El Diario de La Rioja, reaparecía el 20 de agosto de 1936, cuando la sublevación ya había triunfado en la provincia apenas sin pegar un tiro. En el primer número de su reaparición este periódico hacia un dramático llamamiento dirigido a todos los católicos riojanos:
“Hoy, gracias a Dios, reanudamos la publicación del DIARIO DE LA RIOJA, después de las vicisitudes sufridas durante la que podríamos llamar época de la persecución ígnea de este viejo soldado católico que sale nuevamente a la palestra.
Sus enemigos amparados por el prostituido poder público desaparecido, lo condenaron a morir en la hoguera, con fría y cobarde rabia masónico-judía, en el Ministerio de la Gobernación de Madrid, ocupado entonces por Amos Salvador, indigno de tal cargo y de tal nombre, y ejecutaron la sentencia un gobernador degenerado, una camarilla criminal y una turba de incendiarios inconscientes (...)
EL DIARIO DE LA RIOJA fue quemado; con el ardieron las iglesias y casas religiosas; los autores de tan vandálicos sucesos, aún siendo conocidos, se gozaron en la impunidad, y ni una voz salió en defensa de la justicia.
Recuérdese la sesión del Excelentísimo Ayuntamiento, posterior e inmediata a los sucesos[66], léase lo que dijo la Prensa (sic) en aquella triste ocasión y se comprenderá nuestra indefensión y la razón de nuestra queja. Claro es que todos lo sabemos: el Frente Popular mandaba y las iras de Moscou (sic) obedecían robando e incendiando (...)
A la vez, y con el diario, desapareció en el incendio la digna y abnegada Empresa (sic) que lo controlaba y dirigía hasta aquel día infausto, teniendo que liquidar con grandes perdidas; pero los católicos no podíamos seguir ni un momento más en el silencio; la Patria y la Religión (sic) nos necesitan, y una mano fraternal, curtida en lides de abstinencias y sacrificios, y animada por un espíritu optimista, se ha puesto de acuerdo con hombres generosos y abnegados, obreros y redactores del DIARIO DE LA RIOJA y estrechándose las manos cordialmente han determinado formar todos juntos una guerrilla patriótica de voluntarios de las cajas y las plumas y, sin dinero, con maquinaria vieja y casi inservible han prometido vivir a pan y agua el tiempo que sea preciso para defender en este frente de batalla las ideas de la fe de España, su grandeza y su independencia hasta que los católicos riojanos, con su apoyo y generosidad nos den medios para mejorar el periódico y ponerlo a la altura de los mejores (...)
DIARIO DE LA RIOJA vuelve a la vida independiente totalmente de la política y de los políticos, sin hipotecar su pensamiento ante partido alguno, aunque siempre que sea preciso opinará con cristiana libertad y discutirá en el orden de las ideas abstractas los grandes problemas, que se presenten en la vida española, respetando profundamente la dignidad y honor de nuestros conciudadanos.
Además DIARIO DE LA RIOJA es periódico de la Buena Prensa, porque pertenece a esta asociación, y es el único diario católico de la provincia, porque prescindiendo de intenciones y buenas palabras, es el único que tiene censura eclesiástica y, finalmente, es español con todas sus consecuencias, sin distingos ni concomitancias con los enemigos de España y colaborará lealmente con el ejército español, salvador de la Patria, hasta la próxima victoria y después hasta la máxima exaltación y grandeza de la hispanidad (...)”[67].
