HISPANIA NOVA                 NÚMERO 2 (2001-2002)

Logroño, 1936. La quema de conventos, mitos y realidades de un suceso anticlerical

por Roberto Fandiño

1ª parte    2ª parte    3ª parte

2.      Motines anticlericales en la Provincia de La Rioja y quema de conventos en Logroño el 14 de marzo de 1936.

Anteriormente se han intentado mostrar algunas de las causas que contribuyen a hacer del fenómeno anticlerical uno de los más complejos y apasionantes de la historia contemporánea española haciendo especial hincapié en la idea de como el discurso programático e ideológico en el que descansa la movilización contra la institución eclesiástica y sus representantes estaba integrado por diferentes elementos, que amalgamaban de forma ejemplar factores de índole social, económica y política con otros más cercanos al universo cultural, el imaginario colectivo y las representaciones mentales[31] .

Ahora bien, para que se abriera la puerta al estallido de sucesos en los que se pudiera verter toda esta tradición era necesario que se encontrasen el momento y las experiencias oportunas para que aquella se expresara[32]. La España de los años treinta atravesaba la coyuntura propicia para que las revueltas sociales se tiñesen con ígneos tintes anticlericales. Paradójicamente, el estallido de este tipo de situaciones fue servido en bandeja por aquellos que decían hablar en nombre del orden social y la estabilidad.  Así fue en el caso de la revolución asturiana de 1934, que no constituyó sino una prueba del descontento obrero por el firme retroceso impuesto desde el gobierno radical-cedista a la política de tímidas reformas sociales practicada en el período comprendido entre 1931-1933. No resultaba extraño que los mineros asturianos vieran en el nexo existente entre la derecha católica y la Iglesia a la encarnación del oscurantismo propio del pasado frente a los nuevos tiempos que debían alumbrarse con su revolución proletaria.

En los inicios de la guerra civil, y especialmente en el sangriento verano de 1936, fueron de nuevo quienes se sublevaron para contener el caos y la tan temida revolución quienes acabaron provocándola al fracasar el golpe de Estado con el cual pretendieron arrumbar la Constitución que antaño habían jurado defender. La violencia revolucionaria que siguió al inicio del levantamiento militar contra la República encontró además allanado el camino en el vacío de poder y la desorientación con la que las autoridades republicanas enfrentaron los primeros momentos de la contienda civil[33]. No tardaron las ansias justicieras de quienes se aprestaban a encender la mecha de la revolución en servirse de iglesias y conventos como el primer combustible y en convertir a sus inquilinos en víctimas preferentes del terror caliente que caracterizó a los primeros meses de la guerra civil. Para quienes se veían a sí mismos como la vanguardia del nuevo mundo que estaba por nacer, los sacerdotes simbolizaban uno de los grandes males sociales que era necesario eliminar en bien de la salud pública[34].

Lo que parece quedar claro con lo dicho hasta ahora es que tanto los momentos de agitación revolucionaria, como aquellos de vacío de poder o crisis institucional eran especialmente propicios para que el viejo discurso anticlerical aflorase en las movilizaciones colectivas. En eso, la ciudad de Logroño no constituyó excepción alguna en fecha tan temprana como el 14 de marzo de 1936[35]. Antes de pasar a la narración y valoración que de los hechos podemos hacer atendiendo a las escasas fuentes disponibles, es necesario constatar que estos acontecimientos tienen un gran valor para la historia de nuestra ciudad, ya que, como muy bien supo ver Cristina Rivero, fueron decisivos para mostrar quienes estaban dispuestos a respetar la legalidad republicana y quienes se aprestaban a vulnerarla ansiando integrarse en la conspiración para derribarla[36]. Por otro lado, también es necesario destacar la importancia que estos sucesos tienen al anticipar cuál iba a ser una de las formas más características de movilización en el caso de que la tensión social que acompañó a los últimos años de la República estallara definitivamente. Los sucesos anticlericales ocurridos en marzo del 36 en la ciudad de Logroño constituyen así un claro ejemplo de lo que iba a ocurrir meses después en toda la provincia y en el resto de España.

El 15 de marzo de 1936 el diario La Rioja publicaba una relación de los hechos ofrecida por el Gobernador Civil de la provincia, el Sr. Fernández Shaw, que de forma escueta explicaba lo que había sucedido el día anterior narrando como:

“En la noche del viernes, por confidencia que tuvo la policía, fue sorprendida una reunión clandestina de elementos fascistas. Se les detuvo y en la mañana de ayer fueron conducidos al juzgado de instrucción, a disposición del juez y para que éste los examinara.

Con este motivo, en la plaza de San Agustín, frente al juzgado, se formaron algunos grupos que comentaban la detención. En las cercanías del juzgado había un automóvil que conducía un joven, a quien se le atribuyó significación fascista y que ocupaba con otros dos. Parece que uno de los grupos se acercó al vehículo, lo registró, encontró algún arma e incendió el coche. Este incendio determinó excitación en los ánimos y un grupo se dirigió al Centro de Falange Española, penetrando en él, destrozando los pocos muebles que allí había y quemándolos después. Luego, los mismos autores del hecho anterior realizaron otros análogos en el Círculo Carlista, el Tradicionalista y el de la Ceda (sic). Actuó la fuerza pública y se dice que sonaron dos disparos, sin saber a quien pueden atribuirse. Esto y el que en el Círculo Tradicionalista, la persona que salió a abrir, lo hiciera con una pistola en la mano, y el que en la hoguera que se formó con los enseres de otros de los Círculos citados se produjeran explosiones como de cartuchos y que también se hubieran encontrado algunas armas contribuyó a aumentar la excitación.

Los dos disparos a que anteriormente se alude fueron motivo de que una manifestación se dirigiera en protesta al Gobierno Civil, próximo al cual se encuentra el cuartel de Artillería. Disuelta esta manifestación se registró un leve incidente con unos oficiales que, según dicen, llevaban en la mano las pistolas. Más tarde cuando estos oficiales, acompañados del General Comandante militar, del Alcalde y del Coronel del Regimiento, aparte de otras personas se dirigían al cuartel, protegidos por elementos del Frente Popular, que trataban de impedir que se les acercasen los pequeños grupos que les seguían, para reintegrarse al mismo, la guardia hizo unos disparos de los que resultaron un muerto, dos o tres heridos graves y otros dos o tres de menor importancia.

