenidos en el caso Ubao.

La explicación que esta brillante obra nos ofrece en torno a la Semana Trágica se queda corta, sin embargo, a la hora de explicar aspectos tan importantes de la movilización como la exhumación de cadáveres que la autora achacaba a la curiosidad malsana y a la creencia, muy extendida por ciertas obras de teatro de gran popularidad, de que tras las paredes de los conventos se albergaban fabulosos tesoros[12]. Lo que se le puede objetar a la impecable argumentación de Ulmann es que en ningún momento parezca preguntarse por qué este tipo de obras habían calado tan hondo en el imaginario popular y adquirido tal credibilidad entre las gentes que en 1909 se sumaron a la profanación de tumbas y sepulcros de los conventos.

Empero, debe quedar claro aquí que esta matización no invalida en absoluto las excelentes argumentaciones que la hispanista norteamericana nos ofrece para intentar comprender las razones que impelieron  a los obreros a atacar los establecimientos religiosos, que en su mayor parte aluden a una motivación sociopolítica. De esta forma, los trabajadores atacaron las escuelas religiosas porque éstas impedían la gestación de una eficiente escuela nacional y por tanto su educación, los centros asistenciales y de beneficencia porque les privaban de puestos de trabajo en un doble sentido: eliminaban a los seglares de un trabajo remunerado y, además, los internos producían manufacturas a bajo precio que hacían la competencia a las pequeñas empresas. Por último, los círculos de obreros católicos se hacían objeto de la animadversión popular por considerarlos un refugio de esquiroles[13].

Esta serie de cuestiones tuvieron sin duda un importante peso en la movilización colectiva de quienes provocaron los incendios, pero no bastan para entender en toda su complejidad el problema del anticlericalismo. De mucho menos interés han resultado las interpretaciones que han querido explicar los motines anticlericales aludiendo solamente a la responsabilidad de anarquistas y lerrouxistas o a la idea de que habían sido promovidos exclusivamente por la derecha monárquica con el fin de reforzar su influencia sobre las masas católicas. Todas estas argumentaciones no sólo son insuficientes, sino que suelen mostrarse incapaces de escapar de un partidismo tendente a presentar problemáticas tan complejas como la del anticlericalismo desde un cierto maniqueísmo que, lejos de aportar alguna luz con la que enriquecer nuestro conocimiento del tema, lo ensombrece insertándolo en debates estériles[14].

Sin embargo, aunque las interpretaciones aportadas por Ullman tienen un gran calado y resultan de considerable validez para entender el fenómeno del anticlericalismo contemporáneo, pues muestran con una gran perspicacia como los cambios producidos en España desde la crisis finisecular confirieron a esta corriente ideológica un carácter marcadamente político fusionado con una monumental capacidad para movilizar a las masas, dejaban abiertos algunos interrogantes sobre el peso de determinadas motivaciones de índole cultural que hoy parece que tuvieron mayor importancia que la que tradicionalmente se les ha concedido.

De ahí que se pueda considerar que la aparición de estos nuevos rasgos propios del anticlericalismo contemporáneo no impida que éste encuentre en una larga tradición no sólo los motivos para hallar en los sacerdotes y frailes el centro de la ira popular, sino también los modelos adecuados con los que diseñar todas sus acciones de protesta. Por tanto, aunque no podamos remontar a la noche de los tiempos la existencia de una serie de conductas violentas y sacrofóbicas  contra la religión, si que estamos en condiciones de afirmar que el peso de todo un acervo cultural basado en el desprestigio del clero tuvo una importante repercusión en la forma en que éste se manifestó en nuestra edad contemporánea[15].