Como puede apreciarse el órgano católico, ya en fecha tan temprana, esgrimía con verdadera fluidez toda una serie de argumentos acuñados por la propaganda franquista para legitimar su levantamiento contra el gobierno legitimo republicano. El primero de ellos es la presentación de los poderes republicanos como entregados al yugo masónico-judío[68] y en flagrante contubernio con Moscú. Esto dejaba mucho que desear en cuanto a originalidad, ya que no era más que el recurso de la conspiración universal descubierto anteriormente por el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán como la panacea que les permitía integrar en una amalgama indeterminada a todos aquellos que consideraban como sus enemigos y que, salvo en el racismo más extremo y espantoso del antisemitismo eliminador, solía sobre todo comprender a la fuerza obrera organizada[69]. Este tipo de pensamiento sirvió también a los militares sublevados para construir una de las mayores teorías de la conspiración hoy conocidas para intentar justificar su golpe de Estado contra la democracia en España. Esta interpretación cuasi mitológica de la contienda civil española consistía en el absurdo de presentar el levantamiento militar como la reacción contra una supuesta sublevación comunista que se proponía, siempre según la historiografía franquista, derrocar al Gobierno republicano. Baste de momento explicar aquí que esta construcción de la conspiración contó con el apoyo decidido de los exegetas católicos, que contribuyeron a su difusión y aceptación hasta bien entrados los años sesenta nutriéndola con un desorbitado número de necedades[70].
Para gentes tan aficionadas a las ficciones conspiradoras los acontecimientos incendiarios del 14 de marzo tenían poco de espontáneo y como no podía ser de otra manera habían sido previamente preparados destacando que los asaltos de círculos católicos se llevaron a cabo por “cuatro mozalbetes sinvergüenzas”, algún empleado, que quería así halagar a sus dueños políticos para afirmarse en su puesto y “una docena de mujeres que si alguna vez poseyeron feminidad estaba bien perdida”[71]. Por otro lado, se deja bien claro que los incidentes ocurridos en los partidos y Círculos políticos no suponían en realidad casi nada, ya que a la postre estos no eran más que:
“(...) una variación política de los Círculos Izquierdistas y ni contra estos ni contra aquellos iba a extremar sus rigores la masonería, el judaísmo y el comunismo ruso que fueron los verdaderos directores de la jornada (...) Dios y nosotros sabíamos de donde emanaban las órdenes para las masas, y por tanto no nos sorprendió el grito lanzado por alguien ¡a quemar el DIARIO DE LA RIOJA! Sabíamos que este grito se lanzaría; que el diario sería destruido desde sus cimientos y que, quemado el periódico católico, se continuaría con las iglesias, porque esto era lo que se perseguía, esto era lo que la masonería exigía y esto es lo que Moscú necesita como justificante del dinero que semana tras semana llegaba a Logroño y se repartían con toda liberalidad los dirigentes (...)”[72].
De aquí se desprende la consecuencia de que los responsables directos de los incendios eran las autoridades republicanas a sueldo de Moscú y sus agentes, que ya se paseaban por Logroño con maletines cargados de dinero para financiar los desafueros gubernamentales contra la religión. De esta forma, si el anticlericalismo había encontrado su chivo expiatorio en el sacerdote, la derecha católica lo encuentra en el político de izquierdas, a quien ya se ha descrito como inmerso en un sistema corrupto y decadente. Así, se hace hincapié con verdadero fanatismo propio de iluminados en la culpabilidad de Amos Salvador del que se llega a afirmar páginas más adelante:
“Durante los treinta años que de vida cuenta EL DIARIO DE LA RIOJA hemos tenido muchas veces que forzar la pluma para que no escribiera el nombre del responsable de los desafueros cometidos en Logroño contra la Religión (sic) pero hoy ya no tiene objeto callarlo pues que todos, chicos, grandes y medianos SABEN y lo dicen sin recato alguno que el responsable principal de la triste jornada fue el entonces ministro de la gobernación, don Amos Salvador y Carreras.
Este señor, árbitro de la situación, consintió (si no es que lo ordenó) que se quemaran las iglesias (...)” [73].
Todo ello no hacía más que confirmar el rumbo que, tras el estallido del conflicto, iba a tomar la Iglesia católica, así como sus intelectuales y propagandistas quienes describieron y calificaron a los líderes republicanos como auténticos monstruos carentes de todo tipo de escrúpulos.