Después de este suceso, la irritación de los grupos los condujo a incendiar algunos conventos.

El muerto fue el oficial de las oficinas centrales del Ayuntamiento don Vidal Castellet, que acompañaba al alcalde.

A las seis de la tarde (...) salieron a patrullar fuerzas de Infantería y la tranquilidad quedó totalmente restablecida”[37].

Si se ha citado casi en toda su integridad la nota publicada por este diario es porque de ella se desprenden algunas cuestiones que resulta de gran interés comentar. La primera de ellas es que la versión de los hechos que se ofrece en este artículo es la que más se parece a la valoración de los mismos que posteriormente han hecho los profesionales de la Historia con algún que otro matiz. Cristina Rivero coincide en lo fundamental del relato incidiendo en el hecho importante de que el momento en el que los falangistas detenidos habían sido llamados a declarar fue simultáneo a la salida de los obreros que trabajaban en la cercana tabacalera, siendo estos provocados por los primeros mediante el saludo brazo en alto, lo que motivó el enfrentamiento agudizado con la sospecha de que en el coche de los falangistas había armas[38]. Por otro lado, el testimonio ofrecido por el Gobernador Civil, debido a su inmediatez, no nos informa más que de una muerte ocasionada como consecuencia de los acontecimientos descritos. Un día después de que se publicara esa crónica se producía la segunda muerte de uno de los heridos graves en la persona de Julio Vivanco, chofer mecánico, fallecido como consecuencia de una fractura y hundimiento del parietal derecho producida en los choques entre manifestantes y fuerzas del orden que tuvieron lugar a la altura de la calle Miguel Villanueva[39].

En segundo lugar, el artículo muestra como la Falange también tuvo una importante responsabilidad en los hechos acaecidos en la jornada del 14 de marzo de 1936, revelando sus excelentes dotes como matones cualificados para la lucha callejera y cumpliendo con sobradas creces la función desestabilizadora que los monárquicos habían sabido ver en ella, una vez abandonada la vía legalista para llegar al poder[40]. Este papel jugado por Falange Española era el que le interesaba destacar al periódico Izquierda Republicana que en un comentario dedicado a lo sucedido denunciaba en un tono exaltado cómo todo lo ocurrido formaba parte de una estratagema destinada al fin de desprestigiar y dañar al gobierno del Frente Popular, afirmando que:

“(...) El  Fascio asustado por nuestra victoria, que significa su muerte a corto plazo, se ha lanzado a una lucha tenaz y desesperada, con la desesperación de saber que en ella le va la vida, para torpedear nuestro triunfo y hacer que nuestra victoria electoral sea estéril, y sea el Frente Popular desplazado del poder, antes que éste consiga yugular al fascismo.

Para ello ha iniciado en toda España una criminal maniobra de provocación a las fuerzas y organizaciones del Frente Popular, al objeto de conseguir la justa irritación de nuestras masas, para que estas desbordadas y alejadas del control de sus dirigentes, se cobren la justicia con su mano, con desmanes que por un momento puedan hacer verosímil la imputación que en la campaña preelectoral nos hacía la reacción, llamándonos revolucionarios de la peor calaña (...)

Respondiendo a este plan de conjunto, el Fascio ha realizado en esta provincia varios y repetidos actos de provocación al Frente Popular, buscando los fines de desgaste gubernamental a que antes nos referíamos y entre todos ellos descuellan por haber sido cometidos en esta capital, la reunión clandestina de fascistas sorprendida por la policía, y sus consecuencias inmediatas de irritabilidad por parte de las masas del Frente Popular, que hiperestesiada por la insólita agresión de parte de la oficialidad y de la guardia del Regimiento de Artillería, produciéndonos hasta este momento un muerto y cinco heridos graves, entre ellos una mujer, fueron causas que posibilitaron los hechos ocurridos en la noche del 14 del actual .

Estos hechos, que somos los primeros en lamentar y condenar, pero cuya paternidad ni directa, ni indirectamente nos corresponde, porque los autores de los mismos no fueron gentes controladas por ninguno de los Partidos y Organizaciones afectas y simpatizantes al Frente Popular, son los que pretendían conseguir, los fascistas con sus criminales maniobras”[41].

Aunque el relato ofrecido por el diario ofrece un punto de vista claramente sesgado y partidista su información no deja de ser valiosa, pues confirma una percepción que ya quedaba esbozada en las explicaciones que ofrecía el Gobernador Civil en el artículo de La Rioja al que nos hemos referido anteriormente. Esta idea no era otra que la existencia de la  sospecha de que en las sedes de los partidos políticos de la derecha se guardaban armas que iban a utilizarse para atentar contra la legalidad vigente, haciendo buena la percepción de que en ellos se conspiraba contra el gobierno del Frente Popular. A esta creencia se unía otra que hacía de las iglesias y parroquias lugares no sólo apropiados para dar cobijo a este tipo de conjuras contra las instituciones republicanas, sino también para ocultar las armas que habían de ser utilizadas contra ella[42]. Este recelo era de nuevo expresado gráficamente en Izquierda republicana, cuando en un editorial firmado por Juan García Morales titulado “Mano de Hierro” se afirmaba:

“No sólo hay que limpiar las covachas de enemigos del régimen, que solapadamente viven y medran a costa de la República; hay que hacer una poda en el ejército y en las instituciones armadas (...) Nos perdió antaño el empacho de legalidad; que no vaya a suceder ahora lo mismo (...) Ahí están los periódicos derechistas, católicos, apostólicos, romanos, que han propagado la calumnia, la difamación y la injuria sin que la conciencia les remordiera; periódicos derechistas, con censura eclesiástica, bendecidos por los obispos, que se han dedicado a sembrar el odio y a predicar la guerra civil (...)

No queremos quemas de conventos ni de iglesias pero protestamos enérgicamente de que las sacristías se hayan convertido en guaridas de conspiradores[43].