No resulta extraño que, como muy bien ha sabido ver Julio de la Cueva Merino, se puede afirmar que diversas tradiciones culturales y la violencia anticlerical estuvieron claramente relacionadas, pues las primeras proporcionaron moldes donde verter el contenido de las segundas confiriéndoles un claro carácter ritual, como queda demostrado en casos como los de la matanza del cerdo o las corridas de toros[16]. En muchas ocasiones este marco ceremonial se tomaba prestado de la propia religión, como era en el caso de las parodias litúrgicas o en el de la befa de algunos de los elementos de culto más característicos del rito católico. Todo ello tendería a reforzar la idea, 

 

Fig. 2. Milicianos realizando una parodia litúrgica

Fuente: The General Cause (Causa general) The red domination in Spain, Madrid, 1946


apuntada por Gerald Brenan para el caso de los anarquistas, de que muchos de quienes promovían y protagonizaban los sucesos anticlericales lo hacían movidos por un intenso sentido religioso mezclado con un amargo sentimiento de decepción y abandono por parte de la Iglesia oficial[17].

 No obstante, algunos de los componentes de estos repertorios de protesta contra la religión y la institución eclesiástica es necesario explicarlos bajo un nuevo esquema interpretativo. Este es, por ejemplo, el caso de la iconoclastia que no iría destinada a destruir el poder del icono, ya que los iconoclastas no creen en él, sino a la demostración práctica de la impotencia de éste al tiempo que se intenta demostrar una superioridad moral e intelectual sobre los iconolátras[18].

Dicha supremacía moral que se atribuían quienes dirigían el centro de su ira contra la Iglesia y los clérigos resulta clave para explicar otro de los elementos integradores del anticlericalismo contemporáneo que no es otro que su alto contenido moral de fuerte influencia cristiana. Así, una de las acusaciones que se repiten ininterrumpidamente contra  clérigos y  órdenes religiosas es la de fariseismo y traición al evangelio, pues se afirma que mientras dicen hablar en nombre de los pobres siguiendo las enseñanzas de Cristo, viven rodeados de riqueza y ambicionan el poder, al tiempo que bajo el discurso preconizador de las ventajas de la castidad y la pureza se esconde la más abyecta de las lujurias[19].

Estas acusaciones, que ya se encontraban en la dilatada tradición anticlerical española, adquieren gran fuerza en el siglo XX cuando se constata la imposibilidad de hacer política sin contar con las masas y se descubre en el rancio discurso anticlerical un argumento de alta rentabilidad populista[20]. Por otro lado, es necesario tener en cuenta como la Iglesia católica española fracasó en el intento de atraer para su causa a las clases trabajadoras pasando de ser una religión de status quo, que secularmente había difundido una teoría beneficiosa para los intereses de la clase dirigente a cambio de la protección y los beneficios económicos que ésta le otorgaba, a ser una religión abiertamente contrarrevolucionaria que pretendía la reinstauración en el poder de la vieja clase dominante[21]. Este papel quedó evidenciado de forma palmaria en la educación que la mayor parte de los jóvenes burgueses afiliados a la sección juvenil de la Confederación Española de Derechas Autónomas (JAP), las JONS o Falange recibieron en las escuelas religiosas de los Jesuitas o en las Congregaciones Marianas. Una función que se acentuó especialmente en las ciudades de provincias donde el peso de esta serie de valores se incrementó por los vínculos de proximidad propiciados por las Asociaciones Católicas de jóvenes, los boletines y las hojas parroquiales que garantizaban la presencia activa de toda una serie de normas de comportamiento y conducta en la vida cotidiana de los alumnos. Entre estos preceptos destacaban notablemente un militarismo basado en la disciplina, el estoicismo y la abnegación, una visión profundamente jerarquizada del cuerpo social y una persistente insistencia en la idea de diferenciar claramente los papeles que los individuos han de jugar en la sociedad atendiendo a su género[22].

Partir de esta premisa nos llevará a rebatir desde un principio una vieja idea difundida por la historiografía franquista y por la derecha católica, sobre todo desde los inicios de la dictadura, que insiste en afirmar que el apoyo de la Iglesia a la reacción antidemocrática encabezada por los militares golpistas se inició tras los acontecimientos anticlericales, pues como se ha podido ver ésta había comenzado mucho tiempo atrás[23].

