La Segunda República, a pesar de su efímera duración, constituye uno de los períodos que más atención ha recibido por parte de la historiografía. Solo cinco años, en los que se intentó poner los cimientos de la primera experiencia verdaderamente democrática de la historia del siglo XX español. Es evidente que conocemos su trágico final: la frustración del proyecto por un golpe de Estado fallido que desembocó en una cruenta guerra civil de tres años y en un régimen dictatorial que perviviría durante casi cuatro décadas.
La descomposición interna de la dictadura y las expectativas de cambio político que se abrían a la par que avanzaba el declive físico del general Franco, coincidieron con la irrupción de toda una generación de historiadores que empezaron a mirar hacia aquella etapa alejados del servilismo y maniqueísmo de los vencedores. La pluralidad interpretativa respecto de aquel pasado había que localizarlo en estudios de los hispanistas extranjeros y alguna figura aislada del pobre panorama nacional. Sin embargo, el trauma de la guerra siguió planeando con fuerza sobre aquellos trabajos, hasta el punto de que casi todos los estudios, cualquiera que fuese su temática, parecían incapaces de sustraerse de la discusión acerca de sus «orígenes». El debate sobre el período republicano se veía contaminado por la interpretación presentista tanto de la propaganda del régimen —que veía en el ‘desorden’ democrático su principal base de legitimidad social— como del éxito de la misma en el imaginario colectivo español durante varias décadas. No había manera de disociar guerra civil de Segunda República, causa y efecto entrelazadas.
El trauma de la guerra y las particulares coordenadas en que se desarrolló nuestro proceso de transición a la democracia, sin duda el otro gran referente del que tampoco podía -ni quería- desprenderse aquella generación, profundamente crítica, de espíritu liberal y democrático, que, con todas las contradicciones propias de los seres humanos y del tiempo que les tocó vivir, nos transmitió un rico legado —no sólo desde el punto de vista académico— sobre el que cimentar posteriores investigaciones. La suma de ambos elementos explica, junto con las dificultades para realizar análisis estructurales de un período tan corto, el abrumador predominio de los enfoques políticos, así como la sugestión por todo lo que había representado la cultura política republicana. Sin olvidarnos de la influencia que por entonces proyectaba el marxismo sobre el conjunto de las Ciencias Sociales y Humanas, cuyo marco teórico y analítico sirvió de soporte para una parte nada desdeñable de aquéllos. Posiblemente no haya habido período cronológico tan reducido en la historia de España que haya generado mayor cantidad de trabajos e investigaciones sobre el tema: a la pregunta siempre hecha por la sociedad española durante el franquismo de cómo se había llegado al conflicto civil se unía la necesidad urgente de ponerse al día en cuando a un modelo institucional de convivencia, que necesitaba una cultura política común. Si bien el período republicano se descubrió a buena parte de la sociedad española, la política de silencio que marcó la transición española dejaba este hueco sin cubrir: todavía hoy en día se sigue sin asumir totalmente que aquello fue una democracia, complicada y diversa, difícil e ilusionante para muchos, incluso utópica, jugando con una opinión presentista, pero semejante a muchas otras de su contexto sociopolítico de los años treinta.
Durante los años ochenta y primera mitad de los noventa, la investigación historiográfica sobre la Segunda República se fue desprendiendo poco a poco de los condicionamientos políticos que imponía el horizonte de la recuperación de las libertades y la posterior consolidación de la democracia. No por ello disminuyó el interés historiográfico por este período. Más bien al contrario. Superada la fascinación del cincuentenario, la consolidación del Estado de las Autonomías y el nuevo marco universitario vinieron acompañados de un auge inusitado de los estudios regionales y locales. A pesar de sus limitaciones, no cabe duda que ello contribuyó a enriquecer y complejizar las lecturas hasta entonces predominantes en los diferentes ámbitos que habían constituido —y siguen constituyendo— los grandes referentes temáticos (partidos políticos, elecciones, líderes, las diferentes manifestaciones e implicaciones del reformismo republicano…). Al mismo tiempo, de forma paralela a la renovación de la disciplina, se fueron ampliando los temas y abriendo nuevas perspectivas de la mano de una nueva generación de historiadores menos condicionados por la dialéctica franquismo/antifranquismo y por la sublimación del actual régimen político español, a la luz del cual habrían de enjuiciarse los aciertos y errores de la experiencia republicana.
La segunda mitad de los años noventa y la primera década del nuevo milenio estuvieron marcadas por la irrupción del revisionismo y la memoria histórica en el ámbito historiográfico. La Segunda República y la guerra civil se convirtieron, una vez más, en el referente de un debate que tuvo mucha mayor trascendencia mediática que académica, pero que tuvo la virtud de estimular la aparición de nuevos trabajos surgidos muchas veces al calor de la polémica.
Pero el enfoque en el análisis continuaba a ser semejante al que había marcado aquellos primeros estudios de los años setenta y ochenta: régimen republicano y conflicto bélico no podían desligarse. En buena parte, el propósito de este dossier es intentar desvincular ambos campos, romper con un esquema de análisis más vinculado a la trascendencia mediática que a la interpretación rigurosa de nuestro pasado. Precisamente porque hablamos de un período crucial en la historia del siglo XX español, y que sigue marcando a los hombres y mujeres del siglo XXI mientras no se aborde desde una perspectiva desapasionada y distante. Sí. Aún seguimos reclamando la distancia necesaria ochenta años después.
El dossier se estructura en cuatro grandes apartados, que ya reconocemos de antemano insuficientes para explicar la singular y plural actividad de los cinco años republicanos. El primero está dedicado a los grupos y sectores protagonistas de la actividad institucional, especialmente al contraste que supuso la nueva cultura política a implantar en el Estado y sus referentes en cuanto a estructuras de partido. Un segundo que intenta abordar como se verifican los temas de especial conflictividad durante el período, y la manera en que los dirigentes republicanos intentan encauzar y dirigir su política reformista: conflictos sistémicos, pero también de ámbito cultural y convivencial. El tercer apartado se orienta al estudio del contraste que supone la irrupción de un sistema democrático en aquella España de los años treinta, de un régimen que era nuevo para su contexto social concreto, pero que nacía ya viejo en el paisaje de las utopías violentas de la Europa de entreguerras. El cuarto apartado, a manera de colofón, busca acercarse a un período escasamente estudiado, tanto por razones obvias de escasez de documentación como por un reduccionismo historiográfico a presentarlo más como antecedente del golpe militar fracasado del verano de 1936, que como el desarrollo reducido de la tercera legislatura republicana.
Estos son los ejes principales de la propuesta que planteamos los coordinadores de este número de la revista Hispania Nova con la intención de que las diferentes aportaciones que lo vayan enriqueciendo representen la mejor de expresión de las nuevas tendencias investigadoras sobre tan complejo y trascendental período de nuestro pasado siglo XX.