Este punto de vista parecía confirmarse un día después de que el editorial citado se publicara con lo ocurrido en la iglesia de Lardero, localidad cercana a Logroño, que también fue objeto de las iras incendiarias de la población, episodio que se zanjó con una supuesta declaración de la Guardia civil en la que se afirmaba que se habían encontrado escondidas en el altar de la iglesia varias bombas de las que nos es imposible conocer sus características[44].

De todo ello pueden extraerse dos conclusiones: La primera es que la prensa católica fue responsabilizada de publicar discursos que propiciaban el clima de tensión favorecedor de la guerra civil apoyando los puntos de vista reaccionarios de la derecha, cosa que era a esas alturas innegable[45]. La segunda es que aunque los sucesos que tuvieron lugar estallaran de forma espontánea no pueden ser calificados de indiscriminados, como a menudo se ha hecho con este tipo de motines, pues sus objetivos fueron rigurosamente elegidos entre aquellos que eran considerados como los enemigos más viscerales de las instituciones republicanas, los partidos de derechas que habían incrementado su discurso apocalíptico desde el triunfo del Frente Popular, la prensa católica y, por último, las iglesias y conventos. Entre estos últimos fueron pasto de las llamas, según la Junta de Cultura Histórica del Tesoro Artístico, el Convento de las Adoratrices, el de las Agustinas, la Iglesia de la Enseñanza, la sede de los Carmelitas y el Convento de Madre de Dios[46]. Una minuta elaborada por el arquitecto jefe del cuerpo de bomberos de la ciudad fechada el 18 de marzo de 1936 añadía a esta lista la Iglesia Parroquial de Santiago y el edificio de las Escuelas Pías, además de los talleres de El Diario de La Rioja[47]. A todo ello habría que sumar las sedes de los partidos políticos que fueron atacados antes de que los descontentos la emprendieran con iglesias y conventos (ver tabla. 1).

Los hechos eran descritos en el órgano oficial de Acción Riojana, partido adscrito a la CEDA, el semanario Rioja Agraria con una gran dosis de ironía al calificar un paseo por los lugares incendiados como un verdadero “Vía-Crucis (sic) Cuaresmal”, en el que a los ataques a los edificios religiosos se unían los realizados en los locales de las fuerzas políticas de derechas como Falange Española, los Círculos Tradicionalistas, el Círculo Nacional Agrario y la propia Acción Riojana, aunque sin señalar en ningún momento de que índole eran los daños sufridos por estos últimos, a pesar de que páginas más adelante no dudaba en señalar que lo sucedido era “consecuencia lógica de la preparación que a la cosa se le había dado”[48].

Edificios Dañados por el fuego en la ciudad de Logroño

Descripción de los Daños

Edificio de las Escuelas Pías

Desperfectos en el altar mayor de la Iglesia

Carpintería de puertas y ventanas.

Edificio y Talleres de El Diario de La Rioja

Totalmente destruido excepto muros exteriores.

Edificio de las Religiosas de la Enseñanza

Totalmente destruida la Iglesia y todo el cuerpo de edificación antigua.

Edificios de las Religiosas de Madre de Dios

Totalmente destruida la Iglesia y la parte antigua de la residencia de religiosas.

Daños considerables en el edificio destinado a viviendas de Capellanes.

Edificio de las religiosas Agustinas en la carretera de Burgos

Iglesia totalmente destruida.

Desperfectos graves en las alas destinadas a residencia de las monjas.

Edificio de los Religiosos Carmelitas del Paseo Gonzalo de Berceo

Grandes desperfectos en el interior de la Iglesia

Hundimientos en una de las alas destinada a residencia.

Edificio de las Religiosas Adoratrices

Totalmente destruida la iglesia y la nave de la planta baja situada a oeste de aquella

Iglesia Parroquial de Santiago

Puertas de entrada, una pequeña parte del entarimado y algunos bancos.

  Tabla 1. Elaboración propia a partir de las fuentes citadas.

  De esta forma, se insinuaba claramente que lo acaecido no había sido debido a una reacción espontánea de las masas motivada por la provocación de los jóvenes falangistas ante la cual el orden público se había visto desbordado, como parecía desprenderse de la explicación ofrecida por le Gobernador Civil. En opinión del semanario Rioja Agraria esta aclaración no era válida y desde sus columnas se hacían preguntas como las que pueden seguirse a continuación:

“(...) ¿Qué masas son esas? ¿Por qué se ha perdido el control de ellas? En el fondo de toda cuestión de esta índole, existe la solución, pero no la solución caprichosa ni de tópico, sino solución lógica (...) para que esa masas arrolladora se produzca en tales formas (y esto es lo absurdo de la respuesta por los «apóstoles» puesta) es que «ellos mismos» vayan a la cabeza de las masas como ha sucedido. Perder el control, las masas nos arrollan, etc., etc., no puede disculpar lo ocurrido. Sabemos que quien esto nos decía como disculpa «empujó» personalmente en nuestra capital a las masas, y esto es lo censurable y lo que no puede admitirse”[49].

 Por lo tanto, para el periódico de Acción Riojana los únicos responsables de que la violencia anticlerical se adueñase de las calles logroñesas el 14 de marzo de 1936 no eran otras que las autoridades republicanas que, incapaces de mantener el orden, habían respaldado e insuflado el espíritu de rebelión entre sus correligionarios. Páginas después, el periódico mostraba su indignación por la intención de las autoridades republicanas de sustituir las monjas de San Vicente de Paul, que prestaban sus servicios en el Hospital Provincial, por enfermeras laicas lo cual evidenciaba a ojos del semanario:

“(...) que en tanto los políticos de izquierda defienden sus intereses maltratando y ofendiendo a la Religión y a las Religiosas, los católicos olvidan los ataques de los mismos a quienes socorren se aprestan en todo momento a seguir evitando la miseria que les corroe”[50].