Tener este factor en cuenta nos capacitará además para comprender mejor porqué el pueblo español vio en la Iglesia uno delos mayores frenos en el proceso de construcción de la nueva sociedad que esperaban surgiera con el advenimiento de la República. Para muchos españoles el siglo XX iniciaba su andadura preñado con la simiente de una humanidad que se desarrollaría en condiciones de plena igualdad. Era por tanto necesario favorecer el parto aplastando cualquier vestigio del viejo orden para precipitar la llegada del hombre moderno alumbrado por una nueva moral contra la que nada podrían las arcaicas fuerzas del oscurantismo.

Precisamente en este punto es donde cobran toda su importancia las críticas de carácter ético que se dirigirán al clero a quien se identifica con el pasado oponiéndole todo un universo de representación que simbolizaba lo novedoso. Frente a la vieja religión se antepone otra nueva en la que la virgen es sustituida por la joven república representada con los atributos de belleza y pureza que anteriormente se atribuían a la primera, sobre las cenizas de las Iglesias que encarnaban las penumbras de la ignorancia se edificarían escuelas, modernos templos del saber, en un intento por desacralizar el territorio que afectaría a todos los signos evocadores de la antigua tiranía como las campanas, pues como se afirmaba en una revista comarcal de orientación libertaria tras el sangriento verano de 1936:

“Si salís a las afueras echad un vistazo a la ciudad y enseguida notaréis una tan grande transformación que os parecerá imposible. Como por arte de encantamiento han desaparecido aquellas campanadas que, durante siglos y más siglos, habían sido la llamada matinal... De pronto los campanarios han enmudecido. ¿Qué ha pasado? Ha pasado que el pueblo, el verdadero, levantando el puño ha hecho saltar la venda que cegaba los espíritus apagados, y les ha dicho: ¡Campanas, no! ¡Sirenas! Y este pueblo inflamado por un sentimiento de progreso ha escalado decidido y entusiasta los treinta y pico campanarios y de un empujón ha tirado las campanas de arriba abajo; bajaban por el espacio dando repiques, hasta que su pesado cuerpo sordo y amortiguado apagaba su clamor para siempre, aquel clamor que, hasta ayer, lo mismo servía para tocar a fiesta que a duelo”[24].

Todo parecía preparado para un nuevo inicio en el que lo pasado apenas sirviera como material para el recuerdo, pero había algo que  permanecía  bien arraigado en la cultura tradicional y la vida cotidiana española y que resistía como una pesada herencia al empuje de los nuevos tiempos. Este rasgo no era otro que el tradicional machismo de la sociedad hispana que se hizo especialmente explícito en la obsesiva insistencia de argumentos anticlericales centrados en el tema de la sexualidad de los curas[25].

Esta reiteración y persistencia en las denuncias del comportamiento sexual de los religiosos sólo pueden entenderse si tenemos en cuenta que en una sociedad tradicionalmente machista el sacerdote era el único que tenía acceso a todas las mujeres en aspectos que, además, estaban vetados para el resto de los hombres gracias al sacramento de la confesión. Por otro lado, también se acusaba al confesor de aprovechar esta privilegiada posición para intentar influir y dirigir la conducta de las feligresas en asuntos que tenían más que ver con la política y la sociedad que con la religión. Así lo denunciaba Margarita Nelken  en los años veinte cuando afirmaba que era indudable que:

“ (...) de intervenir nuestras mujeres en la vida política, ésta se inclinaría enseguida muy sensiblemente hacia el espíritu reaccionario, ya que aquí la mujer, en su inmensa mayoría, es, antes que cristiana, y hasta antes que religiosa, discípula sumisa de su confesor, que es, no lo olvidemos, su director[26].

Pertenecer al sacerdocio implicaba también poder disfrutar de lo que se había convertido en el objeto de deseo erótico por excelencia y que tan sólo parecía accesible para el cura: la novicia. No olvidemos que Alejandro Lerroux había invitado a sus seguidores con su retórica inflamada y deslenguada a alzar “el velo a las novicias y elevadlas a la categoría de madres para virilizar la especie”[27].