Por otro lado, desde el inicio de la contienda civil la Iglesia católica española se convirtió en uno de los fulcros sobre el que iba a descansar la legitimación de la causa defendida por los golpistas impregnando su discurso de constantes apelaciones a la necesidad de la guerra y de la violencia exterminadora como recurso para acabar de una vez por todas con lo que se entendían como enfermedades del alma española. De este modo la Iglesia, que hubiera debido desempeñar un papel conciliatorio, pasó a ser una de las principales instituciones instigadoras de la violencia fratricida, el odio y la sed de venganza promoviendo la idea de que el país debía lavarse con sangre, como puede apreciarse en el llamamiento que Francisco Armas hacía en su artículo “El grito salvador”, publicado en la revista de carácter religioso Ecos de Valvanera meses después de que comenzará la guerra y en el que podía leerse:
“Triste es que la sangre tenga que ser el baño purificador, el arrebol de la esperanza, la luz en la noche, el laurel en la victoria; pero si ese es el remedio único que venga sangre, que ¡viva la muerte!”[74].
Según esta lectura de la contienda civil, comunistas, anarquistas y republicanos pasaran a ser los hijos de Caín y el conflicto se convirtió en la expresión de “un pueblo partido en dos tendencias”[75], en un choque de principios y no en una guerra de clases, como parecía afirmarse en la Carta colectiva de los obispos españoles editada en agosto de 1936[76]. Desde este momento el papel de la institución eclesiástica será el de convertir la conflagración en una cruzada contra el infiel que transformaba en mártires redentores a los caídos por la causa nacional, al tiempo que concedía la extremaunción a quienes se le oponían momentos antes de que cayesen fulminados por el tiro de gracia. Todo ello era acompañado por la puesta en marcha de un culto religioso de tipo barroco[77] que acompañaba las victorias franquistas de masivos actos de fe como peregrinaciones, vía crucis multitudinarios o masivas muestras de piedad y fervor cuyo destino era la recuperación simbólica y espacial de lugares que la horda marxista le había arrebatado durante los primeros momentos de entusiasmo revolucionario.
Especial
relieve tuvieron en este sentido la reposición de los crucifijos en las
escuelas[78],
pues con ellos la Iglesia recuperaba todas las prerrogativas que sobre la
educación española había ostentado secularmente. Todo ello no era más que el
colofón de una batalla librada desde finales del siglo XIX por el control de la
educación y que adquirirá especial virulencia en los inicios de los años
treinta debido, en gran parte, a la aparición de una nueva pedagogía laica de
corte europeo que en España fue encarnada por la Institución Libre de Enseñanza.
El encono de la Iglesia católica y de las autoridades franquistas por todo
aquello que representaba la I.L.E. condujo a la formación de una agrupación
que plagiaba el proyecto de la primera pero invirtiendo sus objetivos, como fue
el Opus Dei[79].
Fig. 5. Entrada de los nacionales en un pueblo andaluz en 1937
Fuente: P. López Mondéjar, Fotografía y sociedad en la España de Franco. Las fuentes de la memoria (Barcelona, Lunwerg, 1996), p. 14
Cuando la vorágine bélica tocó a su fin, la victoria de Franco implicó también un completo triunfo para la Iglesia, que no sólo recobró todos sus privilegios, sino que se erigió en un importante grupo detentador del poder ideológico y propagandístico de la dictadura[80], llegando incluso a ostentar papeles parapoliciales en virtud de la Ley de Responsabilidades Políticas dictada el 9 de febrero de 1939, que dejaba en manos de los párrocos la redacción de informes sobre el comportamiento de sus convecinos en la guerra. Estos expedientes debían incluir detalles sobre sus actividades socioeconómicas y sobre los bienes que poseían[81].
Desde esta posición privilegiada la Iglesia dictó las normas de conducta que debían enmarcar la vida y las relaciones sociales de la nueva España franquista arrogándose un importante papel en el diseño de la ideología de la autarquía en el que serán fundamentales conceptos como el de sacrificio y regeneración, asociados al gran principio rector de la época: el de reconstrucción.