  Lo interesante de este pequeño artículo no es sólo que se denuncie la política laica de la república como un ataque directo a la religión, sino también que el discurso de la derecha se centre para ello en una de las polémicas que los anticlericales habían utilizado hasta la saciedad para explicar el odio de las clases populares contra la Iglesia. Esta se ponía de relieve en el problema de la función benéfico asistencial de la institución eclesiástica a la que se acusaba de acaparar puestos de trabajo, que bien podían ser ocupados por ciudadanos. Además, como ya se ha visto anteriormente, se le inculpaba también de que en sus centros benéficos se realizaban a bajo precio servicios como el lavado y el cosido, privando así de algunos ingresos a las familias obreras.

De esta forma, una de las explicaciones que tradicionalmente se han empleado para explicar la reacción popular contra la Iglesia se convertía, en la retórica antirrepublicana de un periódico de la derecha católica, en un argumento con el que denunciar los ataques a la religión sufridos bajo el Gobierno republicano. Esta transformación se producía además lanzando contra los políticos republicanos reproches de tipo ético y moral. En el texto del artículo se presenta a los líderes de izquierda como “grandes capitalistas” que a pesar de sus  críticas a las instituciones benéficas:

“(...) nada hacen por sustituirlas dando de su  bolsillo lo necesario para dar de comer a tantos hermanos nuestros.

Los laicos se conforman con censurar el sistema de atender al menesteroso pero no dan solución a costa de su cartera.

Si los que participan de los beneficios de esas Instituciones antes citadas repasaran las listas de donantes, verían como de ellas están ausentes la mayoría de los IZQUIERDISTAS (sic) de fobia y si figuran por casualidad lo son con cantidades ínfimas si se comparan sus saneados ingresos...”[51].

  El artículo acusaba a los líderes de la izquierda de engañar a los menesterosos con utópicas promesas de igualdad mientras ellos se enriquecían sin intentar nada por mejorar la situación de los más humildes, todo lo contrario, impidiendo a los católicos la prosecución de su labor de aminoración de las lacras sociales mediante la asistencia benéfica.

Este tipo de reproches muestran claramente como el proceso de construcción del anticlericalismo contemporáneo se vio acompañado paralelamente por una corriente de pensamiento opuesta que utilizaba las mismas armas que aquel en su defensa de la religión, incluyendo las críticas morales que veían al sistema parlamentario en plena descomposición y la nación en manos de políticos parlanchines e ineficaces preocupados tan sólo por su propio bienestar. Este discurso sustituyó la figura del fraile o del cura por la del político republicano como chivo expiatorio sobre el que debían recaer todas las consecuencias derivadas de la inestabilidad social y política. Así quedaba puesto de manifiesto de nuevo en Rioja Agraria, donde el artículo dedicado a las monjas del hospital iba acompañado por un irónico texto enmarcado en el que se podía leer:

“¿Un buen logroñés? Amós Salvador

¿Un buen gobernador? Carlos Fernández Shaw

¿Un buen alcalde? Basilio Gurrea

¿Unos buenos ciudadanos? Ramos, Ulecia, Iscar, Gregorio García

¿Un buen secretario de Ayuntamiento? Federico Sabrás.

¿Buenos concejales? Los actuales con los de nombramiento gubernativo inclusive...

Y basta de preguntas amigo”[52].

 

Este tipo de argumentación se hará habitual, como más tarde veremos, en el dibujo de la sociedad española bajo la República a través de la propaganda franquista, adquiriendo especial virulencia cuando se dirigía a quienes se consideraba enemigos de la religión. Por el momento basta con subrayar aquí que esta dialéctica había adquirido su punto más álgido en 1935 cuando la CEDA hacía su último esfuerzo para intentar imponer su modelo de Estado Corporativo utilizando los medios democráticos. El fracaso de esta estrategia quedó evidenciado por la victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936, a pesar de que la derecha no echó en saco roto ningún recurso en su campaña electoral, incluida la compra de votos y las amenazas y agresiones a las organizaciones de izquierda para impedirlo. Fue precisamente el triunfo del Frente Popular lo que impelió a la derecha a abandonar la vía legal para tratar de imponer su proyecto político reaccionario preocupándose más de derrumbar a la República que de recuperar su dirección[53].

El tratamiento ofrecido por la prensa local de los sucesos acaecidos en Logroño en marzo de 1936 no hacía otra cosa que ratificar la tensión  y la progresiva fractura que se estaba abriendo entre las clases sociales escenificándola en las páginas de los diarios y semanarios[54]. Un inestabilidad en la que mucho tendrían que ver los jóvenes militantes de los partidos que desdeñaban las tácticas tradicionales como obsoletas haciendo cada vez más hincapié en aquellas otras que recurrían a la acción directa como elemento esencial y a la conquista de la calle como escenario de la lucha[55].

La primera conclusión que podemos extraer es que los sucesos que tuvieron lugar en Logroño el 14 de marzo de 1936 fueron el resultado de ese clima de profunda crisis con la que se enfrentaba la democracia liberal desde los inicios de la década de los treinta y pueden insertarse dentro de la serie de acontecimientos que supusieron el proemio de la guerra civil española, en lo que se ha venido llamando primavera trágica de 1936. Una crisis que también se escenificaba en una pequeña ciudad de provincias como antesala de lo que iba a ser la guerra civil española que, a su vez, no dejaba de ser el prólogo de la última gran conflagración mundial.

La prensa local resulta de gran interés para seguir esta progresiva erosión del clima social de la ciudad logroñesa y como sus distintos actores enfrentaron sus posturas a través de los medios de comunicación, minimizando y maximizando de tal modo los hechos que si unos acusaban a los otros de favorecer el caos y el desorden, los otros replicaban haciendo hincapié en que aquello que distinguía a los partidos políticos de izquierda era su disciplina y respeto por el orden establecido[56]. Si por el contrario, unos hablaban de la provocación de la derecha, los otros contestaban airadamente esgrimiendo su indignación por causa de los ataques a la religión y responsabilizando a las autoridades republicanas de que estos se produjeran.