La obcecación  con la lujuria secreta del clero motivó en muchos de los casos algunos de los episodios más feroces del fenómeno anticlerical como pudo ser el de las exhumaciones revolucionarias, pues muchos de quienes desenterraban los cadáveres buscaban, en no pocas ocasiones, las pruebas que delataran el proceder licencioso del clero, así como diferentes objetos eróticos o momias de  monjas sepultadas con fetos probando de esta manera la naturaleza pecaminosa y antinatural de la vida en la comunidad monástica. Además, los desenterramientos pretendían mostrar a las claras la ausencia de santidad que se hacía explícita en los efectos de la corrupción sobre los cuerpos enseñando como, a pesar de haberse recubierto de un halo de santidad, los miembros de la Iglesia quedaban sometidos a la misma suerte que el resto de los mortales condenados a la muerte y la putrefacción[28].

 


 

Fig. 3 El espectáculo terrible de las exhumaciones revolucionarias en Barcelona.

Fuente: The General Cause (Causa General). The red domination in spain, Madrid, 1946.

 

 


Fig. 4  Momias en las calles de Barcelona
Fuente: The General Cause (Causa General). The red domination in spain, Madrid, 1946.

En definitiva, la acción colectiva emprendida contra los religiosos y sus propiedades en el marco de nuestra historia contemporánea encontró uno de sus principales acicates y argumentos en reproches de tipo ético aunque, como hemos visto para el caso de los confesores, no creo que se pueda separar tajantemente en el universo de la representación mental la ética y la acción política, pues para las clases populares la segunda queda ligada a la primera y se desprende de ésta[29]. De hecho, la conclusión con la puede cerrarse esta propuesta del tema que a continuación va a desarrollarse, es que los motines anticlericales suponen un excelente ejemplo de cómo es imposible construir cualquier exposición histórica atendiendo a explicaciones unicausales o rechazando de plano cualquier vía de estudio. En el anticlericalismo español contemporáneo se funden de manera ejemplar motivaciones políticas, sociales y económicas con otras de tipo cultural o mental sin que pueda prescindirse de unas o de otras para arrojar alguna luz sobre tan peculiar fenómeno. El presente ensayo analizará un episodio de historia local que tuvo lugar en la pequeña ciudad de Logroño y su provincia. Con ello no se persigue la utópica finalidad de acercarse a la idealizada Historia total pues, como afirmaba Marc Bloch, a veces la unidad de lugar no es más que mero desorden, sino la de aclarar en lo posible uno de los capítulos más oscuros de la historia de esta ciudad tomando como eje unificador del estudio un problema central como es el del anticlericalismo[30].


NOTAS

[1] Toda esta evolución histórica puede seguirse en la breve pero excelente obra de CARO BAROJA, J., Introducción a una historia contemporánea del anticlericalismo español, Madrid, 1980.

[2] La literatura española es de una abrumadora riqueza en testimonios que relatan los pecados, deslices y malos modos con los que proceden eclesiásticos de todo pelaje. Dar testimonio de todos ellos en una nota al pie de página resulta de todo modo imposible. No obstante, y sin animo alguno de  ser exhaustivo, pueden recordarse aquí los divertidos milagros que Gonzalo de Berceo dedica al clérigo embriagado y a la abadesa preñada  en BERCEO, Gonzalo de., Milagros de nuestra señora, Madrid, pp. 88-92 y 93-102 respectivamente o las amonestaciones del Arcipreste de Hita en torno al amor de los clérigos por el dinero en su Libro de buen Amor, Madrid, 1987, p. 97. Ya en el siglo XV, y entroncando con la tradición misógina medieval, podemos encontrar la impronta de esta tradición en MARTÍNEZ DE TOLEDO, A., Arcipreste de Talavera o Corbacho, Madrid, 1987,  por ejemplo en pp. 85-86. El listado podría continuar  durante el renacimiento con ilustres ejemplos hasta llegar al siglo de oro donde podemos encontrar abundantes testimonios de clérigos licenciosos en la excelente obra de ALZIEU, P., JAMMES, R. y LISSORGUES, Y., Poesía erótica del siglo de oro, Barcelona, 2000 en pp. 106-109. Para una interesante relación de obras sobre esta tradición puede verse MIRET MAGDALENA, E., “Anticlericalismo en nuestra historia” en Triunfo, nº 671, 9 de agosto de 1975, pp. 18-21.