La base de este corpus ideológico reside en la consideración de la sociedad española como una comunidad enferma a la que es preciso aislar, poner en cuarentena no sólo para erradicar de ella todo vestigio del virus liberal que la arrastró a su decadencia, sino también para aislarla en prevención de cualquier posible contagio[82]. Así, quienes se habían visto afectados por la influencia de esta letal enfermedad debían someterse a un abnegado programa de sacrificio cuyo destino final debía ser la regeneración mediante el trabajo. Para ello se crearon campos y batallones de trabajo nutridos básicamente por presos republicanos que quedaban reducidos a la condición de esclavos que debían redimir su pena a base de horas de penosa faena, según el programa diseñado por el reverendo José Antonio Pérez del Pulgar, autor del inefable manual La solución que España da al problema de sus presos políticos[83]. Precisamente fueron presos vinculados a este sistema quienes iniciaron la reconstrucción y edificación de los edificios religiosos quemados en 1936 durante los sucesos del 14 de marzo, ya que a las supuestas ventajas de orden regenerador y espiritual que el sistema acarreaba había que añadirle otras de eminente cariz práctico como bien explica un proyecto para la reconstrucción de los conventos destruidos, ésta resultaría mucho más barata si se empleaba la mano de obra reclusa[84].
Esta visión de la sociedad española se enmarcaba también en un amplio programa dirigido a la recatolización[85] de la clase obrera española con el fin de colocarle de nuevo bajo la protección de lo que venía a considerarse como eje central del concepto de españolidad y de raza hispana intentando conciliar, al menos hasta 1942, catolicismo y fascismo[86].
Fig. 7. Autoridades saludando brazo en alto
en un acto oficial. Fuente: P. López Mondéjar, Fotografía y sociedad en la
España de Franco. Las fuentes de la memoria, (Barcelona, Lunwerg, 1996), p.
115
De esta forma se erigía la Iglesia española de posguerra en íntima comunión con el régimen surgido de la guerra civil, como bien puede verse en el editorial del primer número de la revista Acies, en el que se reafirmaba la firme voluntad de servir:
“(...) a la legendaria bandera roja y gualda e identificados con su genial abanderado, nuestro generalísimo Franco, complaciéndonos en declarar que sus leyes son nuestras leyes, su voluntad nuestra norma y que sus disposiciones serán acatadas sin discusión, ni segundas intenciones, porque sabemos que es el hombre, profundamente cristiano, suscitado por Dios, para que con mano vigorosa, dirija la mano del Estado (...)”[87].
No cabe duda de que la manipulación y magnificación de los motines anticlericales sirvió como un excelente elemento de propaganda cuya función primordial fue la legitimación del orden vigente mediante la constante utilización del recuerdo de los acontecimientos de 1936, repetida hasta la saciedad como muestra del caos, el desorden y los ataques continuos a la religión que representaron los años republicanos, como puede verse en la consigna de prensa que, en fecha tan tardía como 1945, Nueva Rioja dedicó a este episodio de la historia de nuestra ciudad, en la que se interpelaba al lector del modo siguiente:
"¿Representaban la libertad y la democracia las fuerzas políticas que el 14 de marzo de 1936 sometieron a Logroño a la siniestra orgía del incendio de iglesias y conventos"[88].
Es necesario remarcar antes de cerrar el trabajo que los motines anticlericales deben ser enmarcados en un contexto de movilización política sin precedentes en España. Esta novedosa situación es precisamente la que concede su especificidad al anticlericalismo contemporáneo. No obstante, esta capacidad que reunió el discurso anticlerical descansó, en gran parte, en la existencia de una tradición cultural bien arraigada en el imaginario popular. Por otro lado, la efectividad del elemento anticlerical para impulsar a la acción a las masas refuerza la idea de que el conflicto civil en España se nutrió de un fuerte componente religioso que convertía a unos en mártires de una nueva cruzada, mientras que empujaba a otros a ver en la religión a uno de los principales aliados del orden establecido y el principal obstáculo para la realización de la futura sociedad revolucionaria definida por su igualitarismo.