Todo ello invita a pensar que en los acontecimientos acaecidos en la ciudad de Logroño se sumaron diversos factores que explicaban muy bien el cariz anticlerical al que derivaron, aunque muchos de ellos tuvieran una raigambre más de tipo social y económica, como he mostrado con el caso sobre las monjas del hospital. En este sentido, también es importante señalar algunos de los objetivos de los incendiarios entre los que priman los edificios religiosos dedicados a la enseñanza. El anticlericalismo justificaba los ataques a este tipo de centros con una doble argumentación. Por un lado, impedían la creación de la nueva escuela laica que erradicaría de una vez por todas el fanatismo alumbrando a sus alumnos con las luces del progreso, por otra, desde sus centros religiosos la Iglesia difundía impunemente el dogma y el oscurantismo pregonando una doctrina de resignación y conformismo que sólo interesaba a las clases dirigentes del momento.

El estallido de ese tipo de motines, que precedieron al inició de la guerra civil, también  tuvo lugar en algunos pueblos de la provincia, donde resulta más palpable la raíz profundamente cultural que podemos encontrar en el anticlericalismo contemporáneo en episodios de iconoclastia y de parodias litúrgicas.

Pueblos con incidencias anticlericales

Mínimas

Cuantiosas

Graves

Agoncillo

Torrecilla

Cervera del río Alhama

Albelda

Villamediana

Mansilla

Ausejo

 

 

Nalda

 

 

Quel

 

 

San Asensio

 

 

San Millán

 

 

Tudelilla

 

 

Zarratón 

 

 

 

 

 

 

 

 


Tabla nº 2. Para su elaboración se ha evitado citar todos aquellos lugares donde no ocurrieron sucesos de estas características con el fin de ahorrar la relación tediosa de una serie de nombres de pueblos de la provincia.

 

Gráfico nº 1. Brotes de anticlericalismo en La Rioja según las fuentes consultadas. Fuente: elaboración propia. Puede observarse en el gráfico la escasa importancia de este tipo de sucesos en la provincia de La Rioja

 

Como sucedió en Villamediana de Iregua durante la noche del 14 y el día 15 de marzo de 1936 cuando se sacaron los santos de la Iglesia a la plaza pública para entregarlos al fuego purificador mientras el edificio ardía perdiendo gran parte de su techumbre[57]. Parece claro que el pequeño pueblo riojano no escapó a la furia anticlerical de la cercana capital, aunque también resulta innegable que episodios como el acontecido en Villamediana de Iregua evidencian la influencia y el peso de la tradición anticlerical sobre la mentalidad popular, así como el fuerte carácter religioso con el que se iba a recubrir la contienda civil española.

Así, por ejemplo a una anciana del pueblo, que intenta relatar el por qué de esta forma de proceder, le resulta chocante que quienes lo llevaron a cabo actuaron:

“No sé porque, pero lo hicieron como una fiesta grande, les parecía que al quitar la Iglesia les iba a venir no sé, la lotería, parecía que les iba a tocar algo (...) yo desde luego no estaba allá pero parece que decían: “Ahora la putita de Santa Eufemia” que es la patrona de aquí, “Ahora el S. José no sé que y haciendo burla... haciendo burla. Ahí había gente y lo hicieron como aquel que hace una cosa grande, como una fiesta grande lo hicieron”[58].

  Parece claro escuchando esta descripción que quienes arrojaban con inusitado fervor las imágenes  y los objetos de culto a la hoguera, lo hacían convencidos de que ese acto constituía el principio de algo que merecía la pena celebrar, convertir en espectáculo, en un especie de liturgia invertida y de ahí que para ello se escogiera la plaza del pueblo. Para algunos autores, que han intentado explicar el anticlericalismo contemporáneo español centrando el grueso de sus explicaciones en fenómenos de índole antropológica, estas furibundas acciones iconoclastas se nutrían del concepto de fetichismo heredado de la tradición ilustrada francesa. Según esta visión la adoración de fetiches suponía un claro ejemplo de la ignorancia propia de pueblos atrasados, aislados de las luces del progreso. Ahora bien, también se afirma con frecuencia que en estas destrucciones masivas de iconos se escondía el concepto de idolatría.  Según esta creencia el ídolo supone una desviación de la verdadera religión aprovechada por el demonio para atraer a los incautos a la adoración de las imágenes tras las que se oculta una fuerza que nada tiene de divina. En este sentido, podría hablarse más de martirio a las imágenes que de iconoclastia, lo que explicaría el hecho de que muchas esculturas sean arrastradas por los pueblos antes de ser quemadas, flageladas, desmembradas, etc. Además, esta creencia en el ídolo también podría aclarar las numerosas historias que subrayan el poder de las imágenes refiriendo la venganza que éstas ejercen sobre quienes las profanaron, como en la narración que describe la muerte de un miliciano ametrallado en sus partes poco después de que éste hubiera cometido actos obscenos con un crucifijo antes de destruirlo[59].

Estos dos factores explicarían las actitudes de quienes defendían la religión y de quienes la atacaban. Para los primeros, la destrucción de las imágenes serviría fundamentalmente para demostrar lo absurdo que suponía creer en su poder protector, además de para atribuirse cierta superioridad moral sobre los iconolátras, como anteriormente se ha comentado haciendo referencia al excelente artículo de Bruce Lincoln.

Para los segundos, este poder de las imágenes quedaría intacto más allá de la existencia corpórea de las mismas. De ahí, que en muchos casos los fragmentos o restos de esculturas o pinturas que fueron objeto de la ira iconoclasta se convirtieran en reliquias dotadas de un poder propio de la autoridad que representaban.

En todo caso, tampoco resulta de recibo excluir en la explicación de este tipo de sucesos, la terrible influencia que en su desarrollo tuvo el peso de un pensamiento que denunciaba constantemente la tradicional convivencia de la Iglesia católica con las clases dirigentes del país, haciéndose patente la creencia de que la Iglesia católica constituía uno de los elementos aliados a la reacción, como puede verse en la versión que otra vecina de Villamediana de Iregua nos ofrece al intentar explicarse el por qué de los ataques contra la Iglesia:

“Pues no lo  sé, eso yo no sé en que cabeza se les metió que la Iglesia era el fascismo o...por lo demás nadie sabe porqué. Además la quemaron ¿verdad? Y después cogieron santos y en medio de la plaza hicieron un montón con los santos y los quemaron. Eso me acuerdo de ser una cría, fíjate tenía once años, que los sacaban y los quemaban ahí. Los sacaban por la noche para ver quien los sacaba, yo no sé, habría alguien que estaría o supiera algo y estaría allí porque no los vio nadie sacarlos a la plaza. Los quemaron en medio de la plaza, hicieron una hoguera grande y ahí los quemaron”[60].