[3] La aparición de la violencia como novedad en el anticlericalismo español puede verse en el brillante trabajo de DE LA CUEVA MERINO, J., “Si los curas y frailes supieran... la violencia anticlerical” en JULIÁ, S. (Coord.), Violencia política en la España del siglo XX,  Madrid, 2000, pp. 191-223. La división de la sociedad entre clericales y anticlericales ha sido retratada por CARANDELL, L., “Beatos y Comecuras” en JULIÁ, S. (Coord.), Memoria del 98. De la guerra de Cuba a la Semana Trágica, Madrid, 1997, p.372.

[4] Así lo ha descrito con acierto CASTRO ALFÍN, D., “Cultura, política y cultura política en la violencia anticlerical” en CRUZ, R. y PÉREZ LEDESMA, M. (Eds.), Cultura  y movilización en la España contemporánea, Madrid, 1997, pp. 69-87.

[5] DE LA CUEVA MERINO, J., “Movilización política e identidad anticlerical, 1898-1910” en CRUZ, R., (Ed.), Ayer nº 27 “El anticlericalismo”, Madrid, 1997, pp. 101-125.

[6] CRUZ, R., “¡Luzbel vuelve al mundo! Las imágenes de la Rusia Soviética y la acción colectiva en España” en CRUZ, R. y PÉREZ LEDESMA, M. (Eds.), Cultura y movilización en la España contemporánea..., pp. 273-303. La alusión concreta a esta dicotomía en p. 292.

[7] Esta representación del clero en revistas como La Traca o Fray Lazo puede verse en DE LA CUEVA MERINO, J., “El anticlericalismo en la Segunda República” en  LA PARRA, E. y SUÁREZ CORTINA, M. (Eds.), El anticlericalismo español contemporáneo, Madrid, 1998, pp. 211-301. Estas publicaciones no hacían sino continuar una línea que ya había sido explorada a principios de siglo por otras como El Motín o Las Dominicales del Libre Pensamiento.

[8] Para un relato sucinto de los acontecimientos puede verse TUÑÓN DE LARA, M., La España del siglo XX, vol II. De la Segunda República a la guerra civil (1931-1936), Madrid, 2000, pp. 305-311.

[9] DE LA CUEVA MERINO, J., “El anticlericalismo en la Segunda República” en  LA PARRA, E. y SUÁREZ CORTINA, M. (Eds.), El anticlericalismo español contemporáneo... p. 220.

[10] ULLMAN, J.C., La Semana Trágica, Barcelona, 1973, pp. 584-613. Un análisis del repertorio de protesta anticlerical desde finales del siglo XIX puede verse en DE LA CUEVA MERINO, J., “Movilización política e identidad anticlerical, 1898-1910”... en el que el autor describe como las protestas anticlericales no se alejaron del repertorio de acción colectiva empleado por otros grupos en el mismo período y centrado fundamentalmente en reuniones, manifestaciones, boicots y motines, p. 111.

[11] Un testimonio sobre el eco que despertó en la sociedad española la citada obra puede verse en ORTIZ ARMENGOL, P., “El estreno de Electra” en JULIÁ, S. (Coord.), Memoria del 98...,  pp. 322-323. El efecto fulminante que Electra despertó entre la opinión pública española de la época descansaba también en la creencia muy extendida de que la entrada en el convento de las jóvenes resultaba antinatural porque suponía la renuncia de éstas al sexo y a la maternidad, lo que alimentaba las sospechas de que se produjera bajo coacción, como se argumenta en LANNON, F., “Los cuerpos de las mujeres y el cuerpo político católico: Autoridades e identidades en conflicto en España durante las décadas de 1920 y 1930” en Historia Social, nº 35, Valencia, 1999, pp. 65-80. La alusión a Electra en p. 73.

[12] ULLMAN, J.C., “Arde Barcelona” en Historia 16, año IV, nº 39, Madrid, julio de 1979, pp. 85-94.