Esta percepción, sostenida sobre todo por los anticlericales vinculados a la izquierda española, subraya el hecho evidente de que la Iglesia española defendió desde mucho antes del estallido de los motines un modelo de sociedad completamente reaccionario, favorecedor de la elite tradicionalmente en el poder y opuesto a todo intento modernizador de los usos, hábitos y costumbres que supusieran un desafío para su preeminencia en el diseño y la elaboración de los códigos de conducta que debían seguir los ciudadanos. Los años treinta debidamente enmarcados en su contexto general de crisis profunda no sólo económica, sino también social, política e ideológica suponen el escenario apropiado para que estallen las tensiones existentes entre el modelo de sociedad defendido por la Iglesia y sus detractores. Tensiones que, por otro lado, se habían alimentado en la experiencia de la peculiar transición al liberalismo que el país había venido experimentando a lo largo del siglo XIX y que no sólo alimentó al anticlericalismo contemporáneo, sino también a su fuerza oponente, que se desarrolló a la par que el primero crecía y se radicalizaba.
La fuerte presencia del anticlericalismo que acompañó a la Segunda República desde sus comienzos, unida a la desconfianza y a la manipulación de tipo apocalíptico que sectores de la Iglesia y de la derecha católica hicieron de las medidas secularizadoras republicanas, catalogándolas de ataques a la religión y a la propia esencia nacional, contribuyeron a que el problema se plantease cada vez más entre los progresistas y las fuerzas de izquierda como una rémora para el desarrollo de las reformas impulsadas desde los gobiernos republicanos. Este aumento paulatino de la tensión llevó a considerar que la cuestión religiosa sólo podría zanjarse mediante el uso de la violencia, consideración que se vio reforzada por la aparición de una importante militancia política entre los jóvenes españoles que, al tiempo que desacreditaban a los partidos tradicionales y sus métodos parlamentarios, se veían a sí mismos como una nueva generación preparada suficientemente para erigirse en vehículo del cambio social[89].
Parece demostrado que la actuación de estos grupos de jóvenes fue determinante en este tipo de acciones anticlericales y en muchos de los sucesos acaecidos en nuestra provincia en la primavera de 1936. Los que acaecieron en la ciudad de Logroño el 14 de marzo tuvieron un fuerte componente sociopolítico, ya que evidencian claramente los temores y recelos que las clases populares manifestaban ante el incremento de la acción conspiradora de la derecha desde su fracasó en las elecciones de febrero. No obstante, el hecho de que una revuelta espontánea iniciada con el asalto a las sedes de los partidos políticos de la derecha terminara con el incendio de Iglesias y conventos nos impele a añadir a los argumentos sociopolíticos otros que pertenecen al ámbito de la cultura y la ideología como factores cruciales de movilización. El peso de estos últimos ingredientes se aprecia especialmente en el mundo rural a través de los testimonios que nos ofrecen aquellas personas que, de una forma u otra, los vivieron. Así, la afirmación que se ha intentado mostrar es que el eco que va a encontrar el anticlericalismo entre las masas es debido a la síntesis de estos dos grandes elementos que se encuentran fundidos en él.
Por otro lado, es importante dejar bien claro que este tipo de acciones marcadas por convertir a la Iglesia y a sus representantes en objetivos preferentes perjudicaron gravemente a la Segunda República en un doble sentido. Primero constituyeron uno de los argumentos que más simpatías despertó por los sublevados en el ámbito europeo[90] y, más tarde, se convirtió en uno de los elementos fundamentales utilizados por la propaganda franquista para legitimarse en el poder y justificar su conquista mediante un fracasado golpe de Estado y la posterior guerra civil[91]. Al mismo tiempo, el problema de la persecución religiosa fue utilizado hasta la saciedad para construir una imagen deformadora y sesgada del país durante el período republicano al que se asocia constantemente con el desgobierno incapaz de mantener el orden, la estabilidad social y la libertad de todos sus ciudadanos. En última instancia se hacía responsables de los desórdenes religiosos a los líderes republicanos que quedaron convertidos en verdaderos chivos expiatorios por obra y gracia de la propaganda franquista, cuestión que se aprecia diáfanamente en el tratamiento que la prensa riojana hizo de los acontecimientos de 1936, una vez que la rebelión militar hubo triunfado en la región. La magnificación de estos sucesos resulta aún más evidente si tenemos en cuenta que los episodios que tuvieron lugar en nuestra provincia rara vez tuvieron víctimas mortales y que cuando esto ocurrió, como en el caso de la capital, éstas no pertenecieron al estamento religioso.