  Por último, también subyacieron a los intentos purificadores de los iconoclastas las viejas acusaciones de carácter ético que hacían mención al comportamiento sexual del cura, típicas en una sociedad tradicionalmente machista, como se pone de relieve en el testimonio de Isabel Santolaya cuando afirma:

“(...) el cura que había, estaba en una casa pupilo y decían que, fíjate tú cosas de jóvenes, que si era amante de la que estaba con él, que aunque estaba casada decían y... le cantaron canciones y cosas (...) Aquel hombre denunció a mucha gente, pero vaya mucha culpa también la tuvo la ama que tenía, que antes se decían amas de cura, tenía marido pero no tenían hijos ni nada, el marido era un pelele, el que mandaba era el cura, que vivía en casa, que vivía con ellos”[61]. 

  Como puede apreciarse de nuevo, los motines anticlericales que precedieron en La Rioja, y en otras muchas provincias al estallido de la guerra civil fueron el preámbulo de ese verano terrible de 1936 que tuvo en la persecución de tipo religioso un elemento integrante de la revolución que el fracasado golpe militar había desatado. En su configuración tomaron parte numerosos factores y elementos que resulta muy difícil desglosar, puesto que todos se fundieron en el marco de la experiencia proporcionada por la acción colectiva de unas masas que fusionaban sus ansias de reforma social con una profunda creencia igualitaria y notablemente milenarista de que con ellos se inauguraba la utópica sociedad futura.

En cuanto a los responsables de estas acciones poco puede sacarse en claro del cruce de acusaciones que se intercambiaron a través de sus órganos de expresión las diferentes fuerzas políticas que en aquél momento pugnaban por imponer en España su modelo de sociedad. Para la izquierda, la quema de conventos no suponía más que la culminación de una serie de provocaciones[62] surgidas desde la derecha que cumplirían la función de exacerbar los ánimos populares, al tiempo que desacreditaban a las autoridades republicanas y a las fuerzas de izquierda como incapaces de mantener el orden. Para las derechas, este tipo de incidentes mostraban la decadencia de la democracia liberal, cada vez más cuestionada, y por tanto evidenciaba la necesidad de imponer un gobierno fuerte, capaz de garantizar la estabilidad y la paz social.

Aún con las escasas fuentes de que disponemos podemos aventurar la hipótesis de que los protagonistas de esta serie de sucesos eran en su gran mayoría jóvenes militantes de izquierda que, al igual que sus iguales de derecha, fueron progresivamente mostrando un mayor encono por el sistema parlamentario y por la forma tradicional de hacer política que representaban los partidos y, en su mayor parte, no arriesgaban mucho más que su propia integridad personal[63]. Esta propuesta interpretativa parece reforzada por algunos de los testimonios  que aseguran que:

“Hubo gente que se llevó a sus casas santos. Uno que además era de los peores, de los que más decían que eran de izquierdas, que eran de esto y de lo otro y luego en el mismo día se cambió y fue el que denunció a muchos de los otros. Ya sabes, todas esas cosas de jóvenes, pues ahora vamos a ir y vamos a quemar la iglesia y ahora... que no tenían un líder ni nada más que cosas así y de los que eso sacao ese que le digo, que fue el único que se llevó santos a su casa pero para hacer leña ¿eh? No para guardarlos, si devolvió alguno no lo sé, pero ese es el único que se salvó de los que quemaron la Iglesia o estuvieron no quemando pero sacando santos. Eran la mayoría jóvenes, que mi padre no estuvo pero también lo mataron, había  jóvenes, muchos jóvenes que los sacaban y los echaban a la calle, que era de día y los veíamos todos los que estaban[64].

  Este interesante relato pone de relieve varios aspectos importantes que subrayan como un cierto clima de violencia protagonizada por jóvenes se había enquistado en el tejido social de la provincia, pues se reconoce como si fuesen habituales en aquellos este tipo de acciones. Por otro lado, se vuelve a remarcar el signo espontáneo de tales arrebatos de justicia popular y, por último, se subraya la conexión que los testimonios ofrecen entre los acontecimientos y su represión. La memoria de quienes evocan esa convulsa etapa de la historia de nuestra provincia unifica en el mismo relato unos acontecimientos que tuvieron lugar en marzo de 1936 con la posterior represión desatada tras el triunfo del levantamiento militar que en la Rioja se dio el mismo julio de 1936. De hecho en este solapamiento de tiempos quedaba también meridianamente expresada la participación que, a partir de ese momento, la Iglesia católica iba a jugar en el entramado represivo franquista, cuestión que se tratará en la última parte del trabajo y que queda de nuevo puesta de relieve en el siguiente testimonio:

“ Había un cura muy malo, había un cura que aquel mato a mucha gente (...) cuando pasó eso vino, nosotros lo vimos. Estaban las cenizas de lo que habían quemado, vino porque yo recuerdo haberlo visto y  se arrodilló, se echó al suelo y  lo beso donde habían quemado los... donde estaban los restos, que había cenizas. Aquel hombre denunció a mucha gente”[65].

 


NOTAS

[31] De hecho en el presente artículo se apuntará la tesis de que el éxito movilizador del anticlericalismo se deberá en gran parte a esa especial fusión de elementos.

[32] DE LA CUEVA MERINO, J.,  “Movilización política e identidad anticlerical, 1898-1910”..., en el que el autor analiza la movilización política anticlerical siguiendo las claves ofrecidas por algunos teóricos de la acción colectiva. Una de los conceptos en el que más se incide a lo largo del artículo es el de oportunidad política en pp. 103-106.

[33] Esta desorientación y confusión en que quedó sumida la República tras el golpe fue puesta de manifiesto por ejemplo en alguno de los discursos de Manuel Azaña como el pronunciado en la Universidad de Valencia el 18 de julio de 1937, un año después del alzamiento militar, en el que el presidente de la República calificaba como de milagrosa la formación del ejército después de un comienzo de conflicto en el que “(...) no teníamos soldados, ni armas, ni disciplina” en AZAÑA, M., Los españoles en guerra, Barcelona, 1999, p. 69.