[13] Ibidem, pp. 91-93.

[14] La falta de validez de este tipo de explicaciones para comprender el fenómeno de la quema de conventos y los motines anticlericales ha quedado puesto de relieve en CARO CANCELA, D., “Una aproximación al anticlericalismo contemporáneo: la quema de conventos gaditanos en mayo de 1931” en Gades, nº 13, Cádiz, pp. 241-252. El hecho de responsabilizar exclusivamente a los anarquistas por este tipo de sucesos no deja de ser un tópico,  ya que se ha demostrado que también se dieron en zonas dominadas por otras fuerzas políticas, como bien afirma CASANOVA, J., La Iglesia de Franco, Madrid, 2001, p. 194. El partidismo del que son prisioneros este tipo de análisis en TUÑÓN DE LARA, M., La España del siglo XX, vol II. De la Segunda República a la guerra civil (1931-1936)..., p. 307.

[15] El rechazo excluyente de este tipo de explicaciones aludiendo a que la violencia anticlerical revestida de tintes políticos y movilizadora de masas es un fenómeno exclusivamente contemporáneo puede verse en CASTRO ALFÍN, D., “Cultura, política y cultura política en la violencia anticlerical”..., pp. 89-93. De esta forma se minusvaloran importantes elementos de estudio que pueden aportarse desde el punto de vista de la antropología para ahondar en el conocimiento del anticlericalismo. El  peso de una determinada tradición cultural sobre fenómenos claramente contemporáneos ha quedado sobradamente demostrado en obras que han generado debates historiográficos tan apasionantes y enriquecedores como el provocado en los últimos años con respecto a la importancia de la secular cultura antisemita en la Alemania nazi puesta de manifiesto en GOLDHAGEN, D.J., Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el holocausto, Madrid, 1997.

[16] DE LA CUEVA MERINO, J., “Si los curas y frailes supieran..., p. 209. También la obra de RUIZ DELGADO, M., La ira sagrada. Anticlericalismo, iconoclastia y antirritualismo en la España contemporánea, Barcelona, 1992.

[17] BRENAN, G., El laberinto español. Antecedentes sociales y políticos de la guerra civil, Barcelona, 1996, p. 243.

[18] Este interesante punto de vista en el excelente trabajo de LINCOLN, B., “Exhumaciones revolucionarias en España, julio 1936” en Historia Social,  nº 35, Valencia, 1999, pp. 101-118. La alusión concreta a la iconoclastia en p. 113.

[19] ALVAREZ JUNCO, J., “El anticlericalismo en el movimiento obrero” en JACKSON, G., (Coord.), Octubre 1934. 50 años para la reflexión, Madrid, pp. 283-300. Alvarez Junco señala en el mismo trabajo como estas críticas de tipo moral fueron repetidas hasta la saciedad en las publicaciones anticlericales, p. 294. El papel de esta crítica de tipo moral en el pensamiento anarquista puede seguirse en ALVAREZ JUNCO, J., La ideología política del anarquismo español (1865-1910), Madrid, 1976,  pp. 197-215.

[20] Así queda puesto de manifiesto en el magistral estudio sobre la retórica populista de ALVAREZ JUNCO, J., El emperador del paralelo. Lerroux y la demagogia populista, Madrid, 1990. Especialmente en pp. 401-410.

[21] La idea del paso de la religión católica de su  representación del status quo a religión contrarrevolucionaria en LINCOLN, B., “Exhumaciones revolucionarias en España..., pp. 104-105. Una buena síntesis del papel social y político jugado por la Iglesia española desde el final del siglo XIX puede verse en LANNON, F., Privilegio, persecución y profecía. La Iglesia católica en España 1875-1975, Madrid, 1990, pp. 17-22. La derecha católica española también fracasó rotundamente en el intento por atraerse a las masas obreras en un contexto de aguda guerra de clases, como muy bien ha hecho notar PRESTON, P., La política de la venganza. El fascismo y el militarismo en la España del siglo XX, Barcelona, 1997, p. 47.