Para terminar, resulta imprescindible mostrar aquí como la Iglesia se erigió en uno de los aliados más próximos de los militares sublevados, bendiciendo las ejecuciones que se producían en las ciudades y pueblos españoles caídos en manos de los rebeldes y respaldando su causa con un encendido discurso que convertía la guerra civil en una nueva cruzada contra el infiel. De esta forma, lejos de promover la reconciliación, incitaba al odio y a la venganza[92]. Este apoyo fue más tarde recompensado por la dictadura de Franco devolviendo a la Iglesia todos sus privilegios y otorgándole el control prácticamente total de la educación, así como una absoluta preeminencia para dictar las normas de conducta que debían regir en la nueva España nacional.
NOTAS
[66] Para esta sesión del Ayuntamiento puede verse “La sesión de ayer en el Ayuntamiento” en La Rioja, nº 15.076” y también A.H.M.L., Actas del Ayuntamiento Pleno, vol. 66 (19 de diciembre de 1935-17 de junio de 1936), fv. 187-fv. 188.
[67] “A los católicos riojanos” en Diario de La Rioja, 30 de agosto de 1936, nº 9.483. El subrayado es mío.
[68] Para la importancia del antisemitismo desde la crisis de 1931 y su relevancia, más intensa de lo que se ha dado a entender, puede verse ALVÁREZ CHILLIDA, G., “El mito antisemita en la crisis española del siglo XX” en Hispania. Revista española de Historia, nº 194, Madrid, 1996, pp. 1037-1070. El antisemitismo del franquismo como pasivo y no como activo, es decir como la expresión refleja de un prejuicio cultural fundado en una tradición religiosa en BARRACHINA, M-A., Propagande et culture dans l’Espagne franquiste 1936-1945, Grenoble, 1998, p. 29. Para entender la gestación y arraigo de este tipo de argumentaciones conspiradoras con gran protagonismo judío puede verse FERRER BENIMELI, J.A., El contubernio judeo-masónico-comunista, Madrid, 1982.
[69] Sobre este elemento de la propaganda totalitaria y sin ánimo de ser exhaustivo puede verse PIZARROSO QUINTERO, A., Historia de la propaganda. Notas para un estudio de la propaganda política y de guerra, Madrid, 1993, especialmente pp. 307-330 y 331-355 respectivamente. También en HUICI MÓDENES, A., Estrategias de la persuasión. Mito y propaganda política, Sevilla, 1996. Para comprobar como este tipo de argumentos se utilizan a fin de reforzar el sentimiento de pertenencia e identidad a un grupo determinado denominado con el nombre de grupalón puede verse en PRATKANIS, A. y ARONSON, E., La era de la propaganda. Uso y abuso de la persuasión, Barcelona, 1994, pp. 225-226.
[70] El estudio definitivo que desmonta la llamada conspiración comunista mostrando a todas luces la falsedad de los documentos en los que ésta se apoya y como su contenido resultaba del todo absurdo, tanto en el contexto internacional de los años treinta, en el que la propia URSS promovía la creación de gobiernos de Frente Popular movida por sus pretensiones de frenar el avance de Hitler, como en el interior español es el del norteamericano SOUTHWORTH, H.R., El lavado de cerebro de Francisco Franco, Barcelona, 2000. Para las necedades difundidas en nombre de la religión en apoyo de la causa franquista puede verse p. 279, nota nº 90.
[71] “La vergonzosa jornada del día 14 de marzo” en Diario de La Rioja, 30 de agosto de 1936, nº 9.483. Al parecer para la derecha católica bien pensante la feminidad de la mujer solamente se expresaba en los modelos de sumisión al hombre dictados por ellos mismos, por lo que desde un principio la miliciana, la mujer combatiente y política se convirtió en el negativo del modelo de mujer preconizado por los franquistas.