[34] Para las víctimas de la violencia anticlerical puede verse JULIÁ, S. (Coord.), Víctimas de la guerra civil, Madrid, 1999, pp. 117-157 donde se aprecia claramente que si existió un terror caliente, ese fue el que se aplicó al clero como lo demuestra la cifra de asesinatos que rebasa los 6.800. Para quienes sostuvieron las teas del fuego purificador puede verse CASANOVA, J., La Iglesia de Franco..., pp. 147-202.

[35] Una reconstrucción de los hechos muy acertada puede encontrarse en RIVERO, C., “La rebelión militar de 1936 en La Rioja” en Berceo, nº 127, Logroño, pp. 31-58. Para una explicación extraída de la prensa consultar PRADAS MARTÍNEZ, E., 1936: Holocausto en La Rioja, Logroño, 1982, pp. 46-47.

[36] RIVERO, C., op. cit., pp 35 y 39 respectivamente.

[37] “El Gobernador civil nos refiere los sucesos ocurridos ayer en Logroño” en La Rioja, 15 de marzo de 1936, nº 15.071. Es necesario hacer notar que hubó dos ediciones del mismo número del diario, uno recoge esta información y otro no. La explicación de este suceso se encuentra probablemente en que la nota del Gobernador fue entregada tarde cuando la primera edición ya estaba concluida y lista para salir a la calle por lo que, probablemente, ésta fue más difundida que la segunda. El diario puede consultarse en la Hemeroteca del diario La Rioja o en la Hemeroteca del Instituto de Estudios Riojanos en  microficha para el artículo aquí citado y en papel para el correspondiente a la primera edición. Por último debo agradecer la amabilidad de Luis Saénz Gamarra, documentalista del diario La Rioja, por la amabilidad con la que atendió mi consulta sobre este número.

[38] RIVERO, C., “La rebelión militar de 1936 en La Rioja”..., p. 35. El trabajo de Cristina Rivero aporta una muy ajustada reconstrucción de los hechos basada en las fuentes que la autora ha trabajado en los Archivos de Justicia de los Gobiernos Militares de Navarra y La Rioja. Otro relato más sucinto de los sucesos, aunque elabora una tabla donde pueden verse el número de heridos en los mismos así como sus diagnósticos médicos, es el que nos  ofrece BERMEJO, F., La Segunda República en Logroño. Elecciones y contexto político, Logroño, 1984, pp. 409-411. Es necesario hacer notar que el tratamiento de los sucesos ofrecido por Francisco Bermejo no difiere sustancialmente del artículo de La Rioja  presentado anteriormente y al que este autor no hace referencia alguna.

[39] Información sobre el fallecimiento y entierro de esta nueva víctima en “Ayer fue enterrada otra víctima de los sucesos del pasado sábado” en La Rioja, 18 de marzo de 1936, nº 15.072.

[40] PRESTON, P., La política de la venganza..., p. 50.

[41] Izquierda Republicana, 16 de marzo de 1936,  nº 68. Los subrayados son míos. Empero, el periódico se mostraba muy parco a la hora de denunciar los actos vandálicos protagonizados por las masas calificándolos como justa y explicable pasión  y limitándose a afirmar que “sobre los hechos actúa un juez especial y que, por lo tanto, en su día una determinación judicial hará luz sobre la génesis, motivación, desarrollo y calificación de tales hechos” añadiendo que se abstenían de prejuzgarlos y calificarlos en Izquierda Republicana, 23 de marzo de 1936, nº 69.

[42] La imagen del cura armado y disparando desde los tejados en apoyo a las fuerzas de la reacción en la lucha armada fue muy difundida y era el resultado de una herencia iconográfica decimonónica. Ésta no era otra que la del cura trabucaire  cuyo origen debe rastrearse en las guerra carlistas, como bien ha explicado DE LA CUEVA MERINO, J., “Si los curas y frailes supieran..., p. 213. No obstante también es necesario afirmar aquí que hubo también sacerdotes dispuestos a empuñar el fusil contra la República, aunque éstos no fuesen mayoría como bien ha documentado para los primeros momentos de la guerra civil CASANOVA, J., La Iglesia de Franco, pp. 54-55. Más testimonios de curas disparando ametralladoras desde los tejados en BULLÓN DE MENDOZA, A. y DE DIEGO, A., Historias orales de la guerra civil, Barcelona, 2000, pp. 203-229. Esta imagen tan extendida también puede apreciarse en el cine en películas como Libertarias (1996) de Vicente Aranda.

[43] Izquierda Republicana, 16 de marzo de 1936,  nº 68. El subrayado es mío.

[44] A(rchivo) H(istórico) P(rovincial) de Logroño. Libro de Registro General 1-12-36 a 11-03-40 G(obierno) C(ivil) 58. En este libro hay constancia de que llegaron al Gobernador tres documentos: El primero un escrito del párroco de San Marcial haciendo constar que un gran incendio había destruido la Iglesia de Lardero, p. 573, el segundo es un comunicado de la Guardia civil explicando porque no se formó atestado en el incendio ocurrido en Lardero, p. 574 y por último otro comunicado de la Guardia civil en el que se participa haber encontrado armas en el altar de la iglesia de S. Marcial de Lardero, p. 580. A pesar de que los tres aparecen registrados en el libro de entrada de correspondencia del Gobierno Civil ha sido totalmente imposible encontrarlos en dicho fondo del A.H.P.L.