[22] VINCENT, M., “The Martyrs and the Saints: Masculinity and the construction of the Francoist crusade” en History Workshop Journal, nº 47, 1999, pp. 69-98. Para la formación en escuelas religiosas de los jóvenes españoles que engrosarían las filas del fascismo pueden verse especialmente las páginas 79-82.

[23] Por ejemplo en LANNON, F., “La cruzada de la Iglesia contra la república” en PRESTON, P., Revolución y guerra en España 1931-1939, Madrid, 1986, pp. 41-58. El fuerte carácter antidemocrático de la derecha católica española durante la segunda república puede verse en PRESTON, P., Las derechas españolas en el siglo XX: Autoritarismo, fascismo y golpismo, Madrid, 1986, pp. 111-1126.

[24] Citado en DELGADO RUIZ, M., “Anticlericalismo, espacio y poder. La destrucción de los rituales católicos, 1931-1939” en CRUZ, R., (Ed.), Ayer, nº 27 “El anticlericalismo”, Madrid, 1997, pp. 149-180. El texto en p.174. La cursiva es mía.

[25] El discurso de género marcó especialmente el período de revolución y guerra en España. El peso de una sociedad tradicionalmente machista se dejó sentir en un país que era incapaz de superar ese lastre, aunque la ley brindase alguno de los elementos para ello. Esto puede apreciarse especialmente bien en el caso de las mujeres republicanas y su paso de milicianas combatientes a esforzadas resistentes de la retaguardia perfectamente ilustrado en los discursos de los líderes revolucionarios y en la propaganda de la época, especialmente en los carteles de guerra. El caso de las mujeres republicanas ha sido brillantemente documentado en NASH, M., Rojas. Las mujeres republicanas en la guerra civil, Madrid, 1999, pp.85-104. Para los carteles de guerra puede verse GREENE, P.V., “Testimonio visual: iconografía femenina en los carteles de la guerra civil” en Letras Peninsulares. Voces y textos de la guerra civil española/Voices and texts of the Spanish Civil War, spring, Michigan, 1998, pp. 119-143. Para las mujeres del bando franquista esto resultó aún mucho más evidente pues las fuerzas reaccionarias que integraron la sublevación contra la República habían hecho de la división social por sexos una de sus divisas ideológicas. Algo que, por otro lado, fue común y compartido por el resto de los fascismos europeos. De hecho, la victoria franquista en la guerra civil supuso un confinamiento de las mujeres en la esfera doméstica y su sometimiento a las normas de conducta y moral dictadas por la Iglesia católica. He intentado describir como se fue gestando la construcción del modelo femenino franquista dentro del marco de una ciudad de provincias en mi trabajo “La conformación del modelo de mujer en el primer franquismo desde los medios de comunicación y su plasmación en una ciudad de provincias” en NAVAJAS ZUBELDIA, C. (Coord.) Ensayos sobre el papel de la mujer en la Historia Contemporánea de la ciudad de Logroño, Logroño, 2001, en prensa.

[26] Citado en MANGINI, SH., Recuerdos de la resistencia. La voz de las mujeres en la guerra civil española, Barcelona, 1997, pp. 34-35. La cursiva en el original.

[27] Citado en  ALVAREZ JUNCO, J., El emperador del paralelo. Lerroux y la demagogia populista, Madrid, 1990, p. 201.

[28]  Esto es lo que Bruce Lincoln ha llamado profanofanía en su excelente “Exhumaciones revolucionarias en España..., p. 116.

[29] Considero que ésta es una de las pocas matizaciones que se puede hacer al excelente trabajo de ALVAREZ JUNCO, J., “El anticlericalismo en el movimiento obrero” citado anteriormente en el que el autor separa claramente esas dos esferas en p. 292.

[30] “Il n’est jamais possible ni souhaitable de chercher à retenir tous les phénomenes qui s’inscribent à l’interieur de frontières régionales donnés. L’unité de lieu n’est que désordre. Seule l’unité de probléme fait centre” en BLOCH, M., “Un étude régionale: géographie ou histoire?”, Annales d’Histoire Économique et Sociale, nº 25, París, 1934, p. 25. 

2ª parte