[72] Ibidem. El subrayado es mío.
[73] Ibidem. El subrayado es mío.
[74] Ecos de Valvanera, septiembre de 1936, nº 101, p. 10.
[75] Carta Colectiva de los Obispos Españoles. Citado en ARBELOA, V.M., “Los obispos españoles y la guerra” en VVAA., La guerra civil española, vol. 13, “La iglesia durante la guerra”, Barcelona, 1997, pp. 79-91. La alusión textual citada en p. 81.
[76] Algunos documentos y textos en los que se muestra este papel de la Iglesia en la guerra civil española en PALACIOS, J., La España totalitaria. Las raíces del franquismo 1934-1946, Barcelona, 1999, pp. 118-124.
[77] Quien mejor ha estudiado hasta el momento este renacer del culto barroco que aunaba religión y patriotismo ha sido Giuliana di Febo en obras tan sugerentes como DI FEBO, G., La santa de la raza. Un culto barroco en la España franquista, Barcelona, 1988 y “Franco, la ceremonia de Santa Barbara y la representación del nacionalcatolicismo” en QUINZÁ LLEÓ, X. y ALEMANY, J.J. (Eds.), Ciudad de los hombres, ciudad de Dios. Homenaje a Alfonso Alvarez Bolado, Madrid, 1999, pp. 461-474.
[78] “La restitución del santo crucifijo en nuestras escuelas” en El Diario de La Rioja, 2 de septiembre de 1936, nº 9.485.
[79] ESTRUCH, J., Santos y pillos. El Opus Dei y sus paradojas, Barcelona, 1994, p. 133.
[80] La marcada impronta de la Iglesia española sobre el diseño y los contenidos ideológicos de la propaganda franquista puede verse en BARRACHINA, M-A., Propagande et culture dans l’Espagne franquiste 1936-1945..., p. 16. También en ALTED, A., “Notas para la configuración y el análisis de la política cultural del franquismo en sus comienzos: la labor del Ministerio de Educación Nacional durante la guerra” en FONTANA, J., España bajo el franquismo, Barcelona, 2000, pp. 215-229.
[81] MIR CURCÓ, C., “La funció politica dels capellans en un context rural de postguerra” en L’Avenç. Historia, cultura i pensament, nº 246, Barcelona, 2000, pp. 18-23.
[82] Para el proyecto ideológico de la autarquía y el papel que éste jugó en la represión franquista puede verse la excelente obra de RICHARDS, M., Un tiempo de silencio. La guerra civil y la cultura de la represión en la España de Franco, 1936-1943, Barcelona, 1999. En algunos casos este programa de desinfección también se valió del aislamiento y destierro para forzar al individuo a regenerarse mediante la recapacitación y el propósito de enmendar su errada vida anterior, como en el caso de una muchacha de Nájera que a los dos años de verse desterrada en Logroño escribe una carta al Gobernador Civil declarando que: “(...) si alguna falta cometí no fue debido sino a mis pocos años (pues contaba sólo 15); haber sido una de tantos engañados por las predicaciones de la canalla marxista a la que cada día que pasa y a medida que en mí va entrando la razón (han transcurrido dos años) odio más y con toda mi alma” en A.H.P.L., Sección de Gobierno Civil, Paquete 88, Correspondencia Tomo 8, Subcarpeta “Destierros”. La carta también describe la precaria situación por la que pasa la familia de la muchacha agravada por el hecho de tener que mantenerla fuera del núcleo familiar. Todo ello muestra como este tipo de medidas se valieron del ahogo económico para someter a la población, cuestión que hace difícil separar abiertamente el proyecto económico autárquico de la ideología franquista y de la cultura de la represión que ésta impuso.