[45] Desde 1935 la prensa de Acción Católica había venido multiplicando sus ataques contra judíos y masones y el propio Gil Robles había atacado el “espíritu revolucionario” del que se habían nutrido “muchas generaciones de maestros” como recoge JACKSON, G.,  La república española y la guerra civil, Barcelona, 1999, p.166. En otros casos se  magnificaba cualquier problema de orden público para mostrar la debilidad de la República y reclamar un gobierno autoritario como ha mostrado GONZÁLEZ CALLEJA, E., “La violencia política y la crisis de la democracia republicana” en ARÓSTEGUI, J. y MARTÍNEZ DE VELASCO, A., (Eds.) Hispania Nova. Revista de Historia Contemporánea, http:// hispanianova.rediris.es/ 99103. Htm. 22 p. Más lejos que la prensa católica en los ataques a las instituciones republicanas fueron las publicaciones vinculadas a la ultraderecha como el periódico dirigido por el fundador de las JONS, Onésimo Redondo, que se hizo acreedor de numerosas sanciones por su desprecio del parlamentarismo y su acérrimo respaldo a la fallida intentona golpista de Sanjurjo en 1932, como bien puede verse en MARTÍN DE LA GUARDIA, R.M., Información y propaganda en la prensa del Movimiento. “Libertad” de Valladolid, 1931-1979, Valladolid, 1994, pp. 27-41.

[46] A.H.P.L. Fondo de Secretaría. Carpeta de la Junta de Cultura Histórica del Tesoro Artístico. Quiero agradecer a la investigadora del Instituto de Estudios Riojanos, Mari Cruz Navarro su amabilidad y consideración al facilitarme esta referencia.

[47] A(rchivo) H(istórico) M(unicipal) de L(ogroño). Documento Suelto Sin Clasificar del 18 de marzo de 1936.

[48] “Un paseo ciudadano” en Rioja Agraria, 3 de abril de 1936, nº 196.

[49] “Las masas nos arrollan” en Rioja Agraria, 3 de abril de 1936, nº 196.

[50] “Un acuerdo sectario. Suprimen las monjas del Hospital” en Rioja Agraria, 3 de abril de 1936, nº 196.

[51] Ibidem.

[52] Rioja Agraria, 3 de abril de 1936, nº 196.

[53] PRESTON, P., La destrucción de la democracia en España, Madrid, 1987, pp. 205-235. La alusión a la naturaleza de la campaña propagandística de la CEDA en p. 229. Preston también afirma que la prensa de la derecha católica era en provincias tan truculenta como la de los monárquicos y los carlistas, p. 230.

[54] Una buena muestra de cómo este clima se plasmará posteriormente en el franquismo en DELGADO IDARRETA, J.M., “Alguna prensa riojana durante el primer franquismo. Las repercusiones de la Ley Suñer en provincias” en DELGADO IDARRETA, J.M. (Coord.), Franquismo y democracia. Introducción a la Historia Actual de La Rioja, Logroño, 2000, pp. 117-163.

[55] El protagonismo de estas juventudes de los partidos y su propensión a formar grupos armados o milicias puede verse en JACKSON, G.,  La república española y la guerra civil... p. 168. La utilización de los medios violentos por los jóvenes de ultraderecha en refriegas callejeras queda descrita con acierto en MARTÍN DE LA GUARDIA, R.M., Información y propaganda en la prensa del Movimiento. “Libertad” de Valladolid, 1931-1979, ... p. 33, nota 24. El perfil de este joven militante como elemento protagonista de los motines de signo libertario puede verse en CASANOVA, J., De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1939), Barcelona, 1997, pp. 125-127. Para una acertada descripción de este alto grado de movilización política y de cómo afectó a los jóvenes confundiendo activismo y vida privada puede verse GONZÁLEZ CALLEJA, E., “La violencia política y la crisis de la democracia republicana” en ARÓSTEGUI, J. y MARTÍNEZ DE VELASCO, A., (Eds.) Hispania Nova. Revista de Historia Contemporánea...

[56] Las referencias a la disciplina, al orden público y al comportamiento cívico de las organizaciones obreras son constantes en los artículos dedicados a los entierros de los muertos en los sucesos de 1936 como puede verse en “El entierro de una de las víctimas de los sucesos del sábado último”  y “Ayer fue enterrada otra víctima de los sucesos del pasado sábado” en La Rioja, 17 y 18 de marzo de 1936, nº 1.571 y 1.572 respectivamente.

[57] Una descripción de la indiscriminada quema de tallas religiosas y del retablo de la ermita de Santa Eufemia puede verse en A.H.P.L. Fondo de Secretaría. Carpeta de la Junta de Cultura Histórica del Tesoro Artístico.

[58] Entrevista personal realizada con María Ascensión Ilarraza el 5 de mayo de 2001.

[59] La interpretación del anticlericalismo iconoclasta contemporáneo de masas como una peculiar fusión de los conceptos de idolatría y fetichismo puede verse en DELGADO RUIZ, M., Luces iconoclastas. Anticlericalismo, espacio y ritual en la España contemporánea, Barcelona, 2001, pp. 110-113. Algunos relatos de la venganza justiciera sobre los iconoclastas en pp. 125-126 y también muy abundantes en BULLÓN DE MENDOZA, A. y DE DIEGO, A., Historias orales de la guerra civil, ... p. 205. 

[60] Entrevista personal realizada con Isabel Santolaya el 5 de mayo de 2001. El subrayado es mío.

[61] Ibidem.

[62] No podemos olvidar que lo sucedido con el Diario de La Rioja no ha sido totalmente aclarado por los historiadores y frecuentemente se expresa la duda de que quienes le prendieron fuego fueron sus propios dueños. Así parece entenderse en DELGADO IDARRETA, J.M., “Introducción al estudio de un diario político del siglo XIX: La Rioja” en Cuadernos de Investigación Histórica, Tomo III, nº 1-2, Logroño, 1977, p. 137, nota nº 3.

[63] CASANOVA, J., De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1939), ... pp. 125-127.

[64] Entrevista personal realizada con Isabel Santolaya el 5 de mayo de 2001. El subrayado es mío. Otra de las entrevistadas opinaba sin embargo que los protagonistas de la quema eran “Jóvenes y no tan jóvenes también había, hombres casados”. La interpretación que se ofrece en el artículo no pretende desacreditar estas estimaciones sino mostrar que si realmente había hombres casados éstos debían de ser los menos, pues no era normal que éstos antepusieran la participación en este tipo de motines a la seguridad de su familia de la que se sentían responsables.

[65] Entrevista personal realizada con Isabel Santolaya el 5 de mayo de 2001.

3ª parte