[83] Este asunto que en países como Alemania ha culminado con la indemnización a aquellos que suministraron mano de obra esclava a las industrias del III Reich por parte de las mismas empresas que se habían beneficiado de su trabajo; en España apenas ha sido mencionado y tratado en profundidad en nombre del proceso de ablación de la memoria histórica sobre el que se edificó la idílica transición a la democracia liberal que ha quedado registrada en los manuales oficiales. Para las condiciones de trabajo de los presos republicanos puede verse SUEIRO, D., La verdadera historia del Valle de los Caídos, Madrid, 1976 y más recientemente TORRES, R., Los esclavos de Franco, Madrid, 2000.
[84] A.H.M.L., I(ndice) G(eneral) de E(xpedientes), Policía Urbana, 57/1938 “Del Excelentísimo Gobernador Civil interesando del Ayuntamiento examine el presupuesto de reconstrucción de conventos destruidos”. La discusión del referido informe por parte de la Comisión Municipal Permanente en A.H.M.L., Actas de la Comisión Municipal Permanente, vol. 175 (2 de septiembre de 1937-2 de marzo de 1939), fv.102-f.103. Otros documentos en los que podemos encontrar referencias a la reedificación de los conventos siniestrados en 1936 y a las peticiones de estos en cuanto a la exención de arbitrios o a otras cuestiones de tipo municipal en A.H.M.L., I.G.E. 362/38 “Instancia de las Reverendas madres Concepcionistas de Madre de Dios, solicitando se les autorice para la reconstrucción de las naves incendiadas”, 104/38 “Instancia de la Abadesa del Convento de Madre de Dios solicitando modifiquen la dirección de la Avenida de Artillería en la parte que corresponde al convento de Madre de Dios”, 344/38 “Instancia presentada por la Abadesa del convento de Madre de Dios, solicitando le sean condonados los derechos de reconstrucción de una pequeña parte del convento”, 122/36 “Solicitud de las religiosas Adoratrices de la exención de derechos por reparación de los tejados del convento” y 115/36 “De solicitud sobrepago de derechos por la obra de reparación de los tejados del convento de Carmelitas”.
[85] ALFONSÍ, A., “La recatolización de los obreros en Málaga, 1937-1966. El nacional-catolicismo de los obispos Santos Olivera y Herrera Oria” en Historia Social, nº 35, Valencia, 1999, pp. 119-134.
[86] LAZO, A., La Iglesia, la Falange y el fascismo, Sevilla, 1998, pp. 125-136.
[87] “Nuestros propósitos” en Acies, nº 1, 24 de septiembre de 1939. El subrayado es mío.
[88] Nueva Rioja, 8 de agosto de 1945, nº 2.118. Para este tipo de consignas puede verse FANDIÑO PÉREZ, R.G., “Los años cuarenta bajo el franquismo: Instrucciones de uso. La consigna de prensa en Nueva Rioja en DELGADO IDARRETA, J.M. (Coord.), Franquismo y democracia. Introducción a la Historia Actual de La Rioja..., pp. 75-115.
[89] SOUTO KUSTRÍN, S., “Juventud, violencia política y la «unidad obrera» en la Segunda República española” en ARÓSTEGUI, J. y MARTÍNEZ DE VELASCO, A., (Eds.) Hispania Nova. Revista de Historia Contemporánea, http:// hispanianova.rediris.es/0302.htm, 10 p.
[90] CASANOVA, J., “Guerra civil, ¿lucha de clases? El difícil ejercicio de reconstruir el pasado” en Historia Social, nº 20, Valencia, 1994, p. 136.
[91] La utilización de este tipo de episodios como legitimadores de la intervención militar puede verse claramente en The General Cause (Causa General). The red domination in Spain. Perliminary information drawn up by the public prosecutor’s office, Madrid, 1946, pp. 173-197.
[92] Respecto a la responsabilidad de la Iglesia en la represión franquista puede verse el estudio recientemente publicado de RAGUER, H., La pólvora y el incienso. La Iglesia y la guerra civil española, Barcelona, 2001. La misma afirmación en una entrevista concedida por el historiador y monje de Monserrat en el número 492 del suplemento cultural Babelia en El País, 28 de abril de 2001, nº 8.740.